sábado, 29 de diciembre de 2012

GENERACIÓN DESCARTABLE - Capítulo 21

GENERACIÓN DESCARTABLE
Capítulo 21

“FIESTA EN EL PALACIO VERDE”

                                                                  “Yo es otro.”
                                                                    Arthur Rimbaud

Cuando yo estaba con Juanito, generalmente, no tomaba pastillas, porque él no tomaba, a excepción de un leve somnífero de vez en cuando, y si yo me ponía muy loco, los sutiles lazos de comunicación que nos unían se veían seriamente alterados. Una vez yo había tomado un par de anfetas y después Juanito me había dicho que en frecuencias tan diferentes no podíamos comunicarnos, entonces cuando estábamos juntos yo me tomaba un descanso de mis continuas intoxicaciones. Pero la proximidad de la fiesta me ponía cada vez más ansioso. Estarían todos mis amigos, iba a ser formidable, así que dos días antes ya no pude contenerme y comencé a tomar mis estimulantes como para estar bien en forma.  Como Laura también tomaba nos enganchamos juntos a caminar por la city y a parlotear durante toda la noche. Así que pasamos dos días a toda máquina y de pronto, el sábado a la tarde descubrí con horror que esa misma noche era la recepción de Juanito y yo estaba hecho una piltrafa. Me miré en el espejo del baño: los pómulos marcados, los ojos rodeados de profundas ojeras azulverdoso, la nariz afilada, los labios partidos… Estaba pálido y empezaba a tener persecutas, me parecía que Laura exageraba sus continuas burlas y sus tonos de crueldad. No era conmigo personalmente, pero todos sus comentarios eran sádicos, todos sus puntos de vista eran perversos, según su óptica, la realidad misma era cruel.
Me metí en el baño y me duché con agua fría. Me afeité la barba de tres días, me vestí y me tomé una dosis extra de despabiletas porque quería estar regio.
Cuando salí del baño noté que la casa estaba poderosamente iluminada. Era un inmenso Palacio Verde que brillaba con los fulgores de una estrella de primera magnitud. En un ángulo del salón Joe,  Carlitos y Armando preparaban una gran fuente de clericó. Habían puesto toda clase de frutas y estaban agregando el vino y el hielo. La fuente con sus colores frutales y el brillo de sus jugos era deslumbrante. Por último Joe arrojó a la mezcla un puñado de pastillitas blancas y revolvió con un gesto travieso.
- Cuerno de rinoceronte, –dijo – poderoso afrodisíaco, como para darle un toque erótico...
Juanito apareció espléndido con unas babuchas  y una amplia camisola marroquí. Su pelo negro lacio contrastaba con su ropa clara y sus ojos azules tan profundos tenían un brillo extraordinario. Habían puesto música de Michel Polnaréff y nos tomamos de las manos riendo, bailando y saltando alrededor del salón, y al rato empezaron a llegar los invitados y el Palacio Verde se colmó de celebridades.
Miguel llegó radiante vistiendo una camisa afgana con magníficos bordados persa, pantalones jeans y descalzo. Mientras nos saludamos tironeaba su hermosa barba negra, retorcía sus mechones de pelo enroscándolos en su dedo anular y hasta mordisqueaba la punta de sus bigotes por lo que inferí que ya estaba bien estimulado. Su risa explosiva resonaba alegre en el salón. Me llevó aparte y compartimos otras despabiletas mientras me decía que yo estaba fresco como una lechuga, lo que nos hizo estallar en un ataque de risa incontenible. Me dijo también que tenía un par de trips y que los tomaríamos a media noche como para rematar la fiesta. Que no me preocupase, que había traído la viola y que quería hacerme escuchar unos temitas nuevos.
La Washington apenas arribada había sido capturada por Joe que le hacía escuchar el tema que había compuesto para ella: “La Poderosa”.
Poco a poco comprobé que en la casa  ya estaba todo el mundo. Cuando me asomé al balcón, Pipo le decía a un grupo de amigos:
-         Los argentinos vivimos vendiendo nuestra alegría y nuestra espontaneidad a cambio de respeto y admiración. Mercantiles de vida plena a cambio de fachadas. Eso es lo que somos.
Consideré que estaba muy acertado y él me  sonrió con su sonrisa más brillante, pero me volví al salón porque  acababa de ver llegar a Renée. Me acerqué a ella flotando lentamente a través de la gente mientras admiraba su exótico vestuario. Llevaba un pollerón largo y muy amplio de seda azul noche, el torso enfundado en un tapiz también azul y dorado con dibujos egipcios y un pañuelo gipsy cubriendo su cabeza. Sonreía hasta que nos encontramos, entonces hizo un gesto de asombro al decirme:
-         ¡¿Qué es esto, Omar?!... ¿Qué estoy haciendo yo aquí?... Esto debe ser una ficción tuya… ¿vos imaginaste que yo esté aquí?...
-         Sí, -le dije -¿viste?... ya te dije alguna vez que mi sueño era estar todos juntos en algún lugar, y me parece que al fin estamos todos.
-         Es cierto. –dijo ella –Para que haya quórum tenemos que estar todos… todos menos uno. –agregó enigmáticamente. Después tomándome las manos dijo:
-         Vine por vos, porque tengo que decirte algo muy importante. –miró hacía todas partes y pudo ver que se acercaban unos amigos a saludarla, entonces agregó precipitadamente: -Antes que sea demasiado tarde… quiero que sepas que… yo… yo no soy yo… yo soy otra... u otro, según...  tenés que creerme… no me preguntes nada…
Y de pronto un grupo de amigos nos separaron y se la llevaron lejos a través del espacio verdoso del salón. La ví rodeada de gente, saludando y conversando y comencé a sentir una cierta inquietud, porque las luces parecieron parpadear en su máximo esplendor,  y por un momento me pareció ver la luz tal como era, onda y partícula, material e inmaterial, pesada y etérea… pero fui derivando hacia un grupo de amigos en donde Gracielita contaba la historia del pozo y de los huesos mortificados.
Al rato ví que Renée me buscaba con la vista a través del salón, y cuando me localizó y se acercó me dijo que había un par de joins y que nos reuniríamos en la habitación de Juanito en unos minutos.
-         Pero solo nosotros –dijo  y recalcó: - nos-otros… otros nos… los únicos que somos… unos pocos… nada más…
Cuando llegué a la habitación de Juanito ya habían formado un círculo sentados en el suelo al estilo indio. Me hicieron un lugar y mientras me sentaba al estilo indio dije:
- Cuando nació el dios Pan, en el Olimpo los dioses se rieron de pánico... no podían creer que hubiese un nuevo dios con... patas de cabra!!!
Cuando miré alrededor no lo podía creer. ¡Estaban todos ahí!  Mis amigos… era maravilloso… recorrí con la vista cada rostro, ahí estaban Juanito junto a Renée y al lado de ella Miguel y enseguida la Washington y después Pipo y más allá Gracielita y Joe y Laura y Carlitos… y yo. Habían apagado las luces y en ese instante Cylbia encendía una vela, Renée prendió varillas de pachulis mientras llegaba desde el salón la apropiada música de Buffy Saint-Marie. El clima creado era perfecto y enseguida empezaron a rodar las agujas de grass. Sentí que la fiesta iba a despegar y oí que Renée decía reflexionando:
-         ¿Qué sería de la patria si no fuera por nosotros?
Entonces la Washington afirmó:
-         Es cierto…  Nosotros somos lo único que nos queda.
A todo esto las agujas iban dando vuelta al círculo de tiempo del cuadrante que estábamos componiendo… Sentí como empezaban a establecerse las primeras conexiones de diálogos, alguien se empezaba a reír y otro a repetir insistentemente una palabra como para agotar sus significados. Yo observaba las diferentes reacciones… Hasta ese momento yo no había alcanzado todavía ningún tipo de experiencia trascendental, y creo que mas bien me autosugestionaba creyendo tener supuestas iluminaciones, inciertos Aleph y dudosos estados de conciencia superior que tal vez no fueran mas que el reflejo mimético de experiencias leídas en la vida de los místicos.
En ese momento, de tanto observar ávidamente las reacciones de mis amigos me olvidaba de mi mismo, como decía Miguel:
“En la iglesia Josefina
A todo el mundo examina
Se olvida de sus pecados
Por mirar a las vecinas”
Sin duda me olvidaba de mi mismo y hasta del mismo mismo porque en ese momento estaba observando cómo Juanito había cerrado los ojos y parecía abstraído en una profunda contemplación interior,  y fue entonces cuando sentí con súbita violencia que estaba haciendo irrupción en un territorio inédito y recientemente inaugurado para mi: el mismísimo Bardo, el pavo frío, me había tocado a mi, la pálida del viaje negro…
Fue un corte brusco que apagó de un solo golpe mi relación con el mundo exterior. Me vi obligado a volver sobre mi mismo porque en un instante me invadió un frío imposible y un sudor helado me brotó del cuerpo mientras la respiración se hacía pesada y dificultosa. La luz era rara, si, muy rara, y los sonidos de la fiesta se apagaban como amortiguados, quería mantenerme erguido pero mi cabeza rodaba y caía, al tiempo que todo mi cuerpo se desmoronaba. Busqué con la vista a mis amigos como pidiendo ayuda, pero ellos parecían  no verme, hablaban entre si o estaban sumidos en sus propias divagaciones… sentí que los párpados pesaban toneladas y lo último que vi fue la sombra de mis amigos monstruosamente distorsionadas proyectadas sobre la pared. Y cayendo hacia atrás sentí el fuerte golpe de mi cabeza contra el piso de madera… y ahí me quedé. Los latidos de mi corazón retumbaban como lentos golpes de un tambor que se iban apagando. Pensé que no podía ser real, que alguien tenía que ayudarme pero nadie se daba cuenta de lo que me estaba pasando… y en cambio mientras mis sentidos se iban apagando comencé a oír como un débil murmullo que se iba aproximando. Me pareció que eran las voces de mis amigos en el círculo indio… pero… ¿eran realmente sus voces?... ¿se trataba verdaderamente de sonidos emitidos en el espacio de los fenómenos físicos haciendo vibrar el aire con sus ondas sonoras?... Parecía improbable porque mi relación con el mundo fenoménico parecía extinguirse a tal punto que no captaba ninguna señal exterior y sin embargo… esos murmullos, esas voces se acercaban, se ampliaban, se amplificaban… Eran voces, si concretamente, numerosas voces que venían hablando precipitadamente, a un mismo tiempo y superponiéndose y que iban aumentando de volumen hasta convertirse en gritos estridentes. Apenas podía captar algunos sentidos, individualizar algunas voces, pero enseguida sentí que se reían… y se burlaban. Alguien vociferaba:
-         ¡Ay, me muero y nadie me ayuda!
Entonces los demás estallaron en ruidosas carcajadas, mientras otra voz parodiaba:
-         ¿Por qué… por qué me hacen esto?... ¿Cómo pueden hacerme esto?...
Y otras voces agregaban burlonas:
- ¡Ah… es horrible!... ¿cómo pueden ser tan crueles?...
Hice un esfuerzo sobrehumano y alcancé a entreabrir los ojos para volver a ver solo las sombras aberrantes sobre las paredes… entonces estaban ahí… persistían en su impasible inmovilidad sin abandonar el círculo perfecto que yo había roto en mi caída… entonces… entonces era cierto y no harían nada… me dejarían morir así… luego me estaban matando, no había mayor diferencia…
Otra voz decía:
-         No puede ser cierto.
Y otra ululaba:
- Nooo… nooo… no puede ser…
El tiempo pareció detenerse, ya no fluía pero pasaba, se extendía, en poco minutos pasó un siglo. Entonces  aunque mis funciones se iban apagando, en algún lugar de mi algo se removió oscuramente… reconocí un impulso primitivo como un animal que despertara de un sueño milenario y sentí que no podía permitirlo, que no se me aniquilaría así nomás… algo tenía que hacer…
Escuchaba como las voces, ya en los términos más brutales enunciaban ahora... mis propios pensamientos como si fuesen suyos casi con anterioridad a que yo pudiese formularlos en mi mente, lo que me impedía pensar y actuar, pero la oscura fuerza ya se había disparado con la velocidad suficiente como para burlar el bloqueo de las voces, entonces logré incorporarme y oí que las voces confundidas ante mi reacción se apresuraban a decir:
-         Estoy enojado… si, si, muy enojado… - fingían que eran yo e ironizaban – Esto no puede ser… ya van a ver cuando yo me incorpore…
Yo trataba de no escuchar… creía que si pudiese no escucharlos me sentiría mejor. Hasta que por fin apoyé los brazos, me erguí y empujé con los pies hasta pararme tembloroso y tambaleante. Entonces se rieron abiertamente, obscenamente puesto que yo debía parecer un pobre bicho que intentaba arrastrarse con dificultad. Avancé un poco penosamente, di unos pasos más y me desplomé sobre la cama de Juanito. Y entonces me pareció que podía individualizar algunas voces… ¿acaso no parecía la voz de Juanito que destacándose entre las demás voces decía:
-         ¿Dónde estoy?...
O tal vez era la voz de Miguel que murmuraba:
- ¿Quién?... ¿quién es?...
Eso, pensé yo con mucha dificultad:
-         ¿Quién es?... ¿quién… es?...
Y creo que dije:
- Si… ¿quién es?... ¿quiénes… son?...
Hasta que ya sin ninguna duda supe que ahora era la voz de ella, si, la inconfundible voz de Renée que con suma nitidez y en su brillante tono habitual me decía lentamente con su particular sentido del humor, pero como en un sueño, sin emitir palabras, sin mover los labios, telepáticamente:
-         Si Omar, somos nos-otros que venimos persiguiéndote a través de todas las galaxias… pero ahora ya te encontramos.
Me hundí entre las mantas desordenadas de la cama y me pareció que daba un triple salto mortal para volver a caer en mi mismo. Miré hacia el círculo y vi que uno a uno se levantaban y salían de la habitación hasta dejarme completamente solo con la luz parpadeante de la vela… No se habían enterado de nada… o habían creído que era una mas de mis tantas fantochadas…
Miré el círculo que ya no estaba. Alguien había dejado un libro abierto al pié de la vela. Me acerqué y pude leer el párrafo seleccionado:
“Y el Banquete fue. (…)
-         ¿Y qué fue de la casa luego del Banquete?
-         Usted sabrá que los investigadores hallaron en San Isidro una mansión abandonada con un cadáver tendido junto a la mesa giratoria y dos Clowns, al parecer dementes, que aullaban encadenados en la perrera.
-         ¿Y de quién era el cadáver? –le pregunté.
-         Del único comensal que no resistió la prueba del Banquete. –me dijo Farías en tono elegíaco. (…)
En cuanto a las grabaciones tampoco he de transcribirlas, ya que me parecen en verdad “indecibles”. Una, por ejemplo, documenta el finis del comensal suicida; la confesión pública de su derrota, hecha desnudamente y a borbotones, como el vómito de una conciencia. El tiro de revolver que paraliza el Banquete;  y a continuación la sarta de epitafios risibles que los comensales dedican por turno al invitado muerto.”

“El Banquete de Severo Arcángelo”
 Leopoldo Marechal

Alguien había estado leyendo esa página hacía apenas unos momentos durante mi breve desmayo y me pareció que sin duda había extrañas coincidencias entre el relato y la realidad. Pero entonces no me detuve a pensarlo porque una oleada de aplausos y vivas llegaba desde el salón y quise ver qué estaba pasando y salí del cuarto para enterarme que Juanito había ganado el Gran Premio de la rifa de la noche que consistía nada menos que en un fisicoculturista de proporciones fabulosas que en diminuto taparrabo lo paseaba en hombros por el salón verde.

jueves, 6 de diciembre de 2012

omaragon omarteum: GENERACIÖN DESCARTABLE - Capítulo 20 - "El Pozo"...

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GENERACIÖN DESCARTABLE - Capítulo 20 - "El Pozo"

.“GENERACIÓN DESCARTABLE”
 Capítulo 20

“El Pozo”

A fines de 1969 Juanito dejó la pensión donde vivía a pocas cuadras de Plaza de Mayo y junto con un grupo de amigos íntimos alquilaron una casona cerca de Congreso. Era un departamento antiguo que ocupaba todo un piso del edificio. Yo caminaba desde Callao una cuadra por Moreno, subía una escalera que rodeaba la caja de un ascensor que nunca funcionaba y atravesando una amplia puerta verde estaba en lo de Juanito. Enseguida había una inmensa sala con piso de madera y con ventanales muy altos que daban a un largo balcón hacia la calle. Toda la casa carecía por completo de mobiliario y las habitaciones estaban vacías a excepción de las camas, algunas sillas, un par de mesas, pilas de libros por todas partes y paredes, ventanas y puertas, todo pintado en diferentes tonos de verde. La habitación chiquita que daba al balcón era el cuarto de Joe. Hacia el otro lado, pasando un corredor con amplias mamparas de vidrio por donde entraba toda la luz de la mañana se pasaba frente al cuartucho siempre hermético de Gabriel. Al final del corredor, una escalerita de madera conducía al nido aéreo de Carlitos. Abajo estaba la cocina y el patio minúsculo y por ese patio se llegaba a la habitación de Juanito, la jungla verde… la espesura…  donde su amigo Daniel Melgarejo había pintado en las paredes del cuarto la tupida selva africana y allá arriba, en el ángulo: Tarzán, el héroe máximo de Juanito, en tamaño natural, lanzándose por una liana desde la copa de un árbol. Una puerta corrediza con paneles de vidrio verde separaba su habitación del salón central  en el que se reunían junto a los altos ventanales, todos los habitantes de la casa. Ese salón verde era a la vez living, oficina y ocasionalmente salón de fiestas.
Ese mundo exclusivo de hombres era compartido en ese momento por una sola mujer que  como exiliada  momentánea había improvisado su habitación en un ángulo del salón, Laura Madanes.
Juanito como siempre, estaba muy ocupado con su trabajo y además de sus contribuciones a La Hipotenusa escribía una serie de relatos cortos que eran la más sintética descripción de una imagen poética. Un violinista tocaba su violín justo debajo de una cascada de agua. El agua le caía encima pero él seguía ejecutando su música impasible. Juanito describía esa imagen y la unión de la música al sonido del agua. En otro relato una montaña se transformaba en un gigante libidinoso con un inmenso falo con el que tocaba el tambor sobre la tierra. Había varias descripciones de tipo onírico, más o menos fantásticas y muy poéticas. Nos sentábamos por las mañanas en su mesita de trabajo en el balcón y Juanito me leía sus escritos. Después se entregaba a la ardua tarea que venía realizando desde hacía años: juntar todo tipo de material sobre escritores y literatura homosexual. A veces me pedía que le pasase algunos escritos a máquina para enviar a la editorial, porque también preparaba una publicación con poemas suyos y algunos fragmentos seleccionados de escritores casi desconocidos de la antigüedad grecolatina.
Entonces yo tecleaba las copias a máquina y él se enfrascaba en la clasificación y ordenamiento de su material. Mientras tanto escuchábamos música, tomábamos té o refrescos, hablábamos con los chicos que se acercaban a la mesa de trabajo para contarnos sus aventuras por la city y hasta nos divertía observar los movimientos de la calle y el vecindario. Y criticábamos todo: la ropa de las señoras que iban de compras o los pregones de los vendedores ambulantes, el aspecto atrayente de los señores y la belleza de los adolescentes. Juanito siempre estaba de buen humor y siempre nos divertíamos muchísimo. El tenía salidas muy originales. Una vez bajábamos las escaleras del Augustus de la calle Florida y de pronto dos señoras se pararon frente a nosotros, nos miraron escandalizadas y dijeron:
-         ¡Pensar que estos son los hombres de hoy!
Entonces Juanito en su tono más cordial contestó:
-         Y pensar que sus hijos serán nuestros amantes de mañana.
 Lo que hizo que las señoras se alejaran despavoridas. ´
Esa mañana que estábamos trabajando, en un momento, emergiendo de entre sus papeles me dijo:
-         Ah, qué increíble, escuchá esto, Omar:
Y a continuación me leyó un fragmento antiquísimo donde se decía que los dioses se manifestaban a los hombres acompañando su aparición con potentes fenómenos atmosféricos tales como fuertes vientos, tormentas, rayos, truenos y terremotos, y que en esas oportunidades solían adoptar formas de trombas marinas, ruedas gigantescas o inmensas columnas. A continuación el autor describía las complejas formas de los dioses con sus innumerables cabezas, infinidad de brazos, profusión de manos y abundancia de ojos y elementos simbólicos. Y finalmente recomendaba  la única forma posible para que los humanos pudiesen contemplar la grandeza apabullante de los dioses: había que apartar la vista para no ser fulminado por la fuerza de la visión y mirar hacia otro lado, y con un recurso sumamente astuto “espiar al dios” por el rabillo del ojo.
En esos días Juanito preparaba una fiesta para celebrar la inauguración del nuevo departamento y como sabía que yo era amigo de la negra Renée, mientras trabajábamos me decía:
-         Tenés que invitarla, Omar… sabés que me fascina… la veo siempre en El Moderno, y aparte de unos breves saludos todavía nunca hemos estado juntos.
-         ¿Te gusta? –le preguntaba yo haciéndome el distraído.
-         ¿No te digo que me parece fascinante? –decía Juanito fingiendo un entusiasmo desmesurado. – Pero en serio… ¡no sabés quién es!... ¡Ella es la diosa máxima del tout Buenos Aires! Y no creas que exagero. ¿No viste que Oscar Masotta le dedica a ¡ella! su libro? Mirá. –y me mostraba la dedicatoria de “Sexo y Traición en Roberto Arlt” -¿Ves? “A Renée Cuellar”
Sin duda Juanito exageraba, pero ahí estaba esa escueta dedicatoria. Yo le preguntaba:
-         Pero ella… exactamente  ¿qué hace?
-         No sabés… -me decía Juanito- Es uno de los seres más lúcido y mas delirantes del planeta. Todo el mundo la adora, aunque muchos la temen. ¡Un intelecto excepcional! Se dice que es infinitamente sabia, pero también que es terriblemente cruel. Dicen que ha sido la perdición de muchos hombres. –agregó en tono folletinesco. –Pero en cambio otros la veneran. Se cuentan las anécdotas más locas acerca de ella. Es muy poderosa. Carlitos la conoció en una fiesta, ella estaba bajo la ducha con un paraguas abierto leyendo poemas de Baudelaire a la luz de las velas… -enseguida adoptando un tono más serio dijo: - Es amiga dilecta de Alejandra Pizarnik.
-         ¿Pero entonces qué edad tendrá? –quería saber yo.
-         Imposible saberlo. Algunos creen que es eterna y que se mantiene eternamente joven, otros en cambio aseguran que fluye al revés del río del tiempo, y que cada día que pasa es un poco más joven. ¡Es tan atractiva! Dicen que en un tiempo se vestía toda de blanco… o toda de negro… o bien solo de blanco y negro… Por lo demás es una diletante genial tanto si dibuja o pinta como haciendo poesía surrealista…
-         Pero no expone… -decía yo desencantado- …ni edita sus poemas…
-         Dicen que porque el viejo Romero Brest la desahució una vez que ella le mostró sus dibujos y Romero le hizo una crítica negativa. ¿pero qué sabrá ese viejo?...  tenés que invitarla, Omar, ardo como se dice, en deseos de conocerla desde que Alejandra me confió que la ama y la desea mas que  a su propia extinción…
 Dije que haría lo imposible porque últimamente Renée casi no salía. Había copado un caserón en San Telmo y era muy difícil sacarla de allí ya que… al poco tiempo de habitar esa casa, la Negra había descubierto que estaba impregnada de fantasmas y rodeada de misterios. Y le conté a Juanito que yo solía ir a visitarla a su nueva casa que estaba a una cuadra del bajo en ese barrio tan antiguo de Buenos Aires. La casa se la habían prestado y una de las habitaciones estaba ocupada por un tipo sumamente extraño que tocada el arpa todo el día. Y el resto de la casa, una habitación grande, un patio, la cocina y un bañito eran los nuevos dominios de la Negra. En esos días ella estaba siempre  con su reciente amiga Gracielita, una mocosa adolescente de actitud desafiante y de respuestas geniales que había participado en las Orestíadas del Di Tella. Y el caso era que cuando empezaron a notar que la casa estaba encantada (con arpista incluido) hicieron invocaciones mágicas y en seguida hubo concretas manifestaciones como ruidos inexplicables y objetos que cambiaban de lugar, hasta que en una oportunidad apareció un soldado tambaleante, ensangrentado y con el uniforme de los húsares hecho jirones, quien les pedía que hiciesen excavaciones señalando debajo de la mesa de la cocina, y afirmando con una voz agónica que allí encontrarían oro, mucho oro. Al principio la Negra y Gracielita no hicieron nada  mas que encender barras de incienso y recitar algunos mantras especiales para purificar el ambiente, pero una noche de luna llena, ante la insistencia del espíritu del soldado, corrieron la mesa, levantaron las flojas baldosas del piso de la cocina y con una pala de camping, mientras protegían sus rostros con máscaras tibetanas para ahuyentar a los demonios, iniciaron las primeras excavaciones.
Un día que pasé a saludarlas y vi el patio lleno de montones de escombro y tierra y debajo de la mesa de la cocina un pozo cubierto con unas tablas y a Renée y Gracielita dibujando sobre la mesa un complejo mandala lleno de signos y de fórmulas cabalísticas pensé que era todo un inmenso delirio…  Me asomé a la boca del pozo que alcanzaba casi un metro de profundidad y supuse que era todo una broma y que sin duda los albañiles estaban reparando las cañerías.
Pero a la semana siguiente cuando volví el ambiente estaba aun mas cargado de misterio. En la habitación grande y a pleno día con todas las persianas cerradas y una vela encendida, Renée y Gracielita consultaban las cartas del tarot. Casi en un susurro me contaron lo que había pasado: habían seguido cavando el pozo lentamente y con muchas dificultades durante varios días. Excavaban tal como les había indicado el agónico soldado, después de la medianoche  y hasta las primeras luces del amanecer, cuando debían volver a la superficie y tapar el pozo con las tablas hasta la noche siguiente. Al principio no habían encontrado más que tierra, escombros, maderas podridas y fierros oxidados, pero llegando a unos dos metros de profundidad, la pala había atravesado el fondo del pozo y a los siguientes golpes de pala el fondo se había desmoronado. Afortunadamente trabajaban atadas a una soga por la cintura como hacen los montañistas, y siempre turnándose, una excavaba mientras la otra en la boca del pozo subía los baldes de tierra. Cuando el fondo cedió, Gracielita que era la que en ese momento excavaba se pegó a los bordes del pozo y se aferró a la soga.  Al emerger y referir lo que había pasado vieron que estaba amaneciendo lo que las obligó a postergar la tarea hasta la noche siguiente. Y entonces si, armadas de coraje e impregnadas de incienso y estoraque, con sus máscaras orientales y una fina daga ritual para defenderse de posibles alimañas bajaron al fondo del pozo.
En efecto el fondo había cedido y solo quedaba un borde apoyado sobre una viga de madera que pudieron usar de plataforma, y desde allí habían iluminado con una linterna la abertura para descubrir con asombro que habían comunicado con una inmensa galería subterránea. Tras complicadas operaciones lograron saltar del pozo a la galería. Ya era sabido que el barrio de San Telmo estaba horadado por antiguas galerías subterráneas del tiempo de la colonia y esta era sin duda una de ellas. Con mucho cuidado habían recorrido el túnel en ambos sentidos. Hacia un lado terminaba abruptamente en una pared de ladrillos de barro y hacia el otro lado se angostaba en una zona de derrumbes y alcantarillas. Pero al  volver al pozo, sus sigilosos pies se habían topado con un montículo de tierra. Revolvieron ligeramente y aparecieron unos huesos que juntaron en una bolsa y subieron a la superficie. Eran huesos humanos que estudiados a la luz de la habitación presentaban  una extraña característica: estaban atados con alambre y atravesados de clavos. La mayor parte del material era imposible de analizar, los pedazos se deshacían en una mezcla de tierra y óxido.
Entonces volvieron a tapar el pozo y un amigo antropólogo de la Negra se había llevado los restos  hallados para un estudio minucioso. Pero el soldado agónico no volvió a  comparecer aún ante las más insistentes invocaciones de mis amigas que querían saber algo más de la extraña historia en que el soldado las había implicado y al mismo tiempo reclamar el engaño por la falsa promesa del oro.
Al escuchar el relato, Juanito estaba profundamente impresionado y yo le aseguré que haría lo posible para que estuviese en su fiesta del sábado.
-         Si, - afirmó –tiene que estar, será la Reina de la Noche en la Fiesta del Palacio Verde. Podés ir con Laura a invitarla… ¿verdad que si, Laurita?... –le preguntó a Laura Madanes que leía en la terraza sentada junto a nosotros. Levantó sus diáfanos ojos celestes del libro que estaba leyendo, “El Tiempo de los Asesinos” de Henry Miller y con su tono mas malicioso dijo lentamente y arrastrando las palabras:
-         Claro que si… ¿Por qué no?...
-         ¿Y puedo invitar a otros amigos? –le pregunté a Juanito prudentemente.
-         ¿A quienes? –preguntó Juanito alarmado –¡ No quiero saber nada con esos sucios rockers de La Cueva!
-         No, estos son unos amigos mios de Villa Gesell, amigos de la Negra también.
-         ¿Si?... ¿Quiénes? –preguntó interesado.
-         Y… Miguel Abuelo… Cylbia Washington… Pipo Lernoud…
-         Bueno, -dijo Juanito –  está bien, a Miguel lo conozco porque eramos vecinos de pieza en la pensión Norte. Esa Cylbia Washington me suena, debe ser pariente del viejo George… ¿y Pipo?… Pipo Lernoud no se quien es, pero tiene apellido francés, puede venir, sabés que para mi lo mas importante es saber quién es quién. Yo si no figura en el Ghota no lo conozco. –decía Juanito con fingida afectación.
Y esa misma tarde caminamos con Laura perezosamente  hasta San Telmo para invitar a la Negra.
Renée estaba sola, dibujando y escuchando música de Vanilla Fudge. Apenas Laura dijo dos palabras la Negra le dedicó una brillante sonrisa y me preguntó encantada:
- ¿Quién es este ser tan perverso?
- Ella es Laura Madanes, - la presenté yo – sobrina de Cecilio. Se escapó de su casa y huye de su tío que la persigue por todas partes.
Al rato estaban conversar como amigas de toda la vida mientras Renée le mostraba las ilustraciones del precioso volumen de “El Hombre y sus Símbolos” y yo me deliraba con la música de Vanilla que me parecía sensacional. Y cuando le transmití la invitación de Juanito enseguida dijo que si, que el sábado estaría ahí, así de paso salía un poco, porque el caso del pozo la había dejado extenuada.