lunes, 24 de junio de 2013

LA CASA DE TIJUCA - "Generación Descartable" - Capítulo 25.

.
LA CASA DE TIJUCA

Era una de esas casas de principios de siglo con sus puertas y ventanas altas como para gigantes, rodeada por un jardín donde languidecían viejos árboles, una verja con una puerta de entrada, un caminito de baldosas y unos pocos escalones de mármol blanco rajados recibían a los invitados, en otros tiempos, porque ahora esa puerta principal estaba clausurada y cuando llegamos con Marisa y Juanito aquella misma noche, rodeamos la casa por el jardín  y entramos por la parte de atrás.
No había luz y avanzamos tanteando entre las tinieblas, hasta una puerta sin llave  que cedió y Marisa encendió una vela. Vi un piso de baldosas blanco y negro levantado en algunos lugares y un ventanal alto por donde se asomaban los árboles y la noche.
Ahí podíamos dormir y Marisa desplegó dos esteras sobre las baldosas del piso. No se necesitaba nada mas, la noche era cálida. Ella dormía en una habitación del otro lado de la casa y en el cuarto contiguo habitaban una pareja de cineastas: Zena y Walter, pero ellos solo venían de vez en cuando, no teníamos que asustarnos si los oíamos llegar tarde por la noche y salir temprano por la mañana porque casi nunca paraban mucho tiempo en la casa. Y no había llaves, solo una forma simple de atrancar la puerta, porque el lugar era seguro.
Nos tendimos sobre las esteras a la luz de la vela. Las paredes descascaradas dejaban entrever en partes diferentes fragmentos de suntuosas pinturas pretéritas. Los grillos del jardín nos daban su monótona serenata y a lo lejos sonaba el corazón de las escolas de samba.
Con Juanito nos miramos desconcertados.
- ¿Y ahora… ¿dónde estaremos?... – dijo él, y nos echamos a reír porque todo era realmente muy absurdo.
Cuando me desperté casi al mediodía la puerta estaba abierta y afuera sentado en las escalinatas que daban al jardín Juanito escribía una carta para sus amigos de Buenos Aires. Era un día radiante y yo imaginaba que estábamos en los jardines de Bomarzo que había visto en unas ilustraciones. La casa estaba en  ruinas y carcomida por el tiempo, y el jardín era realmente selvático. Por todas partes entre los árboles crecían matas, arbustos salvajes y enredaderas, y al fondo, junto a la casilla del jardinero, ahora abandonada, se erguía majestuoso un árbol de mango. Era tan añoso que parecía cobijar bajo sus ramas todo el viejo caserón. A través de sus anchas hojas el sol se filtraba en líneas luminosas y sus altas ramas estaban cargadas de frutos.
Me acerqué a Juanito para ver qué estaba escribiendo: después de un largo párrafo con su pequeña letrita había dibujado a su heroína, la Pequeña Lulú haciendo de niña pobre con su vestidito remendado y diciendo orgullosa: “Estamos en el hotel mas lujoso de Río de Janeiro.”
Recorrí el abigarrado jardín que rodeaba la casa. Los altos muros de las casas vecinas ocultos tras apretadas enredaderas hacían del jardín un lugar  completamente privado. En todo alrededor no había ventanas ni edificios que pudiesen alterar la intimidad de las ruinas.  No había agua corriente pero desde el fondo del jardín, una cañería averiada dejaba correr un arroyito de agua cristalina que serpenteaba a través de las malezas y formaba un laguito entre la frescura de la fronda.
La casilla del jardinero me pareció encantadora, detrás de su puerta de madera vi una habitación sombría con techo de chapa, el elástico oxidado de una cama vieja y una mesa bajo la ventana, y decidí que esa sería mi habitación; ese lugar me atraía como si me hubiese estado esperando, habría que hacer algunos arreglos pero era el lugar mas lindo de la casa, justo bajo el árbol de mango.
Volví a entrar a la casa para conocer el resto de las instalaciones que no había podido ver durante la noche. Pasé por la habitación de los cineastas que estaba donde había sido en otro tiempo la cocina; la misma desnudez que nuestro dormitorio, unas esteras enrolladas en el piso, alguna ropa colgada de clavos en las paredes, unos vasos y botellas de guaraná y cerveja, y posters y fotografías pegados en las puertas. Un espejito, un peine y un par de cepillos de dientes en un vaso sobre un estante daban prueba de la existencia de sus ausentes habitantes. Sobre lo que debió ser el fogón se había improvisado una especie de altar con velas, cenicero, florerito con flores ya marchitas y algunos libros de cine.  Por lo demás el mismo estilo ornamental: paredes descascaradas y pisos levantados.
De ahí pasé a la sala central de la casa: un salón inmenso rodeado de puertas. Era ese el salón al que tenía acceso la puerta del frente de la casa, pero esa puerta ahora estaba clausurada por dentro con unas tablas clavadas. Las altas ventanas, también, cerradas, por lo que el gran salón en pleno mediodía se encontraba en penumbras. El piso de madera de largos listones había sido levantado en partes y estaba medio suelto de modo que se balanceaba bajo mis pasos. En un rincón había una montaña de ropa vieja.
La habitación del fondo era la de Marisa que todavía dormía. Abrí la puerta de la habitación contigua y me hirió la espejeante luz del mediodía: ahí no había techo ni nada, en esa habitación todo el techo se había derrumbado haciendo hundir el piso hasta el sótano, y la pared del frente también había caído, pero la ventana cerrada que permanecía en pié extrañamente aferrada a unos restos de muro daba un carácter insólito a ese lugar, la Habitación del Vacío, sin techo ni piso pero con ventana…
Retrocedí volviendo a cerrar esa puerta y la penumbra volvió al salón. Anduve unos pasos más y me senté en el suelo. Por entre los intersticios de las ventanas entraban polvorientos rayos de sol y sentado ahí traté de imaginar los tiempos de esplendor del salón de la casa, los muebles de esa época, los cortinados de las ventanas, las lámparas pendiendo del techo, el empapelado de las paredes… luego traté de incorporar a los antiguos habitantes en ese mismo recinto imaginario: entraban por la puerta principal unos señores distinguidos y había damas elegantes esperándolos sentadas en los sillones, y el griterío de los niños llegaba desde el jardín.Pero el salón se sacudió de aquella vida  imaginaria del pasado volviendo enseguida al  salón vacío del presente. Un rayo de sol, a mis pies, iluminó una mancha de tinta negra sobre el piso de madera. Era una mancha regular… algo se había volcado salpicando el piso, tal vez un frasco de tinta china… y eso había sucedido sin duda hacía muchísimo tiempo, quizás el frasco de tinta había caído mientras los niños realizaban la tarea escolar y nadie le había dado importancia, y sin embargo aquella mancha de tinta negra los había sobrevivido a todos, y ahí estaba todavía, después de tanto tiempo, mientras los habitantes de la casa ya habían pasado por la vida.
La puerta de la habitación de Marisa se abrió y apareció somnolienta en el fantasmal salón.
- Hola!.. ¿qué hacés ahí?... ¿viste lo que es esto?... y yo… ¡qué manera de dormir!… también con toda la cerveja de ontem… quiero decir de anoche… ya se me pegó el portugués… ¿viste ese montón de ropa vieja?... hay algunas cosas buenas… no sé cómo aparecieron aquí… mirá: camisas, remeras… agarrate lo que te guste que total no son de nadie… mirá esta camisa paraguaya de hilo blanco con la pechera bordada… te va a quedar bien con una calça branca… y esta camisa a lunares tan brasilera… hay de todo... deben ser regalos de los fantasmas de la casa… ¿y dónde está Juanito?
Salimos al jardín,  y nos sentamos junto a Juanito que terminaba su carta.
- ¿Qué les parece mi palacio de Tijuca? –preguntaba Marisa - …y este jardín salvaje tan encantador y misterioso…  Vayamos a desayunar al lanchonette, yo si no tomo cafecinho al despertarme no puedo ni pensar.
 -y mientras salíamos nos decía: -  No hay problema en dejar las puertas abiertas, Tijuca es un barrio tranquilo de gente humilde y los brasucas son muy supersticiosos, para ellos casa abandonada es “casa mal asombrada”, es decir con fantasmas, casa encantada… nadie se atrevería a entrar y por otra parte no hay nada de valor… ¿qué podrían sacarnos? … si ni cocina donde preparar cafecinho tenemos…
En el lanchonette lleno de gente que hacía un alto en el trabajo a mediodía tomamos cafecinho y algunos pasteles y bocaditos. El café era rico, fuerte, y muy barato pero lo curioso era que no se servía en las mesas y se tomaba de pié junto al mostrador. Marisa compró cigarrillos Carlton que eran importados de los mejores, y nos comentó  como al pasar que ya su dinero se estaba acabando. Por supuesto que no trabajaba ¡ni pensarlo!... y en seguida tenía que ir a encontrarse con sus amigas porque había una garotinha que gostaba muito de ela: a Bily, bonitinha, uma graça, ya la íbamos a conocer, irían a  praya, a tomar cerveja y por la noche a boite,  y nunca volvía antes del amanecer… y  siempre de pilequi, y eso cuando volvía, porque a veces ficaba dias enteiros com a turma y al palacio caía solo de vez en cuando para dormir, precisamente como ahora cuando su dinero se estaba acabando. Pero ya conseguiría de alguna manera, a gente arruma. Nosotros podíamos disponer de nuestro tiempo, el Tijuca Palace estaba a nuestra disposición.
Lo primero que hicimos con Juanito fue procurar maconha, simplemente, dando unas vueltas por el centro comercial, enseguida unos pretos nos hicieron señas y nos ofrecieron. Ya nos habían advertido que había que ver bien la mercadería y no entregar el dinero antes de recibirla, pero no hubo ningún problema, un “dólar” como llamaban al paquete era un buen lote y estaba en precio.
Sin ninguna persecuta nos sentamos en una plaza y armamos unos charutos. Pensar que en Buenos Aires era tan caro y se armaban tan finitos y además… estaba tan prohibido. Ahí fumamos libremente, y algunas garotas que pasaban y percibían el cheiro nos miraban con sonrisas de complicidad. Pero en realidad nadie se ocupaba de nosotros. Y era un fumo fuerte, verde-marrón de olor muy penetrante y enseguida nos puso locos. A cada instante mi conciencia se agudizaba tomando cuenta de la originalidad de todas las cosas. Estábamos percibiendo un mundo nuevo, otro país, y cada cosa me maravillaba. La gente era  tan diferente… y las casa y los vehículos y los árboles… Veía los morros coloridos asomando alrededor, y los buses que pasaban con colores luminosos y nombres de lugares que sonaban exóticos, y a lo largo de las avenidas se erguían altísimas palmeras tropicales. Hasta el aire tenía otra vibración, parecía más puro, más límpido y ligero.
Juanito se sentía inmensamente feliz. Miraba a su alrededor y me decía:
- ¡Así es como estamos en Rrrrrío de Janeirrrrro…! –(otra vez se le daba por jugar a pronunciar acentuadamente las erres de esa forma que tanto me divertía) -y seguía diciendo: -Rrrrrrío de Enerrrrro… me siento extranjerrrrra en tierrrrras  extrrrrrañas…
Y siguió así loqueando largo tiempo haciéndome llorar de risa.
Al rato nos fuimos a pasear por Cinelandia. En las bancas de jornais Juanito encontró a su gran amiga La Pequeña Lulú, solo que aquí se llamaba Lulucinha. Compramos un par de ejemplares y anduvimos caminando  por entre la gente de los cines. En un cinema vimos que daban “2001 Odisseia no Espaço”. El cartaz de propaganda decía: “Longe da terra ate a lua… e alem ainda” …esas palabras me parecieron especialmente hermosas: ALEM AINDA… ¿qué querrían decir?
Juanito que hacía grandes progresos con su portugués ya lo sabía y tradujo para mi: “Lejos de la tierra, hasta la luna y MAS ALLÁ TODAVÍA… ¡¡¡Mas allá todavía!!!… alem aínda… era realmente encantador.
Yo ya había visto el film en Buenos Aires, pero Juanito no lo había visto aínda, así que decidimos gastar nuestros últimos cruceiros en la Odisea Espacial de Stanley Kubrik. Pero antes de que comenzase la proyección nos metimos en un gabinete del baño y armamos otro gran charuto que fumamos ahí mismo, mientras detrás de la puerta se oían algunas voces que comentaban divertidas:
- ¡ O cheiro dáquela fumaça!
Pero nadie nos molestó ya que ese olor estaba impregnado por todas partes en la calle y la gente no lo tomaba en cuenta. Salimos del baño y entramos a la sala justo cuando se apagaban las luces y comenzaba la proyección.
Sin duda era el mismo film que yo había visto, pero entonces algo había cambiado en mi manera de ver, porque en esta nueva visión todo me pareció mas significativo, los diálogos eran mas ingeniosos y todo tenía un sentido mas profundo del que yo había intuido a primera vista. Pero además mi mente estaba más ágil y despierta y captaba nuevos detalles en cada escena. En el final nos aferramos a nuestros asientos para no ser arrebatados en esa vertiginosa fuga a través del hiperespacio. Esos colores y esos paisajes eran fascinantes. Cuando terminó, como era un continuado estuvimos de acuerdo en quedarnos a verla otra vez, y lo hicimos. Estábamos sentados solos bien adelante, casi dentro de la pantalla y conversábamos y hacíamos comentarios todo el tiempo, y un poco antes del viaje final corrimos al baño, armamos otro charutón y fumamos obsesivos para volver rápidamente a la sala justo para el despegue. Nos tendimos casi acostados en nuestras butacas y dejamos que el viaje alucinante se metiese por nuestros ojos asombrados. Y cuando todo terminó nos quedamos mirándonos… y sin duda que después de haber experimentado el hiperespacio, retomar el espacio real resultaba complicado, pero nos recompusimos, salimos a la calle y entramos a caminar en silencio.
Comimos unos pasteles de camarón en un puesto callejero, tomamos un guaraná y nuestro dinero se acabó, tocamos fondo, pero paseábamos despreocupados y felices por las largas avenidas en la noche invadida por el sonido del transito y los insectos. Regresamos a dormir al caserón pensando que al otro día, mañana, “habría que hacer algo”.
A la mañana siguiente cuando desperté Juanito ya no estaba, pero había dejado una nota sobre su estera: “Omar: salgo a buscar lo que hace falta. Volveré con arrros de orrro y diademas de diamantes. Juanito.”
Busqué en el resto de la casa. Marisa no había venido a dormir y estaba solo, encontré el bagulho de maconha y me armé un buen charuto para despertarme y encarar el día. Al rato estaba explorando el jardín. Decididamente haría de la casilla del jardínero mi habitación y mi atelier. Era un muy buen lugar, luminoso y fresco y a la sombra del árbol de mango. Abrí puertas y ventanas y realicé una limpieza general, con unas ramas improvisé una escoba y barrí y saqué las telas de araña. Sin duda alguien había vivido allí hasta no hacía mucho tiempo porque las paredes conservaban en buen estado una mano de pintura a la cal blanca. Era un lugar increíble, puse mi estera sobre el elástico de la cama y llevé mi bolso con mis pocas cosas. Recogí unos mangos del árbol y los devoré sentado en el jardín. Y ya estaba instalado. Por la tarde tuve ganas de tomar café y me fui hasta el lanchonette. A media lengua le expliqué a alguien que tenía hambre y no tenía dinero y sin hacer preguntas molestas me convidaron con un guaraná y un sándwich.
 Y así empezó todo, porque desde entonces ese sería el método empleado  para conseguir “lo necesario”.
Juanito volvió al anochecer con algunas provisiones. Se había hecho de amigos en la playa y le habían prestado unos cruceiros, una gente divina, volverían a encontrarse mañana en Copacabana.
Yo ya estaba instalado en mi nueva habitación, pero Juanito decidió permanecer en su lugar en la casa. Las densas frondas del jardín le resultaban inquietantes… y nos dormimos sin  que Marisa  apareciese tampoco esa noche, aunque en un momento, tarde, sentimos llegar a los cineastas del cuarto contiguo, pero cuando despertamos a media mañana ya habían vuelto a salir. Su habitación estaba más revuelta y habían dejado una caja llena de papeles que parecían guiones de cine y algunos libros técnicos.
 Salimos veloces para la playa. Yo me tendí en la arena y dejé que el sol me abrasase y me pusiese al rojo como una brasa brasilera  mientras Juanito iba a encontrarse con sus amigos.
Caminé a lo largo de la playa y jugué a la pelota con unos chicos.  Cuando sentí hambre fui hasta un lanchonette y conseguí que alguien me invitase a comer, así de simple. Después volví a la playa y me metí en el mar, un mar más bravío que el de Villa Gesell, y todo me parecía tan grandioso que no me animé a pasar la rompiente, pero jugué largo tiempo en la orilla.
Por la tarde volvió Juanito, había estado con sus amigos que lo habían invitado a pasear por Leblón, era una playa muy paqueta, ahí nomás, pasando Ipanema y la habían pasado bárbaro  y ellos lo habían invitado a almorzar…
De pronto Juanito pareció confundido y me dijo:
- Omar, tengo que decirte algo… pero me da vergüenza… la verdad es que… anduve pidiendo plata por la calle…
- ¡Qué increíble, Juanito! –le dije asombrado –yo también hago lo mismo…
Nos miramos un momento y nos largamos a reír. Era increíble, pero habíamos estado haciendo lo mismo a escondidas uno del otro, pero lo importante era que el método funcionaba de maravilla, ya que las provisiones de ayer habían sido conseguidas de esa manera. Era fácil y divertido y en realidad no tenía nada de malo, la gente era generosa y daba con gusto.
Pero entonces… ¿sus amigos de Leblón eran un invento?  Nooo… existían de veras y los había conocido paseando por Ipanema, pero no quería que supiesen que no tenía un céntimo, era gente muy linda, intelectuales, él escribía en una revista y ella era profesora de letras, y eran hermosos… y ¡qué increíble!: él era tan parecido a Juanito que hubiese podido ser como un hermano un poco mayor… y ella ¡divina!...parecida a Jean Moreau… Mañana estaba invitado a cenar en su casa y estaba muy excitado:
- ¡Imaginate, Omar, yo, la niña pobre, la mendiga de Ipanema invitada a jantar con sus  majestades de Río de Janeiro!...
Y fue así como nos iniciamos en la mendicidad, caminando por algunas calles laterales, pidiendo dinero para el bus o para comer y en un ratito juntamos un montón de cruceiros. ¡Rió era divino y Brasil era maravilloso!
En un lanchonette encontramos a Marisa al caer la noche. Estaba tomando cerveja con sus amigas y nos invitó, y enseguida nos presentó a la Bily, a sua namorada que era una moreninha muy bonita y parecía estar deslumbrada por la personalidad histriónica de Marisa, de perfil alto, hiperexpresiva , encantadora y super imaginativa y que era el centro de atracción de toda la turma, un grupo numeroso compuesto casi exclusivamente por mujeres, algunas notablemente masculinas y otras increíblemente femeninas y divinas super-woman, y tambien algunos muchachitos afeminados. Esa era la barra, a turma da pesada y nos tomamos toda la rica cerveja Brahama. La gente se veía fresca y etérea después del día de playa con sus pieles muy bronceadas y sus ligeras ropas coloridas paseando a lo largo de la avenida costanera. Eran muy amables y afectivos y enseguida se estableció entre nosotros una fuerte corriente de amistad. Nos enseñaron que a las tortas se les llamaba fanchonas y a las maricas vichas.
 Pasaba una mariposa por la avenida  y la gente la piropeaba, si:
-¡Vicha maluca! – decían a su paso.
Pero no las insultaban ni agredían como en Buenos Aires. Era mas bien como un piropo, un saludo respetuoso, porque en Rio las vichas eran las reinas del carnaval y en Brasil carnaval e sagrado.
A media noche nos fuimos a bailar a boite y terminamos de pilequi viendo el amanecer en la playa.  La caravana de Marisa seguiría todavía un complicado itinerario con sus amigas, pero antes de dejarnos nos tiró unos cruceiros porque ya había conseguido grana.
- Vocé ya viu… o dinhero pinta… e a gente arruma…
Y Juanito y yo  nos tomamos un bus hacia Tijuca.
Juanito descansó un rato, se puso sus mejores galas y al mediodía partió raudo hacia Ipanema a encontrarse con sus nuevos amigos.