martes, 22 de mayo de 2012

"GENERACION DESCARTABLE" - Capítulo 15 - "Melina"

"MELINA"

In Paris in die rue Madelaine
Da hab ich eine engel gessen
Und si lächte mich an
Und ich lud in sie an
Und wie waren in himmel zu zwei
Da fon get die welt nich under.

("En París, en la calle Madelaine
   allí vi un ángel
   y ella me sonrió
   y yo la miré
   y entonces estuvimos en el paraíso
   por eso no se caerá el mundo.”)

Se sentó en la arena cerca mío sin hablar y yo hice una pausa y miré alrededor, estábamos solos. ¿cómo había aparecido? ¿por donde había llegado la Diosa de las Dunas? ¿cómo no la había visto venir? Estábamos en medio de una ondanada de arena rodeados por las crestas de las dunas. Sonrió levemente en un estilo que inexplicablemente califiqué de “italiano”, haciendo un movimiento de cabeza. Bajo  la sombra del ala de su sombrero, sus ojos oscuros era aún mas bellos e inquietrantes. Buscó un cigarrillo en su bolsa y lo encendió,  después hizo otro gesto señalando la guitarra como pidiendo que siguiese tocando y entonces con la misma naturalidad que estando solo canté con las tres cuerdas de mi guitarra y sin variar el tono libre del diapasón, la historia del “Tigre, Secreto... y Tigre”


"Un tigre tenía un secreto
escondido en en un pozo
detras de un espejo 
al pié del manantial.
En las noches de luna
desenterraba el secreto 
y lo echaba a rodar..."


Era un largo poema que estaba imaginando por esos días donde un tigre liberaba su imagen del espejo para tener con quién jugar y compartir sus secretos.
Su inesperada presencia me hacía sentir bien, ella no me perturbaba ni me cohibía como la mayoría de la gente. Podía seguir cantando con confianza. puesto que ella no tenía una actitud crítica, y cuando terminé de cantar, después de un breve silencio me dijo:
-¡Que hermoso, parece un cuento de Borges por el tigre.
- Puede ser. –le dije. Aunque todavía no leí mucho de Borges.
- El tigre es una imagen que utiliza frecuentemente –dijo ella. – en sus poesías y en sus cuentos.
Y ahí nomás, en pocas palabras me refirió la historia del tigre que tiene la clave del universo inscrita en las rayas de su cuerpo. Me pareció formidable la relación con mi historia de tigres y me gustó mucho la forma en que ella citó el texto de Borges, tratando de recordar las palabras exactas con su cálida voz.
Me pidió que siguiese cantando y me vi obligado a advertirle que no sabía cantar, que solo acostumbraba cantar o mas bien vociferar algunos poemas para mi mismo y que tampoco sabía tocar la guitarra, por eso que no usaba el diapasón y solo hacía vibrar el sonido libre de las tres cuerdas,  y que había buscado la lejana soledad de los médanos huyendo de la gente y también para no herir oídos musicalmente sensibles, pero puesto que ella había llegado hasta allí introduciéndose dentro de mi ámbito sonoro, podía seguir… cantando.
- Me gusta mucho lo que hacés. –y sonó tan sincero que le creí.
Hice varios temas con ese sonido persistente y monótono y cuando la sombra de la cresta cubrió la ondanada de las dunas nos fuimos caminando lentamente hacia el pueblo intercambiando nuestros nombres en pleno atardecer y  ya cerca del Pinar, en un desvío del camino me dijo:
- Yo estoy viviendo aquí en “La Mosca”, ¿querés venir?
La Mosca” era el boliche bailable de más onda en La Villa aquél verano. Estaba perdido entre los médanos y a un lado estaba el motel que consistía en una hilera de habitaciones. El dueño del lugar era un tal Ben, un tipo misterioso de barba que yo veía pasar siempre por el pueblo conduciendo su jeep.
- Ben me deja vivir en un cuarto del motel, total está todo vacío al final de temporada... ¿vos lo conocés?
- Si, –le dije. –de vista, es un viejo jazzero...
- Es un tipo muy raro, –dijo Melina. –tiene la biblioteca de libros esotéricos más completa que yo haya visto. Vení, es por aquí, nunca hay nadie.
Entramos y quedé fascinado al ver el interior de su habitación que parecía una gruta mágica. Lo más notable era que a la cabecera de su cama había puesto un árbolito seco lleno de adornos  colgados de sus ramas y por todos lados libros y tratados de pintura y candelabros con velas de colores y colección de llaves viejas, ¡un caleidoscopio! una bola de cristal, caireles de lámparas y llamadores de ángeles, ramas y raíces de formas extrañas que parecían esculturas naturales, un clavecin, un espejo trizado:
- Los espejos rotos se curan derramando aceite sobre la superficie... Un voluminoso tratado de magia, frascos de perfumes y anillos poderosos y sahumerios, copas y botellas con líquidos de colores, y sobre una repisa un inmenso zapallo redondo y anaranjado y sobre el zapallo una vela roja medio derretida...
- ¡El zapallo que se hizo cosmos! –exclamé señalándolo en una clara alusión al cuento de Macedonio que había leído hacía poco.
- El mismo, –dijo ella -el que traspasará los límites del universo.
 Su voz tenía un tono muy sensible, parecía que hablaba desde el corazón.
Me senté en un rincón donde había varios almohadones, ella cerró puertas y ventanas, encendió varias velas y nos sentamos juntos a mirar un libro de reproducciones de pinturas de El Bosco.
Estábamos muy cerca uno del otro mirando las imágenes fantásticas del pintor flamenco. Ella era realmente hermosa, sin duda, pero lo más atractivo era su intelecto. Esa chica ya se había leído todo, y no era nada tonta ni presuntuosa, puesto que hablábamos de arte y literatura con total naturalidad mientras me mostraba extraños ejemplares de "La Rama Dorada", "El Libro de los Sueños", "Al Revés"... Yo la veía ahora bien de cerca, detalladamente, no usaba ningún maquillaje y no lo necesitaba, de piel cobriza y satinada, ojos marrónes oscuros un tanto nostálgicos y una boca sensual que conservaba aún rasgos infantiles, lucía toda una textura homogenea: su piel de cobre con su saco de gamuza marrón árbol y su pantalón de corderoy verde hoja, su pelo castaño dorado, era todo muy cálido, con los colores de la tierra, del sol, de los árboles, de los metales. Y así como inexplicablemente en las dunas su primer sonrisa me pareció “italiana”, es decir gestual, la sonrisa de alguien acostumbrado a vivir en soledad y que en esa sonrisa expresa muchas cosas, su voz, en cambio me parecía “griega”, es decir primitiva, brotando del centro emocional, irradiando desde su plexo como un fuego sagrado.
- Soy Aries, –me dijo - la cabeza del zodiaco.
Tomamos unos estimulantes y compartimos una “Instilasa” mezclada en un té de yuyos y  enseguida iniciamos una animada conversación que duró varias horas. Ella hablaba y yo seguía su discurso apasionado prestando suma atención. Las gotas nasales nos conducían infaliblemente a través del complejo laberinto de la memoria. Era ineludible y Melina narraba como si los visualizase fragmentos enteros de su vida pasada. Así fluían desordenadamente lejanas imágenes infantiles a la vez que experiencias trascendentales de su adolescencia. A veces completaba su relato con referencias literarias. Y siempre haciendo alusión a lo emocional, a lo afectivo, a lo orgánico, a lo esencialmente humano, a lo real. En su conversación no había nada delirante como en mis parlamentos fantásticos. Todo era coherente y lógico, aunque algunas veces se detenía de pronto en medio de una frase, se llevaba la mano a la frente y exclamaba:
-¿Qué te estaba diciendo?.. ves, ya me olvidé. –y sonreía como al borde del llanto, para enseguida decir como tratando de recapacitar: -¿no ves? ¡no hay derecho!.. pero no puede ser… ya me voy a acordar...
Para distraerla de su olvido tomé el diccionario de la biblioteca, busqué y leí:
- Melífero, que produce miel. Melifluo: que destila miel. Fig.: Suave como la miel. Ej.: Elocuencia meliflua.
Nos reímos juntos. Pero ella continuaba pensativa, así que continué:
- Melindre: nimia delicadeza. Melindroso: ridículamente delicado… A ver… Aquí está. Melinita: del griego, melinos: de color de membrillo. Explosivo que contiene ácido pícrico. Melino, melina: de Milos, isla de grecia.
- Milos quiere decir “manzana” en griego. –acotó Melina.- Milos es la isla de las manzanas. – y de una frutera tomó una manzana muy roja que me ofreció.
Yo estaba encantado con su nombre. No era un nombre tan común en esa época. Pero cuando quise tomar la manzana, me advirtió:
- Saquemoslé el cabito, – y ella misma lo arrancó diciendo: - el cordón que la une al origen... al árbol. Hay gente que se come la manzana sin sacarle el cabito, como que no les interesa por donde viene... ahora sí, tomala y continuó - el diccionario...Cortazar lo llama "el cementerio", y a mi me encanta el diccionario, sus definiciones exactas, precisas, sintéticas, concisas, habría que hablar citando las definiciones del dicionario para cada palabra... o intercambiando términos como en el gíglico -reflexionó ella mientras yo le daba un mordiscón  a la lustrada manzana red delicius y se la pasaba. Pareció recordar algo pero que no era lo que había olvidado. 
- Yo soy como la “Gradiva” de Jensen -dijo "la que avanza" ¿la leiste?
No, y era un libro mas que yo no había leído, entonces ella me contó la maravillosa historia de Gradiva, “la que avanza”. Toda una historia basada en el detalle del ángulo del pié de una estatua al caminar me hizo recordar un cuento improvisado de Rennée acerca de un campeón de tenis prodigioso.
- ¡Que increíble! –dije. – Renée me contó una historia con un elemento en común: el pié en ángulo al avanzar.
- ¿La negra Renée? –preguntó Melina sorprendida.
- Si, claro, ella. –contesté yo y a los dos nos pareció que a la sola invocación de su nombre, Renée se hacía presente en esa habitación, y agregué como si se hiciese evidente algo que hasta entonces intuía oscuramente:
- ¿La conocés?
- ¡Claro, –dijo Melina. – si es la mina más genial de Buenos Aires!
Y hablamos de ella, de esa mujer extraordinaria que de alguna forma nos influenciaba y ejercía sobre nosotros una atracción irresistible.
Seguimos tomamos té y volví a recitar mis canciones en la guitarra.
 - Vos tenés que leer "El Libro de Monelle”, de Marcel Schow, la historia subreal de las pequeñas prostitutas, estoy segura que te va a encantar... 
Yo anotaba mentalmente títulos y nombres de autores como si ella fuese un catedrático impartiendo una  importante bibliografía.

En los días siguientes anduvimos siempre juntos por la Villa. Paseabamos por el pueblo mientras los altoparlantes pasaban una y otra vez “Tardes azules de la Villa” de Baroncela. Conseguimos algunas Instilazas y fuimos a tomar el té en un bar donde conversamos durante interminables horas. Me gustaba su risa franca y su ternura. Me parecía un ser excepcional. Decía naturalmente cosas muy sábias.
- Hay que prestar atención a los pequeños detalles: hay gente que habla de amor mientras destroza una flor o mutila una hoja. 
Otros se creen muy inteligentes pero apenas dan unos pasos se tropiezan con un perro.
Detesto la torpeza. No hay nada peor en la vida que ser torpe.
Había cambiado su chambergo marrón por una luminosa boina amarilla. Nos sentábamos en la vereda y me decía:
Me gustaría tener un hijo con vos porque me parece que sos una persona buena. 

Inmediatamente tuvimos un hijo, como suele suceder en las parejas platónicas donde los hijos surgen a cada paso aveces en forma de creaciones espontáneas... conocimos a un cineasta novel que vestía exoticas camisas rusas bordadas con flores y era rubio de ojos azules y muy amable y andaba todo el tiempo con su cámara planeando las escenas de un film y quería filmar a Melina, estaba obsesionado por su imagen, nos buscaba por el pueblo con su jeep y nos íbamos a los médanos. Allí hacía largas tomas de Melina en diferentes situaciones: caminando, corriendo junto al mar, deslizándose por una duna, o asomándose entre los plumerones de las brujas. Nos divertíamos sin dar mayor importancia a lo que hacíamos y el cineasta nos parecía ingenuo, bello y amable. Y con Melina nos habíamos convertido en compinches inseparables.

Una mañana llegaron Miguél y Pipo. Venían del campamento de Valeria del Mar. Yo había ido con Melina a la playa a ver el amaneccr y ahí me encontré con mis amigos que acababan de llegar. Nos abrazamos efusivamente, y si, habían huido del campamento del grupo esotérico abrumados por el orden y los ejercicios espirituales y venían a buscar otra vez la libertad anárquica de la Villa. Yo estaba sentado en la ladera de un médano mirando el sol que brotaba del mar como de adentro hacia afuera y Pipo y Miguel se sentaron junto a mi mientras me contaban diversas anécdotas del campamento. De pronto vieron a Melina caminando por la orilla del mar con su boina amarilla jugando con los perros de agua y  se quedaron petrificados. Ella se volvió a mirarme desde lejos y me hizo un gesto de saludo con la mano.
- ¡Chau! –dijo Pipo. ¿quien es esa mujer alucinante?
- ¿Está con vos? –me preguntó Miguel. -¿te la ganaste?
-  Fuira buitres. –les dije yo. – Es una amiga, es Melina.
Entonces ella llegó hasta donde estábamos y los saludó sonriente. Pipo estaba deslumbrado y Miguel hacía lo posible para acaparar su atención y Melina ya estaba encantada con ellos. Ahí apareció una  guitarra y Miguel se puso a hacer alguno de sus temas.
 Yo me sentía mas celoso y desplazado a cada momento. Ya había empezado a perseguirme y no había más que dejarse llevar por la ola.
Caminamos por las calles y yo me iba quedando atrás, pero Miguel enseguida me notó raro y me preguntó qué me pasaba.
-¿Sabés qué me pasa? –le dije –que cuando nos encontramos es una fiesta  y una alegría increíble, ¿viste? Nos abrazamos y saltamos de contentos, pero eso nunca dura demasiado ¿cuánto tiempo puede pasar hasta que volvamos a pelearnos y a mirarnos con odio?
- Y bueno, –dijo Miguel. -¿qué querés?.. la amistad es así: encontrarse, abrazarse y vibrar de alegría, pero después del abrazo ya no se sabe y puede pasar cualquier cosa, además ya sabés, yo siempre digo que más que amigos necesito cómplices.
Ese día recorrimos juntos todos los boliches de la Villa encontrando a la gente amiga y conseguimos más pastillas y mas Instilazas. Tomamos cerveza en un bar y Melina fluctuando entre los tres. ¿quién tenía más posibilidades de ganársela?.. había claras muestras de rivalidad y yo detestaba competir. Sin duda no creía tener muchas posibilidades junto a mis amigos.
Me escabullí del grupo y pedí una plata prestada a los artesanos y saqué un pasaje en el ómnibus de la noche para Buenos Aires. Además el verano ya llegaba a su fin y había que volver, pero
antes de la salida del ómnibus busqué a Melina y le dije que me iba.
-¿Qué te pasa?  -preguntó -¿cómo te vas a ir así cuán ladrón en la noche?
- Chau, Melina, –le dije. –no te puedo explicar pero… tengo que irme, estoy en peligro, nos vemos en Baires.
Y esa misma noche me fui de la Villa.

Volvimos a encontrarnos meses después en Buenos Aires en la puerta del bar La Paz pero ya era pleno invierno y anduvimos de bar en bar un par de días largos sin dormir y hablando sin parar  hasta que Melina se acordó que podíamos ir al departamento de Cocho que era ahí en la calle Junín, a la vuelta de la  mole sombría de la Facultad de Medicina, un edificio de departamentos muy antiguo y atravesamos  un largo corredor de pisos espejeantes hasta un ascensor-jaula negro de hierro forjado con ornamentos barrocos, y después otro corredor con suntuosas puertas de madera oscura, y en todo ese laberíntico trayecto ni la más mínima señal de presencia humana, silencio total, ni voces lejanas, ni música de la radio, ni ruidos, ni gritos de chicos, ni olores de comida, ni el mas mínimo vestigio de vida en ese extraño lugar desértico... aveces la realidad es tendenciosa, las puertas eran altas, los techos elevados. ¿para qué hacían las puertas tan altas?...¿para que pasen los fantasmas?..
Melina llamó a una puerta y esperamos largo tiempo hasta que Cocho salió a abrirnos. Lo miré extrañado: aquel personaje amorfo e intrascendente que me habían presentado una noche en el hotel Melancólico se había transformado en este hermoso príncipe, alto y esbelto, de aspecto anglosajón, preciosos ojos celestes, pelo largo y lacio hasta los hombros con mechones dorados, cuando el otro era gordo y fofo y peinado a la gomina... y esa forma tan graciosa de pronunciar la erre gutural... era el mismo, ¿qué había pasado?.. Yo no podía entender un cambio tan rotundo. Ahora se percibía en él una mente ágil y un estilo atrayente con un sentido del humor encantador, entonces ¿cómo podía ser aquella persona oscura y densa que yo había conocido y a quién ni siquiera había tomado en cuenta por su aparente insignificancia? Se había realizado una profunda transformación alquímica como una operación de cuervo negro a ave del paraíso...
El departamento era también su estudio y estaba extrañamente desordenado.
- Llegan cuando ya se terminó todo. –nos explicaba Cocho mientras recorríamos las sucesivas habitaciones donde se acumulaban contra las paredes sus magníficas pinturas monumentales: inmensos bastidores de lienzo blanqueados al latex y salpicados y tachados violentamente con gruesas capas de oleos y esmaltes de colores estridentes, con grotescas figuras humanas como garabatos infantiles desmesurados hechos con gruesos trazos negros, de ojos desorbitados y bocas devoradoras... Me facinaron sus pinturas puesto que estaban en la linea de los pintores que a mi mas me gustaban por entonces: Deira, Macció, De la Vega...
- Hasta ayer había mil quinientas personas viviendo en este departamento, era una especie de comunidad, pero se pudrió todo, no resultó, la utopía hippy no pudo ser.
( a nuestro paso camas exageradamente revueltas, montones de ropa por todas partes, pilas de libros por el suelo) 
Al pasar junto a una montaña de ropa tomó un pantalón de terciopelo rosa.
- Todo el mundo con ropa loquísima, –decía Cocho –yo me ponía este pantalón con una túnica marroquí y…esas botas blancas, música todo el tiempo, locura, mucha locura, se terminó, vengan, estoy refugiado allá arriba en el altillo.
Melina observaba todo sumamente divertida mientras subíamos una escalerita hasta el refugio de Cocho y nos sentamos en el suelo sobre una colchoneta.
- Primero corté con mi mujer y los chicos, bueno, se fueron, que se yo, después fue la invasión ¡¡¡todos los delirantes de Buenos Aires viviendo aquí!!! La negra y Grass arrojando fosforos encendidos contra la pared...
(comenzó a armar un join)
- Es yerba de la plantación... en la terraza había una selva, estos son los últimos capullos, qué se yo… yo creía que iba a pasar algo, ¿entendés? que se podía formar un grupo interesante, que podía surgir un equipo de trabajo, que íbamos a hacer algo, que el caos se podía organizar… pero no, puro reviente, nada mas... al principio: yoga, masajes, meditación y después se fue todo al carajo.
- Ah, eso, haceme unos masajes –pidió Melina. –estoy tan dura, aquí, los hombros y la espalda.
-Si, claro. –dijo Cocho. –Pero primero voy a poner un poco de música.
- Para hacer masajes pone algo con onda, poné Concierto de Aranjuez que me gusta tanto.
-Bueno, vení, acostate aquí, boca abajo y andá relajando los músculos, las tensiones, dejando que la energía fluya libremente a través de los centros...
Los dedos ágiles de Cocho comenzaron a presionar con precisión la espalda de Melina subiendo y bajando a lo largo de la columna vertebral, después masajeando suavemente la línea de los hombros, como amasando...
Yo ya tenía pensamientos bipolares: ¡ah, que bien, hay yerba!, y al mismo tiempo presentía el inminente peligro de la persecuta. Aranjuez sonaba como por primera vez, fabuloso y el joint pasaba de mano en mano y entre los masajes Cocho y Melina hablaban, y enseguida el “complot” se instaló en ese lugar. Ahí estaban ellos hablando... en código cifrado… acerca... de mi... y se reían burlándose disimuladamente... finalmente habían conseguido llevarme... hasta allí... yo me inmovilizaba pegando la espalda a la pared sin apartar los ojos de mis amigos con expresión expectante. Ellos no tardaron en percibir mi rigidez, pero hicieron como que no pasaba nada mientras seguían hablando en código: -¿qué me pasaba? – nada, es así, – le pega mal, – vaya a saber qué siente, – debe pensar que ya está listo, – y mucho no se equivoca...
Hice un esfuerzo sobrehumano hasta levantarme y fingiendo absoluta serenidad, comencé a observar la habitación,  y aparentando querer conocer el resto de la casa aproveché para bajar por la escalera; trataba de actuar con la mayor naturalidad pero todo movimiento resultaba terriblemente superfluo y sospechoso, hasta que de pronto se me ocurrió: ¿por qué no iba al baño?, era natural, en cualquier circunstancia estaría excusado, no estaba clavado en el lugar como me parecía. 
Fui al baño sin verdadera necesidad pero desde ahí me parecía seguir oyendo sus voces que decían: - ¿qué hace? – nada, cualquier cosa, todo mentira, - tiene miedo, – y hace bien - 
Yo trataba de pensar coherentemente, no quería oírlos pero estaba conectado a sus voces, aquí, adentro de mi craneo, entonces comencé a recorrer la casa.
 Me asomé a la cocina... era el lugar mas sucio y desordenado que se pueda imaginar: la pileta, la mesada y  hasta el piso estaban llenos de platos sucios y ollas con restos de comida, vasos con rastros de vino y cerveza con cenizas y puchos de cigarrillos y botellas vacías y tachos desbordando de basura y bolsas de residuos reventadas y moscas y cucarachas y trapos de piso pringosos y agua estancada y allí, ¡el clásico plato con el huevo frito y el pucho aplastado en el medio! A primera vista sentí repulsión... pero el sol del mediodía entraba por la ventana abierta cayendo sobre toda aquella inmundicia con chorros de luz dorada y de repente me pregunté si aquella imagen imposible no sería una de las tantas “pinturas” de Cocho... Todo era muy hiper-realista y tenía los volúmenes y las dimensiones reales, pero había “algo” que me hacía sospechar de las casualidad y  la causalidad de semejante caos: esos restos de huevo frito en el plato estaban como pintados, y los vasos y botellas a contraluz en el marco de la ventana combinaban tonalidades muy estudiadas y exquisitas... la distribución de las pilas de platos usados y cubiertos sucios tampoco parecía nada casual, y hasta la gota de agua cayendo insistentemente de la canilla mal cerrada y haciendo rebalsar la pileta y desbordando por el piso hasta formar un inocente arroyito hasta la rejilla lograba un efecto impresionante. Todo el cuadro se completaba con profusión de elementos marcadamente plásticos como correspondía a la vivienda de un pintor: platos y paletas con pomos de pintura, jarros con cantidades de pinceles, botellas con aceites y solventes, trapos coloridos donde se habían limpiado pinceles de diversos colores (verdaderas joyas del arte-accidental-efímero) y las paredes cubiertas de ilustraciones y graffitis, y ahí mismo, frente a mi, en la pared sobre la cocina en grandes letras rojas de aerosol la advertencia fatal: “¡CUIDADO CON LA PINTURA!”
Ya no cabía ninguna duda, era todo una pintura más, uno de los cuadros de Cocho, tal vez una instalación semejante a “El Batacaso” que en esos días escandalizaba en el Di Tella.
Volví de mi distracción al oír las voces de mis amigos allá arriba:
 - ¿pero qué se creía, que era todo basura? – preguntaba Cocho y Melina que decía: -...y, uno siempre pone afuera lo que tiene adentro... (pero... ¿cómo harían para saber lo que yo estaba mirando?.. esta pregunta era tan recurrente que ya no quería volver a formulármela... ¿tal vez los Beatles habían creado un nuevo paradigma psíquico al cantar “estoy mirando a través tuyo”?..)¿entonces ellos veían lo que yo mirara? ¿eran videntes como esos que con los ojos vendados adivinaban los números del documentos? ¿por qué no me dejaban tranquilo? ¿por qué tenían que ocuparse de mí? ¿por qué no se concentraban en el masaje?.. y así seguí recorriendo la casa.
- ¿adonde va? – qué se yo -  se querrá escapar - siempre se va - ¿por qué? – ¡no sé! -  es lo único que se le ocurre, se pone paranoico… y se va...
Bueno, pensaba yo, ya que lo saben todo, está bien, es eso lo que tengo a hacer, me tengo que ir...
-Escuchá este cuento del paranoico. –decía justamente Cocho.
-¿A ver?, contame...-le daba pié Melina.
-Un paranoico sube a un taxi, -cuenta Cocho –y el tachero le pregunta: “-A donde quiere ir, señor?, y el paranoico le dice: -“No te hagás el boludo que vos sabés muy bien a donde quiero ir.”
Yo seguía mi pensamiento: es imposible estar con gente que ya lo sabe, me inmoviliza, yo me voy, de paso se quedan mas tranquilos solos, para hacerse masajes...
Subí las escaleras y agarré mis cosas con fingida naturalidad.
- ¿Qué hacés, Omar? –preguntó Melina.
- Me voy, estoy cansado.
Ella se echó a reir.
- Viste, ¿qué te dije?
- Será por eso que me voy, porque lo dijiste.
- ¿Siempre te vas?.. Mirá que hay algunos que se van para hacerse notar...
- No seas ridícula, tengo sueño.
- Y dormí aquí.
- No puedo.
- ¿Tenés miedo?
- ¿Yo… de qué?
- Eso quisiera sabe:. ¿de qué tenés miedo?
- Chau, Melina, chau Cocho.
Y bajé las escaleras y atravesé las habitaciones y cerré la puerta detrás de mi. El corazón me latía precipitadamente. Creía que no iba a poder salir de ese ámbito persecutorio, pero caminé lentamente por el pasillo, comencé a bajar las escaleras y de pronto me detuve y me senté en un escalón ¿a donde iba? ¿qué estaba haciendo?
Así permanecí largos minutos hasta que oí el ruido de una puerta y después pasos por el corredor y Melina apareciendo junto a mí.
 Bajó unos escalones y se sentó a mi lado divertida.
-¿Qué hacés? – le pregunté. - ¿adonde vas?
- ¡Y vos?... ¿Adonde querés ir?
-Vamos a mi casa, necesito bañarme, comer algo, dormir…
- Hacia el sur entonces. –dijo Melina con tristeza. – El sur siempre…

El sur… El sur mío no era precisamente el sur borgiano de las quintas y las casas de fin de semana; el sur mío era mas bien arltiano: el sur industrial de Avellaneda, Gerli y Lanús y mientras íbamos en el ómnibus Melina preguntaba extrañada mirando por la ventanilla:
- ¿Qué es esto, Omar?...¿dónde estamos?... ¿esas casitas todas iguales y  todas diferentes... sin estilo definido, cada una con su diminuto jardincito al frente como un trofeo de miseria...  ¡estamos en el borde de la media!.. de la clase media, y un paso más allá está el infierno de las villas, aquí estamos justo en el límite...
- Cierto que vos sos de la aristocracia del norte. –le dije molesto.
- Del Moco Amarillo, para ser más exactos, –aclaró ella. –
es decir toda esa zona del norte de Olivos, Vicente López y Belgrano, esa es otra frontera, más allá están los del Moco Verde, más para el lado de San Isidro...
Bajamos del ómnibus, cruzamos la calle y entramos en el boliche de mis viejos, saludando distraídamente y enseguida nos metimos en mi habitación.
- ¡Vivís en el almacén del barrio, Omar! –exclamó Melina.
- Si, pero eso es cosa de ellos – me defendí -yo nunca seré comerciante
- Y tus viejos ni me saludaron ¿qué les pasa?
- Nada... No son muy sociables, pero además no te oyeron, no oyen bien.
- ¿Sordos? –dijo ella. –¡Encima te tocaron los sordos!..
- Bueno, cortala, Melina, no seas tan brutal, todo eso es problema mío.
Y era cierto, porque ese mundo que me rodeaba y del que formaba parte era mi mayor problema.
- Pero mi mundo empieza aquí. –le dije señalando mi
 habitación -esta es mi isla, relativamente independiente, para ir al baño o a la cocina hay que atravesar la linea de fuego, ser un poco coherente, saludar: buenos días, ¿qué tal, cómo le va? tratá de no crearme problemas, por favor, así y todo más de un día no nos aguantan, enseguida nos sacan a patadas, aprovechá para dormir.
- ¿Vos no vas a dormir?
- Yo estoy aquí escribiendo.
Aquella habitación comunicaba al fondo con otro cuarto más chico que yo usaba como escritorio. Debajo de una ventanita estaba la mesa de trabajo con la vieja Remington de mi papá rodeada de papeles y libros, un sillón frente a la mesa, varios estantes con libros y una vieja alfombra cubriendo el piso.
Melina se durmió en la cama grande de la habitación y yo entré en el escritorio y cerré la puerta de comunicación para apagar el sonido de la máquina de escribir. Hacía tiempo que venía pensando una historia y de pronto la veía con claridad y sentía que tenía la energía necesaria para escribirla. Sería un cuento largo: Un hombre se sumergía bajo el agua para realizar una prueba de resistencia. Quería medir el tiempo que le era posible permanecer bajo el agua sin respirar. Se sumerge con un cronómetro en mano, lo pone en funcionamiento y observando como avanza la aguja del segundero, comienza a imaginar una extraña historia. Ve un mar muy azul y las orillas de una costa montañosa y en la ladera de la montaña un pueblito de casitas blancas, sin duda es en Grecia, le parece, un pueblo de pescadores… Olvida el tiempo del cronómetro y se introduce en la historia que empezará a desarrollarse a partir de esa imagen inicial.
Al mediodía nos llamaron a comer. Había que ir para no crear problemas. Y fue un bajón, porque mis viejos hacían cantidad de preguntas y Melina sabiendo que no oían bien contestaba con una voz inaudible de modo que sólo yo podía oír sus respuestas, por lo que se hizo automáticamente antipática y por lo tanto nos echarían antes de lo previsto.
Volví a escribir en mi escritorio mientras ella volvió a  dormirse.  Durmió todo el tiempo mientras yo escribía sin parar la absurda historia del sumergido. La máquina de escribir repiqueteaba echando chispas y tenía que hacer regresar al sumergido a la superficie para respirar pero pasaban los años.
Mis viejos se estaban poniendo cargosos y querían que nos fuésemos, ¡esto no es un hotel alojamiento!.. decían... pero... ¿por qué Melina dormía tanto?, la desperté.
- Melina, hay bronca, te tenés que ir.
Se despertó con un humor de diablos, agarró sus cosas y se fue. Por la ventana la ví parar el colectivo en ese atardecer desolado.
Y me acosté y dormí semanas enteras.