sábado, 26 de marzo de 2016

omaragon omarteum: “GENERACIÓN DESCARTABLE II” - Capítulo 10

 “Generación Descartable II “



Capítulo 10

“EL ROCK DE CLARITA
MESCALINA”

Contar una vez más la historia de Clarita que ya he contado tantas veces…
Contar otra vez la fantástica y terrible leyenda de Clarita Mescalina que ya he contado millares de veces. Una
vez más, mil y una vez. La misma historia que llevo contado y recontado infinidad de veces
Y a veces se me hace increíble a mi mismo que haya sucedido realmente una historia tal y exactamente
como la recuerdo, y me pregunto si no la estaré inventando cada vez que la cuento.
Así es que salimos de Río de Janeiro aquel pintoresco grupo de argentinos: Gracielita, Nora, Marcela, el
Peli y yo. Y nos dividimos en pequeños grupos a la salida en la autopista Río - Sao Paulo.

Habíamos llegado hasta allí todos juntos en la parte de atrás de una camioneta. Nuestros pelos se alborotaban al sol y veníamos cantando y tocando en las dos violas que llevábamos. Y a partir de allí yo me puse a hacer dedo con Graciela que estaba ese día especialmente hermosa, porque la loca se había puesto una túnica blanca de maya tejida y exhibía desafiante sus hermosas tetas en transparencia. Con su pelo lacio cortado a lo paje parecía una de las jóvenes griegas de Afrodita. Pero también tenía algo de muchachote rocanrolero “da pesada”. Así que entramos a hacer carona en medio de
la autopista. En el bar de enfrente unos muchachos nos convidaron a tomar cerveja fresca. Nos sentamos ahí en su mesa y estuvimos bebiendo y conversando. Y al rato volvimos a salir a la ruta con más ánimo y paramos un camionazo de
aquellos que nos llevó hasta Sao Paulo. Elegimos ir en la parte de atrás, en el trailer para disfrutar el aire y el sol.
Así fue como caímos al atardecer en la feria de los hippies artesanos de Praça da República, en el centro mismo de la inmensa ciudad. Ya había refrescado y el clima era bien distinto del de Río. Al anochecer había que andar de abrigo. ¡Y cuánta gente loca había en Sao Paulo! Ahí si que el hipperío acababa de florecer y estallar. Se veían
“dulces montones”  de gente linda por todas partes. Largos pelos en libertad, hermosos sombreros y maravillosas
túnicas. En todo era notable una marcada línea orientalista. Hasta en la mirada y la sonrisa de la gente. Allí en esa ciudad, todos los jóvenes eran músicos,  artistas plásticos, cineastas y gente de teatro. En el extenso espacio de la ciudad había infinidad de galerías y salones de pinturas y esculturas. Los artesanos también eran excelentes y los puestos tenían tocos de mercadería.
El motivo real del viaje había sido el de recuperar la gran valija con ropajes fabulosos de Nora que había quedado olvidada en la sesión Equipaje de la rodoviaria; pero ya en el mercado de artesanía noté que Nora andaba preguntando en algunos puestos si no habían visto por ahí a Clarita Mescalina o a Maninha… Todos decían que ellas ese día no habían pintado por ahí y que de cierto debían estar en “la casona”. Maninha estaría esa noche en la vernisage de la galería. Allí la
encontraríamos. Y a Clarita podíamos buscarla en la casona. ¿Ya sabíamos donde era? El número no se acordaban, pero era tal y tal calle pasando el cementerio.
“Depois do cimiterio” habían dicho y el término sonaba como a “misterio”…
Pero nos contaban que ella estaba dejando la casona. Era así mismo, Clarita estaba muy loca y estaba
huyendo de su madre que quería meterla en un psiquiátrico. Andaba disfrazada para despistar a sus perseguidores. En cualquier momento saldría para Río de Janeiro con todas sus cosas y de allí volaría a Londres o tal vez a California.
Bueno, era mejor conseguir la dirección cierta de la casona y tratar de encontrar a Clarita antes que saliese
para Río. Y en algún momento pasar a buscar la valija y tal vez hasta podríamos regresar a Río con Clarita. Mientras tanto para conocer bien la dirección de la casona nos íbamos ya mismo hacia la vernisage de pintura a ver a Maninha.
Tomamos un par de taxis a través de largas avenidas y aéreas autopistas entre la gigantesca colmena luminosa de los edificios de la metrópoli mas densamente poblada de América del Sur.
En un lugar céntrico entramos en una gran casa colonial blanqueada a la cal, y atravesamos extensas salas de
exposición donde un mundo de gente deambulaba como entrenadando bajo las fuertes luces que iluminaban las pinturas. Y en una de esas salas encontramos a Maninha. Estaba rodeada de gente y conversaban animadamente. Se oía en un
volumen bastante elevado la música del Submarino Amarillo. Cuando vio a Nora se apartó del grupo y se saludaron calidamente. Yo me preguntaba ¿de dónde se conocían? … y era que Nora viajaba a Brasil muy frecuentemente y siempre que pasaba se encontraba con Maninha y Clarita. Pero siempre se habían visto en diversos lugares y Nora no sabía la dirección de la casona.
Maninha nos condujo a través de unos corredores y unas escaleras hasta un confortable despacho desde donde
se emitía la música del submarino que sonaba en la sala. Y ahí nos sentamos a conversar en unos cómodos sillones de cuero negro. El mobiliario perseguía los efectos contrastante del negro sobre el blanco. Las luces eran más tenues y yo
podía ver mejor a Maninha. Ella iba enfundada en un vestido negro y enseguida noté que era de una belleza inquietante. Nos sirvió whisky con mucho hielo en unos enormes vasos tallados, y entonces a mi me pareció que ella era… Gato. Si,
sin duda ella era la Gato Poeta que yo tanto había buscado en Buenos Aires antes de salir de viaje. Pero esta era una Gato un poco mayor y algo mas evolucionada.
Ya me habían dicho que sus pinturas eran formidables y que sus obras se vendían muy bien en Brasil y en el
exterior. Y sin duda alguien podrá decir que Maninha no se parece en nada a Gato, pero yo veía a Gato como en el trasfondo de Maninha. Y Maninha se me aparecía como un ser fascinante. Los siguientes momentos que estaría con ella en aquella oficina sería la única vez que la viese, pero ella quedaría profundamente gravada en mi memoria. Yo la miraba entre extasiado y divertido.
En el fondo yo creía que estaba viendo a Gato haciendo de Maninha en una especie de superproducción. Algunos me dirán que Maninha es un ser muy superior y mucho mas desarrollado, pero yo había conocido primero a Gato… y los seres que durante nuestra vida se acercan a nosotros en la primera flor de nuestra juventud, serán luego para siempre los Dioses Originales hacia los que siempre se remitirán todos los otros seres. Pero, a veces también me pregunto: ¿y ellos, a su vez… quienes son en esencia… desde antes?
Maninha en tanto bebía de su vaso que entre sus manos parecía un diamante tallado con un líquido ámbar donde
flotaban pequeños icebergs.
Hablaba con Nora muy sobriamente: hacía ya algún tiempo que no veía a Clarita porque con esto de la muestra ya no iba por la casona y además, ya había sacado todas sus cosas porque iban a dejar la casa, ella ya estaba en su departamento y estaba trabajando mucho con una serie de fotos y pronto empezaría a rodar cinema. Pero estaba realmente preocupada por Clarita porque la veía demasiado alterada. Sin duda debía ser cierto que su familia la perseguía y que estaba en peligro, pero tal vez, además, ella estuviese un poco… confundida… Había estado tomando diversas cosas y lo que le estaba pasando era que no podía parar un poco… y andaba siempre disparando de un lugar a otro, y siempre como huyendo y
ocultándose. Haría mejor en tomarse su tiempo… Un poco de calma…
     -  Como yo le tengo ya dicho: tein calma Clara… calma… Ella tiene que ponerse a trabajar con su grupo y hacer su música… Solo eso… Si ella se pone a componer y a hacer su música nadie la va a perseguir, porque ahí nadie la puede alcanzar… Le estamos pidiendo la banda de sonido para el film… O son do filme… -decía Maninha
acentuando las palabras. ¡Que bonito que hablaba! Y esas palabras sonaban con tanta profundidad en su velada voz… “O son”… el sonido… “Do filme”… del film… Las palabras parecían sintetizarse hacia lo musical en su idioma. Ella nos miraba continuamente y volvía a mirar el iceberg flotante de la gema que consultaba entre sus manos.
Parecía proponernos que tratásemos de hacer algo por Clarita. Si ya no había salido para Río de Janeiro la podríamos encontrar en la casona. Pero es que tampoco estaba ya demasiado tiempo en la casona. Iba porque todavía estaban allá sus cosas, algunas cosas como sus libros, su ropa… Pero no paraba mucho tiempo en ninguna parte, porque decía que la andaban buscando y que tenía que salir pronto para Río…. La casona… era facil llegar… era en la rua tal y tal… ya sabíamos, si íbamos en el bus era pasando “o cimiterio”. Otra vez, pensé mientras salíamos de allí hacia las salas iluminadas: otra vez, todo se encuentra pasando el misterio…
La marea de gente nos hizo navegar a través de todas las salas por entre las manchas estridentes de las
pinturas y nos iba arrojando a diferentes playas. A último momento convinimos en encontrarnos bien tarde en casa de Iomara hacia donde irían Gracielita y el Peli porque tenían que pasar a verla, y la casona estaba muy cerca de allí.
Entonces Nora y yo decidimos que pasaríamos a buscar la valija por la rodoviaria, así nos podríamos cambiar y descansar un poco. Quedamos así: nos esperaban en lo de Iomara… Y nos largamos a rescatar la valija.
Otra vez un taxi veloz y al rato estábamos en la infinita estación rodoviaria de Sao Paulo.  Entonces pude comprobar que la valija era en realidad un enorme valijón de cuero marrón, muy grande y muy pesada que enseguida empezamos a arrastrar a través de un corredor. Nos sentamos a descansar apenas un momento en un banco y ya Nora empezó a abrir la valija ahí mismo.
Estaba llena de ropa, ropas maravillosas que yo casi no podía creer. Y estuvimos a punto de desplegar ahí mismo todo ese plumaje exótico, pero… buscaríamos algún lugar… ¡Ya está, iríamos a un hotel! Tan solo por un momento, para cambiarnos y luego seguir.
Era tarde y no habíamos parado en todo el día, desde Río. Tal vez hasta nos pudiésemos duchar un poco y descansar unos minutos. Nora notó que no tenía mucho dinero, pero iríamos a cualquier hotelito barato de esos de frente a la rodoviaria. Mañana tenía que ir al banco a sacar un poco de plata.
Frecuentemente Nora pasaba a hablar del argentino al brasilero y me preguntaba en portugués:
- ¿Vocé tein problema?... –y sin esperar mi respuesta, ella misma aseguraba: - Nao tein problema nao… -y enseguida generalizaba riendo divertida: - A gente nao tein problema nao.
Volvió a cerrar precipitadamente la gran valija donde transportaba su magnífico tesoro y nos
metimos en un hotelito frente a la estación.  Llenamos vagamente un registro con nuestros nombres y subimos una
estrecha escalera caracol de madera lustrosa hasta una piecita del piso superior donde todo era también de madera oscura, paredes, piso y techo, y había una camita de plaza y media frente a la ventana abierta a las luces de la noche. 

Y, allí si, finalmente, Nora abrió la valija maravillosa y el cuartucho se iluminó con sus vestidos fantásticos. Y aquellas eran unas ropas magníficas, de las telas mas soberbias y con los colores mas deslumbrantes. Allí brotaba esa profusión de gasa de seda violeta intenso que era su túnica: numerosos pliegues desde un talle princesa hasta sus pies descalzos. Sus pequeñas tetitas sostenidas por unos finos breteles. Tan flaca y alta que me maravillaba, con sus largos pelos color caoba de reflejos rojizos y dorados, largos hasta el culo, Nora se paseaba con aquella túnica violeta junto a la ventana abierta.
     -  No… -decía sonriendo – Todavía no me la voy a poner… Esta túnica es para cuando lleguemos a Venus… ¿verdad, Omar?... Yo para ahora me voy a poner esta, -decía - ¿ves?... Esta linda túnica de la India.
Y ciertamente aquella era una preciosa túnica en una tela muy finita como un lienzo en formidables tonos naranja con arabescos en bordó, con unas mangas muy largas y muy amplias. Era realmente muy bonita. ¿Iría mejor con el pelo recogido?
Yo la veía desfilar ante mí y me preguntaba si haríamos el amor. Entonces Nora me dijo muy entusiasmada:
     -  Y para vos, Omar, tengo una ropa genial, ya vas a ver… ¡mirá estos pantalones de terciopelo!… ¡¡¡dorados!!!
¿te gustan? A ver… ponetelos, tomá. Esos van a andar bien con esta camisa azul noche… a lunares blancos… y sandalias.
Y la camisa tenía unas amplias mangas isabelinas como a mi me gustan y ya estábamos admirablemente  vestidos en aquella pobre piecita de hotel de estación con todas aquellas ropas desplegadas por ahí alrededor nuestro… Entonces Nora encontró mágicamente una pelota de grass que había olvidado en un bolsillo de la valija y enseguida armamos unos charutos y nos embarcamos en una conversación muy delirante y nos fuimos tendiendo sobre la estrecha camita y atenuamos las luces y… estábamos tan cansados que nos quedamos dormidos ahí mismo.
Despertamos a media mañana. Estábamos durmiendo como príncipes vestidos con aquellas hermosas ropas,
espalda con espalda.
Y ya Nora estaba alarmada. ¡nos habíamos quedado dormidos! Era imperdonable, cuando había tantas cosas por
hacer. Nos habrán estado esperando en lo de Iomara. Y había que pasar por el banco. Después tratar de encontrar a Clarita. Saltamos de la cama. Todo el delicioso desparramo colorido de las ropas volvió a entrar en el valijón y allí
no pasó nada. Antes de salir me miró atentamente:
- ¿A ver cómo estás?... Si, -dedujo –estás bien, pero te falta algo… Ya sé, podés llevar esta bolsita marroquí colgada del hombro… Y… a ver… falta algo… si, en la mano… Tomá… llevá este rollo de dibujos. A ver… ahora si, parecés un ángel… El Mensajero de los Dioses…  o un juglar… y un clown. –y se rió estrepitosamente.
Salimos a la calle y tomamos un taxi hasta la zona bancaria de la ciudad. Hacía mucho calor y cuando entramos al banco nos pareció que entrábamos a un oasis climatizado. Yo veía nuestras fantásticas imágenes reflejada en todos los cristales y estábamos fabulosos. ¡Estábamos tan lindos! Era realmente divertido, y ciertamente aquella camisa azul a lunares blancos tenía mucho de payasesco.
Al volver a salir a la avenida candente tomamos un café en el lanchonette, con unos pastelitos, y
recién tras desayunarnos desperté por completo recordando que al final no habíamos hecho el amor anoche en el hotelito ya que nos habíamos quedado dormidos. Era lamentable. No habría otra oportunidad. Y hubiese sido genial, ¿verdad? Pero nos hubiese llevado mucho tiempo y nos estaban esperando. Además, ¿llegaríamos a encontrar a Clarita? Tal vez ya hubiese salido para Río. Así que volamos a través de la ciudad hasta la casa de Iomara donde nos esperaban el Peli y Gracielita.
La casa de Iomara estaba todavía en construcción en algunas partes, en el jardín y en la planta alta. Pero abajo ella ya estaba bien instalada. Ella y su marido. La construcción dejaba ver que sería un inmenso chalet. La parte de abajo tenía muchas habitaciones con muy pocos muebles y numerosos cuadros, porque Iomara y su marido pintaban. Ella era un tanto extraña. Enigmática y sombría, tipo princesa Soraya, en una larga túnica de hilo grueso de rústica trama color té se paseaba por las habitaciones hablando en un susurro. Podíamos sentirnos como en nuestra casa. Ella y su marido eran un tanto retraídos y les gustaba recluirse en sus habitaciones, pero nosotros podíamos andar tranquilamente por la casa. No debíamos preocuparnos si veíamos andar por ahí a los albañiles. Ellos estaban trabajando en la parte alta, y bueno, hacían ruido con sus herramientas todo el tiempo. Era infernal, pero había que adelantar la obra,  ya faltaba tan poco… En unos días podrían habitar los altos. Sería una hermosa casa con un gran parque y un lindo jardín a la entrada. La casona de Clarita estaba muy cerca de ahí, y Nora salió enseguida para allá. No valía la pena que fuésemos todos, mejor sería cerciorarse si Clarita estaba allá. Así que nos quedamos viendo las pinturas  de las habitaciones y después descubrimos que la casa tenía un baño fabuloso, muy blanco y grande como una cancha de tenis.
Yo me asomé al patio y vi. que andaban trabajando los albañiles. Instantáneamente uno de ellos me llamó la atención. Era muy hermoso, joven y fuerte. Rubión y musculoso, estaba vestido con un pantalón vaquero y una camisa escocesa a cuadros grandes rojos y azules. Pelo de oro enrulado y ojos celestes. Iba calzado con fuertes zapatones para la construcción. Con sus compañeros trasladaban unos tirantes de madera y unas vigas. Y nos saludamos sin darle importancia a la intensidad de nuestras miradas. Era muy gracioso y parecía un cowboy. 

Pero en ese momento llegaron unos amigos de Iomara y nos pusimos a conversar todos en la cocina. Al rato sacaron unos frascos de cocaína y empezaron a extender las brillantes líneas cristalizadas que aspiramos por turno. Los amigos de Iomara eran muy agradables y simpáticos. Y como hablaban tan de presa no los entendí del todo, pero sus gestualidad era muy expresiva, hablaban con todo el cuerpo.
Nora volvió enseguida para decirnos que había encontrado la casona pero que Clarita no estaba. Un amigo de Clara que todavía estaba viviendo ahí le había dicho que Clarita pasaría en cualquier momento. Debía estar por llegar. Los bolsos con su ropa y sus libros estaban allí. Ella había tenido que salir, pero enseguida volvería a pasar por sus cosas antes de viajar para Río. Había que pescarla, y Nora volvió a salir acompañada por el Peli.
Nos quedamos Gracielita y yo con los amigos de Iomara. Ella y su marido tomaron una líneas y volvieron a recluirse en su habitación. Sus amigos se miraban entre ellos y se reían. Hasta que uno de ellos finalmente dijo:
- Iomara, ela está muito loca…- y todos nos largamos a reír.
Recién en ese momento me di cuenta de que el nombre Iomara bien podía ser el femenino de Omar… I – omar – a… pero yo no lo había notado hasta entonces. Tal vez no lo noté porque los brasileros pronunciaban la I un poco como ye… Pero ¿cómo se escribíría?... ¿Iomara o Yomara?  Bueno, no tenía importancia, pero era muy posible que si yo hubiese sido mujer me habria parecido a Iomara: una mujer así, de pelo muy negro peinada en un alto rodete, con oscuros ojos enigmáticos y andar de somnámbula desplazándose a través de las habitaciones de la casa. Pero mientras estaba divagando con estos pensamientos, uno de los chicos dijo:
- ¡Elis son muito sádicos! Agora ya se sabe, se encierran en su cuarto y se hacen el amor durante toda la noche sobre una especie de tarima de aspecto teatral bajo la fuerte luz de los spots. Y cerca del amanecer se empiezan a castigar, se pegan y se torturan y gritan y lloran. A Iomara le gusta que él le pegue, y ela tambein gosta de bater. Tiene un buen puño dicen. A veces rompen todo y lloran durante varios días. Es así. Les encanta sufrir. Están muy locos.
Y después de tales infidencias los chicos se fueron, pero nos dejaron uno de esos frascos de vidrio marrón con ese polvo blanco hasta la mitad. Ahí había para estar cheirando y jalando toda la noche. Solo que estábamos un tanto impacientes.
Entonces Gracielita y yo nos empezamos a pasear por toda la casa como tratando de encontrar lo que estábamos buscando pero sin saber muy bien de qué se trataba. Hasta que al cabo de tanto ir y venir lo encontramos en el baño. Ahí nomas, revolviendo en uno de los armarios, entre las toallas y el botiquín de los remedios: una jeringa descartable envasada en esas bolsitas de celofán, una de esas hipodérmicas de plástico descartable.
En otros tiempos, en Buenos Aires, no hacía tanto, algunas semanas atrás apenas, cada uno tenía su propia jeringa. Andábamos por ahí con nuestras cajitas cada cual con su equipo de pico. Y había jeringas muy lindas: estaban las comunes de vidrio blanco y después otras finitas y largas de cristal transparente con el émbolo color caramelo.
 Renée tenía una de color azul-violáceo, y el Zombie exhibía una en forma de prisma exagonal. Y cada uno tenía su juego de agujas: largas y finas o gruesas y cortas, cada aguja enfundada en su tubito protector y provista de su finísimo mandril, y la sierrita de acero para limar las ampollas completando el juego endovenoso. Si, cada uno tenía su propio equipo, aunque al final uno se picaba con cualquier cosa, porque el equipo propio no era símbolo de individualidad, sino el simple dominio de una técnica de acceso.
Pero ahí habíamos encontrado esa simple jeringa descartable de lo más berreta. Made in U.S.A. Pero…¿cuánto polvo nos inyectaríamos?... Bueno, era mucho, pero podíamos diluirlo todo y picarnos la mitad cada uno. Nunca nos habíamos picado merca antes, ¿sería fuerte?... ¿cómo vendría?... Nunca podría ser más fuerte que los cócteles de anfetamina y meta-anfetamina que acostumbrábamos inyectarnos en Baires. Así que nos sentíamos despreocupados y sumamente concentrados en nuestros preparativos.
Diluimos el polvo blanco estrellado en el mismo frasco con agua de la canilla, así nomás, tapamos el frasco y lo agitamos un buen rato yendo de acá para allá por el amplio cuarto de baño. Eso si, batimos muy bien hasta estar seguros de que los gruesos cristales se disolviesen.
-  ¿No lo vamos a destilar con un algodoncito? –pregunté yo.
-   No, así nomás. –dijo ella, y se sonreía como las iguanas cuando toman sol.
Cargó la jeringa con la mitad del líquido y me la pasó, no nos íbamos a andar peleando de primero yo, y me
pareció bien justo que ella me privilegiase con la primera vuelta, no había que pensarlo, me paré en el medio del baño bien bajo la luz de la lámpara, ella me sujetó el brazo y empecé a buscarme la vena.
 Yo siempre tuve muy buena vena. Lo mas frecuente era que la mano derecha inyectase al brazo izquierdo. En el tubo del
grifo había un líquido blanco y espeso como la leche. Cuando entré en vena el tubo blanco se llenó de una especie de hongo atómico color rojo negruzco. Empujé el émbolo y lo mandé directo de una sola vez todo.
Casi ni me di cuenta que Gracielita me ayudó a retirar la aguja y desde ahí nomás empecé a caer.
¿Qué me estaba pasando? ¿Mierda, me estaba muriendo! Un sudor helado me arrebataba de la vida, un pesado golpe pegado en mi cerebro desde adentro y me caía, mi cuerpo pesaba varias toneladas, la luz eléctrica se salió saltando de la lámpara y entró a dar fuertes alaridos amortiguados de silencio, y yo caía y caía y nunca mas acabaría de caer. Aunque el piso blanco parecía estar tan increíblemente lejos como el techo y las paredes blancas, yo estaba cayendo y el golpe era
inminente. Quería mantener los párpados abiertos… Respirar era tan dificultoso… La gravedad se acrecentaba y mi propio peso se tornaba monumental. Me pareció oír el ruido de una ramita al quebrarse suavemente y comprendí que acababa de estrellarme contra el piso.
Estaba empapado de sudor, de un frío caliente y pegajoso. Detrás de los párpados, temblorosos los ojos exploraban como globos oculares aerostáticos los espacios interiores de la masa craneana, remontando desde los parietales hasta la nuca.
Ahí estaba, tirado y acabado y colgado de la nuca. Recién después del fuerte golpe me pareció que recobraba la respiración y los latidos corporales. Me extendí lo más posible sobre el piso de baldosas blancas helado. Se oía el agua rugir en la piletita del baño. Habíamos dejado la canilla abierta. Pero… ¿dónde estaba Gracielita?... No se podía creer… ahí nomas, parada allá arriba, todavía, picándose a contraluz y enseguida retirando la aguja y cayendo  también junto a mi, aunque me pareció que con un poco mas de gracia. Porque cualquiera hubiera dicho que en vez de caer se deslizaba muy suavemente, como por una ligera pendiente. Cayó sentada en posición de loto, y enseguida empezó a decir:
- ¡Chau!...¿Qué es esto?...
Se paró de un salto y entró a pasearse a grandes pasos por el baño.
-  ¿Qué pasa?...  -preguntó Gracielita subiendo y bajando de acá para allá.
-   Nada. –dije cuando pude articular alguna palabra.
Ella largó una risa que era como un resoplido de caballo y concluyó diciendo:
-  …pero ¡nos matamos!...
Mi cabeza giró sobre el piso rodando para un lado y frente a mi campo visual quedó el sobre de plástico arrugado de la jeringa. Bien frente a mis ojos y en primerísimo plano podía leer:

D I S C A R D E D
M A D E I N USA

-  No tiene importancia… -pensé yo distraídamente – Total somos descartables…
Después llegamos a la conclución de que el líquido era muy espeso, estaba muy grueso, era como una pasta. Tendríamos que haber destilado con un algodón. Nos podíamos haber matado.
Ya estábamos mas recompuestos y conversábamos quedamente sentados al borde de la bañera cuando apareció el Peli.
-  ¡Chau qué pálidos que están! ¿Qué les pasa?... ¿Qué se hicieron?... Nora y yo nos vamos a quedar allá en la casona esperando a Clarita que puede aparecer en cualquier momento. Estamos ahí con Claudio, un amigo de Clarita. Ustedes pueden quedarse acá si quieren y apenas venga Clarita los pasamos a buscar.
       ¿Ustedes estuvieron tomando de ese frasco?... Ya sé, estuvieron curtiendo merca… ¡¡¡Cómo curten
merca estos brasucas!!!... Todo el tiempo… todo el tiempo… ¿No me dejaron ni un cristalito? ¡Qué zarpados! Miren que esa no es como el vino que se va a la cabeza… esa se va para abajo…. directo a la Kundalini, a despertar el chakra sexual. No se vayan a copar… Es cierto, la energía entra al cuerpo como energía sexual, pero se puede transmutar en otro tipo de energía si uno quiere… bah, qué se yo… me parece… no me den bola…
Gracielita estaba como agotada y ahí nomás me dijo que se iba a descansar un poco. Se acostó en un sofá de la sala y se durmió instantáneamente.
Yo en cambio no quería dormir. Daba vueltas de acá para allá en silencio tratando de no despertar a Graciela.
Me desplazaba en la semipenumbra. Hacía calor pero estaba fresco. Pero…¿qué era eso que estaba viendo colgado del perchero del living?... Nada menos que una de esas magníficas capas negras marroquíes. Larga hasta los pies y ribeteada toda con un cordoncillo negro… Una belleza total… Me desnudé frente al espejo y me cubrí con la capa… 
¡Tenía capucha!...me la puse y me anduve paseando por la casa. Fui hasta el baño donde había quedado la luz encendida y la canilla abierta. Me miré en el espejo ante la luz despiadada del botiquín, estába lívido, tenía labios morados, cerré la canilla y apagué la luz. En un par de horas amanecería. Salí al jardín iluminado tenuemente por la luz de la luna. Noté que
había luz en la habitación de Iomara y se oían unos suaves gemidos.
Arriba, en la buhardilla bajo el tejado había una luz encendida. Subí lentamente por la escalera hasta el piso superior y pasando por un corredor encontré otra escalerita que llevaba al entretecho bajo el tejado. Subí, y por un hueco en el piso aparecí en plena buhardilla donde alumbraba la luz encendida. El piso era de largas tablas y había maderas apiladas por todas partes y un poco mas allá alguien dormía cubierto por una manta sobre un colchón extendido directamente sobre el piso. Me acerqué lentamente sin hacer el más mínimo ruido, pero cuando llegué junto al oculto durmiente, este levantó la cabeza, se asomó entre las mantas y me miró como extrañado. Y entonces pude ver que era nada menos que aquel cowboy rubión de ojos celestosos que había entrevisto esa tarde en el patio. Me quedé sorprendido ahí mismo sin saber qué hacer hasta que él sonrió dulcemente y se apartó un poco hacia un lado abriendo la manta para hacerme un lugar junto a él. Y yo solo tuve que dejar caer la capa negra a mis pies, dar apenas un paso y tenderme a su lado.

Desperté a media mañana cuando Nora vino a decirnos que por fin Clarita había aparecido durante la noche bien tarde, y que de veras estaba loquísima. Si, bellísima como siempre… ¡pero muito loca! Cuando Nora le dijo que estaba con unos amigos en lo de Iomara se puso un poco paranoica y dijo que no quería ver mas a nadie. Sus perseguidores solían
infiltrarse entre sus mejores amigos. Pero al final Nora la convenció de que éramos gente de confianza, amigos de Buenos Aires, gente legal, ningún problema. Entonces Clara dijo que bueno, que ella saldría a hacer los últimos arreglos para poder viajar a Río. Que la esperásemos en la casona, volvería esa misma tarde. Pero que tuviésemos mucho cuidado porque la casona estaba vigilada…
Preparamos nuestras cosas para ir saliendo y mientras tomábamos café en la cocina yo veía pasar a los
albañiles trabajando en el jardín. El cowboy me miraba desde lejos y cuando nadie veía me sonreía.
Esa tarde llegamos a la casona. Desde afuera me pareció un convento o una escuela abandonada con sus paredes descascaradas de un viejo color ocre desteñido. La puerta de entrada era un pesado portón de madera de dos hojas de un tono marrón oscuro y se arrastraba y gemía cada vez que se abría.
Entramos a un inmenso vestíbulo con desvencijados pisos de madera totalmente vacío y sumido en la oscuridad porque todas las ventanas estaban cerradas. Nora avanzó unos pasos y enseguida llamó:
-  ¡Clara!... ¡Clarita!...
Pero no hubo respuesta, y entonces dirigiéndose a nosotros dijo:
-  Todavía no ha llegado.
Y volvió a llamar:
- ¡Claudio!... Somos nois…
Pero tampoco hubo respuesta.
- Debe haber salido. –dedujo Nora – Vengan, vamos a esperar en la habitación de Clarita.
Y nos metimos por una puerta a uno de los lados del salón. Allí en la oscuridad encendió un fósforo que
anduvo hasta encontrar el cabo de una vela. 
La habitación de Clarita ya era otro lugar vacío. Solo quedaba una estera sobre el piso, un almohadón viejo y un revoltijo de papeles desparramados.. Pero en un ángulo detrás de la puerta
dos grandes bolsos de viaje y la guitarra enfundada en su estuche. Nos sentamos por ahí, sobre la estera, sobre los papeles desparramados y allí mismo desplegamos nuestros pertrechos de viaje abriendo nuestros bolsos, desenfundando nuestras violas y extendiendo paquetes de frutas y galletitas. En las paredes habían quedado algunos dibujos, pero se notaban espacios vacíos donde otros habían sido arrancados. Comimos un poco y el Peli se puso a practicar unos tonos en la
viola con Marcela.
Yo encendí otra vela, y como siempre, apasionado por las casas abandonadas me aventuré a recorrer la vieja casona. En el Gran Salón Vacío sumido en la oscuridad descubrí un montón de
pinturas descolgadas y apoyadas contra una pared. ¡Ah, qué bueno, ya había
encontrado algo sustancioso! Me acerqué con la luz y estuve mirando esos
cuadros. Eran bien extrañas esas pinturas. Como polvorientas fotografías viejas
donde el artista había retratado a sus amigos y conocidos. Casi todos los
cuadros eran grupos de personas, sentados alrededor de una mesa o conversando
en un salón. Los colores eran muy oscuros y opacos. Había montones de telas en
ese estilo, todas extrañamente sin fecha, sin nombre y sin firma… Pero a través
de toda la serie se podían reconocer algunas constantes: ese hombre tenebroso
de mirada sombría, rostro afilado y barba negra aparecía en muchas pinturas.
Después, esa mujer hermosa de rasgos perversos… y también el joven rubio algo
afeminado… y esa muchachita de aspecto angelical… Era evidente que esos
personajes habían sido la obsesión del artista. Los personajes habían sido
captados en   salones y habitaciones, pero el entorno se
desdibujaba hasta el punto de hacerlos aparecer como puras alucinaciones, o
reminiscencias de una brumosa memoria. Parecían surgir entre volutas de humo y
nubes de polvo, siempre entre pesados cortinados, en ambientes nebulosos entre
muebles vetustos. ¿A qué época pertenecían?... ¿En qué tiempo habían vivido?...
Imposible saberlo… En uno de los cuadros el hombre de barba ocupada el centro
de la tela y a su alrededor aparecían como una rueda girando en torno suyo toda
aquella fantasmagoría de personajes: la mujer, el muchacho, la niña… entre
otros.
Nora me sorprendió en aquella
contemplación.
-        
Vení, Omar –me
dijo – quiero que veas lo que era la habitación de Maninha.
Había armado un charuto de
grass y me condujo a través del salón hasta una habitación. Allí quedaba
todavía la cama grande cubierta con una manta, las paredes llenas de afiches y
posters y a un costado, junto a la ventana, el tocador con su espejo neblinoso
lleno de estuches, potes de maquillaje y frasquitos de perfumes. Unos tules
mosquiteros colgaban del techo cayendo sobre la cama, y aunque Maninha ya se
había ido, esa habitación parecía más habitada que las otras, tal vez como si
todavía las sombras esperasen su regreso.
Nora me pasaba el Joint y me
mostraba pegadas a las paredes y a los muebles, fotografías y secuencias de
películas.
-        
Mirá que gente
linda, qué locos, qué delirantes… Esta serie es de Maninha… y aquí está
Clarita.
Entonces sentimos el gemido
de la pesada puerta de entrada al abrirse y nos quedamos paralizados. ¿Sería
ella?.... O tal vez Claudio…
Gracielita ya se había
asomado  al salón y preguntaba:
-        
¿Quién es?...
Una voz de hombre desde la
puerta contestó en pésimo portugués:
-        
Estou procurando
a Clarita…
Nora me aferró la mano, apagó
la vela y me susurró al oído:
-        
La policía… están
procurando a Clara… - sentí que se alejaba en medio de la oscuridad.
-        
¿Quién es?
–preguntaba Gracielita.
-        
Um amigo…. -dijo
la voz – Amigo d´ela…
Después se sintió que
Gracielita dialogaba interminablemente en el salón con la voz del hombre.
Me acerqué en la oscuridad
hasta Graciela.
-        
Un amigo de Clara
–me dijo y me señaló a un muchacho de alborotados pelos.
-        
Soy Agustín –dijo
– el uruguayo, amigo de Clara. Me dijo que vendría por aquí, que la esperase.
Suspiramos, no tenía pinta de
policía y Gracielita ya estaba como deslumbrada con el uruguayo y lo condujo
hasta la habitación donde esperábamos a Clara. El Peli volvió a practicar los
tonos de la viola con Marcela y Nora reapareció totalmente alterada. ¡Porra!,
creyendo que era la policía había tirado el toco de fumo por la ventana hacia
el jardín. Así que salimos todos al jardín alumbrándonos con una vela buscando
el faso. Nora se tiró sobre el pasto y empezó a buscar entre las briznas de
hierba.
-        
Ven, por aquí,
aquí encontré un pedacito, tiene que estar por aquí, por este lugar…
Nos pusimos todos a la
búsqueda y recuperación del grass a la luz parpadeante de la vela.
En un momento tuve que ir al
baño y de regreso, al pasar por una habitación del fondo se me dio por echar
una ojeada. ¿Quién podía vivir en esa cueva de anacoreta?...una cama estrecha y
una mesa de luz sobre la que había un collar de hojalata con unos dijes: una
flecha, una estrella, una espada, una cruz, una media luna… Por lo demás todo
vacío, las paredes lisas, sin imágenes, nada que pudiese distraer la visión,
algo extraño en nuestro tiempo de abundante iconografía, donde todos los
espacios eran ocupados por imágenes, fotos, dibujos. Me pareció un lugar
especial para la meditación… en el Vacío Absoluto… con un solo objeto de
concentración: el plateado collar de los siete símbolos.
Cerré la puerta y regresé al
jardín donde continuaba la búsqueda. Alguien más había llegado: un muchacho
grandote de enrulados pelos amarillos y anteojos de gruesos cristales. Era
Claudio, el amigo de Clarita, el último habitante de la casona, el anacoreta de
la austera habitación del fondo.

De pronto ella apareció
entrando  a la habitación con largos
pasos napoleónicos, como si acabase de desmontar de su cabalgadura. Pequeña
como una adolescente, un principito moreninho de áureos pelos acaracolados,
envuelta en un largo abrigo cruzado de paño negro, tocada con una hermosa
capelina de fieltro negro de alas anchas, ocultando sus ojos detrás de unos
anteojos oscuros redonditos tipo Lennon.
Parecía, de alguna manera,
como se ha dicho también de Gurdjieff “una persona disfrazada” y semioculta por
su indumentaria. Pero a diferencia de los locos que ostentan complejos atuendos
pero tienden a mostrar un trasfondo de miseria, en Clarita hasta el menor
detalle dejaba traslucir el lujo más riguroso. Ese tapado era como se dice de
muy buen paño, y el sombrero del mejor fieltro. Sus lentes dejaban entrever sus
bellos ojos de miel. Parecía una criança jugando con las ropas de sus abuelos.
Sus firmes pasos sobre la
madera del piso resonaron al contacto de sus botas negras. Se desabrochó el
largo abrigo y lo abrió. Lucía unos pantalones de veludo negro satinado como la
piel de una pantera combinando con una musculosa batik de profusas manchas
violetas.
Nos miraba a la luz de las
velas y al mismo tiempo buscaba con la vista el equipaje que descubrió en el ángulo
detrás de la puerta. Ahí estaba su equipaje ordenado y su violón enfundado.
Entonces estaba todo bien. A nosotros en cambio no nos conocía, pero enseguida
acertó a decir que seguramente éramos los “amigos argentinos de Nora”, y nos
saludó calidamente. Y enseguida nos confió:
-Oh, amigos, eu estou puta da
vida con todo el sistema lanzado tras mis pasos… Mais, onde está Nora?...¿Ca de
ela?...
Entre divertidos y
confundidos le explicamos que ella estaba en el jardín del fondo, recostada
sobre la grama procurando o fumo que tinia jogado… Y para no seguir explicando
conducimos a Clarita hasta el jardín donde Nora seguí buscando en el pasto.
Mientras tanto un extraño
fenómeno se había producido: desde la llegada de Clarita la casa había
adquirido el aspecto de las casas habitadas y habilitadas. Esa insólita
“claridad” y calidez de las casas de todos los dias con sus espacios apropiados
para disfrutar del tiempo. Del tiempo de uno y del tiempo de la casa.
Mientras el Peli y Graciela
repasaban los tonos en las violas de pronto Clarita trajo sus cuadernos y sus
lápices y sobre su tablero de dibujo se puso a escribir y ya Claudio estaba
preparando un arroz macrobiótico, ya estaba todo marchando en la cocina y Nora iba
juntando el grass y armando unos charutos. Parecía que habíamos vivido en esa
casa desde siempre. Entonces Clarita nos dijo:
- Meus amigos, hoje de manhan
cedo nois vamos sair desta cidade y vamos viajar pro Río. Hoje nois estamos
deijando esta casa para siempre.
Y fue justo en ese momento
que apareció el loco de Paim. Flaco y alto, ligeramente encorvado y con largos
pelos negros lacios cayendo sobre su rostro. Tomó la guitarra de Clarita y
dijo:
- O Clarita, vocé ya sabe qui
eu vou fazer a música pra voce. Vocé pode contar comigo.
Clarita le explicó que en ese
momento ella estaba saliendo para Río y Paim afirmó que el también iría para
Río con nosotros. Entonces Clarita nos dijo:
-        
Oh, meus amigos…
depois du Río eu vou levar voces a um lugar que ninguein ya mais va a saber de
nois.
Entonces pidió que le pasaran
el violón y sentada ahí al estilo Buda con la guitarra entre las piernas empezó
a cantar aquela canción: “A Festa e Longa”

¡A festa e longa!
¡A festa e longa!
Y esta e de onda
¡Esta e de onda!

Y repitió ese estribillo
varias veces para luego entrar diciendo:

¡Procure por si mismo
A pasajem na viajem
A viejem prohibida
A um espiritu antiestético

¡Procure ser!
¡Procure ser!
¡Procure ser!
¡Procure entender!

Y después de un puente
instrumental pasaba a la siguiente estrofa:

Caso d´Ulysses
Eu ya fui informado
La en Dublin
O amigo morreu
O amigo morreu
No fim d´esa jornada.

Para volver enseguida a la
estrofa inicial:

¡A festa e longa!
¡A festa e longa!
Esta e de onda
Esta e de onda.

“Procure ser… Procure
entender…” Aquel tema me pareció maravilloso, su música y su poesía nos había
llevado hasta el delirio mas eufórico y a la vez emocional. Estábamos exaltados
y a la vez al borde de las lágrimas. Realmente Clarita nos estaba conmoviendo.
 Entonces Paim que había desaparecido por un
momento, volvió a aparecer ridículamente disfrazado. Gritaba como una aparición
terrorífica vistiendo un largo batón de vieja con una peluca apelmazada en la
cabeza. Parecía el tétrico Perkings de Psicosis haciendo de madre asesina, pero
mucho más grotesco, y gritando:
- ¡La muerta sin cabeza
aparece esta noche!
Y se paseaba por los lugares
oscuros mientras Clarita se reía a lo loco y Claudio llegaba para decirnos que
el arroz ya estaba listo y que si queríamos podíamos comer ahí mismo en el
jardín. Entonces trajimos una canasta con frutas, mientras Paim agarraba ahora
él la guitarra y se ponía a sacar una canción. Y mientras repartíamos los
platos de arroz Clarita me decía:
- Espera un momento, Omar,
deija ese garfio, vocé hoje vai comer con palitos chinos. Vocé pode
experimentar. –y me tendió unos hermosos palitos chinos de madera pintados. Y
ya Paim había comenzado a cantar su tema:

“A casa está na rua
A rua esta en um bairro
O bairro na cidade
A cidade en um pais
O pais no continente
O continente na aterra
A terra no espaço
O espaço na galaxia
A galaxia no universo…
…y eu andando por aquí
Eu andando por aquí

Mientras tanto comencé a
comer aquel rico arroz… con palitos. Y no me resultó para nada complicado y
hasta me pareció que tenía cierta habilidad natural. Además era la primera vez
que probaba el arroz integral que me pareció riquísimo.
Al rato entramos a la casa y
nos reunimos en la habitación de Clarita. Allí ella entreabrió ligeramente su
equipaje y nos estuvo mostrando sus libros y sus cuadernos, sus escritos y sus
dibujos. Llevaba su diario íntimo en un inmenso libraco negro de anotaciones
comerciales muy antiguo y a la luz de la vela nos estuvo leyendo  sus notas escritas con su menuda letra en
tinta china. Nosotros estábamos fascinados. Esos concisos textos contenían un
punzante sentido crítico. Enjuiciaban a la sociedad y desbarataban el sistema.
Y todo con el mas ácido sentido del humor… y del amor, si, porque también sus
escritos proclamaban que “el arma mas poderosa es siempre el amor”.
Y ya nos pusimos a dibujar…
todos juntos sobre un pliegue de cartulina, y estuvimos dibujando largo tiempo
con las cabezas reunidas sobre el dibujo, haciendo rolar un charuto y
conversando y riéndonos.
Y cuando el dibujo ya estaba
casi terminado, atravesé el papel con la punta de la lapicera e hice un agujero
en el centro de la hoja. Hubo un ligero silencio y enseguida se soltó una
carcajada general.
Entonces, confundido, busqué
un papel plateado de cigarrillos y lo pegué por debajo del agujero…Así al menos
parecía mas una estrella que un simple agujero… Y enseguida Gracielita trazó
una flecha desde un borde de la hoja, una flecha que fue viboreando hasta
señalar la estrella del centro, y sobre la línea de la flecha escribió “El
Psicoanálisis”, y como ya tenía título dimos por terminado ese dibujo.
Entonces clarita volvió a
decirnos:
-        
Amigos, eu vou
levar voces a um lugar que voces ni se imaginan…
Pero de repente Clara pareció
ponerse algo nerviosa y alterada. Volvió a abrocharse su largo abrigo, reordenó
otra vez su equipaje y nos comunicó que tenía que volver a salir. Era peligroso
que ella permaneciera mucho tiempo en el mismo lugar. Por una cuestión de
equilibrio energético tenía que estar moviéndose de acá para allá. Además había
que concretar algunas cosas mas para el viaje. La esperaríamos ahí mismo y ella
pasaría por nosotros a media mañana. Pero para entonces debíamos estar ya
preparados, porque sería cosa de Clarita llegar y todos debíamos salir
disparados al punto de ese lugar.
Antes de salir, Clarita me
dejó un librito para que leyese algo durante la espera. Era un tratado de
“Ingyiología”, la antigua ciencia del equilibrio entre el ying y el yang, y
traía largas tablas con los componentes de calcio y potacio de los alimentos.
Era sumamente interesante, pero yo pasaba las hojas sin lograr concentrarme por
completo. En cambio pensaba en lo que continuamente absorbía mi atención: La Identidad Trascendental
de las Personas. ¿Qué clase de fenómeno era ese en donde los recuerdos se
interponían entre las personas y el observador?... ¿Acaso fuese algo común a
todos los individuos actuando a nivel subconsciente? Sin duda era un tema
recurrente. Recordaba que de chico había visto una película argentina muy
melodramática donde un hombre había amado a una mujer  y esa mujer había muerto, y para olvidarla él
viaja alrededor del mundo, pero en todas partes le parece encontrarla. A cada
paso una actitud, un gesto, algo siempre le recuerda a la mujer amada. Hasta
que después de mucho tiempo la encuentra en una fiesta, y es ella, sin duda,
pero lógicamente se trata de otra persona… Un extraño parecido, una curiosa
coincidencia. El hombre le cuenta su historia y la mujer se niega a asumir el
rol de mero fantasma… Yo había visto esa película cuando era muy chico. Y
ahora, bajo ciertos estados de conciencia inducidos por las drogas, algo
relacionado con ese tema se producía en mi mente. Cada vez mas yo remitía la
imagen fisiognómica de la persona que acababa de conocer a otra persona
“parecida” que había conocido anteriormente… ¿Pero qué relación real había
entre esas asociaciones? Oscuramente yo presentía que se trataba del mismo ser,
y que lo que sucedía era que simplemente aquel se había “transformado” en este
otro… ¿pero cómo?... no lo sabía… magia pura. Y sin embargo, detrás de rostros
nuevos, viejos amigos me hacían velados gestos de reconocimiento. Ahora mismo,
por ejemplo, podía tratar de adivinar quién era cada uno. Gracielita era
Gracielita, claro, y el Peli también era el Peli ya que yo no recordaba a nadie
anterior parecido a ellos, aunque a veces yo descubría en Gracielita la misma
mirada oriental de mi abuela y su misma afición a las lecturas y las citas
bíblicas. Marcela se parecía mucho a una amiga mía de la infancia y me
asombraba ver los mismos rasgos de una niña morena en una muchacha pelirroja.
Pero… Nora… Si, nora me recordaba insistentemente a alguien, pero… ¿a
quién?...De pronto se produjo el descubrimiento… ¡cómo no me había dado cuenta
antes si era mas que evidente… Nora era una especie de Melina. Si, era ella,
mas alta y mas delgada. No muy parecida a Melina en cuanto a sus rasgos, pero
la misma piel morena, idénticos larguísimos pelos caoba, idéntica mirada
sugestiva, ambas semejantes a la misma Afrodita surgiendo de la espuma. Y con
respecto a mis nuevos amigos brasileros: Claudio tenía un fuerte parecido a
Farolito: los mismos pelos rubios enrulados, la misma mirada analítica, la
misma nariz pico de pájaro, los mismos gruesos lentes culo de botella.
 ¿Y Paím acaso no era una especie de Juanito
grotesco? Piel muy blanca y largos pelos negros lacios. Maninha era Gato Poeta,
yo ya la había visto. Y Agustín el uruguayo amigo de Clarita que acababa de
aparecer y que ya se había integrado al grupo de viajeros, me recordaba
insistentemente a Pipo y su clásico estilo dylaniano.
Era increíble, yo había
viajado, había cambiado de país y de amigos, pero allí estaba con todos mis
amigos de siempre. Solo que no había que decirlo, no había que romper el
encanto.
Y entonces pensé en Clarita…
¡quién era Clarita?... ¿Quién era esa personita de aspecto tan exótico y
misterioso?... no lo sabía. Me resultaba imposible poder vislumbrar a alguien
detrás de aquella extraña apariencia. Por lo demás ella misma era muy hábil
para ocultarse tras su amplio abrigo, su sombrero negro y sus anteojos oscuros…
realmente se me presentaba como un ser indecifrable.


Volvió, como lo había
anunciado, a media mañana y estaba maravillosa irradiando una fuerte energía. Y
no había que perder tiempo. Mientras recogía su equipaje y nos animaba a
ponernos en movimiento iba diciendo:
-        
Amigos, tudo
legal, tudo certo. A gente va embora desta cidade, agora sim estamos deijando a
casa.
Salimos a la calle y nos distribuimos
en un par de taxis cargando los bolsos y las guitarras, y así nos alejamos de
la casona para siempre. Nos sentíamos felices y exaltados. Finalmente nos
íbamos con Clarita como huyendo de las sombras. Y un poco mas adelante pasamos
por el extenso cementerio de San Paulo, y en el silencio que se hizo en el taxi
mientras contemplábamos aquel panorama de cruces y de ángeles de piedra, pensé:
depois do cimiterio… depois du misterio… Y enseguida el taxi se confundió entre
el tumultuoso tráfico de la ciudad.
Bajamos en un lugar céntrico,
en una elegante avenida y nos reunimos con la otra parte del grupo frente a un
alto edificio circular. Y allí fue donde Clarita nos dijo:
-        
Amigos, antes de
pegar o bus para Río a gente vai facer uma comida ligera. ¿Ta bom?...
Entramos al edificio
conducidos por Clarita y tomamos el ascensor hasta el último piso, y allí como
colgado de las nubes estaba el Restautante Macrobiótico de Sao Paulo. A través
de los amplios ventanales del recinto circular podíamos ver el abigarrado
paisaje urbano. Hasta donde alcanzaba la vista se extendían los altos edificios
y las sinuosas autopistas.
Ocupamos una gran mesa junto
a las ventanas y clarita con ayudó con el pedido del menú. Ella sabía cuales
eran los platos más exquisitos y nos recomendaba las especialidades de la casa.
Ella misma fue hasta el mostrador y vino con una gran bandeja conteniendo su
manjar favorito: unas galletas de harina integral y miel que eran un manjar.
Enseguida los mozos trajeron innumerables platitos de arroz integral condimentado
y preparado de diversas maneras con ensaladas y verduras. Para beber Clarita
nos recomendó el Bang-cha o el té de diente de león porque eran estimulantes
naturales. Junto a los cubiertos tradicionales estaban los palitos chinos. Y
sonriente Clarita me decía:
-        
Vamos ver, omar,
cómo vai sua práctica de palitos.
Así que cuando la comida
estuvo servida, tomé los palitos y comencé a comer. Me resultaba muy simple y
divertido. De algún lugar me venía esa habilidad para manejar los palitos. Y
aquella comida que yo probaba por primera vez en mi vida era realmente
deliciosa. Sencilla y deliciosa. Y el té verde me pareció formidable. En
adelante solo comería comida macrobiótica y bebería té verde. Los postres, por
supuesto que no tenían azúcar, pero estaban endulzados con miel.
Y fue entonces, al llegar a
los postres que Clarita, con un encantador toque de misterio, entre solemne y
divertida anunciaba poniendo sobre la mesa una cajita de metal:
- E agora sim que vamos
deijar a cidade.
Abrió la dorada cajita
circular y todos pudimos ver que estaba lleno de minúsculas pastillitas de
color violeta intenso. Y sin decir palabra, pero con una luminosa sonrisa,
clarita Mescalina pasó por delante de cada uno de nosotros su dorado
pastillero. Y uno a uno fuimos tomando de aquellas pastillitas. Había
muchísimas porque eran muy chiquitas, y todavía quedaron muchas cuando al final
de la ronda Clarita cerró el pastillero diciendo.
-        
Ainda tein mais
para depois…
Y mientras tomábamos las
pastillitas con sorbitos de té verde, Clarita agregó:
- A partir de agora, meus
amigos, ya nunca mais nada voltará a ser como antes.
Los mozos nos hicieron unos
paquetes con comida para el viaje, y también llevamos un montón de aquellas riquísimas
galletas integrales. Y enseguida salimos para la rodoviaria. Bajamos del taxi y
buscamos el ómnibus. A nuestro paso la gente nos miraba asombrada. Sin duda que
éramos un grupo muy sui géneris, vestidos con exóticos atuendos de brillantes
colores y conducidos por una extraña muchacha ataviada de negro con sombrero y
anteojos y cargando paquetes, bolsos y guitarras. Pensarían al vernos pasar que
éramos la corte trashumante de algún lejano país oriental.
Subimos al bus y nos ubicamos
ocupando todos los asientos del fondo. A esa hora pasado el mediodía no era
mucha la gente que viajaba, y tal vez para no confundirse con el bullicioso
grupo del fondo, los pocos pasajeros que nos acompañaban se fueron ubicando
bien adelante junto al asiento del conductor, por lo que había una brecha de
asientos vacíos entre nosotros y los demás pasajeros.
Yo me senté con Clarita
dejando que ella ocupase el asiento de la ventanilla. Junto a nosotros, del
otro lado del pasillo estaban ubicados el Peli con Nora, y mas atrás Gracielita
con Agustín y Marcela con Paim.
Clarita abrió el bolso
inmenso que llevaba y que parecía estar lleno de libros, revolvió un poco y
repartió ejemplares entre nosotros.
-        
Aquí tienen
–decía – si necesitan material de lectura durante a viajem.
Miré el ejemplar voluminoso
que me había tocado en suerte: “Psicología y Alquimia” de Carl Jung.
Entonces el ómnibus se puso
en marcha. Miré a través de la ventanilla y de pronto al salir, al final del
andén vi. algo que me pareció maravilloso: estaba parado ahí, en el andén, un
hermoso muchacho moreno y delgado de largos pelos afro acaracolados
completamente vestido de blanco con un pantalón de lienzo, sandalias de cuero y
una camisola marroquí bordada. Sostenía en la mano izquierda una rosa rojo
sangre y agitaba el alto su mano derecha en un saludo de despedida y sonreía
dulce y tristemente. Lo vi apenas durante unos segundos, porque enseguida el
ómnibus salió de la estación y el muchacho desapareció. Pero me había causado
una fuerte impresión. Sin duda había ido a despedir a alguien del pasaje, había
llegado tarde cuando el bus ya arrancaba y extrañamente parecía saludarnos a
nosotros. La rosa roja que sostenía frente a su pecho parecía poner al
descubierto su propio corazón. Me hizo acordar a Miguel, pero yo  sabía que no, que no era él.
El ómnibus se alejó
confundiéndose entre el veloz tránsito de las autopistas, y yo empezaba a
sentir que a nuestro alrededor todo vibraba y se encendía en colores luminosos,
y que ahora si había comenzado a viajem…


Clarita sentada a mi lado
miraba por la ventanilla. Se había sentado con su pierna derecha flexionada
apoyando su pié sobre el asiento. Parecía como si una montaña de terciopelo negro
hubiese surgido entre nosotros. Yo, en tanto, había comenzado a hojear el libro
que me había pasado donde estaba descubriendo algunas ilustraciones muy
interesantes. Clara había estado revolviendo en su bolso y ya había encendido
una varita de incienso. Pensándolo bien, ¡qué extraño equipaje era el suyo1… Montones
de libros maravillosos, carpetas de dibujo y numerosos cuadernos de anotaciones
escritos con su apretada letra negra. Por otro lado una cantidad considerable
de ropa de fiesta y atuendos exóticos, y además varias bolsas de arroz integral
con especies y condimentos macrobióticos. Y también su infaltable violón… todo
el material necesario para entretenerse durante largo tiempo en alguna especie
de retiro espiritual. Pero…¿adónde iríamos realmente? Creo que nadie lo sabía
excepto Clarita. Pero sus palabras dejaban entrever que sin duda iríamos a un
lugar donde nadie nos molestaría, un lugar donde finalmente podríamos encontrar
un poco de paz.
Mientras tanto yo había
comenzado a tener extrañas sensaciones. Lo de siempre al inicio del viaje: un
poco de nausea, palpitaciones aceleradas, oleadas de calor y enseguida escalofrío
y temblores internos. Quería dialogar con Clarita, pero articular alguna forma
de lenguaje me resultaba imposible. Por otro lado, tal vez no fuese necesario
decir nada, pero yo percibía que nuestros otros compañeros de viaje
dialogaban  en forma natural. Ella y yo,
en cambio, mirábamos en silencio el mutante paisaje a través de la ventanilla.
Sin embargo, había algo que
yo quería decirle, aunque no era fácil, contando que además del esfuerzo
sobrehumano que significaba para mí construir la frase más simple, luego
tendría que pasarla a su idioma para que ella me entendiese. Yo miraba el
paisaje de ondulantes colinas violáceas y al mismo tiempo veía el enigmático
perfil de Clarita todavía envuelta en su ropaje negro,  con su sombrero y sus anteojos, sus pelos de
reflejos dorados y su piel de tonos cobrizos. ¡Que hermosa era! Pero al mismo
tiempo qué lejana y distante parecía estar.
Recordé casualmente que en
Buenos Aires, yo había visto, no hacía mucho el maravillosos film de Ingman
Bergman “El Mago” que me había impresionado profundamente. Y Clarita tenía algo
de ese personaje. En su atuendo había una marcada reminiscencia medieval. Como
el mago ella era también un ser atractivo y extraño, oscuro y enigmático.
¿Acaso en su extraño equipaje no había algo del delirante contenido del
carromato del mago? Y tal vez, hasta fuese posible que estuviésemos yendo a dar
un espectáculo de música, bailes,  poesía
y linterna mágica a un lejano reino del otro lado del bosque.  Aquel mago del film se ocultaba bajo el
aspecto de un simple vendedor ambulante, un buhonero que iba ofreciendo su
mercancía de pueblo en pueblo.
Sentí que ya había conseguido
armar una especie de frase y me decidí a expresarla. Así que volviéndome
repentinamente hacia ella le dije:
-        
Clarita, voce me
lembra un buhonero.
Se sobresaltó al oír mi voz
que sin duda la había sacado de profundas meditaciones.
-        
¿O qué voce diz?
– me preguntó inquieta.
-        
Um buhonero…
-repetí.
Ella lo pensó un instante y preguntó
un tanto alarmada:
-        
¿Um buho Nero?
Comprendí horrorizado que en
su idioma ella estaba entendiendo que yo creía que se parecía a un búho negro.
¡Qué terrible confusión! ¿Qué lamentable malentendido! Aunque el ave hubiese
sido del agrado de Minerva, la diosa de la sabiduría que los griegos
representaban con figura de lechuza, no era exactamente eso lo que yo había
querido expresar. Para colmo, la lechuza, en el folclor sudamericano había perdido
su antiguo prestigio mitológico y había pasado a significar un pájaro de mal
agüero. Estaba muy lejos de lo que yo había querido decir.
-        
No, no, no… no es
eso… -trataba yo de explicar nerviosamente sin encontrar las palabras
apropiadas en su idioma ni en el mío.
-        
Un buhonero quer
dizer… un vendedor que va de pueblo en pueblo… ofereciendo su mercancía como en
la edad media…
Entonces su rostro se iluminó
repentinamente con una sonrisa.
-        
¡Ah, si, un
buhonero! Agora que eu sei. Agora que estou entendendo.
Su sonrisa veladamente
burlona me hizo pensar por un momento que tal vez solo se había estado
divirtiendo con mi lenguaje chapucero. Fue una leve sospecha que nunca llegaría
a comprobar, pero yo ya había caído en un total desconcierto. ¡Qué pena!… ¿cómo
podía resultar tan difícil la mas simple comunicación? O acaso ella solo había
intentado un simple juego de palabras… Me sentí muy contrariado ante la
confusión de mi significante mientras ella sonreía divertida volviendo a mirar
por la ventanilla.
Me sentí ridículo. En otras
experiencias yo ya había podido observar la innumerable cantidad de
significados que podía encerrar una palabra. ¿Además… por qué yo tenía que ser
siempre tan complicado ¡por qué había recurrido a una imagen tan rebuscada para
entablar un simple diálogo? Me sentí una piltrafa y hubiese querido
desaparecer. Trataba por todos los medios de evadirme de mi mismo y con una
mirada ávida me lanzaba hacia los objetos exteriores. Estábamos en pleno viaje
y los efectos visuales eran magníficos. El ómnibus se transformó por completo.
Los colores eran luminosos y cambiantes. Los
cuerpos parecían vibrar con rápidos movimientos. El espacio se dilataba
y se contraía alternativamente como siguiendo el ritmo de una secreta
respiración. A veces las cosas parecían encontrarse muy lejanas y otras veces
demasiado próximas, como ampliadas por un cristal de aumento poderoso. A través
de la ventanilla, los colores del paisaje fluctuaban por la escala cromática
del naranja al rojo, al amarillo, al verde, al azul, al violeta… Y observar el
cielo en continuo cambio y movimiento era sin duda un espectáculo…
Infinidad de tonos
intermedios podían apreciarse entre una gama de color y otra. ¿y el tiempo?
¿qué estaba pasando con el tiempo?... Simplemente no existía ni antes ni
después. Solo existía ese extenso presente en que viajábamos, que había sido
siempre y que siempre sería. Pero… ¡qué podía importar el tiempo?... si
estábamos en ese viaje mágico y maravilloso en ese ómnibus que se había
transformado en un jardín fantástico con árboles enjoyados de flores y frutos
resplandecientes.
Sin duda que ya había logrado
escapar de mi mismo, era puro ojos, existía
solamente en lo que veía, en la mirada, en la visión delirante. No tenía
nada que ver con ese personaje complicado y complejo que era yo, Omar,
naufragando entre la depresión y la tristeza sin poder llegar a expresar mi
verdadero ser interior. Reprimido y acorazado. No quería saber mas nada con ese
pobre tipo. Me fundía en la esencia de todas las cosas. Era íntimamente uno con
todo lo que percibía.
De pronto, la risa alegre de
mis compañeros de viaje me sacó de mi estado contemplativo. Me volví hacia
ellos. ¡estaban maravillosos!, con colores encendidos e irradiando fuertes
ondas luminosas de energía. Parecían iluminados por resplandores
estroboscópicos, conversaban muy alegremente y reían. Me pareció que estaban
jugando un juego muy raro en un estadio intermedio entre el antiguo primate y
el ser humano evolucionado. Se miraban asombrados y solo atinaban a reírse sin
parar. No parecía que estuviesen ubicados en los asientos del ómnibus, mas bien
parecían estar rodeados por sus propios espacios como dentro de esferas
transparentes, de huevos cósmicos. Bien podían estar en sus casas jugando sobre
la alfombra de la sala o retozando sobre sus camas. Me sonreían desde lejos
como invitándome a jugar. ¿A quién?... a mi sin duda. ¿Pero que había sido de
mi?... ¿Dónde habíamos quedado?.... ah, si, no estaba en muy buenas relaciones
conmigo mismo. Me evitaba. Estaba harto del personaje retorcido salido de
alguna novela existencialista y lo evitaba cuidadosamente y no quería verlo.
Pero, bueno, al menos debería intentarlo… con solo un poco de buena voluntad… a
ver… tratemos de ubicarlo, dirigiendo hacia él una benévola mirada. Ahí está
sentado formalmente en el asiento afelpado del ómnibus, del lado del pasillo.
Lo primero que vemos de él son sus largos brazos y sus manos abiertas
descansando sobre sus piernas. Pero… ¡qué es esto?... ¿Qué cosa horrorosa está
pasando con sus manos?...¡Por los dioses!... no quiero verlo… sus hermosas
manos están…¡podridas!... la carne asoma tumefacta por las mangas de la camisa,
manchada de moretones violáceos, cicatrices negruzcas y coágulos morados, con
llagas amarillentas de aspecto viscoso….¡no puedo verlo!... la piel se abrió
dejando al descubierto  asquerosas
ulceraciones… ¡es espeluznante!... pero ya no puedo apartar la mirada.
Demasiado tarde, estoy atrapado en esa representación inmunda… ahí, frente a
mis propios ojos… mis manos… en avanzado estado de putrefacción. Las llagas son
hervideros de gusanos y los microbios mas repugnantes se agitan en su
superficie. Creo que voy a perder el sentido. No puedo hacer otra cosa, no
puedo ponerme a gritar enloquecido dentro del bus y trato de fingir que no pasa
nada. Quisiera morir, pero ese estado calamitoso quizás se deba a que ya estoy
muerto y re-muerto. Busco desesperadamente a mí alrededor y ligeramente
entreveo a mis amigos coloreados por cálidas ondas de vida. No quiero que me
vean, si mis manos están podridas mi cara debe ser una horrible calavera
descarnada. No, que no me vean. Prefiero seguir contemplando el escatológico
espectáculo de mis manos en descomposición. Me invade una sensación de frío
letal. Siento mi corazón latir muy débilmente y la respiración se extingue.
Pero en cambio la visión se agudiza, veo mis manos como através de un poderoso
zoom que aumenta millones de veces hasta el punto que ya no estoy seguro de
estar viendo mis manos… parece mas una pintura abstracta animada por densos movimientos.
Manchas de colores fantásticos se desplazan muy lentamente. Son colores
biológicos, colores orgánicos como los que suelen verse a través de un microscopio,
colores espectrales, fantasmales, meras irradiaciones de la materia, y la
visión sigue aumentando como un ligero teleobjetivo que avanza abriéndose paso
a través de un universo microscópico, acercándose implacablemente a eso que al
principio me pareció la erupción de un coágulo sanguinolento, pero que ahora me
parecía mas otra cosa… si, esos puntos de brillante pigmentación parecían mas
bien…estrellas… y soles muy lejanos…mientras que la mancha coagulada a la que
nos aproximábamos se asemejaba cada vez mas a una distante galaxia con sus
brazos en espiral desplazándose a velocidades siderales entre cúmulos estelares
y nubes de polvo cósmico… en los espacios infinitos…
Y yo que había confundido
todo… En esas pobres podridas manos en desintegración estaba contenido el
universo. Pero aún el pasaje del micro al macrocosmo no podía darme ni un poco
de serenidad, todo me resultaba igualmente vertiginoso, todo me arrastraba en
la misma vorágine, no encontraba asidero, necesitaba un punto de apoyo, un
contacto con alguna forma de realidad… Estaba agotado, zarandeado como un naufrago
“a través del tumultuoso oleaje”.
Y de pronto vi con asombro
que mi propia mano se movía buscando algo, se agitaba como un animalito que se
despierta y comienza a moverse hacia…algo… lentamente… a traves de grandes
distancias, flotando y nadando hacía un lugar indeterminado… si, la misma mano
que había estado pudriéndose en su callada agonía y que después se había
inscripto entre luminosas constelaciones… se desperezaba de su largo letargo… y
se movía… buscaba… iba ¿hacia donde?... muy naturalmente, pero como si le
costase un esfuerzo sobrehumano iba mi mano a posarse… ¡¡¡sobre la rodilla de
Clarita!!!... esa rodilla enfundada en su suave pantalón de veludo negro y que
emergía sobre el asiento como un firme peñón de fuerza y energía en pleno mar
de los zargazos… y a posarse finalmente allí, sobre la firme rodilla de
Clarita, que sentada impasible miraba por la ventanilla un paisaje de
continente sumergido.
Entonces ella se volvió hacia
mí y me observó atentamente. Ella también parecía emerger de las profundidades
de su propio universo sin entender del todo qué era lo que estaba pasando. Pero
no tardó mucho en darse cuenta, me miró y enseguida supo que yo necesitaba
ayuda. Y cuando su sonrisa brotó comprendí que finalmente habíamos establecido
contacto. Yo había tenido tanto temor… no podía arriesgarme a un malentendido
mas, cuando había puesto su mano sobre su rodilla, debía ser un gesto
transparente, ella no podía pensar que yo quería “tocarla”, no debía creer que
yo intentaba abordarla, esta vez tenía que dar certo. Yo necesitaba verificar
que ella también estaba allí y que estábamos compartiendo la misma experiencia.
Era cuestión de vida o muerte. Sonreímos en un gesto de mutua comprensión y
volvimos a contemplar juntos el paisaje abisal que pasaba por la ventanilla del
bus.
Así permanecimos largo tiempo
y mientras tanto en esa aparente calma algo estaba pasando, algo sucedía entre
nosotros, algo fluía a través del punto en que nos habíamos conectado. Por mi
mano y su rodilla circulaba una fuerte corriente energética. Hasta que de pronto
nos separamos al mismo tiempo. Clarita se irguió sobre su asiento y
dirigiéndose al grupo dijo:
-        
Amigos, este
viajem esta ficando muitu chato ¿nao é? Vamos fazer alguna coisa. Vamos fazer
um poco de música ¿ok? A gente vai tirar um son.
Y todos dijimos que si, que
claro, que era eso lo que la gente estaba necesitando.
Entonces Clarita se sacó el
abrigo y se lo echo sobre los hombros y pasó por sobre mi al pasillo del medio
del bus. Buscó su violón en el portamaletas, lo desenfundó, se sentó sobre el brazo
de un asiento y empezó a sacar música.
Estaba en medio de todos
nosotros que nos habíamos vuelto hacia ella haciéndola el centro de nuestra
atención.
El clima general cambió
notablemente y de pronto estábamos realmente juntos. Nos mirábamos entusiasmados,
estábamos radiantes de felicidad.
Primero clarita templó la
viola y durante algún rato estuvo sacando sonidos e intentando alguna melodía
hasta que repentinamente su voz brotó haciendo algún temita conocido de los que
había hecho en la casona, pero este tema parecía nuevo e improvisado sobre la
marcha. Yo me había vuelto sobre mi asiento y la observaba extasiado. Ahí
estaba el mago como levitando entre nosotros con sus lentes anticuados y su
sombrero de alquimista iluminado por extraños colores cambiantes que variaban
de acuerdo a las diferentes tonalidades de su voz. Según sus palabras y la
melodía la veíamos irradiar diferentes colores que la iluminaban como ocultos
reflectores, pero viniendo desde su interior. Ese era sin duda el antiguo
lenguaje mágico capaz de realizar prodigios con la sola potencia de su
enunciación. Estábamos exultantes  y
aplaudíamos y gritábamos al final del tema. Y pedimos más. Queríamos más.
Completamente fascinados. Hasta que de pronto Clarita hizo algo absolutamente
imprevisible: estaba transpirada y el sudor le corría por el rostro y por el
cuello. Su camiseta violeta estaba empapada. Entonces, naturalmente,  se sacó el sombrero y lo arrojó sobre un
asiento. Sus pelos como una nube de caramelo con destellos dorados se expandieron
libremente aureolando su rostro moreno, y enseguida con un ligero movimiento de
la mano sus anteojos subieron hasta quedar montados sobre su frente. Y he aquí
al magismo completamente revelado. Veíamos su cabeza desnuda por primera vez y
finalmente podíamos contemplar sin velos sus ojos dorados hasta entonces solo
oscuramente intuidos detrás de los oscuros cristales. Y precisamente, en ese
momento, sin transición comenzó a hacer ese tema que todos estábamos esperando:

“A festa e longa
A festa e longa
Y esta é di onda
Esta é di onda”

 Ahora podía ver sus hermosos ojos de miel.

Siga siempre seu camino
Sin dizer nada a ninguein

En el espacio flotaba un leve
polvillo dorado de sol.

Procure por si mismo a
pasajem na viajem

Algo sin duda iba a producirse.

A viajem prohibida a um
espíritu antiestético.

Su mirada de oro me prevenía
que debía estar sumamente atento.

Procure ser
Procure ser
Procure entender

Y entonces la visión se
produjo, la mirada se abrió y pude ver. Tantas veces había mirado a Clarita
preguntándome quien era y ahora podía verlo.

Caso d´Ulysses eu ya fui
informado la en Dublín

Pero extrañamente, por
primera vez en la larga sucesión de fenómenos respectivos a la identidad oculta
de los seres que yo venía experimentando desde hacía mucho tiempo, Clarita no
era “otra persona”.

O amigo morreu
O amigo morreu

Yo tenía que hacer un super
esfuerzo mental para poder asimilar lo que estaba viendo.

No fim d´esa jornada

Porque Clarita, según yo
podía ver no era otra persona sino dos personas estrechamente unidas.

No fim d´esa jornada

Por una mitad exacta de su
rostro se asomaba la negra Renée… y en la otra mitad estaba Tanguito, Ramses
VII, mientras una linea imperceptible separaba las dos mitades y al mismo
tiempo las mantenía unidas. Y yo estaba ahí, presenciando la esencia milagrosa
y sagrada que es el individuo, el in-divi-duo, el duo indivisible.
Repentinamente comprendí
muchas cosas. Renée, renacidea y Tango
Ramses, el inmortal se habían fusionado en Clarita Mescalina.
Y el tema llegaba a su
apogeo:

¡A festa e longa
A festa e longa
Y esta e di onda
Esta e di onda

Nuestras voces se unieron a
la suya cantando y gritando. Saltábamos y nos reíamos… pero cómo, ¿acaso no
estábamos en un ómnibus de Sao Paulo a Río? Parecía más bien un recital de rock
en un boliche psicodélico con juego de luces y sonido.
Mientras tanto… ¿qué pasaba
en el resto del pasaje?... Nada. Allá adelante ni el mas leve movimiento, ni la
mas mínima alteración. Inmóviles en sus asientos los pocos pasajeros y el conductor
parecían rígidos muñecos de prueba. Mirando hacia delante nos pareció
verdaderamente extraño. Nada. Ni la más mínima reacción. Nada de nada. Duros y
rígidos hacia delante devorando el asfalto kilómetro tras kilómetro. Con nuestra
música y nuestros gritos los desafiábamos pero no respondían.
-La gente parece que no
existe. –dijo Gracielita.
- Es cierto, - observo el
Peli – estan como dibujados.
Entonces Clarita sentenció:
-        
Amigos, elis
estan mortos. Solo existen … teoricamente, pero lo cierto es que son muertos.
No viven, no sienten, no reaccionan. Vean –dijo y tomando unos biscochitos macrobióticos
los arrojó hacia los pasajeros…
 ¡Nada! Ni la más ligera inquietud.
Nora reía y chillaba saltando
sobre su asiento. Nos envalentonamos y empezamos a arrojar proyectiles  sobre los pasajeros, pelotitas de papel,
puñados de arroz integral, pedacitos de bizcocho… silbando y ululando. El
recital de rock se había transformado en una fiesta de fin de curso, en una
despedida de soltero, en una boda. Nos estábamos poniendo realmente vandálicos.
Pero Clarita retomó su violón, las risadas y los gritos se fueron aplacando y
la voz de Clarita surgió del tumulto con un nuevo tema.

Paciencia
Paciencia
Paciencia
E a ciencia da paz.

Entonces el ómnibus tomó una
curva, disminuyó la marcha y paró en una estación en medio de la ruta. Había un
restaurante y el conductor y los pasajeros bajaron “automáticamente” como
robots. Poco a poco nos fuimos silenciando, nos extendimos en nuestros asientos
y nos relajamos. El silencio total y la ausencia de movimiento nos parecía
maravilloso pero enseguida bajamos a estirar las piernas.
Era plena tarde y el calor
apretaba. Junto a la confitería  surgía
de una fuente un chorro de agua poderoso y ahí nos refrescamos. El agua salía
con una potencia increíble, fresca y transparente como cristal líquido.
Estábamos empapados y exhaustos pero sonreíamos felices viendo divertidos como
la gente nos miraba con curiosidad desde detrás de las ventanas del bar.
Volvimos al ómnibus y el viaje continuó. Nos sentíamos mas despejados. Dentro de poco llegaríamos a Río.
El bus descendía por el zigzagueante camino bordeado de precipicios en medio de una selvática vegetación. También los efectos psicodélicos se disipaban gradualmente, y al final de largas avenidas arribamos a la rodoviaria.
Mientras nos emprolijábamos las ropas y juntábamos el equipaje Clarita se acercó a mí y cuando el ómnibus se detuvo en el andén y comenzábamos a bajar me mostró su paquete de cigarrillos y me dijo insólitamente:
- Omar, estos son os cigarros que eu fumo. ¿sta sabendo?...
Miré extrañado el paquete de cigarrillos: una barquilla blanca  entre franjas amarillas y la letra griega alfa en el medio, y con letras doradas A L F A …
- Nao esqueça que esos son os que eu gosto.
Sonreí sin entender y salté del ómnibus al anden lleno de gente. Vi que Nora avanzaba hacia la salida y me uní a ella. Cargábamos nuestro equipaje y caminábamos cansadamente. Por los altoparlantes de la estación se oía una música pegadiza que yo escuchaba por primera vez y que me seguiría por donde fuese durante mucho tiempo. Era un tema
de Roberto Carlos y no estaba del todo mal:
Jesus Cristo, Jesus Cristo,
Jesus Cristo eu istou aquí
Pasaron junto a nosotros unos hippies cargando sus mochilas. Iban en sentido contrario al nuestro y nos saludamos con un antiguo signo: los dos dedos en ve de la victoria. Seguimos andando hacia la salida. Nora miró hacia atrás buscando a los otros y aceleró la marcha nerviosamente.
- Omar –me dijo angustiada –no mires para atrás, no te des vuelta. Seguí caminando, no mires por favor.
 Por supuesto que no me volví a mirar y aceleramos el paso hacia la salida. Pero varias veces le pregunté a Nora :
-  ¿Qué pasa?... ¿Qué está pasando?...
Hasta que una vez fuera de la estación sin pararnos me dijo:
-  Sigamos, la policía detuvo a Clarita y al Peli que venían atrás nuestro. Los pararon y los estaban revisando ahí mismo, palpándolos de arma… Vamos, vamos, no podemos hacer nada. ¡Taxi! ¡Taxi!
Un taxi paró junto a nosotros y subimos.
-  Rápido a Leblon, de preça, de preça… -ordenó Nora y arrancamos velozmente.
Yo no sabía qué hacer. Todas mis reacciones posibles estaban momentáneamente paralizadas. Nora en cambio
lloraba. Se había tornado extrañamente hiperkinética y realizaba infinidad de pequeños movimientos inútiles. Se arreglaba el pelo, se presionaba las mejillas, miraba hacia atrás, se removía en su asiento y lloraba  copiosamente.
El conductor se volvió hacia ella y le preguntó:
-  O, menina, ¿o qué está acontecendo con vocé?...
-  Nada. –dijo Nora reaccionando nerviosamente –Eu nao tein problema nao… Eu nao tein problema… a
gente nao tein problema neiumo…





(continuará)                                                                                                                                          ...