sábado, 24 de agosto de 2013

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omaragon omarteum: omaragon omarteum:"LOS ÁNGELES DE LA CALLE" - "Gen...: “Generación Descartable”   Capítulo  26  “LOS ÁNGELES DE LA CALLE ” “Yo bebo los néctares, como los manjares diáfanos y sodomizo a los ángeles transparentes.”...

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omaragon omarteum: omaragon omarteum:"LOS ÁNGELES DE LA CALLE" - "Gen...: “Generación Descartable”   Capítulo  26  “LOS ÁNGELES DE LA CALLE ”

omaragon omarteum:"LOS ÁNGELES DE LA CALLE" - "Generación Descartable" - Capítulo 26

“Generación Descartable”
  Capítulo  26
 “LOS ÁNGELES DE LA CALLE

“Yo bebo los néctares,
como los manjares diáfanos
y sodomizo a los ángeles transparentes.”
“Los Elegidos de la Noche
  Juan B. Piñeiro


Sin duda todavía no tenían dieciocho años pero en todos los casos eran excepcionalmente bellos y yo los reconocía instantáneamente cuando los veía en las ruas del centro de Tijuca entre la gente de las lojas y las galerías y las callejuelas intrincadas  de alrededor de los cinemas. Era simplemente al cruzar las miradas y enseguida una sonrisa apenas contenida o un breve gesto de malicia disimulado y entonces se iniciaba el juego. Porque ni bien acabábamos de divisarnos y comprender que estábamos jugando el mismo juego, al mismo tiempo los cuerpos comenzaban con sus desplazamientos y  sus encantamientos, sus ir y venir y volverse y mirar y esperar en la esquina y doblar por una callecita y recién entonces, en algún lugar mas apartado caminar a la par del ángel y comunicarse con tímidas sonrisas y al toque nomas la pregunta de si hay algún lugar adonde ir…
¿Qué hacían esa crianzas danzando por las ruas a la hora caliente de la siesta?... con el sudor brotando del labio superior, la cara tiznada ligeramente de hollín y polvo y mugre como un leve toque de maquillaje, invariablemente desnudos aunque convenientemente envueltos en las ropas grandes de los otros y después todo ese dorado esplendor de pelos alborotados y quemados por el sol, y al final la mutante epidermis del ángel: suaves praderas de cobre y oro y ónix y azabache...
Y claro que siempre había un lugar a donde ir, bajo el agobiante calor de la tarde solo había que alejarse del centro unas largas cuadras áridas hasta la casa abandonada de Tijuca y el jardín enmarañado y frondoso con su hilo de agua murmurante y al fondo la fresca sombra del alto árbol de mango sobre el galponcito del jardinero…
Durante el trayecto había podido averiguar muy poco acerca del ángel. Primero por la diferencia de idiomas y después porque siempre esos diálogos abundan naturalmente en dobles sentidos y encubrimientos y adivinanzas y vaguedades, por lo que nunca se tiene suficiente acceso al verdadero mundo del ángel y es inútil preguntarle ¿por dónde vivís? porque a esa pregunta el ángel invariablemente se sentirá impulsado a mentir y nombrar los lugares  mas opuestos y alejados de su ignoto domicilio. Como tampoco se podía tener alguna certeza acerca de la edad, porque aunque el ángel declarase siempre tener más de dieciocho… o casi… era evidente que debía tener quince o menos. Y por último tampoco convenía inquirir al ángel acerca de su ocupación o trabajo o estudios porque las respuestas eran siempre errátiles y confusas y no arrojaban nunca ninguna luz acerca de la naturaleza angelical. Hasta el nombre que daban podía ser inventado. Pero lo cierto es que a veces el ángel decía llamarse Gilson o Paulinho o Wily o Dorival … y una vez… ¡Áureo!
Era tan diferente, tan maravillosamente bello…  yo no podía dejar de admirarlo y era solo mirarnos y reírnos.
- ¿Cuál é o seu Nome?... ¿Cómo é que voce diz?...
Y entonces él volvió a pronunciar para mi otra vez su luminoso y certero nombre:
- Eu sou Áureo.
- ¿Áureo?...
- Sim… Á U R E O .
- ¿E vocé sabe o que quer dizer seu nome?
- Áureo quer dizer Áureo mesmo. –dijo tautológicamente él.
-Si, claro. –aseguré yo, y agregué tal vez como para mi mismo –Pero Áureo también quiere decir que es de oro, o que brilla como el oro… y también se dice de un resplandor como una luz que proyectan los cuerpos… pero mas que nada es el misterioso número áureo o número de oro de los griegos, el irracional número de las divinas proporciones que debía contener toda obra de arte perfecta…
Me miró con el gesto apaisanado del que sabe que nada sabe (y nada puede dejar de saber)  y yo aproveché para mirarlo más detenidamente y ver que realmente era un chico muy luminoso y esplendido.  Era un hermoso caboclo, lo que en Brasil quiere decir un mestizo y se veían en él marcadamente rasgos fisiognómicos tanto de indígena americano como de europeo del norte. Una extraña mezcla de indio alemán… los pelos muy rubiones y enmarañados, las facciones muy amplias extendiéndose hacia lo ancho, ojos verdes refulgentes, una boca deliciosa como de fruta y vino y unos cadenciosos movimientos de muchacho ebrio.
 Que los teólogos polemicen acerca de cuántos miles de ángeles pueden bailar sobre la punta de un alfiler, pero lo cierto es que todos los ángeles ya sabían fumar marihuana y podía notárselo al verlos,  por los ojos enrojecidos característicos de los maconheros...
 Bajaban de las favelas, sin duda habrían estado tomando cerveja en algún callejón y al mediodía, a la hora del sol mas abrasador, habían pasado por la boca de fumo donde los hombres transaban y donde todo el tiempo se armaban y se hacían rolar aquelis charutones… y desde ahí se había largado para el centro de Tijuca donde nos habíamos encontrado. Solo algo así podía dar una idea aproximada de la naturaleza inmediata del ángel. Y enseguida estábamos entrando en el umbrío jardín  hacia el frondoso árbol de mango.
-         Ah!... –exclamó Áureo cuando vio que estaba repleto de frutos en sus ramas mas altas –Eu vou pegar umos mangos.
-         ¿Vocé vai trepar al árbol? –pregunté yo desde la puerta abierta del cobertizo.
-         ¿Trepar?... –preguntó divertido Áureo -…A vocé que eu vou trepar… mais primero vou pegar mango.
Y sin decir más comenzó a treparse al árbol. Yo lo observaba desde abajo, y el sol que se filtraba en rayos por entre el ramalaje de la fronda lo iba iluminando en su ascenso produciendo destellos sobre su piel y sus músculos. Podía verse su vello pubescente como una delicada pelusa de oro   rodeando todo su cuerpo. Con la vista puesta allá arriba, en los frutos mas ricos, ascendía rápidamente y por momentos se volvía hacía abajo para mirarme y estallar en una sonrisa  radiante.
Estuvo enseguida en la copa del árbol juntando mangos y tomándose su tiempo para comer el mejor en la misma rama.
Yo entré en la habitación, me saqué la ropa y me asomé a la puerta desnudo y lo estaba llamando, y él me veía y se reía y por fin bajó y entró donde yo lo esperaba acostado en el jergón,  atravesó la puerta de madera blanca sobre la que yo había pintado un corazón muy rojo…  y a partir de ahí el ángel se tornaba prácticamente invisible para mi.
 Después podría volver a retomar su contemplación ya en estado de reposo dulcemente adormecido frente a mis ojos.