jueves, 6 de diciembre de 2012

GENERACIÖN DESCARTABLE - Capítulo 20 - "El Pozo"

.“GENERACIÓN DESCARTABLE”
 Capítulo 20

“El Pozo”

A fines de 1969 Juanito dejó la pensión donde vivía a pocas cuadras de Plaza de Mayo y junto con un grupo de amigos íntimos alquilaron una casona cerca de Congreso. Era un departamento antiguo que ocupaba todo un piso del edificio. Yo caminaba desde Callao una cuadra por Moreno, subía una escalera que rodeaba la caja de un ascensor que nunca funcionaba y atravesando una amplia puerta verde estaba en lo de Juanito. Enseguida había una inmensa sala con piso de madera y con ventanales muy altos que daban a un largo balcón hacia la calle. Toda la casa carecía por completo de mobiliario y las habitaciones estaban vacías a excepción de las camas, algunas sillas, un par de mesas, pilas de libros por todas partes y paredes, ventanas y puertas, todo pintado en diferentes tonos de verde. La habitación chiquita que daba al balcón era el cuarto de Joe. Hacia el otro lado, pasando un corredor con amplias mamparas de vidrio por donde entraba toda la luz de la mañana se pasaba frente al cuartucho siempre hermético de Gabriel. Al final del corredor, una escalerita de madera conducía al nido aéreo de Carlitos. Abajo estaba la cocina y el patio minúsculo y por ese patio se llegaba a la habitación de Juanito, la jungla verde… la espesura…  donde su amigo Daniel Melgarejo había pintado en las paredes del cuarto la tupida selva africana y allá arriba, en el ángulo: Tarzán, el héroe máximo de Juanito, en tamaño natural, lanzándose por una liana desde la copa de un árbol. Una puerta corrediza con paneles de vidrio verde separaba su habitación del salón central  en el que se reunían junto a los altos ventanales, todos los habitantes de la casa. Ese salón verde era a la vez living, oficina y ocasionalmente salón de fiestas.
Ese mundo exclusivo de hombres era compartido en ese momento por una sola mujer que  como exiliada  momentánea había improvisado su habitación en un ángulo del salón, Laura Madanes.
Juanito como siempre, estaba muy ocupado con su trabajo y además de sus contribuciones a La Hipotenusa escribía una serie de relatos cortos que eran la más sintética descripción de una imagen poética. Un violinista tocaba su violín justo debajo de una cascada de agua. El agua le caía encima pero él seguía ejecutando su música impasible. Juanito describía esa imagen y la unión de la música al sonido del agua. En otro relato una montaña se transformaba en un gigante libidinoso con un inmenso falo con el que tocaba el tambor sobre la tierra. Había varias descripciones de tipo onírico, más o menos fantásticas y muy poéticas. Nos sentábamos por las mañanas en su mesita de trabajo en el balcón y Juanito me leía sus escritos. Después se entregaba a la ardua tarea que venía realizando desde hacía años: juntar todo tipo de material sobre escritores y literatura homosexual. A veces me pedía que le pasase algunos escritos a máquina para enviar a la editorial, porque también preparaba una publicación con poemas suyos y algunos fragmentos seleccionados de escritores casi desconocidos de la antigüedad grecolatina.
Entonces yo tecleaba las copias a máquina y él se enfrascaba en la clasificación y ordenamiento de su material. Mientras tanto escuchábamos música, tomábamos té o refrescos, hablábamos con los chicos que se acercaban a la mesa de trabajo para contarnos sus aventuras por la city y hasta nos divertía observar los movimientos de la calle y el vecindario. Y criticábamos todo: la ropa de las señoras que iban de compras o los pregones de los vendedores ambulantes, el aspecto atrayente de los señores y la belleza de los adolescentes. Juanito siempre estaba de buen humor y siempre nos divertíamos muchísimo. El tenía salidas muy originales. Una vez bajábamos las escaleras del Augustus de la calle Florida y de pronto dos señoras se pararon frente a nosotros, nos miraron escandalizadas y dijeron:
-         ¡Pensar que estos son los hombres de hoy!
Entonces Juanito en su tono más cordial contestó:
-         Y pensar que sus hijos serán nuestros amantes de mañana.
 Lo que hizo que las señoras se alejaran despavoridas. ´
Esa mañana que estábamos trabajando, en un momento, emergiendo de entre sus papeles me dijo:
-         Ah, qué increíble, escuchá esto, Omar:
Y a continuación me leyó un fragmento antiquísimo donde se decía que los dioses se manifestaban a los hombres acompañando su aparición con potentes fenómenos atmosféricos tales como fuertes vientos, tormentas, rayos, truenos y terremotos, y que en esas oportunidades solían adoptar formas de trombas marinas, ruedas gigantescas o inmensas columnas. A continuación el autor describía las complejas formas de los dioses con sus innumerables cabezas, infinidad de brazos, profusión de manos y abundancia de ojos y elementos simbólicos. Y finalmente recomendaba  la única forma posible para que los humanos pudiesen contemplar la grandeza apabullante de los dioses: había que apartar la vista para no ser fulminado por la fuerza de la visión y mirar hacia otro lado, y con un recurso sumamente astuto “espiar al dios” por el rabillo del ojo.
En esos días Juanito preparaba una fiesta para celebrar la inauguración del nuevo departamento y como sabía que yo era amigo de la negra Renée, mientras trabajábamos me decía:
-         Tenés que invitarla, Omar… sabés que me fascina… la veo siempre en El Moderno, y aparte de unos breves saludos todavía nunca hemos estado juntos.
-         ¿Te gusta? –le preguntaba yo haciéndome el distraído.
-         ¿No te digo que me parece fascinante? –decía Juanito fingiendo un entusiasmo desmesurado. – Pero en serio… ¡no sabés quién es!... ¡Ella es la diosa máxima del tout Buenos Aires! Y no creas que exagero. ¿No viste que Oscar Masotta le dedica a ¡ella! su libro? Mirá. –y me mostraba la dedicatoria de “Sexo y Traición en Roberto Arlt” -¿Ves? “A Renée Cuellar”
Sin duda Juanito exageraba, pero ahí estaba esa escueta dedicatoria. Yo le preguntaba:
-         Pero ella… exactamente  ¿qué hace?
-         No sabés… -me decía Juanito- Es uno de los seres más lúcido y mas delirantes del planeta. Todo el mundo la adora, aunque muchos la temen. ¡Un intelecto excepcional! Se dice que es infinitamente sabia, pero también que es terriblemente cruel. Dicen que ha sido la perdición de muchos hombres. –agregó en tono folletinesco. –Pero en cambio otros la veneran. Se cuentan las anécdotas más locas acerca de ella. Es muy poderosa. Carlitos la conoció en una fiesta, ella estaba bajo la ducha con un paraguas abierto leyendo poemas de Baudelaire a la luz de las velas… -enseguida adoptando un tono más serio dijo: - Es amiga dilecta de Alejandra Pizarnik.
-         ¿Pero entonces qué edad tendrá? –quería saber yo.
-         Imposible saberlo. Algunos creen que es eterna y que se mantiene eternamente joven, otros en cambio aseguran que fluye al revés del río del tiempo, y que cada día que pasa es un poco más joven. ¡Es tan atractiva! Dicen que en un tiempo se vestía toda de blanco… o toda de negro… o bien solo de blanco y negro… Por lo demás es una diletante genial tanto si dibuja o pinta como haciendo poesía surrealista…
-         Pero no expone… -decía yo desencantado- …ni edita sus poemas…
-         Dicen que porque el viejo Romero Brest la desahució una vez que ella le mostró sus dibujos y Romero le hizo una crítica negativa. ¿pero qué sabrá ese viejo?...  tenés que invitarla, Omar, ardo como se dice, en deseos de conocerla desde que Alejandra me confió que la ama y la desea mas que  a su propia extinción…
 Dije que haría lo imposible porque últimamente Renée casi no salía. Había copado un caserón en San Telmo y era muy difícil sacarla de allí ya que… al poco tiempo de habitar esa casa, la Negra había descubierto que estaba impregnada de fantasmas y rodeada de misterios. Y le conté a Juanito que yo solía ir a visitarla a su nueva casa que estaba a una cuadra del bajo en ese barrio tan antiguo de Buenos Aires. La casa se la habían prestado y una de las habitaciones estaba ocupada por un tipo sumamente extraño que tocada el arpa todo el día. Y el resto de la casa, una habitación grande, un patio, la cocina y un bañito eran los nuevos dominios de la Negra. En esos días ella estaba siempre  con su reciente amiga Gracielita, una mocosa adolescente de actitud desafiante y de respuestas geniales que había participado en las Orestíadas del Di Tella. Y el caso era que cuando empezaron a notar que la casa estaba encantada (con arpista incluido) hicieron invocaciones mágicas y en seguida hubo concretas manifestaciones como ruidos inexplicables y objetos que cambiaban de lugar, hasta que en una oportunidad apareció un soldado tambaleante, ensangrentado y con el uniforme de los húsares hecho jirones, quien les pedía que hiciesen excavaciones señalando debajo de la mesa de la cocina, y afirmando con una voz agónica que allí encontrarían oro, mucho oro. Al principio la Negra y Gracielita no hicieron nada  mas que encender barras de incienso y recitar algunos mantras especiales para purificar el ambiente, pero una noche de luna llena, ante la insistencia del espíritu del soldado, corrieron la mesa, levantaron las flojas baldosas del piso de la cocina y con una pala de camping, mientras protegían sus rostros con máscaras tibetanas para ahuyentar a los demonios, iniciaron las primeras excavaciones.
Un día que pasé a saludarlas y vi el patio lleno de montones de escombro y tierra y debajo de la mesa de la cocina un pozo cubierto con unas tablas y a Renée y Gracielita dibujando sobre la mesa un complejo mandala lleno de signos y de fórmulas cabalísticas pensé que era todo un inmenso delirio…  Me asomé a la boca del pozo que alcanzaba casi un metro de profundidad y supuse que era todo una broma y que sin duda los albañiles estaban reparando las cañerías.
Pero a la semana siguiente cuando volví el ambiente estaba aun mas cargado de misterio. En la habitación grande y a pleno día con todas las persianas cerradas y una vela encendida, Renée y Gracielita consultaban las cartas del tarot. Casi en un susurro me contaron lo que había pasado: habían seguido cavando el pozo lentamente y con muchas dificultades durante varios días. Excavaban tal como les había indicado el agónico soldado, después de la medianoche  y hasta las primeras luces del amanecer, cuando debían volver a la superficie y tapar el pozo con las tablas hasta la noche siguiente. Al principio no habían encontrado más que tierra, escombros, maderas podridas y fierros oxidados, pero llegando a unos dos metros de profundidad, la pala había atravesado el fondo del pozo y a los siguientes golpes de pala el fondo se había desmoronado. Afortunadamente trabajaban atadas a una soga por la cintura como hacen los montañistas, y siempre turnándose, una excavaba mientras la otra en la boca del pozo subía los baldes de tierra. Cuando el fondo cedió, Gracielita que era la que en ese momento excavaba se pegó a los bordes del pozo y se aferró a la soga.  Al emerger y referir lo que había pasado vieron que estaba amaneciendo lo que las obligó a postergar la tarea hasta la noche siguiente. Y entonces si, armadas de coraje e impregnadas de incienso y estoraque, con sus máscaras orientales y una fina daga ritual para defenderse de posibles alimañas bajaron al fondo del pozo.
En efecto el fondo había cedido y solo quedaba un borde apoyado sobre una viga de madera que pudieron usar de plataforma, y desde allí habían iluminado con una linterna la abertura para descubrir con asombro que habían comunicado con una inmensa galería subterránea. Tras complicadas operaciones lograron saltar del pozo a la galería. Ya era sabido que el barrio de San Telmo estaba horadado por antiguas galerías subterráneas del tiempo de la colonia y esta era sin duda una de ellas. Con mucho cuidado habían recorrido el túnel en ambos sentidos. Hacia un lado terminaba abruptamente en una pared de ladrillos de barro y hacia el otro lado se angostaba en una zona de derrumbes y alcantarillas. Pero al  volver al pozo, sus sigilosos pies se habían topado con un montículo de tierra. Revolvieron ligeramente y aparecieron unos huesos que juntaron en una bolsa y subieron a la superficie. Eran huesos humanos que estudiados a la luz de la habitación presentaban  una extraña característica: estaban atados con alambre y atravesados de clavos. La mayor parte del material era imposible de analizar, los pedazos se deshacían en una mezcla de tierra y óxido.
Entonces volvieron a tapar el pozo y un amigo antropólogo de la Negra se había llevado los restos  hallados para un estudio minucioso. Pero el soldado agónico no volvió a  comparecer aún ante las más insistentes invocaciones de mis amigas que querían saber algo más de la extraña historia en que el soldado las había implicado y al mismo tiempo reclamar el engaño por la falsa promesa del oro.
Al escuchar el relato, Juanito estaba profundamente impresionado y yo le aseguré que haría lo posible para que estuviese en su fiesta del sábado.
-         Si, - afirmó –tiene que estar, será la Reina de la Noche en la Fiesta del Palacio Verde. Podés ir con Laura a invitarla… ¿verdad que si, Laurita?... –le preguntó a Laura Madanes que leía en la terraza sentada junto a nosotros. Levantó sus diáfanos ojos celestes del libro que estaba leyendo, “El Tiempo de los Asesinos” de Henry Miller y con su tono mas malicioso dijo lentamente y arrastrando las palabras:
-         Claro que si… ¿Por qué no?...
-         ¿Y puedo invitar a otros amigos? –le pregunté a Juanito prudentemente.
-         ¿A quienes? –preguntó Juanito alarmado –¡ No quiero saber nada con esos sucios rockers de La Cueva!
-         No, estos son unos amigos mios de Villa Gesell, amigos de la Negra también.
-         ¿Si?... ¿Quiénes? –preguntó interesado.
-         Y… Miguel Abuelo… Cylbia Washington… Pipo Lernoud…
-         Bueno, -dijo Juanito –  está bien, a Miguel lo conozco porque eramos vecinos de pieza en la pensión Norte. Esa Cylbia Washington me suena, debe ser pariente del viejo George… ¿y Pipo?… Pipo Lernoud no se quien es, pero tiene apellido francés, puede venir, sabés que para mi lo mas importante es saber quién es quién. Yo si no figura en el Ghota no lo conozco. –decía Juanito con fingida afectación.
Y esa misma tarde caminamos con Laura perezosamente  hasta San Telmo para invitar a la Negra.
Renée estaba sola, dibujando y escuchando música de Vanilla Fudge. Apenas Laura dijo dos palabras la Negra le dedicó una brillante sonrisa y me preguntó encantada:
- ¿Quién es este ser tan perverso?
- Ella es Laura Madanes, - la presenté yo – sobrina de Cecilio. Se escapó de su casa y huye de su tío que la persigue por todas partes.
Al rato estaban conversar como amigas de toda la vida mientras Renée le mostraba las ilustraciones del precioso volumen de “El Hombre y sus Símbolos” y yo me deliraba con la música de Vanilla que me parecía sensacional. Y cuando le transmití la invitación de Juanito enseguida dijo que si, que el sábado estaría ahí, así de paso salía un poco, porque el caso del pozo la había dejado extenuada. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario