miércoles, 15 de diciembre de 2010

Generación Descartable: Capítulo Cylbia -2da parte-

"GENERACION DESCARTABLE" - (Primera Parte)
Capítulo
"CYLBIA"
(Segunda parte)
Mientras cruzábamos el jardín se apresuró a explicarme:
-Por ahí no quiere abrir porque estamos medio peleadas, ¿sabés?, dice que yo me doy mucha manija.
Entramos en un hall vacío iluminado por una lamparita desnuda colgando de un cable. Cylbia se acercó a una puerta y llamó con golpecitos suaves y al rato una voz preguntó:
-¿Quién es?
-Soy yo, Rennée, Cylbia.
-Bueno… ¿y qué querés? –inquirió la voz detrás de la puerta.
-Estoy con Kranch, un amigo, abrime.
-¿Qué Kranch?
-Un amigo, abrí, dale.
-¿Estás bien?
-Si, ¿por qué?, abrí.
-Esperá un momento, lo tengo que pensar.
-Bueno, pero no lo pensés toda la noche.
Hubo un largo silencio hasta que la puerta se abrió y apareció la negra Rennée haciéndonos pasar. Lo primero que percibí fue una muchacha con hermosísimos ojos color dorado brillando bajo un flequillo que le cubría la frente y mientras nos hacía pasar fui completando el cuadro: pelo muy corto, piel bronceada, minifalda de cuero y botas altas de gamuza marrón, una remera tejida al croché muy escotada en color oro viejo y unas manos increíblemente bellas que sostenían un lápiz de dibujo.
Parecía contrariada, me pareció que bizqueaba un poco y hacía mohines melifluos. Sonreía un tanto confundida y nos guió a través de un laberinto de esteras de juncos colgadas del techo con las que había dividido su habitación formando varios ambientes hasta la parte de su estudio donde estaba trabajando. La lámpara iluminaba la mesa y estaba escuchando música con un amigo al que me presentó.
-El es Cocho, -dijo ella.
-Yo soy Omar. –dije.
-Como yo, –dijo Cocho, y agregó: -Me dicen Cocho pero yo soy Omar.
Nos sentamos con Cylbia junto a la mesa de trabajo. Había dibujos por todas partes y un fuerte olor a incienso. Además, la música era inquietante. Me acerqué al tocadisco y haciendo girar la vista leí la etiqueta del longplay: Bela Bartok, era lo que estaban escuchando. Ellos retomaron su conversación interrumpida. Cocho se reía divertido de algo que le contaba Renné casi en un susurro. Observé que Cylbia tenía un código de comunicación especial con sus amigos. Había cambiado perceptiblemente y hablaba en un tono diferente donde abundaban los diminutivos y las exclamaciones intercalado con las formas más artificiales del lenguaje.
-¡Oh!, siiiii. –decía Cylbia. –ahora nosotros necesitaríamos alguna droguita.
Entonces Rennée desapareció entre las esteras y regresó con un grueso pedazo de caña de bambú. Con la punta de un cuchillo raspó en el interior y volcó sobre un papel, una hierba marrón-verdosa con la que armó unos cigarrillos finitos.
-¡Oh, sí, que bueno, un poco de maconha!-decía Cylbia, y me contaba cómo Rennée la había traído de Brasil en su último viaje oculta en el interior de una escultura de madera. Había curado la hierba con grapa y miel y tenía un olor especial, un olor que yo nunca había sentido hasta entonces, un olor muy concentrado y misterioso como un perfume.
Fumamos pasando el cigarrillo como en un ritual y aspirando profundamente tratando de retener el humo picante el mayor tiempo posible. Yo esperaba percibir algún tipo de cambio fantástico y tal vez por esa misma expectativa no noté ningún efecto en esa primera experiencia. La conversación prosiguió normalmente y al rato Cocho se despidió y se fue. Cylbia seguía hablando en forma apasionada y cada tanto me preguntaba cómo estaba, cómo me sentía y si ya tenía alguna alucinación.
En algún momento entró un muchacho en la habitación. Era moreno y hermoso y con unos ojos verdes muy calmos. Le preguntó algo a la negra Rennée y ella le contestó muy friamente y el chico volvió a salir.
-Es Cashorro. –me informó Cylbia. -¿Viste que lindo es? Es uno de los novios de Rennée. Pero se pelean todo el tiempo. Hablan horas y horas sin parar y de pronto por una palabra, por una mínima diferencia en el sentido de una frase, se pelean a muerte. Rivalidades semánticas.
Al rato Rennée nos dijo que estaba cansada y que se iba a dormir un rato entre el laberinto de esteras. Cylbia y yo nos quedamos ahí sentados hablando muy bajito y escuchando música de los Rolling Stones. Cylbia le había pedido a Rennée que nos dejara quedar hasta el amanecer, que saldríamos a la mañana sin hacer ruido para no despertarla.
Cuando nos quedamos solos Cylbia volvió a indagar ¿qué sentía, si estaba alucinando, qué veía? Yo estaba habituado desde hacía algún tiempo a los estimulantes. Había comenzado a tomar cuando preparaba los exámenes y después de dejar los estudios había seguido tomando y recurría a una prueba especial para saber en qué momento las pastillas comenzaban a hacerme efecto: sentía que algo comenzaba a irradiar desde mis manos, por mis dedos. Era como una fuerza, una forma de energía que fluía a través de mis dedos. Por cierto que era una sustancia totalmente invisible, pero manipulando en el espacio me parecía percibir ciertas inciertas ondas. El espacio se hacía más sensible, como si fuese una prolongación del cuerpo. Si las pastillas eran efectivas, al enfrentar las manos, las puntas de los dedos parecían atraerse como magnetizados. Pero con la maconha , esta comprobación no dio resultado. Le dije a Cylbia que no pasaba nada.
-¿Cómo nada? –dijo Cylbia decepcionada. –Cerrá los ojos y decime qué ves.
Cerré los ojos y me pareció ver imágenes…fugases.
-Ah, sí. –dije , queriendo entusiasmarme. –Veo todo blanco. Una habitación blanca, con el piso blanco y todo el moviliario blanco. ¡Qué lindo!
Pero Cylbia dijo:
-¡Oh, no! Más allá del blanco. Mucho más allá. Hay que trascender el blanco. El blanco es al espíritu lo que la sombra a los cuerpos materiales. Recién donde terminan las imágenes empieza la filosofía.
Y entonces inició un largo monólogo donde en forma apasionada y delirante, hablando siempre en un murmullo casi inaudible, me explicaba que nuestra imaginación tendía hacia el blanco porque teníamos la idea convencional del blanco como símbolo de pureza, pero que eso era una burda trampa, tan solo la forma que adoptaba el mundo material para limitar nuestras percepciones, y que para el caso hubiese sido mejor ver todo negro, porque al menos el negro, la oscuridad, permite trascender los límites del mundo objetivo y recién a partir de ahí sería posible comenzar a percibir lo que está más allá, lo realmente importante y tal vez hasta lo único esencialmente existente. Y siguió hablando durante el resto de la noche hasta que un amanecer grisáceo apareció a través de la ventana.
Entonces tomé la caña de bambú que había quedado sobre la mesa y raspé en su interior volcando la maconha sobre un papel. Miré hacia las esteras como si temiese ser sorprendido, después hice uno paquetito, me lo guardé en el bolsillo y tratando de no hacer ruido salimos del Melancólico.
Andando por la calle me dijo:
-Se va a enojar cuando se dé cuenta que le sacaste maconha. Para colmo quedaba poquito…
- Qué me importa, la maconha no es de nadie porque es de todos. ¿No te parece?
Tomamos otro tren y volvimos al centro. En Av. del Libertador entramos a La Viña a tomar un café. Y nos quedamos conversando durante horas. Cylbia dibujaba sobre las servilletitas de papel con un fibrón de tinta roja. Dibujaba sus monstruitos de la pata larga con sus cabezas melenudas y su ojo en la frente. A veces con el dibujo intentaba graficar lo que estábamos hablando, entonces aparecían sobre el papel galaxias y espirales, rayos y nebulosas, o un sistema de soles pasando a través de arcos en universos paralelos que se reflejaban como en espejos.
Cada tanto la conversación aludía a sus amigos músicos. Su gran amor era Tango. Entonces empezó a hablar de Tanguito y le dio tanta nostalgias que salimos del bar y tomamos un ómnibus a Caseros City a buscar a Tango y en tanto me explicaba que si estaba en la casa era difícil rescatarlo porque el viejo era muy jodido y le echaba a todos los amigos, pero que igual ella iba a encarar. Me quedé en una esquina esperando mientras Cylbia entraba en una casita a mitad de cuadra.
Era un barrio como el mío, esos barrios de clase media baja con casitas todas iguales sin estilo preciso. En la puerta de la casa el padre acomodaba unos cajones. Parecía un calco de mi casa y mi barrio. El viejo golpeaba los cajones protestando por la presencia de Cylbia.
Al rato aparecieron Cylbia y Tango sonrientes y sonámbulos como emergiendo del túnel del tiempo. Tango con su campera de cuero negra y polera…verde. Y traían la guitarra.
-Hola, ¿qué hacés? –preguntó divertido tironeándose el pelo y mirando a su padre que nos observaba amenazante.
-¿Qué pasa? –pregunté.
-No, no pasa nada. –afirmó y nos alejamos del lugar.- Viste que el gallego se pone como loco cuando me vienen a buscar. No hay que darle bola. ¿Adonde vamos? No tengo plata.
Después de largas deliberaciones decidimos ir a casa de Cylbia, porque por ahí, el Tata no estaba y la Ñaña estaba buena y nos podíamos encanutar en la habitación de Cylbia a tocar la viola.
Tomamos un ómnibus en una mañana soleada y fría. A esa hora iban casi vacíos, así que copamos los últimos asientos para estar juntos. Cylbia hablaba todo el tiempo mientras Tango sonreía y de vez en cuando le preguntaba:
-¿Si?... ¿Te parece?... ¿Vos decís?
O sino decía alargando las vocales:
-Aaaaaannndáaaa.
Todo el tiempo riéndonos y parloteando a los gritos o murmurando en susurros hasta que Tango desenfundó la viola preguntándole al chofer si se podía tocar un poquito, si no había historia. Y empezó a hacer un temita con un rasguito suave mientras mirábamos pasar los descampados por la ventanilla del bus.
“Dicen que un vagabundo
no puede subsistir,
por eso dicen que
voy a morir.
Creen que andando solo
Mi mente enfermaré
No saben que
Jamás puedo morir.
Yo soy inmortal
Jamás he de morir.”
En medio de las autopistas y entre ondulantes praderas verdes llegamos. Saltamos del bus y caminamos por entre montes de eucaliptos hasta la casa de Cylbia .Era uno de esos barrios de chalecitos con jardin de la época peronista y el padre no estaba pero la abuela, estaba como endemoniada. Se escandalizó al vernos aparecer en la tenue luminosidad de la sala y enseguida dijo que ahí no nos podíamos quedar, (como en todas partes), ahí tampoco se podía estar y que ni se nos ocurriese meternos en la habitación porque entonces lo llamaría al padre. Entonces Cylbia entró a vociferar y a golpear puertas y a tirar cosas y dijo que no había nada que hacer, que eran todos unos pálidos y agarró su viola de su habitación y salimos golpeando la puerta.
…¿Y ahora donde iríamos? No había lugar adonde ir, pero entramos a caminar alejándonos del barrio y cruzando la autopista. Y ahí en medio de esas suaves colinas verdes nos tendimos en el pasto y bien lejos del tráfico, de las casas y de la gente, armamos un par de agujas que entraron a rolar y al toque desenfundaron las violas y entraron a zapar cualquier cosa.
Cylbia le preguntaba:
-¿Te acordás de este temita? – o bien: -Aquel tema, hacé aquel tema. Y Tango hacía el tema y Cylbia le hacía un acompañamiento con su viola.
-¿Y aquel temita?
Y enseguida salían con otro tema. Esos temas maravillosos de Tango como por ejemplo ese que cantaba siempre en esa época:
“Susana, déjame ser
como, como yo soy.
No cambia nada
Porque use
Una camisa o una corbata
Si da lo mismo
Es gusto mío
O un desafío
O un desafío.”
Cylbia también sabía hacer un rock formidable, muy pesado, muy colocado, con su voz clara de chamana.
Y Tango le dijo:
-Che, Cylbia, hacé "Gran Señora de la Noche", dale, hagamos ese.
Gran Señora de la Noche
Oh, Gran Señora de la Noche
Acércanos a ti
Cuando ya no nos quede nada más del alma
Conviértenos
En tu oscuridad píntanos de rojo el color de la vida
Mientras el tiempo aumenta tu llegada
Defiéndenos
De los que siempre están apedreando
Nuestra antigüedad
Y no nos creen que fuimos
Semejantes a un ángel
Provisto de alas
Conviértenos en algo resplandeciente
Como el fuego
Y no expliques todo lo que sabes
No des fin al misterio
Destínanos a existir más tarde viviendo
Haznos habitar muchos mundos
Al mismo tiempo
Gran Señora de la Noche
En tu corazón de hongo alucinante
Seremos inmortales
Aunque posiblemente un día
Nos asesine dios
Ocultanós tras una máscara de hombre
El verdadero rostro
Espíritu innombrable
En el humeante espejo
Que consulta el sol
Detén nuestra imagen
Y no nos hagas parecidos jamás
A otro ser humano
Para que nadie se atreva
A violar la prohibición
De quebrar nuestro huesos
Otra vez en la tierra.
Y después de hacer miles de temas, empezaron a ponerse mimosos y a reírse de nada así que volvieron a enfundar las violas y regresamos al centro y ellos se fueron al Dixon y yo me fui borrando para mi casa porque ya hacía como tres noches que venía naufragando y sin dormir.

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