sábado, 11 de diciembre de 2010

Generación Descartable: Capítulo: Cylbia -1ra parte-

"GENERACION DESCARTABLE" - (Primera Parte)
Capítulo
"CYLBIA"
(Primera parte)
“Todo encuentro casual
es una cita.” H.Hesse
En ese verano de l967 mi vida pasaba por una serie de cambios excepcionales. Salía del ambiente de mi familia y mis fatigosos estudios siempre incompletos, atravesaba los límites de mi barrio y mi pueblo, se deshacía la relación con mi esposa que se alejaba de casa llevándose a nuestra hija y yo me quedaba otra vez solo con mis viejos sumergido en sueños culpables de los que me costaba emerger hacia el plano de una realidad donde había que volver a empezar.
Entonces había estado deambulando al azar, como un sonámbulo buscando a mis nuevos amigos del verano, hasta que finalmente los había encontrado; esos seres nuevos, diferentes, libres, sin conflictos, sinceros y despreocupados, creativos y originales. Parecían agruparse en bandos totalmente opuestos: por un lado los rockers con sus pelos largos y su música de rockanrol y sus aspectos negligentes y por el otro lado los Mod, vestidos con lujosa elegancia desafiante en las vanguardias creadoras.
Los Rockers desde sus trincheras de La Cueva donde se reunían a hacer música con sus guitarras y sus equipos de luces y sonido. Y los Mod desde los bares literarios como El Moderno, La Paz o El Colombiano, esgrimiendo sus libros y papeles, sus dibujos y pinturas. Pero no serían compartimientos separados, ya que pronto parte de un mundo haría irrupción en el otro pasando a formar un tercer frente común: la cultura beat.
Una noche yo estaba en la puerta de El Moderno. Eran los primeros días fríos del otoño y yo miraba desde la vereda hacia el interior del bar a través de la ventana buscando a Juanito sin atreverme a entrar a la cálida luminosidad del boliche. Buscaba con la vista entre los grupos siempre numerosos de las mesas sin ver a Juan ni a ninguno de sus amigos, Siempre me costaba asomarme a la vidriera de un bar y mirar para adentro porque me parecía que me ubicaba en el marco de todas las miradas de los del interior. Me sentía terriblemete objetivado, así que di la espalda a las vidrieras como esperando a alguien que debía venir desde la calle. Entonces vi que había otra persona en la puerta del bar. Y aunque la concurrencia de El Moderno eran tipos muy originales, ella me llamó la atención.
La vi parada ahí, del otro lado de la vereda mirando hacia la puerta del bar. Era una muchacha alta y flaca de pelos lacios muy largos y alborotados que cubrían su cara casi por completo dejando emerger en medio una gran nariz aguileña. Vestía una casaca marinera original, pantalones jeans desteñidos y gastados y botas altas. Abrazaba ocultándola entre las solapas de la casaca una muñeca de trapo de brazos y patas muy largas; y lo que me pareció mas notable era que gesticulaba y… hablaba sola o más bien parecía hablar con un ser invisible junto a ella. Pero de repente viendo que yo la estaba mirando, me enfrentó haciendo un extraño gesto con la mano, que podía parecer un saludo, pero que a mi me recordó más a un pase mágico o a un gesto de hipnotizador. Enseguida atravesó la vereda hasta donde yo estaba. Entonces pude enfocar su rostro, es decir lo que podía verse de su rostro, tras una maraña de pelos largos emergía una nariz inmensa como proa de barco que se me venía encima y una boca muy sensual que de pronto sonreía en forma encantadora, pero enseguida cambiaba, por una exhibición de afilados colmillos de vampiro de película de terror. Pasaba de un gesto de éxtasis a otro de horror sin la menor transición. Su aspecto me recordó a Joan Baez y también por la naríz a Wanda Landovska la del clave bien temperado. Era ese tipo de nariz que a mi siempre me había fascinado como el signo inequívoco de una gran personalidad y cuando llegó junto a mi y empezó a manipular su muñeca de trapo, recién entonces pude ver sus ojos seductores de lánguidos párpados y oír su voz que arrastraba exageradamente las palabras en un interminable:
- Hooooooooooooooolaaaaaaaa! ¿Quieeeeeeeen sooos? –manipulando ágilmente su muñeca de patas largas que asomaba entre las solapas. –Yo soy Pelgy Patas Largas. ¿Te gusta mi bandera de protesta? –preguntó y se dio vuelta rápidamente inclinándose un poco para mostrar su cola y con la mano hacer flamear un largo pañuelo azul a lunares blancos que salía de un agujero del pantalón roto. Volvió a enfrentarme ahora con una sonrisa que enseguida se convirtió en un gesto de asco.
-¿Qué hacés, nene? –me dijo. –Oí, oí este versito: -y mirando hacia los lados como si la viniese siguiendo alguien comenzó a decir:
“Mierda el sol,
mierda la luna,
mierda el mundo
en toda su extensura
y mientras yo
mi voz no pierda
mierda, mierda
…y mierda.”
Me reí con una fuerte carcajada que llamó la atención de otras personas que pasaban y se volvieron para mirarme.
- ¿Teee gustóoo? –preguntó ella. –Después te hago la Teoría, Yooo soooy Cylbia, Cylbia con “C” y griega y be larga. – y preguntó como para establecer definitivamente nuestra relación: -¿Y vooos quiéeen sooos?
-Yo soy Omar.-le dije todavía riéndome de su poema.
Ella lo pensó un momento y después dijo:
-Yo te voy a llamar Kranch, es mas fácil… y mas efectivo. Nombres de sonidos onomatopéyicos. ¡Aquí está mi amiga Krunch! –dijo señalando una presencia invisible a su lado con quien había estado hablando antes. …-Y vos Kranch. – y agregó como presentándonos: -Krunch y Kranch! –enseguida me preguntó: -¿Qué estás haciendo?.. ¿Vas a entrar?
-Estoy buscando a un amigo. –dije recordando vagamente a Juan y dándome cuenta que bien podía estar encontrando una nueva amiga en ese mismo instante y agregué algo más animado:
-¿Querés que entremos?
-Yo no puedo entrar porque me echan. –dijo ella.
-¿Por qué? –le pregunté extrañado.
-No sé. –dijo. –Será por la bandera. –Y volvió a agitar su bandera de protesta.
-¿Siempre te echan?
-Si, casi siempre.
-Pero por ahí entramos y hoy no te echan. –arriesgué yo.
-Peor, -dijo. –porque si no me echan tendría que inventar algo para que me echen. Yo no quiero estar en este boliche inmundo con toda esa gente de mierda.
Se puso súbitamente violenta y pateó la vereda, pero enseguida se calmó para agregar:
-Estoy esperando a Tango. Quedamos en encontrarnos aquí en la puerta. A él tampoco lo dejan entrar. ¿No lo viste?
- No sé, no lo conozco. Por ahí vino y no lo ví.
-¿¡Como no lo vas a ver!? –exclamó de manera brutal. –Si anduviese por acá, seguro que lo ibas a ver.
Se ponía colérica pero enseguida volvía a controlarse con gestos de exagerada dulzura. Parecía como si actuase en varios frentes de atención al mismo tiempo. Nerviosamente miraba a través de las vidrieras del bar como buscando a alguien, pero también miraba hacia los lados de la calle como esperando un arribo inminente.
-¿A veeer? Allá viene. –decía. Y enseguida: -No, no es...
Entonces retomó la conversación que más bien era un monólogo porque yo casi no hablaba asintiendo de vez en cuando con una sonrisa invitándola a que siguiese hablando. Por momentos hablaba como una nena, de pronto como una seductora y no paraba de gesticular. Toda una gama infinita de gestos acompañaban sus palabras, a veces sin relación con lo que estaba diciendo. Pero lo que me parecía mas extraordinario era precisamente cómo lo decía. Su lenguaje y su gestualidad abrían para mí en ese momento un universo nuevo y desconocido de la expresión humana. En medio de las frases jugaba con las palabras. Invertía los sentidos y terminaba dudando y negando lo que poco antes acababa de afirmar categóricamente.
Y no paraba. Tenía la boca seca y se pasaba la lengua por los labios.
-Yo no me voy a quedar esperándolo toda la noche. –dijo. –Quedamos en encontrarnos aquí pero creo que era más temprano. Además él llega siempre a cualquier hora. O yo habré llegado tarde. –volvió a mirar por la vidriera del bar y agregó: -Ella tampoco está.
-¿Ella quién? –pregunté.
- La Negra. La conocés, ¿no es cierto?
-¿Qué negra? ¿La negra Blanca?
-No, la negra negra. La negra Rennée. ¿Cómo no la vas a conocer. La tenés que conocer. ¿Vos qué tenés que hacer? Podemos ir a verla. Nos vamos caminando y charlando hasta Retiro y tomamos el tren hasta El Melancólico. ¿Querés?
- ¿El Melancólico?
-Si, el hotel donde vive la negra. Es ahí nomás, en Belgrano. ¿Vamos? Es temprano. Si no está aquí tiene que estar allá. De paso te cuento lo de la otra noche. ¿Sabés?.. –y adoptó un tono misterioso para decirme: -Tuve un Aleph. Si fue una iluminación. Fue maravilloso. Quiero decir “es” maravilloso porque todavía estoy ahí. Vení, vamos caminando y te cuento.
Caminamos el corto trecho desde El Moderno hasta la Plaza San Martín pasando por Florida y la Galería del Este. Cylbia caminaba con pasos cortos y acelerados por lo que a veces se me adelantaba y tenía que esperarme. Otras veces permanecía extática apasionada por lo que estaba diciendo o se aproximaba y se alejaba haciendo zig-zags. Movía los brazos y las manos al hablar y agitaba su cabeza enmarañando aún más sus largos pelos. Yo caminaba con mis pasos largos habituales y tenía la sensación de que ella me llevaba tironeando de una cuerda invisible a la que yo no oponía resistencia.
-¿Y ese saco? –me preguntó divertida. -¿De donde lo sacaste?
Era mi saco sport de tweed beige.
-¿Siempre te vestis así?
-¿Así, cómo?
-Así tan formal. Tan de nene bueno.
La gente la miraba con curiosidad. Yo la veía por momentos muy hermosa… y por momentos…¿cómo decirlo?,fea por exceso de originalidad, por no tener modelo referente. Porque ella pasaba por continuas transformaciones y nunca parecía ser la misma del momento anterior. No le importaban las miradas de la gente, aunque a veces descargaba sobre algún transeúnte uno de sus fulminantes pases magnéticos. ¿Cuántos años tendría? Debía tener mi misma edad. Veintipocos o tal vez un poco más , pero no más.
Era uno de esos días húmedos a principios del otoño y una bruma fría flotaba en el aire. Alrededor de los faroles de la plaza se formaban aureolas de arcoiris fugazmente entrevistas y que desaparecían ante cualquier intento de observación. Entonces cuando atravesábamos la plaza por los senderos que se abrían paso entre los altos jacarandaes, ella pareció encontrar el momento propicio para decirme:
-Oí, nene. Oí esto. Decime si no es maravilloso. –y comenzó a recitar de memoria muy rápidamente y como una letanía:
-“Una dirección es la indica el Segundo Principio de la Termodinámica, donde el antagonismo sistematizante se debilita progresivamente por el dominio de los factores dinámicos de homogeneización que potencializan en cada sucesiva transformación de energía los factores dinámicos de diversificación. Esta es la materia llamada física o inanimada o también inorgánica, cuyas leyes probabilísticas y estadísticas la aproximarán asintóticamente a la materia física clásica, cuyo término final e ideal es la muerte del Universo en una homogeneidad definitiva, o si se quiere, en la luz.”
Quedé estupefacto mientras ella me contemplaba con expresión radiante. Enseguida tuve un sobresalto y me agité como sacudiéndome del sueño de la realidad y de las cosas cotidianas.
¿Cómo? –pregunté. -¿Qué?.. ¿Cómo es?.. –continué como queriendo permanecer en el plano delirante que había irrumpido en mi ordenado universo con la fuerza de un meteoro.
Ella seguía sonriendo como en éxtasis y volvió a repetir más lentamente la fórmula del físico rumano Lupasku. Caminábamos y ante ciertas palabras especiales del enunciado nos deteníamos para mirarnos a los ojos como encantados: “Antagonismo Sistematizante”… “Se debilita progresivamente”… “Dominio de los factores dinámicos”… “Homogeneización”… “Potencializan” “Transformación de energía”…”Factores dinámicos de diversificación”… asintóticamente”… “Homogeneidad definitiva”...
Y cuando terminó volvió a proclamarlo una vez más. Y después otra vez y tal vez otra vez mas, hasta que me pareció que además de la belleza del enunciado yo había llegado a captar aproximadamente el sentido científico de la formula física. Y era como un canto y un encantamiento. Entonces se detuvo y me miró en silencio, abriendo mucho los ojos y levantando las cejas pintadas y agitando la cabeza y suspirando profundamente. Dándome a entender que sí, que era de lo más sorprendente. Entonces sonó el carillón del reloj de la Torre de los Ingleses mientras bajábamos por las barrancas de la plaza hacia avenida del Libertador.
Y mientras esperábamos el tren en los andenes de la estación Cylbia empezó a buscar en los bolsillos de su marinera azul hasta que encontró un frasquito de pastillas, lo destapó y tomó tres pastillitas verde clarito, así nomás, sin agua, poniendo cara de asco.
- Son Leboglutamina CH ¿sabés?, para la memoria.
Y desplegó el diminuto prospecto de donde me leyó las indicaciones
y la composición química del medicamento, la posología y las contraindicaciones. -¿Querés? –me preguntó, pero agregó: -No te van a hacer nada porque hay que hacer todo un tratamiento.
-Yo tomo estas. –dije yo, buscando en los bolsillos de mi saco el tubito de pastillas blancas de Actemín.
-¿A ver? –se interesó divertida. -¿Qué son?... Ah, si, ya sé, Actemín. Son bárbaras. Dame un par y tomá de las mías. ¿Siempre tomás?
-Si, a veces. Para estudiar. Y a veces… siempre.
-A mi me las recetó el médico. –aseguró ella.
Así que intercambiamos nuestras pastillitas y para cuando apareció el tren estábamos un poco más animados.
La estación estaba casi vacía como en un sueño y muy poca gente subió a ese tren. Así que recorrimos ese pasillo del tiempo que transcurre a través de la hilera de coches con las luces apagadas. Era un tren muy viejo que cubría el horario nocturno y buscamos un lugar en la cabecera de un coche vacío, para nosotros solos. Esos coches antiguos revestidos en madera oscura con asientos tapizados en cuero verde. Y cuando finalmente el tren se puso en movimiento se fueron encendiendo en el pasillo unas farolas blancas de opalina como con voladitos y festones. La luz era débil y temblequeante, funcionaba a dínamo y alcanzaba mayor fuerza a medida que el tren tomaba velocidad para volver a debilitarse hasta apagarse al parar en una estación.
Ni bien iniciado el viaje, Cylbia creyó oportuno comenzar a contarme su experiencia del Aleph. Esa brusca y repentina iluminación que había tenido y a partir de la cual ya nada volvería a ser como antes.
-Yo estaba con la negra René en su habitación del Melancólico. Fue hace un par de días. Habíamos estado fumando una maconha que trajo la negra de Brasil. ¿Ya fumaste alguna vez? ¿No? Bueno, ahora vamos a fumar, vas a ver, es increíble. A mi me pone genial. Me coloca, ¿entendés? Bueno y habíamos estado hablando y a mi me había dado un ataque de palabra. Si, primero un ataque de amor y después todo ese amor contenido en las palabras. Y hablaba y me exaltaba pero sabía que tenía que estar muy concentrada porque la negra Rennée no me iba a dejar macanear. Entonces… No sé cómo explicarte, pero de pronto me pareció intuir que todo lo que estaba diciendo y cada cosa que decía componía como un mecanismo de precisión, que era como dos cubos metálicos que según el sentido de las palabras hacían coincidir sus caras o sus lados o sus vértices y sus aristas y sus ángulos con movimientos de clic, clac… clic, clac. ¿Entendés? ¡Un infierno!
Ilustraba el movimiento de los cubos con las manos.
- Y ese aparato estaba en el rincón más recóndito de mi mente. Por aquí atrás. –decía llevándose una mano hasta la base de su nuca.-Por aquí, ¿sabés? Pero yo te hablo de cubos metálicos y mecanismos y es lo mas grosero que te puedo decir porque en realidad no es nada de eso. Hasta que en un momento la negra estaba dibujando y me miraba de vez en cuando... todo eso, esos poliedros luminosos y transparentes estallaron o se disolvieron y empecé a notar que las palabras tenían otro significado y tal vez hasta varios significados y que varias ideas paralelas acompañaban el sentido de cada frase. Me parecía estar como por encima de mi misma y ver todas las cosas como desde otra dimensión. Si, en serio, no es joda, me parecía que allá abajo yo estaba hablando mientras que en otro lugar mis palabras tenían otros sentidos más claros y luminosos, y cuando digo arriba y abajo se muy bien que son términos relativos pertenecientes a mi mente primitiva porque en ese momento no había ni arriba ni abajo, ni antes ni después ni yo ni no yo y en cambio percibía la compleja simultaneidad de todos los fenómenos.
Cylbia revivía aquel momento a través de un estado de creciente exaltación. Enfocaba sus manos hacia mí tratando de transferirme un poco de su experiencia y las lágrimas rodaban por sus blancas mejillas hasta su boca que sonreía en éxtasis de felicidad. Las luces del tren se encendían cuando la velocidad hacía funcionar a las dínamos y después iban bajando hasta quedar unas arañitas de filamentos titilantes al ir parando el tren en la estación. Y extrañamente a mi me parecía que ese era también el ritmo del relato que por momentos se encendía y después se atenuaba.
-Después sentí que volvía a mi yo habitual, –siguió diciendo.
-pero que al mismo tiempo seguía estando allá donde ya nunca más dejaría de estar. Y que todo lo que pudiese pensar y decir acerca de lo que había pasado era una mierdita, ni la sombra de lo que era en realidad. Hasta esto no tiene nada que ver con lo que quiero decir, porque como dicen los místicos, “la experiencia es intransferible”, ¿vió?
Habíamos llegado y desde la estación caminamos unas cuadras por unas calles empedradas. No sé 
porqué se me ocurrió preguntarle:
-
¿Cuántos años tenés, Cylbia?
-¿Vos cuántos me das?
-Y… unos 25, qué sé yo.
- Yo… tengo 17. –dijo.
-Andá… –le dije.
- Si, mirá. –y me mostró una flamante cédula de identidad.
-¿Ves?.. l950. Mirá: Cylbia está mal escrito, son tan brutos. –y volvió a guardar su documento riéndose y corriendo por el medio de la calle hasta una vieja casona amarillenta semiescondida entre los árboles del jardín.
Habíamos llegado al Melancólico.

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