"GENERACION DESCARTABLE" - (Primera Parte)
Capítulo 3
"EL COCO"
Capítulo 3
"EL COCO"
"El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia dios. El dios se llama Abraxas.
Herman Hesse
Herman Hesse
Para el Coco todas las personas eran “El Coco” y “La Coca”. Íbamos por la calle y quería fumar, paraba a una chica y le decía:
- Coca, convidame un cigarrillo. –ó - Coco, decime la hora.
Como gran solipcista creía que los demás eran una mera
proyección de sí mismo.
Era el último sobreviviente del verano y una noche nos
encontramos bolicheando y nos emborrachamos compulsivamente. Era el boliche de las chicas de Lesbos amigas suyas que a mi me parecían encantadoras y cuando ya nos íbamos el Coco les robó una botella de Gin del bar y nos fuimos ya tan borrachos como estábamos a tirarnos a ver amanecer entre los médanos cerca de la playa. El llevaba un pañuelito lila alrededor del cuello y cargaba escondida en su saco de cuero la botella de gin.
Después del espectáculo del amanecer nos dormimos un poco hasta entrada la mañana, pero cuando el sol empezó a picar, caminamos por la playa poblada de gente, bien hacia el norte más allá del pueblo por donde iba yo siempre en esos días recordando a Juanito. Y al llegar a esas playas solitarias donde el mar es más azul y profundo nos desnudamos y nos metimos en el mar. La inmensa soledad le daba al lugar un aspecto misterioso y por cierto que ahí el mar era mucho más peligroso ya que fuertes corrientes nos llevaban para adentro y se hacía difícil retornar a la orilla. Pero yo no sentía miedo. Envalentonado por el gin me parecía poder desafiar al mismo océano. Era tan bueno que estuviésemos así desnudos y nadando en medio de esa marejada azul bajo el cielo brillante del mediodía. Nada podía pasarnos y cuando por fin regresamos a la playa nos tendimos en la arena agotados, respirando agitados. Volvimos a tomar gin de la botella y a conversar con una serena alegría. Justamente el Coco, decía algo acerca de la capacidad de comprensión de la gente.“Sin duda, decía, que no todas las personas podían comprender ciertas cosas, porque para comprender había que ser; y le parecía totalmente falso que algunas personas dijesen a veces: -Yo no estoy en esa pero te entiendo. Porque para comprender realmente había que estar íntimamente involucrado. Y tampoco era posible como se decía mucho en ese tiempo “No me molesta mientras no se meta conmigo”, porque para comprender no se podía ser ajeno ni distante.
Y mientras hablábamos, todo el tiempo su mirada tenía un brillo intenso. Yo miraba el cráneo pelado del Coco y los largos mechones que brotaban de su coronilla; su barba negra y poblada de anacoreta, su cuerpo flaco cubierto de vello y su misteriosa mirada oriental. Todo en él me llamaba la atención como invitándome a pensar en otra cosa. No podía saber bien en qué, pero había como un mensaje oculto en sus palabras.
-Esos tipos macanudos, -decía el Coco,- como tantos amigos míos, que lo “toleran” con tal que no se meta conmigo; son los peores, porque esa actitud es otra forma de marginación como las reservas indígenas o los ghetos. Es como la idea de que “hagan lo que quieran pero acá no”. No hay nada mas ridículo porque no hay otro lugar, no hay nada más que acá en sentido planetario.
Me gustaba la risa franca y abierta del Coco aunque fue- se tan diferente a la risa naïf de Juanito. Esta era una risa como un graznido de pájaro. Y ahí tendidos sobre la arena húmeda de la orilla y mientras tomábamos lentamente el gin de la botella, ví que el Coco era un centauro. Ahí frente a mi yo veía un centauro que me miraba y me hablaba y que imprimía un extraño sentido a sus palabras. Y recién ahora lo veía pero siempre había estado ahí, un extraordinario centauro mitológico. Sentí que mi cuerpo se sacudía en un temblor incontenible de puro placer estético ante la inquietante imagen del Coco-mítico y al mismo tiempo sentía que debía alejarme rápidamente de ahí. Sentía que mi sexo se alzaba en una erección incontenible y cubriéndome con las manos me levanté y corrí bajo el sol profundamente confundido, hacia las dunas de los médanos para internarme y perderme en ese desierto dejando atrás al Coco, fantástico centauro repentino; buscando volver a estar solo como siempre en el lugar de siempre, donde vol- vería a pasar… lo mismo de siempre.
Ya una vez en calma, luego de tanta agitación, sentí la voz lejana del Coco que me llamaba. Yo estaba oculto tras la ladera de un médano, pero me incorporé y subí hasta la cresta para que pudiese verme. Me hacía señas y caminaba lentamente hacia mí desde lejos como un espejismo. Desnudo sobre la ardiente arena agitaba con su mano en alto la botella de gin casi vacía. Me senté a esperarlo y cuando llegó, se quedó parado ahí frente a mi, con la botella transparente tratando de ocultar su sexo; y cuando fui a tomar la botella se dejó atraer y se deslizo junto a mi como si cayese y nos abrazamos rodando hasta abajo, y nos acariciamos con los cuerpos llenos de arena con esa rara sensación de montañas que se entrechocan mecidas en medio de un mar agitado. Y yo sabía que de alguna forma estaba recuperando a Juanito. Compartiendo lo mismo que nos había unido me acercaba más a él, porque ahora estaba sintiendo yo mismo eso que Juanito había sentido antes conmigo.
- Coca, convidame un cigarrillo. –ó - Coco, decime la hora.
Como gran solipcista creía que los demás eran una mera
proyección de sí mismo.
Era el último sobreviviente del verano y una noche nos
encontramos bolicheando y nos emborrachamos compulsivamente. Era el boliche de las chicas de Lesbos amigas suyas que a mi me parecían encantadoras y cuando ya nos íbamos el Coco les robó una botella de Gin del bar y nos fuimos ya tan borrachos como estábamos a tirarnos a ver amanecer entre los médanos cerca de la playa. El llevaba un pañuelito lila alrededor del cuello y cargaba escondida en su saco de cuero la botella de gin.
Después del espectáculo del amanecer nos dormimos un poco hasta entrada la mañana, pero cuando el sol empezó a picar, caminamos por la playa poblada de gente, bien hacia el norte más allá del pueblo por donde iba yo siempre en esos días recordando a Juanito. Y al llegar a esas playas solitarias donde el mar es más azul y profundo nos desnudamos y nos metimos en el mar. La inmensa soledad le daba al lugar un aspecto misterioso y por cierto que ahí el mar era mucho más peligroso ya que fuertes corrientes nos llevaban para adentro y se hacía difícil retornar a la orilla. Pero yo no sentía miedo. Envalentonado por el gin me parecía poder desafiar al mismo océano. Era tan bueno que estuviésemos así desnudos y nadando en medio de esa marejada azul bajo el cielo brillante del mediodía. Nada podía pasarnos y cuando por fin regresamos a la playa nos tendimos en la arena agotados, respirando agitados. Volvimos a tomar gin de la botella y a conversar con una serena alegría. Justamente el Coco, decía algo acerca de la capacidad de comprensión de la gente.“Sin duda, decía, que no todas las personas podían comprender ciertas cosas, porque para comprender había que ser; y le parecía totalmente falso que algunas personas dijesen a veces: -Yo no estoy en esa pero te entiendo. Porque para comprender realmente había que estar íntimamente involucrado. Y tampoco era posible como se decía mucho en ese tiempo “No me molesta mientras no se meta conmigo”, porque para comprender no se podía ser ajeno ni distante.
Y mientras hablábamos, todo el tiempo su mirada tenía un brillo intenso. Yo miraba el cráneo pelado del Coco y los largos mechones que brotaban de su coronilla; su barba negra y poblada de anacoreta, su cuerpo flaco cubierto de vello y su misteriosa mirada oriental. Todo en él me llamaba la atención como invitándome a pensar en otra cosa. No podía saber bien en qué, pero había como un mensaje oculto en sus palabras.
-Esos tipos macanudos, -decía el Coco,- como tantos amigos míos, que lo “toleran” con tal que no se meta conmigo; son los peores, porque esa actitud es otra forma de marginación como las reservas indígenas o los ghetos. Es como la idea de que “hagan lo que quieran pero acá no”. No hay nada mas ridículo porque no hay otro lugar, no hay nada más que acá en sentido planetario.
Me gustaba la risa franca y abierta del Coco aunque fue- se tan diferente a la risa naïf de Juanito. Esta era una risa como un graznido de pájaro. Y ahí tendidos sobre la arena húmeda de la orilla y mientras tomábamos lentamente el gin de la botella, ví que el Coco era un centauro. Ahí frente a mi yo veía un centauro que me miraba y me hablaba y que imprimía un extraño sentido a sus palabras. Y recién ahora lo veía pero siempre había estado ahí, un extraordinario centauro mitológico. Sentí que mi cuerpo se sacudía en un temblor incontenible de puro placer estético ante la inquietante imagen del Coco-mítico y al mismo tiempo sentía que debía alejarme rápidamente de ahí. Sentía que mi sexo se alzaba en una erección incontenible y cubriéndome con las manos me levanté y corrí bajo el sol profundamente confundido, hacia las dunas de los médanos para internarme y perderme en ese desierto dejando atrás al Coco, fantástico centauro repentino; buscando volver a estar solo como siempre en el lugar de siempre, donde vol- vería a pasar… lo mismo de siempre.
Ya una vez en calma, luego de tanta agitación, sentí la voz lejana del Coco que me llamaba. Yo estaba oculto tras la ladera de un médano, pero me incorporé y subí hasta la cresta para que pudiese verme. Me hacía señas y caminaba lentamente hacia mí desde lejos como un espejismo. Desnudo sobre la ardiente arena agitaba con su mano en alto la botella de gin casi vacía. Me senté a esperarlo y cuando llegó, se quedó parado ahí frente a mi, con la botella transparente tratando de ocultar su sexo; y cuando fui a tomar la botella se dejó atraer y se deslizo junto a mi como si cayese y nos abrazamos rodando hasta abajo, y nos acariciamos con los cuerpos llenos de arena con esa rara sensación de montañas que se entrechocan mecidas en medio de un mar agitado. Y yo sabía que de alguna forma estaba recuperando a Juanito. Compartiendo lo mismo que nos había unido me acercaba más a él, porque ahora estaba sintiendo yo mismo eso que Juanito había sentido antes conmigo.
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