jueves, 25 de noviembre de 2010

Generación Descartable: Capítulo I El Comienzo


"GENERACION DESCARTABLE" - (Primera Parte)
Capítulo 2
"EL COMIENZO"
Cuando mis amigos beats se fueron del pinar me sentí como en el aire. Es cierto que esperaba volver a encontrarlos en Buenos Aires el próximo otoño, pero ahora La Villa me parecía el lugar más triste y solitario. Ya no había nada, todos se iban y no encontraba a nadie con quien pasar los largos días y las noches, así que lentamente fui reintegrándome al trabajo. Volví a hacer artesanía con los artesanos de la galería. Pacientemente el gordo Marcelo me enseñaba a martelar el aluminio para hacer los marcos de espejos. Aprendí a cortar, a pulir, a engarzar piedras y a patinar el material para darle el aspecto de piezas de antigüedad. El trabajo era apasionante, y por las noches nos tomábamos todo el alcohol y nos íbamos a bolichear. Me gustaban esas largas noches entre música y tragos, ahora que los turistas comenzaban a irse y los locales ya no estaban atestados de gente.
Una noche habíamos ido a un boliche que estaba muy de moda: Juan Sebastián Bar, atendido por una pareja de lesbianas suecas bellisimas, de melenas muy rubias y físicos de camionero, donde habíamos estado escuchando a un morocho que tocaba la guitarra y hacía folklore. Habíamos ido con otros artesanos a tomar unas copas y al final de la noche se cerraron las puertas y quedamos solo los íntimos.
Un chico de otra mesa me había llamado la atención. Estaba con unos amigos. No era de los nuestros y nunca lo había visto antes. Vestía con fina elegancia al típico estilo mod: colores y flores pero todo caro, todo de marca, y todo muy fino, como acostumbraban los antiguos dandys. Se enganchó a hablar con nosotros y a la salida nos íbamos todos juntos, nos alejábamos del local en medio de una animada conversación. Era un pendejo, debía tener unos 15 años pero hablaba acerca de las cosas con el mayor conocimiento, como una persona de mucha experiencia. Todo lo que decía me parecía brillante. Se burlaba de todo y al mismo tiempo consideraba todo muy seriamente.
Caminábamos por el medio de la calle de arena cubierta de paja y en un momento mientras me cerraba la campera porque soplaba un viento fresco desde la noche marina, él dijo que se despedía ahí porque su pensión quedaba para el otro lado. Yo había imaginado que caminaríamos juntos hablando un poco más bajo la noche estrellada en medio de la dulce sensación de flote del alcohol y de pronto, ante su repentino anuncio me sentí sorprendido y desilusionado. Me quedé parado en mi lugar y me volví confundido hacia él que ya se alejaba desapareciendo en la noche. Y creo que dije algo así como:
-¡Ah!, ¿te vas?
Y mi pregunta habrá sonado tan desencantada que se volvió, se acercó a mí y casi pegando su rostro al mío me dijo suavemente:
- ¿Qué?... ¿Querés venir conmigo?
- ¿Adonde?-le pregunté.
-Al hotel.-contestó naturalmente y agregó:-A dormir…juntos.
Es cerca de aquí, pero hay que entrar escondido para que
no se den cuenta.
Caminamos unas cuadras en silencio y nos metimos en un chalet alpino por un sendero cubierto de enredaderas fragantes hasta una puerta tenuemente iluminada. Él abrió sin hacer ruido, me tendió la mano y en medio de la oscuridad atravesamos una sala y un corredor y otra puerta. Siempre aferrado a la mano de mi nuevo amigo. Una vez en su habitación nos desnudamos en la penumbra conteniendo la risa y nos tendimos en la cama.
-¿Cómo te llamás? –le pregunté en un susurro por vencer la turbación de estar acostándome con un desconocido. Y él me dijo:
- Juanito.
Y nos acariciamos sin dejar de sonreir.
Él era Juan, Juan Bautista, pero yo podía decirle Juanito como todos sus amigos. Pelos lacios muy negros. Nariz recta perfecta, mentón marcado, labios finos, ojos de un azul profundo…
Después hablamos en un susurro y Juanito sacó una libretita y juntos, con las cabezas sobre la almohada estuvimos leyendo entre sus hojas.
Son notas. –decía Juanito. –Cosas que se me ocurren.
A ver, leeme algo. –le dije porque me costaba descifrar esa
letrita minúscula.
Él, primero me miró largamente en silencio, luego se
volvió hacia su libretita y comenzó a leer:
“Duda que haya fuego en los astros,
duda que se mueve el sol,
duda que lo falso es cierto,
pero jamás dudes de mi amor.”
- ¡Que belleza!-dije yo. -¿Es tuyo?
- ¡No! –exclamó en tono erudito.- Es Shakespeare, Omar.
Y escuchá este otro:
“Yo no sé si las flores
volverán a nacer
esta primavera,
yo no sé si los colores
volverán a ser
los mismos hoy,
yo no sé si la mariposa
conocerá a la rosa;
solo sé que te amo,
yo te amo…
…Hoy te amo.”
-¡Maravilloso! –dije.-¿También es Shakespeare?
- No, ese es mío, pero ni siquiera es del todo mío, la poesía es de todos.
Así descubrí que Juanito era genial, era un poeta, y que lo que estábamos haciendo era bueno, muy bueno. Y que dentro del clima erótico había algo fresco y espontáneo como un juego de niños. Un juego adorable. Un juego muy dulce. Y me sentí inmensamente feliz de tenerlo conmigo, de besarlo y acariciar su cuerpo elástico y de que al fin (y en principio) estuviésemos juntos así, unidos así.
Y esa fue la única vez, porque a partir de entonces fuimos grandes amigos, pero sexo nunca más.
Después supe que Juanito, (mi Anito Ju ) no era tan chico como yo creía. Empecé a notar que él también era simple- mente Juan y por momentos Juan Bautista y que en realidad no tenía ni 15 ni 17 años, sino que tal vez tenía 25 o tal vez más.
Juanito era a fines de los /60 el chico iluminado que deslumbraba al mundo intelectual de Baires. Tenía el aspecto elegante y anodino de los parisinos. Nos veíamos en el bar Moderno frente a la Galería del Este. Él vestía saco azul cruzado de estudiante y corbata mod de todos colores. Escribía una pieza teatral con música que al poco tiempo se estrenó en un teatrito de la calle Florida. La obra se llamaba: “¿Me Amas o Me Deseas?” y el programa tenía forma de corazón. A Juanito le gustaban los comics y las novelitas
románticas y de aventuras. Adoraba la serie de Corin Tellado. Y tenía en la biblioteca de su cuarto de pensión cerca de Plaza de Mayo la colección completa de la serie de Tarzán. Pero el heroe máximo de Juanito era La Pequeña Lulú de las revistas mejicanas. Y es verdad que Juanito tenía algo del misterio de Dorian Gray. Poseía (como Cortazar) esa extraña característica que poseen algunos seres de tener por siempre el aspecto indefinido de adolescentes hasta edad avanzada. Y Juanito era el enfant terrible de la avant - garde, el símbolo de la nueva ola, la nouvelle vague. Era escéptico, burlón y criticón y como los niños, era también bello y perverso. Divertido pero cruel. Cuando se ponía en malo revoleaba los ojos, vizqueaba y sacaba la lengua, pero a continuación se reía de la forma mas inteligente y transmitía la convicción de que todo era al menos… “muy divertido”.
Aquella noche, aquella primera y única noche de amor con Juanito, yo pensaba al observarlo leyendo las notas de su libretita, que por cierto él era un ser muy especial, muy diferente a la gente que yo conocía y en cambio mas parecido a los personajes de novela que yo acostumbraba leer por aquellos tiempos. Pensé que podía compararse a los enigmáticos personajes de las novelas de Lawrence Durrell, raros, exóticos, que llevaban una existencia extraña y misteriosa. Y mi- entras él leía tendido desnudo en la cama junto a mi que lo acariciaba dulcemente se lo dije; pero él entendió que la comparación era demasiado compleja y lo pensó un momento y después agregó que no, que Durrell no le resultaba nada divertido y que no le gustaban esas historias tan densas y melancólicas. Él tenía otras preferencias literarias, le gustaban las lecturas más flu, los temas más superfluos, los argumentos superficiales que no ahondaban y que fluían con cierta frescura: me mostró los libros que estaba leyendo: “Candy” y… “El Barón de Münchhauser”, libros y autores desconocidos para mi.
Dormimos algo y me fui sobre el amanecer. Y por la tarde después de estar pensando en él todo el día lo vi pasar con unos amigos. Tenía puesta una camisa rosa chicle con un pantalón blanco y en algún lugar había juntado unas florcitas rosaceas que hacía girar entre sus dedos. Se lo veía hermoso y fresco como la brisa del mar que soplaba a esa hora de la tarde y me presentó a sus amigos: Carlitos Borsani y el pelirojo Daniel Melgarejo. Me miraba con cierta complicidad que me hacía recordar la noche pasada. Después dijo que se iban. Volvían a Buenos Aires esa misma noche, pero que ahora se iban a tomar el té a casa de la señora Luisa Vehil. Esa referencia resultó emocionante para mí, porque yo admiraba a la actriz de teatro desde chico y veía todas sus obras. Pero para él, esa cita no era nada excepcional, puesto que por la mañana había estado paseando por El Pinar con la señora Tita Merello. Eso si le había encantado, porque según dijo Tita era muy genial y muy divertida.
No había tiempo para que volviésemos a vernos. A la noche salía su ómnibus. Debía estar en Buenos Aires temprano en la mañana para entregar unas notas en la editorial. Escribía para una afamada revista de humor. Casualmente, Carlitos llevaba un ejemplar del número pasado en su bolso. Se lo pidió y me lo entregó.
- Tomá, -me dijo.- para que leas mi artículo. Lo vas a encontrar por el medio. Esta firmado al pie. Después me decís qué te pareció. Te dejo mi teléfono, llamame cuando vuelvas a Buenos Aires.
Me pasó el ejemplar de “La Hipotenusa” y nos despedimos con un apretón de manos. Y me quedé otra vez solo, pero ahora más solo que antes, más solo que nunca, completamente loco de amor por Juanito. Pensando en Juan todo el tiempo, queriendo estar con él y volver a amarnos como aquella noche. Su recuerdo me excitaba continuamente, en el trabajo, en la playa, en los sueños. Sabía que nos volveríamos a encontrar y desesperaba por que llegase ese momento. A mediodía, a pleno sol caminaba por las playas de La Villa hasta salir de la zona poblada y en el paraje mas solitario, donde el mar parecía ser del mismo azul profundo de sus ojos me desnudaba y me zambullía. Después me perdía entre las cambiantes dunas de arena y en medio de ese desierto me encendía de amor y de nostalgia por Juanito. Y enloquecía bajo el ardiente sol hasta ser sudor y sal y sed y rodar por las pendientes de arena suave, delirando de amor, pensando en Juanito, imaginándolo, extrañando a Juanito.





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