jueves, 25 de noviembre de 2010

Generación Descartable: Introducción al verano

"GENERACION DESCARTABLE" - (Primera Parte)
Capítulo 1
"INTRODUCCION AL VERANO"
"Al convertirse en escritura la realidad se hace mentira." - M.Vargas Llosa
Era increíble como había cambiado mi vida de manera tan repentina, porque finalmente había logrado huir abandonandolo todo. Sí, había huido. Había planeado la fuga pacientemente durante meses y meses hasta que por último lo había hecho. Había abandonado mi casa, mi familia y mi trabajo y me había ido “al mar”. Había elegido Villa Gesell porque sabía que era el balneario donde se refugiaban los jóvenes inconformistas. Me había liberado del trabajo alienante en la oficina del ministerio donde me sentía languidecer tristemente entre los archivos y legajos polvorientos; simulando siempre teclear en la máquina algún confuso informe pero en realidad escribiendo cuentos y poesías. Con el solo pensamiento siempre de que algún día largaría todo para irme “al mar” y olvidar así esa oscura pesadilla de largas horas aprisionado entre ficheros y biblioratos, y los insufribles viajes en trenes atestados todos los días. Cambiarlo todo por “el mar”. Y ¿Cómo haría para subsistir?, me preguntaba. No sabía hacer nada salvo recitar poesías. Entonces viviría de eso. Me parecía posible. ¿Por qué no? Iría por los bares recitando poemas. También podía ser fotógrafo en la playa. Generalmente hacía buenas tomas. Mientras tanto memorizaba poemas y preparaba mi Polaroid Instantánea.
Y de pronto lo había hecho. Sin decir nada a nadie había desertado un amanecer con ropa sport y mochila a la espalda tomando un ómnibus hacia la costa, en vez del tren a la alienante oficina y había llegado “al mar”.
Los pocos ahorros que llevaba me alcanzaron para unos días en un hotel barato, pero andando por los locales de artesanías de la Galería Combo me hice amigo de unos artesanos del metal que hacían bijuterie, adornos de fantasía y marcos para espejos y conseguí un trabajo de ayudante. Entonces pasaba los días en el local y las tardes en la playa y conocía gente diferente, gente un poco loca y divertida, las alegres hordas aventureras del verano, en lugar de la gente formal con la que había tratado hasta entonces.
En “Los Picacobre”, el local de artesanata, aprendí a cortar metales y engarzar piedras. Y me hice amigo de un pintor bohemio y borrachón que andaba por las playas haciendo retratos de los turistas por unas monedas para un plato de fideos o para una botella de ginebra: el Coco.
Alto, flaco y barbado, antiguo estudiante de Bellas Artes y dibujante surrealista magistral, el Coco Jorge Hacha había ensayado conmigo un par de retratos de asombroso parecido. Mientras me dibujaba en un boliche donde un negro tocaba el piano cantando con voz ronca “Summer Time”, el Coco me decía:
-Cuando me gusta la persona que dibujo, en el pelo yo le escribo unos mensajes. Al final no se ven, pero entre los pelos hay… palabras.
Me decía que vivía en un campamento en El Pinar con unos amigos beatnicks y que una de esas noches me iba a llevar para que los conociera, y así fue como conocí a esos seres extraordinarios: Miguel, Pipo, Javier.
Estaban en un campamento (un par de carpas alrededor de un fogón) en medio de El pinar hasta donde llegué una noche conducido por el Coco.
Pies descalzos bajo el enjambre de estrellas, siguiendo un sendero de arena que serpenteaba entre los pinos, llegamos a un claro donde había un par de carpas alrededor de un fogón.
Las carpas estaban disimuladas y camufladas entre los arbustos porque no era zona de camping, pero en ese borde del bosque nadie había avistado el acampaje.
Alrededor del fuego encendido había cinco figuras: dos chicas y tres muchachos. Dos guitarras y un tamborín. Dos de los muchachos tocaban violas y un tercero percutía sobre una cacerola dada vuelta. Las chicas coreaban a la vez que cebaban mate y preparaban ensalada.
La luz temblorosa del fogón me daba de ellos una imagen intermitente: de pronto los veía con claridad y por momentos eran solo sombras bajo la penumbra lunar, y enseguida el fuego volvía a iluminarlos.
Nos recibieron con afecto y entusiasmo, más aún cuando vieron que les llevábamos de presente, paquete de yerba, atados de cigarrillos y botella de Gin.
Enseguida fuimos siete figuras alrededor del fogón.
Javier tocaba un guitarrón americano negro reluciente con cuerdas de acero, Miguel lo acompañaba con una guitarra española y Pipo les hacía percusión a cacerola.
A primera vista me gustaron, me sorprendieron y capturaron toda mi atención. La música me inducía a adentrarme en un plano de lucidez irresistible para mi. Eran rock y eran blues.
De entrada, Javier me pareció un personaje de comics: un flaquito alto de anteojos de aumento y voz metálica; parecía uno de los amigos de “Archi” de las revistas mejicanas.
Miguel, el otro, el morochito de rulitos, ese me pareció de entrada tal cual yo me imaginaba a Francoise Villón, el poeta bandido.
Y Pipo tenía todo el aspecto de un náufrago francés en Hawaii al estilo Gauguin.
Las chicas, divinas, también: una morocha gordita y la otra una nena grandulona.
A primera vista parecía un campamento de estudiantes, pero observados con atención, era evidente que exageraban la profusión pilífera y el desaliño. Pelos muy largos todos, ropas gastadas y rotas. Por momentos parecían clochards y también había un toque de gitanería: vinchas, pañuelos, adornos, pollerones…
Habituado a tomar nota mental de algunos acontecimientos, pensé que tal vez pudiese redactar más adelante una posible nota para una posible revista que tal vez se titulase: “Un periodista en… La Corte de los Milagros”.
Y desde entonces ya no quise separarme de ellos. Ya no me interesaba trabajar con los artesanos de la galería y en cambio quería estar todo el tiempo con mis nuevos amigos, escuchando las canciones que cantaban acompañándose con sus guitarras y siguiendo sus apasionantes conversaciones.
Empezaban a despertar casi al mediodía, sucios de arena y pasto con los largos pelos enmarañados, tratando de encender los rescoldos del fuego para improvisar un tardío desayuno calentando un poco de mate cocido en una latita; y mientras tanto alguno volvía a retomar la viola tratando de recordar algún fraseo de lo mejor de la zapada de la noche anterior. Pero enseguida faltaba combustible y había que salir a buscar lo necesario. Entonces caminábamos errabundos por las calles de La Villa tratando de conseguir entre los amigos o los turistas algo para el campamento: unos fideos con que preparar
algún guiso, o un poco de arroz, yerba, tabaco y con suerte, si nos tiraban algunas monedas conseguíamos alguna botella.
Rondábamos por los boliches de los artesanos y a la hora
del sol fuerte de la siesta en que las playas se vaciaban de turistas íbamos en bandada a tomar baños de mar. Mas tarde recorríamos las terrazas de los bares siempre buscando, pidiendo y consiguiendo.
Durante esas largas caminatas Pipo me hablaba todo el tiempo mientras íbamos descalzos sobre la arena caliente del verano. Él trataba de transmitirme la forma de vida que ellos practicaban. Era una elección que cambiaría totalmente a la sociedad. Todavía eran unos pocos pero después vendrían más. Me contaba lo maravilloso que resultaba vivir en contacto con la naturaleza, como un vagabundo, al margen de la sociedad de consumo donde lo único posible era el dinero, donde todo se compraba y se vendía, donde no había tiempo para el amor y la poesía.
Ahí lo podía ver a él mismo, con su familia super burguesa, su apellido francés, sus estudios postergados y toda su vida programada; y sin embargo había tirado todo por la borda, había quemado las naves y descalzo con la piel dorada de sol andaba por La Villa buscando lo necesario para un guiso en el campamento y con todo el tiempo para andar por ahí admirando la belleza de todas las cosas bajo el cielo, entre las estrellas haciendo música y aullando sus poemas a la luna.
Así íbamos conversando relegados un poco más atrás de Miguel y Javier que eran más veloces al andar. Javier parecía ser el líder del grupo aunque ahí no había líderes, pero sin duda Javier era lo máximo. Y Miguel era como una luz, como la velocidad de la mente misma, la rapidez del pensamiento. Y todo el tiempo andaban inventando algo. Conspirando.
Javier tenía una personalidad desbordante, inusitada, original y una inteligencia hiper despierta junto a una actitud muy vital. Solía reírse con sonaras carcajadas de la tontería de la gente en sus propias narices. Les decía abiertamente que eran unos imbéciles, después los seducía, los envolvía y los empaquetaba. Terminaba pidiéndoles lo que necesitaba y casi nadie le negaba nada a Javier. Y cuando salíamos a buscar, él y Miguel eran los que más conseguían.
Yo empezaba a aprender que mejor que comprar y adquirir era ganarlo y conseguirlo y para eso no era necesario el dinero pero en cambio había que tener… swing.
Javier tenía un extraordinario sentido del humor. Alto y muy flaco, con pelos largos-lacios muy finitos y anteojos de gruesos cristales, andaba con unos jeans gastados y un chaleco de cuero negro. Hablaba con un vozarrón aguardentoso modulando lentamente las palabras y gesticulando continua- mente. Iba junto a Miguel un poco mas adelante mientras Pipo me preguntaba exaltado:
-¿Dormiste alguna vez bajo la lluvia? ¿Ya viste el amanecer en el mar? ¿Jugaste con las hojas secas que recogiste del suelo? ¿Sentiste que cada partícula de vos o de los demás es una maravilla y que cada momento es un descubrimiento?
Mas adelante Miguel y Javier nos esperaban para comunicarnos lo que habían estado planeando, adonde convenía ir y a quienes había que “tocar”. Les gustaba preparar hasta lo que había que decir. Y así vagábamos hasta la noche y cuando la Villa se ponía muy turística nos borrábamos para el campamento que estaba en un lugar secreto escondido entre los pinos entre un laberinto de arbustos y plumerones.
Entonces encendíamos el fuego, las chicas empezaban a preparar la comida y las violas entraban a sonar.
En ese entonces Javier estaba con la negra Blanca, una muchacha muy dulce que andaba con la gente de Bellas Artes que era otro circo diferente al de los músicos y al que pertenecía también mi amigo el Coco. Durante la noche alrededor del fogón la negra Blanca sabía contar historias apasionantes del mundo de los artistas de Buenos Aires. Contaba anécdotas de Mujica Lainez a quien llamaba cariñosamente “Manucho”. Entre ella y el Coco hablaban un lenguaje especial donde algunas personas eran “better” (mejores) y entendían y otras personas eran “paquis” (paquidermos) y no entendían nada. Yo mismo todavía no entendía muy bien a que se referían. Lo cierto es que algunos relatos junto al fogón eran muy misteriosos y nos tenían en vilo durante horas.
Manucho tenía una colección de anillos fabulosa. Algunos verdaderamente muy extraños. Así nos refirió cómo una vez había desaparecido su anillo preferido, el de la calavera de marfil y los extraños acontecimientos que rodearon esa desaparición… y lo que sucedió después…
El fuego iluminaba temblorosamente los rostros y las voces anhelantes preguntaban:
-¿Y entonces?... ¿Y después?...
Otra noche era la historia de Oderigo y el asesinato de Teresita Caballero. Y esas historias oscuras que circulaban entre la gente de las artes en Baires y que tenían complejos desarrollos.
-Pará un momento negrita que tengo que ir a hacer pis. -decía a veces Miguel. – No digas nada hasta que vuelva que no me quiero perder ni una palabra. ¡Que noche oscura! Da miedo hasta de sacarla para mear.
Y luego del obligado silencio continuaba el misterioso relato.
La novia de Miguel era la divagante Diana. Después supe que Sheaperd era su verdadero apellido y que no era un apodo que le hubieran puesto sus amigos en las noches de naufragio en La Perla del Once como me pareció al principio, cuando me causó gracia que tuviese por apellido la marca de una famosa estilográfica. Y Diana me parecía una chica formidable. Puro corazón e increíblemente franca y sincera aunque pareciese un poco torpe y machona, era del tipo de personas simples pero muy ricas interiormente en verdad y experiencia y sensibilidad. Adoraba a Miguel y él sentía una gran ternura por ella. Siempre andaban loqueando imitando a las señoras burguesas y a los viejos que se escandalizaban de los jóvenes.
-¡Cómo está la juventud! ¿Vio doña?... ¿Adonde vamos a parar? –decían en tono de falsete.
A veces ella trabajaba en la cocina de algún boliche para conseguir algo de plata. Pero cada tanto la relación se tornaba tempestuosa y se separaban por algún tiempo. Entonces ella se iba y desaparecía hasta que Miguel la iba a buscar y se areglaban.
Pipo andaba solo aquel verano, volviendo de algún amor imposible, algo desencantado pero todavía enamorado, cantando siempre temas de Dylan.
Pero lo mejor eran las largas zapadas durante la noche junto al fuego. Me fascinaban esos temas de rock, esas canciones con aires de balada y esa música con ritmo de blues. Eran realmente formidables. Y los temas de Javier eran los que más me gustaban y también él era el que sabía más música. En cambio Miguel parecía como que recién se largaba con la viola, pero había muchos temas que hacían juntos y que sonaban endiabladamente bien. Pipo cantaba y hacía percusión con un tachito. Y había momentos en que todos estábamos muy colocados.
Mi tema preferido era ese de Javier:
“Adonde vayas irá siempre tras de ti
tu propio yo a seguirte hasta tu fin.
No escaparás, de ti no escaparás.
No engañarás al que engaña a los demás.
Ese eres tu, el que finge sin saber
cómo es él, la verdad de su existir.
Tu solo harás tus disfraces sin por qué,
sonreirás, fumarás o bailaras.
para escapar de tu rutina que solo es
una historieta paralela de tu ser.”
Y Pipo siempre hablaba de poesía. En el grupo todos idolatraban a Rimbaud y contaban anécdotas que habían leído en alguna biografía. Eran aventuras que tenían que ver con la búsqueda de la libertad y me apasionaban. Y aunque por entonces yo era muy tímido y casi no hablaba, una noche me atreví a recitar un pequeño poema de las Iluminaciones:
“Por las noches azules del verano
iré por los senderos bordeados de trigo,
entre la hierba, sintiendo la frescura en mis pies.
No pensaré nada. No sentiré nada,
pero el amor infinito se subirá a mi alma,
e iré lejos, muy lejos, por la naturaleza.
Solo, completamente solo,
pero feliz como con una mujer.”
Yo casi nunca hablaba pero ese poema había sonado bastante bien. El único problema era que yo sabía el poema en francés, así que lo fui largando y al mismo tiempo lo iba traduciendo lo que me hizo ganar en el grupo la mala fama de culto o como decía Pipo: “culturoso”. Porque entre esos jóvenes salvajes estaba muy mal visto todo lo que fuese cultura. Había que seguir el camino contrario y desaprender. Aunque había excepciones, claro: Javier, por ejemplo, en sus lecturas adolescentes había transitado casi toda la obra de Julio Verne que lo apasionaba y que era uno de sus temas de conversación mas frecuente. A la noche junto al fogón nos refería a menudo alguna historia del visionario escritor francés. Su héroe era el capitan Mnemo y siempre hacía alusión a sus aventuras. Miguel citaba con naturalidad las controvertidas ideas del best- seller de Jose Sebrelli: “Argentina. Vida Cotidiana y Alienación”. Otras veces Pipo vertía los poemas del “Canto a Mi Mismo” directamente del inglés y después los iba traduciendo. Porque Pipo hablaba siempre de Whitman y sabía recitar sus poemas de memoria mientras la botella de ginebra pasaba de mano en mano alrededor del fuego. Es decir que en el grupo se negaban la referencias culturales, salvo honrosas excepciones: Rimbaund, Whitman, Verne, Thoreau, Poe…
Teníamos veinte años y parecía que lo único que queríamos
era estar tirados en la arena mirando el fuego, conversando y haciendo música.
Al amanecer, después de una larga noche de fogón, Javier se arrastraba hacia su carpa diciendo:
-¡Qué planeta incómodo!
Mientras Pipo orinaba entre los árboles aullándole a la luna; y Miguél y Diana que se habían escondido a fifar entre los pinos le gritaban:
- Callesé , señora, no sea escandalosa. ¡Qué vergüenza, la juventud!
Y así pasó el verano que dura lo que un suspiro, hasta que un día se fueron; levantaron campamento y regresaron a Buenos Aires. Yo volví a trabajar con los artesanos de la galería y fue entonces cuando conocí a Juanito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario