domingo, 28 de abril de 2013

: omaragon omarteum: GENERACIÓN DESCARTABLE - Capítulo 24

."BRASIL"

omaragon omarteum: GENERACIÓN DESCARTABLE - Capítulo 24

BRASIL

“Usted me recuerda las flores que comí en Capri.” – A. Pizarnik


Los Beatles editaron “Hey Jude” en ese año. Un tema realmente genial, dividido en dos bloques diferentes era una composición super original. Todo el mundo escuchaba y comentaba  “Hey Jude”. Melina hasta había contado las veces que se repetía la segunda parte: diecisiete veces y media, como el Bolero de Ravel. Era el número clave entre el grupo: el diecisiete del tarot, la esperanza, la estrella.
Me encontré con Pipo y Miguel por Corrientes frente al Lorraine. Junco estaba en Capilla del Monte y Pipo se iría pronto para allá. Miguel preparaba su primer recital en un teatro de la calle Corrientes. La mamá de Pipo había conseguido la sala. En la primera parte iría el trío Manal, y después Miguel Abuelo. Estábamos todos muy excitados esperando ese día.
A la hora del recital Miguel había desaparecido y no lo encontraban por ninguna parte. Lo trajeron a último momento completamente borracho que ni se podía parar. Lo desnudaron y lo metieron en la bañera, le dieron litros de café fuerte y lo vistieron para salir a escena. Tenía el pelo largo y barba crecida y vestía un hermoso traje blanco y una camisa rosa con shabot. Primero los Manal crearon un clima de bluseada formidable. Después al fin salió Miguel y estuvo excepcional. La negra Renée entre el público hizo sonar un cencerro en el tema de la vaca. Estábamos exaltados, nuestros amigos estaban lanzados y ya nada los podía parar.
Después Pipo se fue a Capilla. Y yo volví a frecuentar la casa de Renée. Una noche extrañamente aceptó ir al cine y sin ningún plan previo salimos volando para llegar justo a tiempo para ver “2001-Odisea en el Espacio”.
Fue por entonces que Renée me regaló una bola de cristal facetada como esas que colgaban de las antiguas arañas de luces. En sus dibujos de esa época donde firmaba con el seudónimo de “Pneuma”, aparecían siempre esos cristales facetados. Los personajes de sus dibujos miraban a través de cristales con ojos desorbitados, en uno de ellos una muchacha mostraba el cristal del que salían luces fulgurantes, en otro del cristal surgían flores en forma de mandala. Un día fuimos a casa de Juanito, nos pusimos a dibujar en la sala bajo la intensa luz de la mañana que entraba por los ventanales. Juanito escribía junto a nosotros y a veces nos leía:
“El sabio tomó entonces su hinchado miembro con ambas manos y tocó con el ya enorme glande mis pies, uno tras otro, y mis manos. Luego, colocándose frente a mi cabeza, separó las piernas, alzó los brazos, y comenzó a golpear suave y cadenciosamente mi rostro con su sexo.”
-         ¿Qué les parece esta descripción? –nos preguntó.
-         ¡Jot jot jot! - dijo la negra y me convidó unas pastillas que yo rechacé.

     No quería tomar, en cambio me levanté y me fui al baño y estando en el baño la puerta se abrió repentinamente y apareció Gabriel, el enigmático personaje del Palacio Verde, el solitario que rara vez salía de su habitación, y cuando notó que el baño estaba ocupado, me miro largamente y en vez de salir, entró y cerró la puerta tras de sí. Como yo estaba a punto de ducharme se apresuró a sacarse la ropa y meterse conmigo bajo el agua proclamando divertido el eslogan de los hippies: “Ahorren agua, duchensé en grupos.” …y en eso  creo que nos demoramos demasiado, porque cuando al fin salí del baño y volví a la mesa del salón Renée ya no estaba, se había ido, pero sobre mi dibujo incompleto había dejado la hermosa bola de cristal facetado junto a la que había escrito:

 “Si te extiendes al más allá
 no te olvides de llevar
 el pentagrama de tu sonrisa.”

Por esos días decidimos con Juanito acelerar nuestra partida. Estábamos en plena primavera y para el verano teníamos que estar en Brasil. Vendí mi tocadiscos Winco, era un regalo de mis viejos y en mi casa hubo tremendo lío, pero ya tenía el dinero para el pasaje. Me compré un pantalón para viajar que escandalizó a mi familia y al vecindario, muy ajustado y color durazno. Entonces una mañana tomamos un viejo tren en Federico Lacroze con pasajes de segunda clase hacia Paso de los Libres. Nos maravillamos al pasar por los palmares de Entre Ríos… ¡qué lugar tan hermoso!... y esas inmensas praderas de pastos verde rodeando las altas palmeras… Juanito usaba una gorra color bordó de bandolero y casi no llevábamos equipaje aparte de unos bolsitos de mano. En la segunda del tren viajaba gente muy humilde, campesinos y gente de pueblo llevando sus bultos cargados de mercadería. Nosotros nos sentíamos felices. Recordé de repente que había olvidado el cristal facetado en el congelador de la heladera, pero ya lo volvería a encontrar en algún lugar. Nos divertíamos leyendo los nombres guaraníes de las estaciones. En una parada vimos el altar de la virgen desbordando de flores y Juanito me preguntó:
-         ¿Si vieses un milagro al pasar por una estación, si se te apareciese la virgen y te concediese un deseo… ¿qué pedirías, Omar?
En ese caso mi respuesta fue instantanea:
-         Pediría… volver a presenciar otro milagro en la próxima estación, y así sucesivamente…
Era lo mejor que se me podía ocurrir por la preservación de lo milagroso, para siempre, a través de todas las estaciones. Y Juanito sonrió divertido por mi ocurrencia.
Por la noche llegamos a la frontera y pasamos a Uruguayana.
 Conseguimos una habitación muy barata en un hotel alumbrado con lámparas de querosén y velas. 
Me desperté temprano al amanecer, el hotel era unos galpones amarillos y hacía mucho frío hasta que salió el sol. Para ahorrarnos la plata del pasaje salimos a hacer dedo a la ruta. Saltábamos y bailábamos sobre el asfalto y los camiones pasaban con estrépito. Un camión nos llevó hasta un lugar y después otro hasta otro. Pero después esperamos varias horas y nadie nos llevaba, entonces rompimos el canuto, paramos un ómnibus y al amanecer tras un largo viaje entrábamos a Río de Janeiro.
Buscamos un hotel barato y así llegamos al hotelito de Praça Tiradentes, un hotel para caballeros solos con habitaciones chiquitas en las que solo cabía una cama de una plaza. Eran decenas de cuartuchos unos junto a otros divididos por paneles sin techo con puertas sin cerradura. No conocíamos a nadie, no llevábamos ninguna dirección, ni siquiera hablábamos una palabra de portugués, pero estábamos ahí, en ese hotel “solo para hombres” y el ambiente parecía de lo peor. Por la noche estábamos sentados en la cama de Juanito conversando y él de pronto se sobresaltó. Había visto un fantasma pasar por detrás de mí  y estaba verdaderamente alarmado. Había fantasmas en el hotel... Salimos a caminar, era el mes de noviembre y la noche era hermosa, hacía mucho calor y la gente era tan diferente… Había mucha gente de color, como nunca habíamos visto en nuestro país. Los bares eran de lo más pintoresco, llenos de gente bulliciosa que tomaba cerveza en las mesas de la vereda. Y las construcciones eran sumamente originales: casonas de madera coloniales, ventanas con rejas antiguas, colores fuertes. Todo nos encantaba. Comimos unos pastelitos en unos puestos callejeros y volvimos a dormir al hotelucho.
A la mañana siguiente lo primero que hicimos fue salir presurosos a la playa. Tomamos un bus y llegamos a Ipanema. Era un espectáculo maravilloso, la playa y los morros y el Pan de Azucar y el Cristo Redentor, toda la Bahía de Guanabara con ese mar fabuloso y las islas frente a la playa… El oleaje nos zarandeó y el sol nos puso al rojo. A la noche paseamos por la avenida y volvimos rendidos al hotel. Y así pasaron varios días.
Un día Juanito se había ido a la playa temprano y yo me había querido quedar y al mediodía bajé a comer unos bocaditos en la plaza y estando sentado en un banco se me acercó un muchacho negro bellísimo.  Negro azabache, alto, flaco y atlético como un abisinio,  y con una sonrisa panorámica creí entender que me preguntaba de donde era.
-         Argentino… -dije, pero él pareció no entender.
-         E onde que vocé mora?
Señalé el hotelucho frente a la plaza.
- Ahí… -dije – en el primer piso… primer… andar…
Él ya me había tomado disimuladamente de la mano.
-         Vocé vai que eu vou… - dijo muy naturalmente.
-         Pero… no se permite entrar visitas…-balbuceé yo.
-         você… vai olhar através de sua janela…- dijo él y no sé como pero cntendí  perfectamente… janela, si, era ventana, ya sabía, ya me habían dicho… y entonces… que yo vaya… y me asome por mi… ventana…
Sin comprender del todo qué pensaba hacer crucé la calle de la plaza, entré al hotelucho, pase por la recepción, y subí las escaleras hasta el primer andar. Era la hora del sol pesado de la siesta, los hombres dormitaban en sus cuartuchos con las puertuchas  entreabiertas para que corriera un poco el aire y se los veía semidesnudos y abatidos sobre sus camastros, atravesé el pasillo al que daban todas las puertas y me dirigí a la ventana que daba a la calle, se oía también el chapoteo y el parloteo amortiguado de algunos hombres en las duchas… me asome a la janela y vi al Abissinio sentado en el banco de la plaza que me saludaba con la mano, y se paraba y venía para acá, cruzando la calle y mezclándose entre la gente que desfilaba por la vereda y como un elástico trapecista subía ágilmente por los caños del desagüe del hotelucho y en dos o tres volteretas aparecía exactamente frente a mi en la ventana y haciéndome el inequivoco gesto del silencio saltó la janela y me precedió silenciosamente a través del corredor hasta mi cuartucho, cerramos la puertucha y ahí pude verlo por primera vez… en todo su esplendor…cuando se despojó de sus escasa ropas, su cuerpo perfecto, de un negro azulado como los hijos del Nilo, y azul violáceo en los lugares mas íntimos, pero no podíamos demorarnos mucho tiempo en la contemplación y después de un abrazo interminable me tendió imperiosamente boca abajo sobre el jergón.
Enseguida después de amarnos y una vez ya vestido se sacó un amuleto que llevaba al cuello, un precioso caracol de mar engarzado en un cordel negro y me lo regaló diciendo:
-         Bem-vindo ao Brasil, você vai gostar, pode creer.
Y salió dejando la puertucha entreabierta y volviendo a saltar por la ventana hacia la calle.
Cuando le conté mi insólita aventura a Juanito no pudo dejar de preguntarme:
- ¿Era hermoso?... ¿cómo era?...
- Divino como un sol negro -dije yo -un verdadero oximorón...

 Paseando por “cidade” con Juanito nos parábamos a escuchar las conversaciones de la gente para aprender portugués: eran sonidos abiertos y cadenciosos, acompañados por gestos amplios, pero entendíamos muy poco. Juanito entendía bastante, pero yo no cazaba una.
Nos entendíamos con los brasileros más que nada por un lenguaje de señas. Paseábamos y mirábamos a la gente, admirándo tanto a las mujeres como a los hombres, y todos nos parecían bellísimos, con pelos afros enrulados, pieles oscuras, ojos orientales, cuerpos ágiles y esbeltos. Y por las noches se oían tambores lejanos, como los latidos de un inmenso corazón que se aproximaba. Eran las escolas de zamba que ensayaban para los desfiles de carnaval.
Mientras tanto nuestro escaso dinero se iba acabando. En pocos días más tendríamos que dejar el hotel. Si no sucedía algo realmente milagroso ¿qué sería de nosotros? Hasta que una tarde, paseando por la elegante avenida Copacabana, Juanito y una muchacha de jeans y camisa colorida se abrazaron a los gritos, saltando y besándose.
-         ¡Juanito, vos aquí! –gritaba ella, y él decía:
-         ¡No puede ser!... ¿Qué hacés vos aquí?...
Y era que nos habíamos encontrado nada menos que con Marisa Mona.
- ¡Juan, hermano! –decía ella, mientras explicaba a sus amigos brasileros- Olha ahí gente: ¡meu irmao!... ¡eli e meu irmao
Y se abrazaban girando y balanceándose. Yo conocía a Marisa de haberla visto un par de veces en Buenos Aires, en El Estaño donde habíamos tomado unos vinos y también ella había estado de paso por La Pordioserie, el campamento de Valeria del mar a donde había llegado viajando a dedo con Miguel.
Por supuesto que ella y Juanito no eran  verdaderos hermanos, pero nadie podía dudarlo puesto que eran bastante parecidos, al menos los mismos preciosos ojos celestes ultramarinos. Pero yo siempre encontré a Marisa muy parecida a Maria Elena Walsh. Y ciertamente se conocían, habían sido amigas y Marisa sabía recitar a veces sus poemas y cantaba también sus canciones.
Fuimos a sentarnos en la terraza de un lanchonete a tomar cerveja con sus amigos brasileros. Yo quería pedir un vaso de agua y le pedí a Marisa que me enseñase cómo se decía. Había que pedir al garçon: “Um copo d´agua” y cuando vino el mozo me atreví a pedir:
-         Um Kop Od´akua.
En la mesa brotó una carcajada general. ¡Yo pronunciaba tan rudamente!... parecía marciano… una máquina parlante… ellos en cambio hablaban con suavidad, con cadencia casi musical, dando a las palabras una entonación próxima al canto… y si no hubiese sido porque Marisa tradujo mi pedido al garçon me hubiese muerto de sed en pleno Copacabana sin que nadie llegase a entenderme.
Anochecía cuando nos fuimos a la playa y allí sentados en la arena mirando el mar Marisa nos cantó a capela todas las canciones de onda en aquel verano en Río de Janeiro, muchas de María Betania, otras de Chico Buarque y hasta de Caetano… y Geraldo Vandré  y su prohibido  “Pra nao dizer que nao falei das flores”.

Vem, vamos embora
Que esperar nao é saber
Quem sabe faz a hora
Nao espera acontecer


 Marisa sabía muchas canciones y adoraba la música brasilera. Y cuando nos quedamos solos nosotros en la playa ya de noche viendo a lo lejos las velas encendidas de las macumbas en la arena, Marisa nos cantó toda su nostalgia, se puso tanguera y termino cantando:

“Cuando un amigo se va
Nadie nos devolverá
Todo el corazón que le brindamos
Tanta compartida soledad
Un amigo nuevo no es lo mismo, Pepe,
Nos quiere por la mitad.

Y ahí mismo brotó toda su nostalgia porteña… los amigos, los boliches, las conversaciones hasta el amanecer… mi-buenos-aires-querido…
Hacía varios meses que Marisa estaba en Río y le encantaba, la gente era maravillosa, ¡tenía tantos amigos! Dejaríamos el hotelucho, teníamos que ir a vivir con ella, estaba con unos amigos brasileros que hacían cine. Habían copado una casa abandonada en el barrio de Tijuca y había otras habitaciones donde podíamos copar nosotros. Allí íbamos a estar bien… ¡¡¡Brasil e lindo di mais!!!  

sábado, 13 de abril de 2013

omaragon omarteum: GENERACIÓN DESCARTABLE - Capítulo 23.

"LUZSPEED"

GENERACIÓN DESCARTABLE - Capítulo 23.

.LUZSPEED

“Dicen que es mejor tener pérdidas que malas ganancias…
Pero la ganancia es agradable aunque de falsedades proceda.”
Sófocles


 Volví a frecuentar el departamento de Juanito, aquel departamento antiguo casi completamente desprovisto de cualquier mobiliario, con sus pisos de madera y sus puertas y ventanas pintadas de verde estridente. Juan estaba siempre acompañado por la corte de sus amigos: los hermanos Carlos y Joe, Daniel Melgarejo, el enigmático Gabriel...  Yo iba a visitar a Juanito y nos recluíamos en su habitación a leer y conversar. Me leía sus poemas y el material que iba seleccionando para su antología gay. Pero la publicación de sus escritos se dilataba.
- Estoy harto, Omar, -me decía a veces, -del temperamento austral de la gente de Buenos Aires: fríos, tristes, depresivos, espinosos… Quisiera irme a Brasil, el país del sol, donde la gente es cálida, expresiva, desinhibida…
- Vayamos. –decía yo.
Y casi sin darnos cuenta comenzamos a preparar nuestro viaje. Había que conseguir un poco de plata para el pasaje y para los primeros días al llegar, después nos arreglaríamos. Ya encontraríamos gente amiga donde parar. Pero la verdad es que no planeábamos nada con mucha seriedad ni concretábamos ningún proyecto.
A veces yo me encontraba con Laura De Carli y pasábamos días enteros vagando por los bares del gheto, o íbamos a ver a Juanito y a leer poemas de Whitman. También solíamos ir a Adrogué a la casa de unos amigos donde podíamos tocar la guitarra o escuchar a todo volumen el long play nuevo de Cream con los fabulosos “Sunshine of me love” y “Habitación Blanca”. Y siempre tomábamos tantas pastillas y hacíamos tantas locuras que yo después me recluía en mi casa durante varios días tratando de recuperar la calma. En esos momentos me sentía muy solo y me parecía que mis andanzas por la ciudad y mis aventuras con mis amigos eran totalmente ilusorias. Tal vez nunca había salido de mi habitación y solo estaba viviendo en mis fantasías. ¿Cómo podía ser que mi vida familiar y mi vida de relaciones estuviesen tan separadas e incomunicadas entre si? No había ninguna relación, bien podían ser existencias paralelas…
A veces yo llevaba a alguien a mi casa como para demostrarme a mi mismo que había alguna continuidad entre esos universos tan distantes.
Una mañana estaba con Gato y oímos unos fuertes golpes frente a la ventana y cuando nos asomamos vimos que estaban talando el árbol de la vereda, el Paraíso. Yo miraba sombríamente sin poder hacer nada. El barrio estaba progresando, habían asfaltado la calle y arrancaban los árboles para hacer amplias veredas de baldosas. Reparaban el frente de la casa y ponían rejas en las ventanas, por seguridad… o tal vez porque yo hacía entrar a mis amigos de canuto por la ventana…
Gato me miraba y decía:
- En el único lugar donde se puede ser no se puede ser…
Yo trataba de ignorar el mundo de mis viejos ocupados todo el tiempo en vender y comprar. Durante todo el día las voces de los clientes en el negocio invadían mi habitación, las voces destempladas de las mujeres del barrio pidiendo sus mercaderías a los gritos para vencer la sordera de mis viejos. Yo me aislaba poniendo música, leyendo todo el tiempo, durmiendo durante días y pasando las noches silenciosas como oasis despierto escribiendo y dibujando. Yo también me decía a mi mismo: “Nunca trabajaré”.
Cuando tenía que viajar al centro me asomaba al negocio y le decía a mi mamá:
- Mami, dame plata para el ómnibus…
Y me iba a la esquina a tomar el ómnibus como si nada. Con mi papá no nos hablábamos y solo nos enfrentábamos para discutir y gritarnos. Yo a veces robaba un poco de plata del negocio para comprarme libros. Con las pastillas me había hecho hábil cleptómano. Pero era un ladronzuelo muy sui generis, robaba para poder comprar libros y a veces también robaba libros en las librerías. Después de leer el apasionante “Los Caminos de la Libertad” de Sartre quedé fascinado por uno de sus retorcidos y encantadores personajes, Boris, un homosexual reprimido que narraba como robaba libros de las mesas de las grandes librerías de Paris. Antes de contar hasta diez el libro ya estaba debajo de su saco. Boris era mi antihéroe favorito y yo también desarrollé una increíble habilidad para robar en las librerías. Los libros eran mi mundo más real, y leía todo lo que podía sin orden ni plan. Mi papá también había sido un lector apasionado y yo había comenzado a leer con los restos de su biblioteca que había encontrado en casa. Biblioteca ecléctica, con viejos ejemplares raros, heterogéneos y hasta algunos malísimos a mi parecer. Yo que tanto rechazo sentía por mi padre retomaba en cambio su pasión postergada: la lectura. ¿Acaso no había sido suyo el primer libro que leí en mi vida y que me apasionó, la “Ella” o “Ayesha” de Rider Haggard y que en una edición de bolsillo yo había encontrado entre sus novelones imposibles? Pero él casi ya no leía libros.  “Lolita” de Nabocov dormía en su mesa de luz hacía años en la misma página. Ahora leía solo el insoportable diario “La Razón” en su quinta edición todas las noches hasta muy tarde.
Además de dinero para libros me gustaba robar cosas que no tuviesen ningún valor, como por ejemplo objetos litúrgicos. Y así empecé a robar en las iglesias. Primero robé un misal romano antiguo escrito en latín. Otra vez una chalina color violeta de un confesionario. Y por último una espléndida túnica blanca de monaguillo con hermosas puntillas al croché. La vez que robé esa túnica fue memorable. Habíamos ido con mi amigo Pupy en su viejo Austin a conocer los murales de Soldi en la capilla de Glew. Estacionamos frente a la iglesia y entramos. Pupy parecía extasiado como un místico y miramos las pinturas de la cúpula hasta que nos dolió el cuello. Era de noche y la iglesia estaba vacía. Me metí en el confesionario, había una tunica de monaguillo preciosa… Como si estuviera en el probador de una tienda me la puse y salí flotando con los brazos abiertos y como bailando un vals. Subimos al autito y huimos de Glew. Pero para mi eso no era robar, no era sacrílego, era divertido como una travesura. Me ponía la túnica a veces para pintar.
Otra vez entré a una exposición de arte en calle Florida, en la sala no había nadie más que yo, pero en la oficina del fondo se oía hablar a unas personas, me gustó una escultura en especial, no era muy buena, parecía la obra de un principiante, pero estaba bien a mano sobre un alto pedestal, era de yeso color crema y en ella se veían varios cuerpos desnudos formando una gran cabeza. Yo llevaba el diario que había comprado, la envolví en el diario y salí tranquilamente a la calle. Quedaba bien sobre mi escritorio y me consolaba pensar que seguramente nadie la hubiese adquirido.
Al sustraerla yo la había sobrevaluado, puesto que si me hubiesen pillado la hubiese tenido que pagar muy caro. En realidad era bastante mala, realmente invendible. Pero lo que  mas me interesaba era lo emocionante de la situación. Aunque yo tenía mis principios: el robo no debía ser meramente “utilitario” y si el objeto en si no tenía ningún valor tanto mejor, pasaba a ser una costumbre generalizada dentro de la clase de gente que se lleva ceniceros o cucharitas de café en los bares o las toallas de los hoteles.
Recuerdo que mami ya había frustrado mi cleptomanía  precoz a los tres años cuando yo hábilmente había robado un frasco de dulce de leche del carrito del repartidor y ella me había obligado a devolverlo.
Otra vez a los catorce años fuimos a comprar un pantalón para mi y cuando llegamos a casa y descubrió que había dos pantalones  tuvimos que volver a de-volver. Esa vez pasó algo sumamente extraño. Habíamos hecho la compra en una sastrería de Avellaneda. Yo me había probado el pantalón y guardé otro entre mi campera y cuando volvimos a casa yo estaba en mi habitación y de pronto apareció un desconocido, se sentó en una silla frente a mi y comenzó a hablar en un idioma extraño. El sol del mediodía entraba por la ventana iluminando la escena crudamente. De pronto lo vi con claridad: un hombre con la cabeza rapada como el sacerdote egipcio de mi libro de historia. Supuestamente hablaba en egipcio antiguo pero yo sentía que me decía que había hecho muy mal en robar ese pantalón y que ahora tenía que devolverlo. Yo no entendía nada pero tenía la certeza de que el hombre ese no era real, era una aparición y estaba ahí para reclamar por el robo. ¿Pero entonces… la sustracción de un objeto cualquiera producía una tal alteración en el tiempo?...
Mi mujer también era cleptómana, desde ceniceros y cucharitas hasta resmas de papel de la oficina y piezas de telas de las tiendas. Pero yo la veía  mezquina como una amateur improvisada, porque sus robos eran siempre utilitarios.
Me convencía a mi mismo diciéndome: robar es bueno, es como hacer magia, como sacar algo de la nada… ni siquiera los dioses puede sustraerse al placer de robar: en la India, el dios Krishna niño, había robado el yogur, en Grecia Dionisos robó las vacas de  su primo Apolo, y el osado Prometeo llegó a robar el fuego sagrado de los dioses para entregarlo a los hombres. Solía encomendarme a Mercurio, el dios de los ladrones. Y mis convicciones se veían reforzadas al comprobar que mis mejores amigos también robaban… como para hacer una gracia, como una picardía casi todos se jactaban de pequeños hurtos. Era como una demostración de rapidez mental que había que ejercitar. Pero además el hippismo había propagado la brillante idea de que nada era de nadie y que todo era de todos.
–¡La propiedad no existe! –clamaban como buenos lectores de Proudhon - ¡La propiedad es un robo!
Solo me libré de ese nefasto hábito mucho tiempo después cuando descubrí que ese tipo de actividad era una especie de deporte nacional y que yo formaba parte de una larga cadena interminable desde políticos y gobernantes hasta simples ladrones de gallina donde todos robaban y  a la vez todos eran sistemáticamente robados y encima corriendo el riesgo de ser duramente castigados.
Recién cuando a los treinta años me despojaron de algo que era muy importante para mi tuve un shock kármico y  corté la cadena, dejé para siempre de apropiarme de lo que no me pertenecía por mas carente de valor que fuese.
Me había propuesto desde un principio no tocar  aquí el  álgido tema de la relación con mis padres y mi familia sino muy ligeramente y solo cuando fuese necesario en el relato. Aunque se que llegará el momento, mas adelante, en que tendré que develarlo todo. Podría escribir varios volúmenes acerca de eso. Años de análisis no lograron conciliar del todo la imagen que tengo de ellos ni atenuar el resentimiento y la culpa. La vida en mi casa era terrible, un continuo enfrentamiento. Ellos sufrían, yo sufría y los odiaba, trataba de evitarlos, no quería ni verlos, llegué a aborrecer la institución familiar, era un nido de víboras. Me encerraba en mi habitación sin asistir a los almuerzos y cenas que eran los encuentros que aprovechaban para discusiones y peleas.  Ellos trajinaban todo el día entre los gritos de los clientes y los proveedores. Yo robaba hormiguita todos los días un poquito para que no se diesen cuenta y así podía comprar mis libros. Mientras mis viejos almorzaban yo me deslizaba furtivamente desde mi habitación hasta el negocio (aquí viene la escena incestuosa simbólica)  metía la mano por un agujero que había detrás del cajoncito de la caja registradora y sacaba un par de billetes, no más, pero al fin de la semana tenía el dinero suficiente para comprar algún libro, ir al cine o al teatro. Yo veía con asombro que también ellos robaban descaradamente. En el almacén vendían vinos sueltos en bordalesa y al mediodía yo veía a mi mamá golpear los barriles con la maza de madera hasta hacer saltar la tapa para “bautizar” el vino. Se ponían quince y hasta veinte litros de agua por barril, yo mismo aprendí a hacerlo cuando era chico y me gustaba ayudar en el negocio. El papi también robaba todo lo que podía en el peso de la balanza que además ya estaba un poco cargada de un par de gramos apenas, pero que al final del día… También era habilísimo con los números y para equivocarse a favor suyo en las cuentas y en los vueltos. Pero cuando alguna vez se lo reproché no admitió que eso fuese inmoral, sino que formaba parte de la profesión, eran gajes del oficio.
-  Entonces todos los comerciantes roban, -decía mi viejo -Negocios son negocios.
A mi aquello me parecía más vergonzoso que mis sustracciones para libros. Yo me sentía sublime por recurrir al choreo para adquirir  al menos… un cacho de cultura.  
Es cierto que trabajaban duro y en el fondo eran buena gente, como todo el mundo. A veces papi la peleaba a mami porque ella no se atrevía a robar mucho en la balanza, o porque no era simpática con los clientes. Él en cambio era muy simpático y comprador (vendedor)  todo el tiempo hacía bromas de doble sentido y juegos de palabras. Yo detestaba ese mundo que invadía con su griterío la tranquilidad de mis lecturas.  Yo había estado muy enfermo de chico y era raro y tal vez por eso ellos soportaban que pasase los días encerrado en mi habitación. A pesar de todo me vigilaban, me controlaban, me espiaban todo el tiempo. Yo quería irme pero no podía, era económicamente dependiente, no sabía trabajar y si me iba tendría que volver.
Ellos tenían un modo de hablar y de expresarse que yo detestada especialmente: hablaban, pensaban y sentían como las viejas películas argentinas de su época. Parecían… Pedro Lopez Lagar
 y… Sofía Bozán…
Siendo clase media baja tenían un síndrome aristocrático: como los ricachones que en la intimidad gustan expresarse como la chusma… parecían personas bien educadas, pero en los momentos de emociones fuertes o discusiones acaloradas se tornaban vulgares como carreros de bajo fondo.
Aquella mañana del árbol talado que estaba Gato, en algún momento ella salió de la habitación para ir al baño y volvió lívida y nerviosa y hasta un poco divertida por lo absurdo de la situación: se había cruzado con mi mamá al pasar por la cocina y cuando  la saludó tímidamente mi vieja sacó del bolsillo del delantal un revolver que agitó amenazante ante los ojos de Gato... Sin palabras… una mujer mayor amenazando con un arma a una piba de veinte porque había venido a dormir con el vago de su hijo… no era un comportamiento muy normal. No parecía pero mi vieja estaba re-loca. Yo estaba loco por las drogas, pero ellos eran locos naturalmente, locos mal, workalcoholicos. Y las peleas eran como para no perdérselas y sacar palco avant scene: gritos, llantos, amenazas sin fin con abundante rotura de muebles y objetos varios. Y cuando la gresca era con mi mujer había que agregar todo tipo de pugilato, aparición e intervención del vecindario y hasta la llegada del patrullero de la policía. A mi me daba vergüenza pertenecer a esa corte de locos conventilleros por lo que entraba a romper todo lo que se me ponía por delante. Parecíamos la familia de “Rocco y sus Hermanos”, la sangre siempre estaba por llegar al río. Odiaba esa realidad que me había tocado vivir. Siempre estaba planeando la gran fuga…
Ese año yo me había librado de la loca de mi mujer que se había ido con nuestra hija a vivir a casa de sus padres haciendo abandono del “hogar conyugal”. Cuando ella estaba todo era mucho peor y las peleas se intensificaban. Yo veía que el espacio mismo vibraba como agitado por un viento trágico que pedía sangre, que quería muerte. Y el sexo parecía ser la clave del conflicto… En nuestra familia como en la de Dinamarca debía de haber algo profundamente podrido, porque mis relaciones sexuales con mi mujer eran siempre el prólogo para terribles enfrentamientos familiares. Yo no podía entenderlo, pero cuando cogíamos después había gran quilombo, terribles peleas de mi vieja con mi mujer, de mi viejo conmigo, terribles dramones…
Hacía poco que mi mujer se había ido y la relación con mis viejos era un poco más tranquila, pero tampoco muy buena. Yo había vuelto a ser el nene enfermo, pero me notaban raro, sospechaban que me drogaba.
Una tarde de invierno yo leía muy abrigado en la cama. Era la hora  de la siesta religiosa para mis viejos y por un rato la casa estaría en silencio. El día era muy frío y ventoso pero había un sol radiante que entraba por la ventana y caía sobre mi cama. Yo leía  “El Ängel Subterraneo” de Jack Kerouak  recientemente “adquirido” y  estaba escuchando música de los Bee Gees en el winco. Me gustaba un tema en especial  y hacía que se repitiese todo el tiempo: “Odessa”.
 Hacía mucho tiempo que no iba por el centro. Me estaba “desintoxicando” y pensaba en mis amigos  como si fuesen un producto de mi imaginería desbordada. Entonces llamaron por la ventana, unos golpecitos suaves imitando una melodía musical… Estaba ahí afuera, detrás del cristal con sus largos pelos dorados ondulando al viento, sus ojos celestes, su sonrisa luminosa y envuelto insólitamente en un sacón de piel de nutria: ¡Luzspeed!
Hoy día cualquier hombre puede andar con un saco de piel, y eso después de que Maradona se atreviese a usarlo, pero en ese año era totalmente inusual. Andar así por el centro hubiese sido arriesgado, pero bajar a los barrios proletarios de Lanús Oeste era toda una hazaña.
-         ¡Qué hacés Luz con saco de piel pareces un ruso! –fue lo primero que pude decirle y nos saludamos sonriendo con un beso.
-         Me lo prestó una amiga. Es tan abrigado y tan suave… Pero por la calle la gente no lo puede creer, se quedan petrificados con la boca abierta. Me siento como si fuese un cometa que pasa largando llamaradas… ¿qué hacés aquí?... ¿por qué no vas por el ghetto?... todos se preguntan dónde estas… ¿y esa barba?... ¿te estas dejando crecer la barba?... ¿qué te pasa gurí?... ¿estas enfermo?...  a ver… dejame mirarte a los ojos… ¿no estarás muerto?... ¿ya te mataron?...
Se paró frente a mí para mirarme a los ojos.
-         Estás bien… -dijo – estás vivo…
Se echó a reír y me abrazó con cariño.
-         Te traje un regalo especial para vos…
Buscó en su bolso hasta encontrar un libro en una edición muy vieja, algunas hojas estaban sueltas y el papel amarillento pero nos quedamos mirando la tapa ilustrada: Carlos Baudelaire “Las Flores del Mal”, Librería española y extranjera, calle del príncipe, Madrid…
La ilustración era formidable y nos hizo reír mucho. Enseguida hicimos mancia, abrimos una página al azar y leímos:

Elevación

Por encima de estanques, por encima de valles,
De montañas y bosques, de mares y de nubes,
Más allá de los soles, más allá de los éteres,
Más allá del confín de estrelladas esferas,

Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
Y como un nadador que se extasía en las olas,
Alegremente surcas la inmensidad profunda
Con voluptuosidad indecible y viril.

Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor,
La luz clara que inunda los límpidos espacios.

Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!

Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras,
Levantan hacia el cielo matutino su vuelo
-¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo,
La lengua de las flores y de las cosas mudas!

 Después agregó:
-         Vi el dibujo que hiciste para la tapa del disco de Miguel, qué maravilla, me encantó…
Yo había hecho la tapa del segundo disco de Miguel editado por Mandioca. A Miguel le gustaban mis dibujos y me había pedido que hiciera algo para su próximo simple. Fui a ver a Jorge Älvarez y me dijo que hiciese lo que quisiese y que se lo llevase. Su librería a pocos metros de Corrientes tenía los mejores libros editados en el país. Estuve mirando las mesas de libros toda la tarde y me fui robándome “Las Drogas” de F. Ropp, un libraco extraordinario. Y en los días siguientes preparé el dibujo. Era para un disco chico donde iría “Oye Niño” y “¿Nunca te miró una vaca de frente?”. Hice el dibujo, lo fotografié y realicé un montaje: era un hombre desnudo frente al mar, de sus manos extendidas salían llamaradas de fuego que cruzaban el aire formando un círculo y volvían al mar. En la contratapa un juglar. Se imprimió en azul y verde y ni se me ocurrió cobra nada por el trabajo, me había cobrado antes, con el libro de Ropp era suficiente. Allí estaba la historia de todas las drogas, era fascinante, hasta tenía las fórmulas químicas… del LSD… de la mescalina…
¡ Y a Luzspeed le había gustado el dibujo !
En casa no había problema con Luz  porque era super histriónico y hasta se ponía a charlar con mis viejos, “es tan simpático, tan educadito” decían… Se los había ganado y no harían historia, al menos por un par de días, pero enseguida aparecerían los cuestionamientos: “¿cómo, se va a aquedar otro día más?... ¿y en su casa no le dicen nada?... ¿y no trabaja?... ¿otra vez se va a quedar a comer?...” Al final se ponían realmente miserables, aunque el verdadero motivo fuese otro, como que tomábamos pastilla y no queríamos comer, pasábamos la noche sin dormir, con la luz encendida y la música fuerte.
Luz era del grupo de los “esotéricos”  de Kalendar y de
La Academia, amigo de los hermanos Romero y como ellos también mendocino de San Rafael. Sus padres estaban separados y generalmente el vivía con su padre, pero era tan autoritario que no podía estar mucho tiempo en su casa. Según él contaba su madre se había vuelto loca y vagabundeaba  perdida por las calles delirando, durmiendo en las plazas y que a veces no lo reconocía… A veces él andaba unos días junto a ella pero al final cuando se daba cuenta que no lo reconocía realmente, se iba con el alma en pedazos. Le gustaba reproducir las conversaciones absurdas de su madre, se ponía obsesivo y parecía que su madre estaba realmente ahí junto a él, era él. En esos momentos creo que tampoco a mi me veía. Eran delirios muy locos salpicados de una ternura imposible. Largos monólogos que me hacían estremecer.  No tenía domicilio fijo y le gustaba callejear pero en ese tiempo vivía con el Gallo y Gugú.
Con Luz hablábamos mucho y teníamos muy buena comunicación. Nunca me hacía sentir perseguido porque era un ser muy luminoso. Además nunca psicopateaba a nadie y estaba siempre muy ocupado con su propia locura, con percibir sus estados de conciencia y analizar y asimilar las experiencias propias.
Esa noche de frío dibujábamos metidos en la cama matrimonial que mi mujer había desertado. Nos cubrimos con las cobijas sin desvestirnos, solo sacándonos los zapatos, y en posición yoga  trabajábamos juntos. Empezamos a escribir un relato. Ya otras veces lo habíamos intentado y habían salido cosas muy divertidas. Y esa vez teníamos una pila de revistas, así que recortábamos y pegábamos y estábamos formando un formidable relato colage donde aparecían todos nuestros amigos: Miguel, Pipo, Diana, Sonia, Paty, Rennée… en fin todos. La historia destilaba humor, pero lo más lindo eran los colages. Allí estaban los retratos de todos pero en forma fantástica, surrealista y también, si se quiere, un tanto caricaturesca. Algunos parecían monstruitos  con muchos brazos y varias cabezas llenas de ojos como dioses orientales.
Luz tenía unas pastillas nuevas que habían descubierto recientemente y que ya estaban tomando todos los locos. Decían que tenía un efecto parecido al lisérgico. Se trataba nada menos que del temible Artane de los laboratorios Andrómaco. Unas pastillas blancas y chatas del tamaño de una aspirina. Había que tomar un montón. Era una droga muy peligrosa y enseguida jóvenes y adolescentes  de Baires empezaron a tomar sin ningún criterio y los efectos fueron devastadores.
 Era para esquizofrénicos, venta libre, mambo negro y se estaba vendiendo por toneladas. Otro experimento, “no se si se trata de un experimento”, pero todos se volvían muy locos y terminaban en la cárcel o en el loquero. Tenía un efecto muy extraño. Muchos de los que experimentaban se metían solos en las comisarías y tenían historias inauditas con la policía, otros aparecieron internados en clínicas donde se les suministraba nuevas dosis terapéuticas de lo mismo. Había una constante, puesto que todo el mundo contaba efectos semejantes: primero el tiempo parecía entrar en ralentti hasta detenerse casi, como un disco que va frenando sus revoluciones, la garganta se secaba como si uno tratara de tragarse un paquete de algodón, la respiración se tornaba lenta y pesada como en una eterna agonía, el tacto se hipersensibilizada y un hormigueo de oro recorría toda la piel mientras que los colores se tornaban brillantes hasta la incandescencia, las voces sonaban como cantos gregorianos, los colores excesivamente brillantes lastimaban los ojos…un esparadrapo en la garganta dificultaba la respiración, todo se movía en cámara lenta y por momentos el universo entero se detenía y uno quedaba como colgado del hilo de un suspiro, pero enseguida la película seguía, volvía a retomar su curso dando la inquietante sensación de que la energía era discontinua y que llegaba como en oleadas o paquetes… (lo que al final resultó ser científicamente cierto), pero lo mas extraño y lo que todos experimentaban por igual es que había cortes, no había continuidad en el desarrollo del tiempo, se pasaba de una situación, no a la siguiente, sino a otra diferente sin solución de continuidad, como paralela, y las alteraciones se sucedían: en una secuencia uno estaba en un lugar conversando con algunos amigos, ahí había un corte y en la secuencia siguiente estaba en otra situación sin relación con la anterior, en la secuencia siguiente estaría preso y en la siguiente estaba siendo interrogado por un psicólogo… (parecía que faltaban los enlaces), además el modelo se replicaba a si mismo por lo que se pasaba varias veces por las mismas situaciones hasta el cansancio.
 Me contaba Luzspeed que Gato y Noemí que habían tomado, se habían ido a pasear en ómnibus por el centro… todo era muy extraño, el tiempo se había vuelto loco y el espacio era delirante. Les pareció que el ómnibus pasaba varias veces por el mismo lugar y entonces decidieron bajarse en la próxima parada aunque fuese en cualquier lugar, lugar que “casualmente” resulto ser una comisaría y muy seriamente entraron a preguntar cuándo empezaba el recital de Manal a los canas que las miraban sorprendidos mientras ellas afirmaban que ya estaban por llegar los músicos y que enseguida aparecerían los plomos con los equipos. ¡Iba a ser sensacional! Había tanta gente con flores y colores ahí en la puerta del recital… en la comisaría…
Otro había parado un patrullero creyendo que era un taxi… A  Graciela la habían internado en la clínica de  Fontana… Todas las historias parecían tener idénticos desenlaces.
Otro síntoma común era que uno estaba fumando y de pronto el cigarrillo desaparecía de entre los dedos, parecía como que caía pero en realidad desaparecía y no se lo volvía a encontrar. La materia se derretía se desintegraba… Además  según el prospecto había el riesgo de ceguera por glaucoma y aunque no se supo de ningún caso lo cierto es que los ojos se tornaban candentes como  metal líquido. Una droga psíquica muy peligrosa que ingeríamos como si fuesen pastillas de menta, venta libre, por toneladas, hasta el rebotil, hasta hoy mismo.
 Luz ya había tomado unos días antes de venir a casa. Entró a caminar por las calles del centro y se perdió. De pronto vio un hombre incrustado en el tronco de un árbol. Estaba dentro del tronco y asomaba su rostro por entre la corteza rugosa. Estuvieron conversando mucho tiempo, tal vez horas, tal vez días. En las paredes también asomaban rostros…
Le habían dado de tomar a Palomo y él se había puesto a mirar el cielo…¡ Las estrellas eran tan bellas ¡… Se veían maravillosas, pero al rato las estrellas le dieron miedo, estaba muy asustado, finalmente el universo era excesivamente bello, tanto que le dio asco y vomitó… La vida parecía una enfermedad, un error ya irreparable…
 Tomé varías pastillas después de pensarlo largo tiempo, prometimos cuidarnos mutuamente, esperé una hora y no pasó nada. Nos pusimos a dibujar y empecé a hacer un retrato de Luz mientras esperaba el efecto. Pasaron las horas y nada. Tomamos un poco más… y entonces escribí con un fibrón…  directamente sobre las sábanas de la cama:
“Alguien me sugiere el rumbo de mi pensamiento
pero en la memoria el pensamiento es libre.”
-         Me dio sueño –dije –voy a dormitar un poco. Hace días que no dormimos…
-         No nos durmamos… -respondió Luz -dicen que si uno se duerme en un viaje de ácido se puede despertar convertido en perro.
Apagamos la lámpara y nos extendimos quedando frente a frente mirándonos en la oscuridad. Necesitábamos demostrarnos afecto pero ni nos tocábamos. El post nos ponía rígidos y yo no podía dar el primer paso.
Luz en cambio parecía agitarse inquieto, hasta que su mano avanzó hasta alcanzar la mía y nos aferramos fuertemente como dos trapacistas que se encuentran en el aire en medio de un salto mortal.
- ¡Ya está! –dijo entonces Luz, y agregó -…¿cómo va a ser tan difícil darle la mano a un amigo?