domingo, 28 de abril de 2013

omaragon omarteum: GENERACIÓN DESCARTABLE - Capítulo 24

BRASIL

“Usted me recuerda las flores que comí en Capri.” – A. Pizarnik


Los Beatles editaron “Hey Jude” en ese año. Un tema realmente genial, dividido en dos bloques diferentes era una composición super original. Todo el mundo escuchaba y comentaba  “Hey Jude”. Melina hasta había contado las veces que se repetía la segunda parte: diecisiete veces y media, como el Bolero de Ravel. Era el número clave entre el grupo: el diecisiete del tarot, la esperanza, la estrella.
Me encontré con Pipo y Miguel por Corrientes frente al Lorraine. Junco estaba en Capilla del Monte y Pipo se iría pronto para allá. Miguel preparaba su primer recital en un teatro de la calle Corrientes. La mamá de Pipo había conseguido la sala. En la primera parte iría el trío Manal, y después Miguel Abuelo. Estábamos todos muy excitados esperando ese día.
A la hora del recital Miguel había desaparecido y no lo encontraban por ninguna parte. Lo trajeron a último momento completamente borracho que ni se podía parar. Lo desnudaron y lo metieron en la bañera, le dieron litros de café fuerte y lo vistieron para salir a escena. Tenía el pelo largo y barba crecida y vestía un hermoso traje blanco y una camisa rosa con shabot. Primero los Manal crearon un clima de bluseada formidable. Después al fin salió Miguel y estuvo excepcional. La negra Renée entre el público hizo sonar un cencerro en el tema de la vaca. Estábamos exaltados, nuestros amigos estaban lanzados y ya nada los podía parar.
Después Pipo se fue a Capilla. Y yo volví a frecuentar la casa de Renée. Una noche extrañamente aceptó ir al cine y sin ningún plan previo salimos volando para llegar justo a tiempo para ver “2001-Odisea en el Espacio”.
Fue por entonces que Renée me regaló una bola de cristal facetada como esas que colgaban de las antiguas arañas de luces. En sus dibujos de esa época donde firmaba con el seudónimo de “Pneuma”, aparecían siempre esos cristales facetados. Los personajes de sus dibujos miraban a través de cristales con ojos desorbitados, en uno de ellos una muchacha mostraba el cristal del que salían luces fulgurantes, en otro del cristal surgían flores en forma de mandala. Un día fuimos a casa de Juanito, nos pusimos a dibujar en la sala bajo la intensa luz de la mañana que entraba por los ventanales. Juanito escribía junto a nosotros y a veces nos leía:
“El sabio tomó entonces su hinchado miembro con ambas manos y tocó con el ya enorme glande mis pies, uno tras otro, y mis manos. Luego, colocándose frente a mi cabeza, separó las piernas, alzó los brazos, y comenzó a golpear suave y cadenciosamente mi rostro con su sexo.”
-         ¿Qué les parece esta descripción? –nos preguntó.
-         ¡Jot jot jot! - dijo la negra y me convidó unas pastillas que yo rechacé.

     No quería tomar, en cambio me levanté y me fui al baño y estando en el baño la puerta se abrió repentinamente y apareció Gabriel, el enigmático personaje del Palacio Verde, el solitario que rara vez salía de su habitación, y cuando notó que el baño estaba ocupado, me miro largamente y en vez de salir, entró y cerró la puerta tras de sí. Como yo estaba a punto de ducharme se apresuró a sacarse la ropa y meterse conmigo bajo el agua proclamando divertido el eslogan de los hippies: “Ahorren agua, duchensé en grupos.” …y en eso  creo que nos demoramos demasiado, porque cuando al fin salí del baño y volví a la mesa del salón Renée ya no estaba, se había ido, pero sobre mi dibujo incompleto había dejado la hermosa bola de cristal facetado junto a la que había escrito:

 “Si te extiendes al más allá
 no te olvides de llevar
 el pentagrama de tu sonrisa.”

Por esos días decidimos con Juanito acelerar nuestra partida. Estábamos en plena primavera y para el verano teníamos que estar en Brasil. Vendí mi tocadiscos Winco, era un regalo de mis viejos y en mi casa hubo tremendo lío, pero ya tenía el dinero para el pasaje. Me compré un pantalón para viajar que escandalizó a mi familia y al vecindario, muy ajustado y color durazno. Entonces una mañana tomamos un viejo tren en Federico Lacroze con pasajes de segunda clase hacia Paso de los Libres. Nos maravillamos al pasar por los palmares de Entre Ríos… ¡qué lugar tan hermoso!... y esas inmensas praderas de pastos verde rodeando las altas palmeras… Juanito usaba una gorra color bordó de bandolero y casi no llevábamos equipaje aparte de unos bolsitos de mano. En la segunda del tren viajaba gente muy humilde, campesinos y gente de pueblo llevando sus bultos cargados de mercadería. Nosotros nos sentíamos felices. Recordé de repente que había olvidado el cristal facetado en el congelador de la heladera, pero ya lo volvería a encontrar en algún lugar. Nos divertíamos leyendo los nombres guaraníes de las estaciones. En una parada vimos el altar de la virgen desbordando de flores y Juanito me preguntó:
-         ¿Si vieses un milagro al pasar por una estación, si se te apareciese la virgen y te concediese un deseo… ¿qué pedirías, Omar?
En ese caso mi respuesta fue instantanea:
-         Pediría… volver a presenciar otro milagro en la próxima estación, y así sucesivamente…
Era lo mejor que se me podía ocurrir por la preservación de lo milagroso, para siempre, a través de todas las estaciones. Y Juanito sonrió divertido por mi ocurrencia.
Por la noche llegamos a la frontera y pasamos a Uruguayana.
 Conseguimos una habitación muy barata en un hotel alumbrado con lámparas de querosén y velas. 
Me desperté temprano al amanecer, el hotel era unos galpones amarillos y hacía mucho frío hasta que salió el sol. Para ahorrarnos la plata del pasaje salimos a hacer dedo a la ruta. Saltábamos y bailábamos sobre el asfalto y los camiones pasaban con estrépito. Un camión nos llevó hasta un lugar y después otro hasta otro. Pero después esperamos varias horas y nadie nos llevaba, entonces rompimos el canuto, paramos un ómnibus y al amanecer tras un largo viaje entrábamos a Río de Janeiro.
Buscamos un hotel barato y así llegamos al hotelito de Praça Tiradentes, un hotel para caballeros solos con habitaciones chiquitas en las que solo cabía una cama de una plaza. Eran decenas de cuartuchos unos junto a otros divididos por paneles sin techo con puertas sin cerradura. No conocíamos a nadie, no llevábamos ninguna dirección, ni siquiera hablábamos una palabra de portugués, pero estábamos ahí, en ese hotel “solo para hombres” y el ambiente parecía de lo peor. Por la noche estábamos sentados en la cama de Juanito conversando y él de pronto se sobresaltó. Había visto un fantasma pasar por detrás de mí  y estaba verdaderamente alarmado. Había fantasmas en el hotel... Salimos a caminar, era el mes de noviembre y la noche era hermosa, hacía mucho calor y la gente era tan diferente… Había mucha gente de color, como nunca habíamos visto en nuestro país. Los bares eran de lo más pintoresco, llenos de gente bulliciosa que tomaba cerveza en las mesas de la vereda. Y las construcciones eran sumamente originales: casonas de madera coloniales, ventanas con rejas antiguas, colores fuertes. Todo nos encantaba. Comimos unos pastelitos en unos puestos callejeros y volvimos a dormir al hotelucho.
A la mañana siguiente lo primero que hicimos fue salir presurosos a la playa. Tomamos un bus y llegamos a Ipanema. Era un espectáculo maravilloso, la playa y los morros y el Pan de Azucar y el Cristo Redentor, toda la Bahía de Guanabara con ese mar fabuloso y las islas frente a la playa… El oleaje nos zarandeó y el sol nos puso al rojo. A la noche paseamos por la avenida y volvimos rendidos al hotel. Y así pasaron varios días.
Un día Juanito se había ido a la playa temprano y yo me había querido quedar y al mediodía bajé a comer unos bocaditos en la plaza y estando sentado en un banco se me acercó un muchacho negro bellísimo.  Negro azabache, alto, flaco y atlético como un abisinio,  y con una sonrisa panorámica creí entender que me preguntaba de donde era.
-         Argentino… -dije, pero él pareció no entender.
-         E onde que vocé mora?
Señalé el hotelucho frente a la plaza.
- Ahí… -dije – en el primer piso… primer… andar…
Él ya me había tomado disimuladamente de la mano.
-         Vocé vai que eu vou… - dijo muy naturalmente.
-         Pero… no se permite entrar visitas…-balbuceé yo.
-         você… vai olhar através de sua janela…- dijo él y no sé como pero cntendí  perfectamente… janela, si, era ventana, ya sabía, ya me habían dicho… y entonces… que yo vaya… y me asome por mi… ventana…
Sin comprender del todo qué pensaba hacer crucé la calle de la plaza, entré al hotelucho, pase por la recepción, y subí las escaleras hasta el primer andar. Era la hora del sol pesado de la siesta, los hombres dormitaban en sus cuartuchos con las puertuchas  entreabiertas para que corriera un poco el aire y se los veía semidesnudos y abatidos sobre sus camastros, atravesé el pasillo al que daban todas las puertas y me dirigí a la ventana que daba a la calle, se oía también el chapoteo y el parloteo amortiguado de algunos hombres en las duchas… me asome a la janela y vi al Abissinio sentado en el banco de la plaza que me saludaba con la mano, y se paraba y venía para acá, cruzando la calle y mezclándose entre la gente que desfilaba por la vereda y como un elástico trapecista subía ágilmente por los caños del desagüe del hotelucho y en dos o tres volteretas aparecía exactamente frente a mi en la ventana y haciéndome el inequivoco gesto del silencio saltó la janela y me precedió silenciosamente a través del corredor hasta mi cuartucho, cerramos la puertucha y ahí pude verlo por primera vez… en todo su esplendor…cuando se despojó de sus escasa ropas, su cuerpo perfecto, de un negro azulado como los hijos del Nilo, y azul violáceo en los lugares mas íntimos, pero no podíamos demorarnos mucho tiempo en la contemplación y después de un abrazo interminable me tendió imperiosamente boca abajo sobre el jergón.
Enseguida después de amarnos y una vez ya vestido se sacó un amuleto que llevaba al cuello, un precioso caracol de mar engarzado en un cordel negro y me lo regaló diciendo:
-         Bem-vindo ao Brasil, você vai gostar, pode creer.
Y salió dejando la puertucha entreabierta y volviendo a saltar por la ventana hacia la calle.
Cuando le conté mi insólita aventura a Juanito no pudo dejar de preguntarme:
- ¿Era hermoso?... ¿cómo era?...
- Divino como un sol negro -dije yo -un verdadero oximorón...

 Paseando por “cidade” con Juanito nos parábamos a escuchar las conversaciones de la gente para aprender portugués: eran sonidos abiertos y cadenciosos, acompañados por gestos amplios, pero entendíamos muy poco. Juanito entendía bastante, pero yo no cazaba una.
Nos entendíamos con los brasileros más que nada por un lenguaje de señas. Paseábamos y mirábamos a la gente, admirándo tanto a las mujeres como a los hombres, y todos nos parecían bellísimos, con pelos afros enrulados, pieles oscuras, ojos orientales, cuerpos ágiles y esbeltos. Y por las noches se oían tambores lejanos, como los latidos de un inmenso corazón que se aproximaba. Eran las escolas de zamba que ensayaban para los desfiles de carnaval.
Mientras tanto nuestro escaso dinero se iba acabando. En pocos días más tendríamos que dejar el hotel. Si no sucedía algo realmente milagroso ¿qué sería de nosotros? Hasta que una tarde, paseando por la elegante avenida Copacabana, Juanito y una muchacha de jeans y camisa colorida se abrazaron a los gritos, saltando y besándose.
-         ¡Juanito, vos aquí! –gritaba ella, y él decía:
-         ¡No puede ser!... ¿Qué hacés vos aquí?...
Y era que nos habíamos encontrado nada menos que con Marisa Mona.
- ¡Juan, hermano! –decía ella, mientras explicaba a sus amigos brasileros- Olha ahí gente: ¡meu irmao!... ¡eli e meu irmao
Y se abrazaban girando y balanceándose. Yo conocía a Marisa de haberla visto un par de veces en Buenos Aires, en El Estaño donde habíamos tomado unos vinos y también ella había estado de paso por La Pordioserie, el campamento de Valeria del mar a donde había llegado viajando a dedo con Miguel.
Por supuesto que ella y Juanito no eran  verdaderos hermanos, pero nadie podía dudarlo puesto que eran bastante parecidos, al menos los mismos preciosos ojos celestes ultramarinos. Pero yo siempre encontré a Marisa muy parecida a Maria Elena Walsh. Y ciertamente se conocían, habían sido amigas y Marisa sabía recitar a veces sus poemas y cantaba también sus canciones.
Fuimos a sentarnos en la terraza de un lanchonete a tomar cerveja con sus amigos brasileros. Yo quería pedir un vaso de agua y le pedí a Marisa que me enseñase cómo se decía. Había que pedir al garçon: “Um copo d´agua” y cuando vino el mozo me atreví a pedir:
-         Um Kop Od´akua.
En la mesa brotó una carcajada general. ¡Yo pronunciaba tan rudamente!... parecía marciano… una máquina parlante… ellos en cambio hablaban con suavidad, con cadencia casi musical, dando a las palabras una entonación próxima al canto… y si no hubiese sido porque Marisa tradujo mi pedido al garçon me hubiese muerto de sed en pleno Copacabana sin que nadie llegase a entenderme.
Anochecía cuando nos fuimos a la playa y allí sentados en la arena mirando el mar Marisa nos cantó a capela todas las canciones de onda en aquel verano en Río de Janeiro, muchas de María Betania, otras de Chico Buarque y hasta de Caetano… y Geraldo Vandré  y su prohibido  “Pra nao dizer que nao falei das flores”.

Vem, vamos embora
Que esperar nao é saber
Quem sabe faz a hora
Nao espera acontecer


 Marisa sabía muchas canciones y adoraba la música brasilera. Y cuando nos quedamos solos nosotros en la playa ya de noche viendo a lo lejos las velas encendidas de las macumbas en la arena, Marisa nos cantó toda su nostalgia, se puso tanguera y termino cantando:

“Cuando un amigo se va
Nadie nos devolverá
Todo el corazón que le brindamos
Tanta compartida soledad
Un amigo nuevo no es lo mismo, Pepe,
Nos quiere por la mitad.

Y ahí mismo brotó toda su nostalgia porteña… los amigos, los boliches, las conversaciones hasta el amanecer… mi-buenos-aires-querido…
Hacía varios meses que Marisa estaba en Río y le encantaba, la gente era maravillosa, ¡tenía tantos amigos! Dejaríamos el hotelucho, teníamos que ir a vivir con ella, estaba con unos amigos brasileros que hacían cine. Habían copado una casa abandonada en el barrio de Tijuca y había otras habitaciones donde podíamos copar nosotros. Allí íbamos a estar bien… ¡¡¡Brasil e lindo di mais!!!  

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