miércoles, 29 de agosto de 2012



Solo resta decir que algunos hechos son
reales mientras que otros son pura ficción.
¿Cómo reconocerlos si hasta los hechos más
reales parecen haber sido previamente
imaginados por algún otro creador?
De lo contrario... ¿cómo podrían haber sucedido?


“Generación Descartable”
Capítulo 17
LA NEGRA RENÉE
(Primera parte)

Poema de Cantar

Esta copa es para ti
Estas copas son para ti
¡Racimos verdes!
Mira esta torre compacta
Para ti
Mira el líquido negro cuajado que te ofrezco
Y todo es tuyo
Anda vete
Corre lejos
Corre al viento
Alza la torre no la pierdas
Muestra las copas te dejarán pasar
¡Muéstralas!
Si, si, las tienes
Lleva tus espejos, tus cristales,
Tus marcos favorables
Lleva tu alucinante araña devoramejillas
Pero anda, vete,
Corre lejos
Corre al viento
¡Espera!
Olvidas mi caricia
Mi mano acariciadora
…toma…
¡ahora vete!


“…percibe algo ominosamente
amenazador en la realidad que la circunda.”
Cristina Piña
“Alejandra Pizarnik”


Su nombre quiere decir: Renacida.
Su número: el 17
Su carta: La Estrella. (La Esperanza).
Su color: el violeta
Su signo zodiacal: Escorpio
Su figura emblemática: El Ave Fénix

Desde la noche en que la conocí en su habitación del hotel Melancólico (la muchacha de los ojos de oro) no había vuelto a verla hasta que la encontré una noche en una de las salas de exposición del Instituto Di Tella viendo una muestra de escultores y pintores nacionales entre los que se destacaban los trabajos de Julio Le Parc. Yo estaba mirando una estrella de neón rojo que se agrandaba y se achicaba y la vi que se acercaba entre la gente sonriendo distraída con su tapado de piel marrón y cuando estuvo a mí lado mirando la escultura como sorprendida me dijo:
- Así se ven las cosas con mescalina.
Yo estaba leyendo por entonces y llevaba conmigo el pequeño ejemplar de “Las Puertas de la Percepción” de Aldous Huxley e inmediatamente le pregunté:
- ¿Dónde está el Dharma Cuerpo?
A lo que ella contestó rápidamente:
- En el seto al fondo del jardín.
Y seguimos recorriendo junto la exposición. 
Se encontró con un grupo de amigos y nos fuimos caminando para El Bajo, hasta el restaurante Dorá donde ocupamos una larga mesa hasta muy tarde. 
Y desde entonces nos encontrabamos en los bares del gheto. Acostumbraba  ir a jugar a los dados en La Academia. Llegaba y desafiaba a los mejores jugadores y no se sabía cómo pero siempre ganaba. Decían que movía los dados con el pensamiento.
En ese bar nos juntábamos con un grupo de amigos en común a pasar la noche. Yo la esperaba. Ella estaba por llegar. Entretanto yo me había hecho amigo de un grupo de gente bastante extraña. Mendocinos, de San Rafaél, eran, como ellos mismo se presentaban “la Kelly” y “el Carlos”… Los pintorescos hermanos Romero. Eran aindiados, de piel muy oscura y sumamente atractivos y naufragaban  toda la noche en conversaciones delirantes, rodeados siempre de un grupo de amigos que orbitaban a su alrededor como satélites. Junto a ellos, invariablemente dormido, cabeceando sobre la mesa del bar estaba siempre  Noni Noni, un flaquito muy alto y encorvado con cara de lirón que siempre tenía sueño y que durante el día se iba a dormir a los trenes subterraneos. Dormía yendo y viniendo de Constitución a Retiro.
Kelly Romero era una persona muy agradable por sus conocimientos y sabía mantener el fuego encendido de la conversación durante largas noches. Carlos también me parecía muy interesante y poco a poco me fui enterando que habían formado parte de un grupo esotérico allá en Mendoza. Se trataba de la comunidad de Silo. Ellos habían trabajado con Silo en sus comienzos por los años ´60 y sus relatos estaban impregnados de misticismo. Pero admitían que la enseñanza era un camino muy duro. Kelly había sufrido mucho durante su convivencia con el grupo. Se habían ido a vivir a la montaña y había que trabajar fuerte. Pero además del trabajo concreto realizaban complicados ejercicios espirituales. Trabajaban unos con otros sobre sus propios psiquismos y buscaban conocer el mundo real y lo verdadero de cada uno tratando siempre de arrancar las máscaras de la falsa personalidad. Por lo tanto las relaciones resultaban  sumamente crueles llegando a veces a situaciones sadomasoquistas. No había propiedad privada y todo les pertenecía en común. Kelly contaba que ella había logrado desprenderse de todas sus pertenencias pero conservaba de recuerdo un pequeño anillo muy fino de plata cargado de mucho valor afectivo. y cuando se lo descubrieron todos empezaron a indagar acerca del anillo. Ella dio explicaciones y aseguró que aunque la matasen no se despegaría de su anillo de plata. Hasta que un día se complotaron todos contra ella y la violentaron para sacárselo… Lucharon, se pegaron y se mordieron, se arañaron y se patearon hasta que al final la redujeron y le sacaron el anillo, lo arrojaron al río y ella quedó llorando  en la orilla. Después se sintió mejor, cierto. Había pasado tanto tiempo apegada a un recuerdo, esclavizada a un sentimiento doloroso…
Los Romero vivían en hotelitos del gheto que iban cambiando cada semana y seguían relacionándose con el grupo de Silo. Se reunían  a veces para hacer ejercicios y pronto me invitaron a un encuentro  que fue un atardecer en el bar El Colombiano. Nos juntamos unos diez amigos alrededor de una mesa. Estaban los Romero,  Deoclesio, el Peli Luis Alberto, Krishna el mendocino, Noni Noni, yo y algúnos otros. Entonces llegó un tal Suárez, alto, flaco, rubio de ojos azules  y después de observarnos a todos repartió la consigna del ejercicio: un papelito con un planito y un circuito de 4 calles (una vuelta a la manzana del bar) para cada uno. Había que recorre el circuito tratando de estar muy conciente y atento a todas nuestras percepciones y volver a encontrarse en el bar. Cuando volvimos nos sometió a un interrogatorio: ¿qué habíamos visto? ¿qué recordábamos con mas claridad? ¿qué habíamos pensado?, ¿qué habíamos sentido?...
Los Romero durante las noches de La Academia hablaban de Gurdjieff y del sufismo. Nos proponían el ejercicio de observar el minutero del reloj tratando de concentrar nuestro pensamiento en la “conciencia del yo”… ¿Cuánto tiempo podemos permanecer sin desviar nuestra atención? El minuto se hace interminable y todo tipo de ideas tendientes a la distracción asaltan la mente.
A veces leíamos artículos de la revista Planeta: Lanza del Vasto, Aurobindo, Comunidades, Arte Fantástico…
Así pasábamos las noche en La Academia: conversando apasionadamente, tomando mucho café, dibujando, escribiendo, leyendo;  pero cuando la Negra aparecía en la vereda buscando con su mirada ligeramente miope a través de la ventana del bar yo abandonaba todo y salía a buscarla porque ella ya me había dicho de sus dificultades visuales que según me había explicado, no era que no viese o que viese poco, no, por el contrario, afirmaba que veía demasiado, que su visión reproducía las imágenes infinidad de veces, a la manera de los ojos de la mosca, entonces a su cerebro le llevaba mas tiempo descubrir si había algún conocido en las mesas del bar. Y  me había confiado que más que nada ella se asomaba por si había alguien conocido para que saliese y la invitase a entrar.
Nos sentábamos en una mesa aparte y poco a poco todos venían a saludarla para volver a dejarnos solos. A ella le gustaba mirar los cuadernos que yo siempre llevaba y yo a veces escribía cosas para que después ella las leyese. A veces ella también escribía y dibujaba en mi cuaderno y esa noche le leí un cuento que había escrito que se llamaba “El Perro del Quijote”  y quedó tan impresionada que me pidió que se lo leyera de nuevo y más lentamente y uando volví a leerlo se quedó fascinada mirándome y después dijo:
- Omar, ese cuento lo escribí yo.
Tomó la hoja de papel donde estaba escrito el cuento… y firmó al pié de la página.
Ya no vivía en el hotel Melancólico y andaba naufragando por ahí en casa de algunos amigos y al comienzo de nuestra relación andábamos juntos todo el tiempo y pasábamos días y días en los bares del gheto o copando alguna casa. Siempre era invierno y ella siempre llevaba aquel tapado de piel cruzado y su frente cubierta invariablemente por un espeso flequillo.
Yo siempre tiendo a relacionar a mis amigos por su parecido físico con algún artista famoso y en ese tiempo yo estaba enloquecido por el cine de Godard y desde el comienzo ella me pareció una especie de Ana Karina morena. Lamentablemente ella parecía detestar el cine, como casi todos mis amigos de entonces, quienes pensaban que era mejor vivir la película de la vida que ir a ver pasar la vida en la oscuridad del cine… pero un día conseguí hacerla entrar al cine Losuar a ver “Alphaville”. De entrada no le interesó, parecía evitar mirar la pantalla y hacía comentarios absurdos, pero enseguida se fue al baño y volvió casi al final sin haber visto nada. Prefería andar por el gheto y encontrarse con la gente en los boliches buscando siempre algún lugar adonde ir y poder pasar unos días juntos y encanutados del frío del invierno.
Ella también tomaba anfetaminas y cuando estábamos muy locos nos gustaba inventar historias extraordinarias. Una noche mientras recorríamos 
Av. Corrientes desde Florida hasta Callao junto con un grupo de gente amiga, ella fue relatando una historia increíble acerca de un campeón de tenis invencible. Su zapatilla derecha se llamaba Ana María y María Helena la izquierda. El campeón tenía un tiro excepcional, siempre ganaba y hasta entonces nunca había perdido ningún partido y todo se debía a su elegante estilo de juego: cuando veía venir la pelota salía a su encuentro avanzando desafiante y un poco antes de que la pelota llegase hasta él, se elevaba apoyando un solo pié en tierra, flexionado en ángulo de noventa grados. En esa posición observaba la dirección en que venía la pelota y calculaba la curvatura de descenso, entonces volvía a apoyar el pié llano en el suelo para devolver la pelota con un certero golpe de raqueta. Un día sus enemigos se complotaron para hacerle perder un partido. Observaron detenidamente su juego y descubrieron su táctica de elevación con el pié en ángulo. Por lo tanto se disponen a hacerle perder un tiro. En el momento en que el campeón se eleva sobre el ángulo de su pié, alguien arrastrándose por atrás coloca un taco de madera en el ángulo (no cualquier taco, preferentemente un taco en forma de cono invertido como un taco alto de zapato de mujer), y el atleta se ve inmovilizado en esa posición, no puede bajar de su elevado punto de vista, la pelota se acerca inexorablemente y el no puede moverse, la pelota le pega en la cabeza y ese golpe lo mata.
Esa historia tal vez debió estar inspirada en la Gradiva de Jense, pero el estilo narrativo de la Negra era extraordinario y habíamos tomado una anfetas en un bar y ella se había pegado una galletitas de chocolate y crema como charreteras sobre las hombreras del tapado  y lucía un precioso collar de cápsulas de dexamil spanzule que ella misma había enhebrado. Estaba radiante y sonreía mientras con su voz susurrante iba improvisando la desopilante historia.
Su discurso era incomparable y yo podía pasar días enteros escuchándola. Tenía un enfoque muy original acerca de todas las cosas. Por ejemplo, la vez que yo le dije que se parecía admirablemente a Ana Karina, se pasó horas explicándome que no había mayor error que asociar las cosas por su similitud, y que si se mira bien no hay nada mas diferente a… una vaca, por ejemplo, que otra vaca, y que en cambio una vaca era mas parecida a una noche estrellada como tan bien lo habían reconocido los antiguos egipcios.
Pero siempre en algún momento mis delirios paranoicos empezaban a interferir en nuestra relación y llegaba un momento, durante el post en que mi coraza caracterológica se tensaba, me inmovilizaba, me paralizaba  y entraba en un rígido letargo catatónico.
Una noche en casa de Gracielita leíamos al poeta Jon Donne y de pronto en un verso el poeta preguntaba: “¿de donde viene el viento que agita el pensamiento?” Entonces Renée levantó la vista del libro y con su sonrisa mas sutil nos preguntó:
- ¿De dónde viene ese viento?... - y volvió a repetir esa misma pregunta varias veces asegurando que ella necesitaba que le diésemos una respuesta.
Gracielita dio una respuesta improvisada:
- Ese viento que agita el pensamiento debe venir de cuando uno se despierta en mitad de la noche y comprende que está muerto…
Gato, que estaba con nosotros, también dio una respuesta acertada:
- El viento que agita el pensamiento -dijo Gato duvitativamente- viene de una nostalgia inmensa por la luz…
Solo yo no pude responder y debo admitir que todavía no tengo una respuesta al interrogante del poeta… y entendía también la urgente necesidad de una respuesta para Renée pero las anfetas me tenían ya acorralado contra mi locura. Habíamos pasado la tarde en el jardín zoológico, dibujando, tomando anfetas y admirando a los animales y de pronto yo esta ahí sin ninguna respuesta.
Renée se puso a llorar y decía que llegaba un momento en que ella no podía saber lo qué me pasaba… ¿por qué me encerraba en mi mismo?... ¿por qué no daba una respuesta?...
Yo empezaba a sentir que ella me perseguía y varias veces durante nuestros largos naufragios me había sentido agredido cruelmente. Primero ella parecía interesarse por los motivos de mi introversión, pero como no lograba penetrar mi paulatina inmovilidad y mi silencio obstinado comenzaba a agredirme. Murmuraba palabras incomprensibles en voz muy baja casi en un murmullo inaudible, como hablando para si misma. Yo lograba captar a veces fragmentos de palabras que me parecían amenazantes, entonces ella se reía y cuando yo le preguntaba qué había dicho cambiaba rápidamente de actitud y decía algo completamente inocente. Es cierto que pasábamos juntos momentos maravillosos, pero después venía todo aquel infierno.
A mi me parecía una forma de agresión muy infantil, eso de insultar y después cambiar el sentido de la palabra es muy común entre los chicos, pero no por eso resulta menos perverso enmascarar a las palabras. A mi me hacía sufrir a lo loco y en realidad en ese momento estaba bastante loco, pero… ¿por qué en cambio ella parecía disfrutar de esas situaciones? Y cuando yo me animaba a decirle al fin que me parecía que ella era …perversa, perversa y cruel y que le gustaba jugar de sádica conmigo, ella me decía simplemente:
- Omar, yo estoy mas allá del bien y del mal…
Por mi parte yo no tenía dudas, sus dibujos eran maravillosos pero estaban repletos de crueldades: escenas de patíbulo, hermosas muchachas con afilados puñales, cámaras de tortura, aparatos diabólicos, maquinas kafkianas de terror…
Pero al mismo tiempo  ¿por qué me atraía tanto?... ¿acaso me gustaba que me hiciese sufrir?... ella era como un dulce veneno que yo siempre estaba buscando saborear.
Una noche estábamos en un boliche, nos habíamos tomado todas las pastas y no sabíamos a donde ir. Había que moverse con estrategia por el gheto porque siempre nos paraba la policía y terminábamos todos presos. Y los bares no eran un lugar seguro, muchas veces entraban a La Paz y pedían documentos y empezaban a llevarse a la gente de las mesas. Así que encontrarse y andar por el centro era una pasarela peligrosa. Y cuando uno andaba buscando a los amigos tenía que  ir a meterse en la boca del lobo. Porque Corrientes siempre estaba llena de canas de civil y patrulleros rastrillando el gheto, pero igual había que hacerla y recorrer esas calles con el corazón en la boca y al ritmo justo, ni muy lento que pareciese un desafío ni muy rápido que evidenciase paranoia. Y la prueba de fuego era pasar por delante de los blus en las esquinas. Miguel me cargaba, decía que yo cuando veía un blus entraba a patinar como en los dibujitos animados, y era cierto, como en una pesadilla yo sentía que me salían patines en los pies y me volvía loco haciendo esfuerzos desesperados por avanzar, y era desesperante. Me causaba admiración y envidia algunas actitudes heroicas entre mis amigos capaces de dar dos o tres vueltas al gheto  sin caer en las redes de los blus. De todos modos, Miguel caía de vez en cuando, Tango caía demasiado, pero en cambio Pipo casi nunca caía, la Negra caía bastante, y yo caía muy seguido; pero si la Negra y yo estábamos juntos siempre caíamos. Y por eso nos encontrábamos en los bares menos frecuentados y que nos ofrecían una relativa seguridad y de ahí nos organizábamos  para encontrar un lugar donde copar.  
Al pasar por la puerta del Moderno, Renée me dijo que había una pareja de amigos a quienes les gustaba hacer el amor en presencia de otras personas que los observasen. La habían invitado y si yo quería podía ir con ella. Cuando me presentó a la pareja me quedé estupefacto: eran unos dioses nórdicos, hermosísimos, tanto ella como él eran bellísimos, ella parecía la virgen de La Fuente de la Doncella y él era parecido a Max von Sydow. (a veces comprendo que es horrible esta manía mía de dar parecidos con los artistas de cine cuando la escritura abunda en detalladas descripciones de personas y personajes  memorables, pero es que el cine ha tomado tanto de los libros que me parece lícito tomar algo del cine para ilustrar el aspecto de algunas personas) Y al rato estábamos en el departamento de la pareja que era un monoambiente inmenso en un piso alto en calle Florida y estaba completamente vacío, el único mobiliario era un colchón grande en medio del piso y una lámpara junto al colchón. La cama estaba desordenada pero el piso de madera claro muy pulido y lustrado. No había nada que desviase la atención a no ser la vista panorámica de la ciudad a través de los amplios ventanales todo alrededor. Tomamos unos tragos conversando y enseguida ellos empezaron a hacerse mimos. Renée y yo estábamos sentados al borde del colchón y ellos se desnudaron. Que divinos que eran! Blancos, rubios, dorados, cuerpos perfectos. Tal vez esperaban que nosotros también hiciésemos el amor, porque en un momento ella nos miró y nos dijo divertida:
-         Hagan algo… hagan lo que quieran…
Nos sacamos los abrigos y nos sentimos un poco mas cómodos pero Renée y yo sabíamos que no pasaríamos de una fascinada contemplación. De pronto él la penetró y ella sonrió con una sonrisa magnífica. Y la Negra empezó a hablar... La escena era perfecta y ellos hicieron el amor durante horas como en cámara lenta y cambiando posiciones. Mientras la Negra parecía estar describiendo todo como traduciéndolo a un lenguaje poético y erótico. Su relato era como un kama sutra ilustrado con poesía surrealista. Ellos descansaban y volvían a empezar y cuando estaban alcanzando el climax, Renée dijo:
- Yo quiero acariciarlos… -y les preguntó- ¿quieren que los acariciemos? – a lo que ellos respondieron exaltados:
- Si, si… hagan lo que quieran...
Así que comenzamos a acariciarlos, nuestras manos iban y venían recorriendo sus magníficos cuerpos, pero de pronto tuve un impulso incontenible, me acerqué mas a ellos y atrapé con mi boca el talón de la mujer, no me pregunten por qué, pero aferré muy suavemente su talón entre mis dientes… De dónde surgía esa necesidad no lo sabía, pero sin duda brotaba de mi “deformación” religiosa infantil, porque en ese momento recordé una frase bíblica, algo así como una maldición de dios a la mujer después de la caída: herirás a la serpiente en la cabeza y ella te morderá el tobillo… que se yo, algo así, lo cual no era una ocurrencia muy apropiada para ese momento.
En ese instante ellos alcanzaron el orgasmo y yo nunca entendería qué estaba haciendo con el talón de esa mujer  en la boca, me parecía terrible y al mismo tiempo me daba una profunda vergüenza. Suavemente liberé el talón de la muchacha de entre mis dientes, pero después mientras descansaban ella preguntó con voz adormilada:
-         ¿Quién me mordió el talón.
-         Fui yo –tuve que reconocer y agregué- perdoname no sé por qué lo hice, ¿te dolió?
-         No… dijo sonriendo- si no me dolió para nada, al contrario, me excitó muchísimo porque no mordías fuerte, era una mordedura muy suave…
-         El Mordiscón Blando –aclaró Renée- es una figura del
I´ Ching…
Yo trataba de explicarme…
Renée me miró divertida y dijo implacable:
- Entonces, Omar… vos vendrías a ser… ¡el diablo!
Y desde entonces empezó a decir entre nuestros amigos que yo era el diablo, por lo que enseguida todos empezaron a llamarme Omar-el-diablo…
Una noche habíamos hecho escala en La Giralda y como se había reunido un grupo considerable que conformaban unas cuantas parejas y no había un lugar adonde ir decidimos terminar la noche en el Dixon.
El Dixon era el hotel de los locos y creo que debía ser el telo mas berreta del centro;  porque por pocos pesos, los náufragos se iban a dormir o a fifar con sus parejas… al Dixon; y como la Negra y yo  habíamos comenzado una de nuestras conversaciones interminables nos anotamos en la partida.
Nos tocó una habitación reducida, con una cama doble en el medio, un bañito y una ventana que daba a la calle. Y nos acostamos vestidos y estuvimos hablando durante toda la noche, mientras los amigos transitaban los pasillos e incursionaban en las diferentes habitaciones. Por momentos hasta sonaba suavemente alguna viola pasada de contrabando y hasta recibimos un par de visitas en algún momento de la larga noche. Alguien vino, se sentó en la cama, fumó un cigarrillo participando de la conversación para luego volver a su habitación.
Durante mi juventud yo no tenía una vida sexual muy intensa. Hubo una relación normal con mi mujer durante el breve tiempo que duró nuestro matrimonio,  después me había enamorado de una chica de Turdera que se sabía de memoria los versos del Gotán de Juan Gelman y habíamos vivido una pasión devastadora que duró apenas unos días. También habíamos hecho el amor con Gato algunas veces, y estaba Laura, mi amor de primavera y eso era todo. Lo que quiero decir que no era muy copado del sexo. Todos me veían un tanto “míshtico” como decía Miguel. Lo que en realidad era una gran timidez. Me costaba mucho hacer  alguna insinuación de carácter sexual. Y sin duda mis amigos fifaban más que yo, por principio casi siempre estaban en pareja. De todos modos el uso generalizado de estimulantes nos hacía mas bien proclives a una mayor mentalización del sexo o si se prefiere a variadas formas de sublimación; porque cuando uno estaba muy loco generalmente no tenía muchas ganas de coger, se hablaba mucho, eso si, lo que sin duda debía ser una forma sublime de sexualidad y se hacía el amor todo el tiempo de las formas mas diversas, con sonrisas, con insinuantes tonos de voz… sin establecer necesariamente relaciones genitales.; y sin duda quien tenía su pareja, después de todo el delirio terminaba fifando como todo el mundo, aunque tal vez mas obsesivamente  por efecto de los estimulantes. Pero en realidad siempre pasaba de todo menos sexo. Esa vez en el Dixon estábamos totalmente delirados y no creo que naturalmente hubiésemos llegado a una situación sexual. Pero yo había estado fantaseando con la pregunta de Renée acerca del origen del viento que agita el pensamiento… y ante la imposibilidad de encontrar una respuesta satisfactoria, me preguntaba si no había en todo eso una encubierta cuestión sexual. Yo hacía esporádicamente el amor con Gato sin llegar a sentir la necesidad de considerarnos una pareja. Por otro lado, Gracielita también me gustaba mucho y pensaba que algún día tenía que tener una historia de amor con esa nena… pero Renée… ¿me gustaba realmente?... no sé, creo que no, era mucho mayor que yo y eso me inhibía automáticamente. Pero sobre todo me parecía que no era mi tipo. Me gustaban las chicas flacas, sin tetas, sin culo, blancas hasta la palidez y rubias, con largos pelos lacios a la moda de la época. En cambió Renée era un tipo de mujer tropical bastante sexy, cuando yo buscaba más bien lo asexuado. Pero ¿de dónde venía el viento que agitaba el pensamiento? ¿acaso esa pregunta tenía algo que ver con el amor?
Creo que entonces me sentí impulsado a amar a Renée o tal vez a creer que ella estaba esperando que yo la amase… En medio de la conversación la abracé. Ella me miró asombrada como si me viese por primera vez. Comencé a acariciarla y nos besamos. Pero no era tan fácil pasar del hielo al fuego y yo no lograba el estado necesario para iniciar una actividad sexual. Nos fuimos desnudando y debo admitir que su piel era maravillosa pero ella no paraba de hablar y eso me impedía concentrarme. Finalmente luego de prolongadas caricias me sentí bien e intenté abordarla, pero entonces noté confundido que ella se endurecía y se cerraba. Y si yo hacía fuerza ella se cerraba más todavía.
-         ¿Qué hacés? –me decía divertida- ¿qué querés hacer?
Cuando comprendí su negativa  mi potencia se disolvió por completo. Pasó un tiempo. Ella no se resistía a las caricias y a los besos, pero seguía riéndose y no paraba de hablar. Yo ya no sabía lo que estaba diciendo. Cuando pude reponerme e intenté otra vez penetrarla la flor volvió a cerrarse y comprendí que no había sido una reacción casual y que era un mecanismo completamente voluntario. Me dijo:
-         ¿Qué te pasa, Omar?... ¿no ves que no podés?...
-         Sos vos la que no querés. –le dije enfurecido y me aparté violentamente de su cuerpo. –Ya entiendo… -agregué enloquecido lleno de bronca y vergüenza. – Sos una castradora… ¿qué estamos haciendo desnudos en la cama si no querés hacer el amor?
Tomé un prendedor que estaba sobre la mesa de luz que era una daga turca en miniatura y que yo usaba para sacar punta a los lápices. Y grité:
-         Te voy a matar “con esta espada que es muy chiquita pero que corta como una afeitadora…”
Y avancé apuntándola con el sacapuntas, ella adelantó una mano como para defenderse, sin miedo, sin creer en mi parodia, entonces yo apoyé muy levemente la puntita de la daga en la palma de su mano y hubo un largo silencio en el que permanecimos así, inmóviles: ella mirándome y sonriendo con tranquilidad, yo contemplándola con expresión feroz… y de pronto hice un gesto mínimo, la punta de la daga avanzó un milímetro y atravesó su preciosa piel. Su rostro cambió la sonrisa por un leve gesto de penetración y una gota de sangre apareció en la palma de su mano.
Cuando vi brotar esa gota de sangre mi expresión se descompuso y me desarmé. Empecé a decir apresuradamente:
-         Renée… ¿qué hice?... no puede ser…. Yo no quiero hacerte esto…. No quise hacerte mal…
Ella miraba su sangre como hipnotizada. Corrí al baño, tomé la punta del rollo de papel higiénico, hice girar el rollo y corrí con la punta de la larga tira de papel hasta la habitación, hasta la cama, para aplicar el papel sobre la herida. La sangre paró instantáneamente, pero yo seguí tirando del papel, amontonando papel sobre la cama por todas partes. Volví al baño y desesperado arranqué el rollo de papel de su eje y seguí desenrollando el papel sobre la mesa, alrededor de la habitación, por la ventana, alrededor de la silla, rodeando el ropero y la lámpara que colgaba del techo, envolviéndome a mi mismo y a ella y a todo el mundo en una desesperada maraña de papel higiénico.
Y ya amanecía al fin cuando Renée escribió en mi cuaderno:
“Parece que a un insano, blanco del dardo (o de los dos dardos) mas furibundos de la esquizofrenia, un pequenio ninio le arrojó uno de los tantos posibles cascotes que pudo arrojarle, y el insano diose cuenta haciendo la siguiente reflesión dos puntos (yo aconsejaría a mas de uno que en la misma situación, si tuviera la mala yeta de verse en situación tan difícil, hiciera la misma (reflesión), o lo mismo cual el que imita al chancho rengo.)
¡¡Este ninio lo que ha conseguido, con tanta ponzoña que juntó, es un intento de acercamiento entre el que suscribe y el principio de malinidad!!”

 R.

 (continuará)   
                                                     















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