Íbamos totalmente locos cantando jitanjáforas a la orilla del mar, saliendo de la Villa hacia el norte, a través de ese largo paraje solitario de anchas playas y dunas de arena cambiantes hacia Valeria del Mar. En ese tiempo el balneario no era mas que un edificio de departamentos de varios pisos frente a la playa con algunos comercios de provisiones y unos pocos chalets desparramados por los alrededores entre bosques de pinos. Todavía no había sido invadida por la fiebre turística y se podía andar tranquilo por lugares salvajes y a través de kilómetros de playas desiertas.
El campamento estaba oculto entre espesos arbustos. Apenas dos o tres carpas viejas armadas entre la arboleda alrededor de un fogón.
- ¡Bienvenidos a La Pordioserie! -gritó Pipo al vernos aparecer -Llegan justo para la única comida del día que invariablemente es... polenta.
Junco se había ido a Córdoba, pero él había preferido venirse al mar. ¡Qué emocionante! ¡Qué magia volver a encontrarnos! Estaban Pipo, Miguel, Javier, Mario, Hernán, Gato (a quien yo veía por primera vez, su figura sugestiva con su larga trenza negra a la espalda), Cylbia, el Peli... ¡Todo el mundo!
- Estamos tocando fondo. -nos explicó Pipo -Cortamos con todo hasta con la guita, aquí nadie tiene un peso. Aveces ni siquiera podemos conseguir una polenta, pero siempre se puede ir a tirar la linea y conseguir un par de pescados para una sopa.
- Ya probamos de todo -dijo Mario -hasta sopa de hojas de árboles y ensalada de raíces, tratando de sobrevivir como los náufragos.
- Nos morimos de hambre -aseguró Pipo -pero contentos... Por aquí no viene nadie, es de lo mas tranquilo, pero si vamos a pedir algo al edificio nos miran como si fuésemos linyeras, nos tienen miedo claro, con esta pinta de cavernícolas que tenemos... Así que mejor cortar todos los lazos con la civilización, igual siempre aparece una polenta o un guiso, estamos en la miseria pero con finura, ¿vió? -decía imitando un acento francés. ¿Diganmé si este lugar no es un paraíso? Y todo el día música, mucho blues y rockanroll... buenas conversaciones... filosofía... methaphissshika... buena literatura, Krishnamurti... mucha cultura... libertad y vida silvestre... Por allá está el campo nudista para el club de corazones solitarios y pasando esa duna todo el vastoyproceloso océano. Al campamento le pusimos La Pordioserie, así en francés, somos pobres pero finos ¿vió señora?... ¿qué le parece?...
Nos instalamos y comimos esa deliciosa polenta sin salsa sin nada, distribuida equitativamente entre todos, sentados alrededor del fogón, mientras en el silencio del atardecer se hacía mas intenso el canto de los pájaros.
Miguel nos dijo que Cylbia no estaba bien. ¿Dónde estaba? No la había visto durante la comida... Dormía todo el tiempo en una de las carpas. No quería que la despertasen ni para comer. Decía que quería volver a ser ella misma, perder esos kilos que le habían hecho engordar en la clínica... Ya no era la misma... Se despertaba solo para ir a llorar a la orilla del mar. Iba hasta la playa, se sentaba en la arena y lloraba horas enteras sin parar. Había que dejarla, había dicho que no se preocupasen, que la dejasen tranquila que ya se le iba a pasar, que no era una plaga emocional, no lloraba por nada, ni de tristeza, ni de dolor, ni de bronca, no... Lloraba simplemente... por llorar... para identificarse por medio del agua salada de sus lágrimas con la esencia misma del mar frente a sus ojos.
Esa noche hubo batucada, zapada, bluseada y hasta un negro spiritual que terminó en un intenso ritmo africano con abundante percusión de latas y platos y un nutrido coro de voces. Hasta que nos dormimos al amanecer alrededor del fogón.
Cuando pregunté por Miguel al despertar a media mañana me dijeron que estaba en la playa pescando. Desde lo alto de la duna podía verlo: era una mañana blanca, plateada y el mar estaba agitado por el viento. Y en la orilla Miguel revoleaba la linea y la arrojaba al mar. Y mientras esperaba el pique observaba el vuelo de las gaviotas... y las imitaba. Reproducía el vuelo de los pájaros con gran habilidad. Agitaba los brazos como poderosas alas y así corría planeando y girando. Las gaviotas volaban chillando a su alrededor y él también imitaba sus agudos chillidos. Corría volando sobre la linea del oleaje, salpicando y jugando con la espuma. Después parecía aterrizar y caminaba con el mismo paso vacilante de las aves y en graciosas lineas ondulantes. Perseguía a las olas que retornaban al mar y luego huía de las que avanzaban. Y otra vez volvía a lanzarse en vuelo rasante a lo largo de la orilla.
Desde donde yo lo observaba él no podía verme y a mi me parecía conmovedor que Miguel estuviese... jugando solo. Cada tanto iba a ver si había picado algo en la linea y después volvía a practicar el vuelo de los pájaros. Lentamente me acerqué hasta donde estaba y nos sentamos en la arena cerca de la linea y se puso a hablar de lo lindo que era pescar. Le encantaba, era toda una aventura y además era necesario para la subsistencia de un náufrago.
Al rato llegaron otros amigos dispuestos a bañarse en las agitadas aguas del mar. Gato se sentó en la orilla un poco apartada del grupo. ¡Qué extraña que era! Siempre andaba sola y cuando nuestras miradas se encontraban sonreía tímidamente y señalaba con la vista algún lugar del horizonte. Parecía establecer con la mirada una conexión telepática.
Estábamos mirando como nadaban nuestros amigos. Hernán había cruzado la rompiente y tuvo grandes dificultades para regresar. Nadaba sin descanso hacia la playa y el mar volvía a llevarlo para adentro. Finalmente después de mucho esfuerzo logró llegar a la orilla. Estaba exhausto y se dejó caer en la arena respirando con dificultad, pero cuando nos acercamos alarmados sonrió extrañamente.
Por la noche junto al fuego en las pausas entre una canción y otra, a Pipo y Miguel se les ocurrió un juego. Tenía algo del ¿qué vas a ser cuando seas grande? y consistía en tratar de vislumbrar el futuro de cada uno. Casi todos teníamos veinte y pocos años mas. ¿Sería posible a través de nuestros gustos actuales y nuestras inclinaciones naturales llegar a vislumbrar el curso que tomarían nuestras vidas en los años por venir? Era difícil, pero de todos modos empleamos aquella larga noche en echar una mirada a nuestras posibilidades futuras. Cada uno debería decir lo que a su criterio le parecía qué llegaría a ser cada unos de los otros con el paso del tiempo. Las coincidencias se irían sumando y la que obtuviese mayoría de menciones quedaría como una de las formas del destino posible. Y así la rueda comenzó a girar y uno a uno democráticamente se fueron barajando los diversos destinos. Miguel sin duda sería músico, una gran estrella de la música de nuestro tiempo, el rockanroll, y también por varios votos, poeta, al estilo de los grandes poetas malditos como Rimbaud... Javier tambien sería músico famoso y revolucionario, algo así como un Stravinsky del blues, un innovador. Pipo que por ese entonces ya era autor de éxito era evidente que sería un compositor famoso, aunque para muchos su destino era el de poeta y para otros sería sin duda un lider mundial. A mi que andaba siempre garabateando en mis cuadernos se me adjudicó esa noche el destino de dramaturgo, pero fundamentalmente el singular destino de cronista... y "copista" al estilo de los cronistas que dejaron testimonio de la conquista del Nuevo Mundo y también en la tradición de los copistas e iluminadores medievales...
Cada uno debía recordar su destino para que años después se pudiese ver si los pronósticos eran acertados.
Así pasaron los pocos días maravillosos de La Pordioserie, porque una mañana nos enteramos que acababa de llegar un contingente de amigos de Buenos Aires y que en lujosas carpas estaban acampando un poco mas allá, cerca del edificio de la playa. Los fuimos a ver, era el grupo del los esotéricos de La Academia con los hermanos Romero: Carlitos y la Kelly bajo la dirección de Carlos Suarez como lider del grupo. y enseguida nos trasladamos a sus dominios. Ese si que era un campamento organizado. Se había impuesto un régimen estricto donde cada uno desarrollaba diferentes tareas y había un horario para cada actividad, para trabajar y para descansar, sesiones de lectura y reuniones de fogón, ejercicios espirituales y recreación, música y meditación. Todo programado, todo funcionando como una máquina de precisión y no se pasaba hambre ya que había dos abundantes comidas al día. Suarez era un tipo muy interesante, había estado en la comuna de Silo en Mendoza e imponía un respeto instantáneo. Lo primero que nos pidió al incorporarnos a su grupo fue que abandonásemos la costumbre generalizada de jugar a loquear y mariconear y tratarnos de "señora", porque según él, eso contribuía a fijar una falsa personalidad y debíamos desecharlo como negativo. Frecuentemente se hacían reuniones en las carpas para evaluar posiciones y hacer críticas de las actividades personales. A mi me parecía que podía adaptarme al nuevo orden del campamento, pero Miguel entró a conspirar. No se resignaba a que nos impusiesen un reglamento, ya no estábamos en edad escolar. ¿y que era eso de funcionar a horarios como máquinas cronometradas? Pipo después de la caótica experiencia de La Pordioserie pensaba que cierto orden natural era indispensable para la convivencia comunitaria. Javier se las arreglaba para hacer siempre lo que quería, es más, era intocable, mientras todos hacían las tareas y ejercicios él podía dormir hasta el mediodía, intervenir o no en los ejercicios... él lo único que tenía que hacer era tocar, componer, ensayar...
Mientras tanto llegaba mas gente de Buenos Aires. Una tarde como arribando en un charter mágico apareció todo el jet-set. Ahí estaba Juanito cuya presencia resultaba insólita en el decorado boscoso del campamento, lejos de El Moderno y los senáculos de Florida, aunqu siempre hermosísimo con sus ojos esplendidos del mismo azul del mar, y había llegado con los chicos, sus amigos: Carlitos y Joe, Daniel y Javiercito y Pedro... y hasta la mítica Marisa Monasterio... Estabamos todos y el verano a pleno.
Al atardecer salimos Cylbia, Juanito y yo a caminar por la playa. Nos sentamos en la arena abstraídos en la contemplación del horizonte y cuando nos dimos cuenta Cylbia estaba llorando a mares y tuve que explicarle a Juanito que no era nada, apenas una simple reacción osmótica de los lagrimales de Cylbia con las saladas aguas oceánicas...
Esa noche también, gran batucada alrededor del fuego haciendo música y bailando y cantando con entusiasmo inusitado. Miguel y yo bailamos sobre una alfombra de hojas secas y acariciados por las ramas de los pinos.
Al amanecer Juanito y sus amigos partieron rumbo a Villa Gesell y Mar del Plata.
Me fui a dormir a mitad de mañana y tuve un despertar imprevisto: abri los ojos sobresaltado para ver a mis traviesos amigos meando sobre los dormilones para despertarnos. Salí corriendo... ¿a quién se le habría podido ocurrir esa broma tan pesada?... Los odié. No los perdonaría nunca.
En los días siguientes Miguel empezó a tener serios problemas con el grupo. Se negaba a recibir órdenes y bastaba que le encomendasen una tarea para que le diesen ganas de hacer cualquier otra cosa. Era totalmente anárquico y no soportaba ningún tipo de autoridad. Empezó a subvertirme, planeaba complicadas acciones para burlar las directivas del grupo y siempre contaba conmigo para sus planes, y yo lo seguía encantado en sus extrañas maniobras porque nos divertíamos un montón. Hasta que finalmente logró lo que era de esperar: hubo una reunión de "altos mandos" y nos comunicaron que debíamos abandonar el grupo.
Ese mismo día Miguel y yo salimos para Villa Gesell y enseguida entramos a funcionar en el clima de locura total y absoluta libertad de la Villa. Volvimos a tomar nuestros estimulantes y además... ¡había aparecido una droga nueva! Era una basura total, pero pegaba, tenía cierto circo. Se llamaba Instilasa y eran unas gotas para destapar la nariz, pero que tomada en grandes dosis tenía efectos alucinógenos. Era un veneno de lo mas berreta, venta libre en todas las farmacias. Venía en un simple envase gotero de plástico verde y se decía que actuaba sobre los centros de la memoria. Los que experimentaban solían tener largas secuencias de lejanos recuerdos. Por otro lado quemaba implacablemente las fosas nasales, la garganta y el estómago. Había que tomarse casi todo el gotero para obtener un efecto notable. Producía alucinaciones cinéticas y estados de verborragia obsesiva. Con Miguel agregábamos algunos estimulantes para completar el espectro psicodélico en un coctel explosivo.Nos íbamos a la playa de noche con una guitarra y en esa fosforescencia de estrellas que se agitaban como luciérnagas furiosas ante nuestros ojos alucinados hacíamos música. Las voces se tornaban super extrañas, falsetes tan altos que no podían ser y profundas resonancias de caverna con ecos lejanos que repetían finales de estrofas y coros fantásticos que acompañaban nuestras voces.
Miguel quería que yo cantase. Y yo era malísimo para eso, entonaba como perro ladrando a la luna, nunca entraba a tiempo y mi voz pasaba de un registro a otro a cada momento. Pero igual Miguel estaba empeñado en que yo cantase. Como Tango, él tambien afirmaba que "Todo el mundo puede cantar", así que había que intentarlo. Yo me sentía un desastre pero Miguel se tornaba implacable. Habíamos tomado como ejercicio esa canción tan bonita de Joan Baez que estaba de moda: "Cumbaya". La melodía era simple y el coro pegadizo así que practicamos aquella canción durante interminables horas. Miguel me hacía escuchar los tonos de la guitarra y me mostraba la posición de los dedos, pero para mi era imposible, mi mano izquierda se ponía dura como piedra sobre el diapasón y todos los tonos me parecían sonar iguales.
Anduvimos juntos varios días sin dormir, hablando durante interminables horas en los bares de la Villa revivíendo el pasado en largas conversaciones nos contamos nuestras vidas, largas secuencias de nuestras historias personales y después durante el bajón, como siempre, nos perseguimos, nos odiamos y cada cual se fue por su lado. Yo me fui con unos amigos que estaban en el Pinar. Estaba loquísimo y me pinté soles y serpientes aladas en los pantalones. Me colgué un cartelito al cuello con una frase hallada al azar en un libro de Victor Hugo: "Yo soy un hombre que piensa en otra cosa." Había encontrado una guitarra vieja y rota con solo tres cuerdas y solía ir esconderme entre los médanos a tocar en esa guitarra desafinada interminables historias cantadas implrovisadas bajo el ardiente sol.
Y así fue como la conocí... días antes había visto en el cine de la Villa la última película de Ingman Bergman, "Persona", uno de sus films mas polémicos e inquietantes y esa tarde yo estaba ahí, perdido entre los médanos y ella apareció no sé de dónde. Cuando la vi me pareció que era la mismísima Liv Ulman... vestía una casaca de gamuza marrón, pantalones de corderoy verde y el viento agitaba sus larguísimos pelos bajo su chambergo.
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