miércoles, 1 de diciembre de 2010

Generación Descartable: Capítulo: Romilio

"GENERACION DESCARTABLE" - (Primera Parte)
Capítulo 6
"ROMILIO"
-Este naufragio ya no da para más, negra. –le decía Javier a la negra Blanca. -¿Cómo viene la mano de ir al estudio de Romilio?
Habíamos estado toda una noche que duró varios días en la presentación de una revista literaria que editaba Negrinni, un príncipe italiano y después habíamos estado naufragando en El Estaño y en El Colombiano y en La Academia.
- ¿Cuantos somos? –quiso saber la negra Blanca. Y agregó:
-Somos una banda. ¿Te parece que vayamos a copar allá abajo, a la calle Paraguay? Bueno, pasemos, a ver si está?
. Somos pocos. –aseguró Javier. –nosotros solos, los ú nicos, los mismos de siempre. –Vos decile al Coco si quiere venir y yo le digo a Miguel y que venga Omar también y nos mandamos. Dale. ¿Vamos?
Había que cruzar todo el gheto de punta a punta por Corrientes hasta el Obelisco y meterse por Florida y al final bajar por Paraguay. Nos paramos frente a un edificio de varios pisos blancos con ondulaciones Art Nouveaux y la negra Blanca llamó por el timbre y gritó hacia los pisos altos. Eran las once de la noche en otoño en Baires y un aire húmedo venía del rió por el bajo. Allá arriba una ventana se abrió en el último piso y la negra gritó:
-Soy yo, Romilio, Blanca.
-Suban, suban pueh. –ordenó la voz de Romilio desde arriba.
Entrar en el departamento de Romilio fue penetrar en un mundo encantado. Nos recibió con sus modales magníficos y su aspecto de príncipe aborigen en su guarida secreta. Su mono ambiente estaba revestido con sus cuadros y sus dibujos. Me pareció un ser exquisito. Sus negros pelos lacios de indio caían largos sobre su rostro. Su piel era oscura, sus ojos achinados. A esa hora del sábado él ya había estado tomando. Yo, fascinado me puse a mirar los cuadros. Los de esa época en el /68 era una serie fabulosa. Grandes rostros de niños con ojos nostálgicos dentro de jaulones y jaulas flotantes. Los rostros miran cómo fuera de la jaula el pájaro vuela libre. Los niños tienen largos pelos vegetales llenos de objetos de brujería y remedios de herboristería y piezas de relojería. Hacia el centro del dibujo los barrotes se desdibujaban y quedaba solo la mirada. A lo lejos como maquinarias subreales volaban otras jaulas con otros rostros prisioneros.
Romilio llevaba puesto un pantalón negro y una camisa blanca muy elegante. Súper elocuente nos daba la bienvenida, nos convidaba de su vino tinto y nos presentaba sus dibujos. Romilio estaba felíz de que la negra Blanca hubiese pasado por allí con nosotros, justo a esa hora del sábado en que uno ya está pensando que tendrá que hacer “algo”. En todo el departamento se veía un orden perfecto, desde las sobrias alfombras oscuras hasta los almohadones dispuestos sobre el sofá y esa lámpara sobre su mesa de trabajo atenuada por una pantalla oscura. Los papeles y los lápices de colores dispuestos en orden. Pero ni bien llegamos nosotros, la horda, la jauría, y apenas nos instalamos cómodamente, “como en tu casa”, como nos había pedido que nos sintiéramos, el ordenado lugar se fue transformando en una especie de animado campamento de gitanos. Por un lado Romilio, la negra Blanca y el Coco Acha ya se conocían de la escuela de Bellas Artes, de La Belgrano, como solía acentuar el Coco en la conversación; acostumbraban verse a menudo en las clases y con frecuencia en las exposiciones y galerías de arte. Se trataban como amigotes y se veía que había entre ellos una relación muy divertida de compinches de travesuras. Javier ya estaba instaladísimo copando el sofá cama y hojeando un comic. Miguel sentado en el sillón íntimo junto a la lámpara y ya aplicado a la observación de un catálogo de pintura. Y yo estudiando cada detalle de los cuadros.
Javier ya conocía a Romilio de visitarlo con Blanca. Por lo que estaban diciendo, Miguel y Romilio ya se habían encontrado varias veces en las peñas entre bagualas trasnochadas y copioso vino tinto. Yo en cambio veía a Romilio por primera vez y me sentía como hechizado por aquel oscuro chaman a la vez tan sobrio y tan delirante.
Una vez más era evidente la existencia de dos clanes bien diferenciados en el party, por un lado el mundo de los plásticos, con sus exposiciones y vernisages, sus famosos y sus dioses sagrados, sus anécdotas divertidas y sus chismes topsecret, con sus análisis hiper-críticos y acostumbrados a vivir en el medio mas expuesto a las críticas. Emitían juicios mordaces y lapidarios. Entre ellos todo era elogios desmedidos o críticas exacerbadas.
Por el otro lado estaba el mundo de los músicos, es decir el mundo de los poetas mas delirantes que conforman los músicos, los locos máximos del mundo del arte y para eso estaban Javier y Miguel.
¿Y yo en que estaba? Admiraba los cuadros de Romilio uno por uno sin dejar de extasiarme. Entre el denso follaje capilar vegetal encontraba flores y mariposas y caracoles. Algunos rostros enjaulados tenían complicados sombreros accionados por engranajes de relojería y maquinarias complejas.
Animales salvajes ocultos entre la hierba, bolsitas con magias y amuletos. Frasquitos con brebajes, honguitos, piedras, fósiles y cristales, joyas y gemas y todo el encanto regional de Capilla del Monte, su pueblo natal.
Mientras tanto el diálogo más sustancioso fluía de parte del trío de los plásticos.”Si, -decía Blanca. –Había estado en lo de Manucho y se había enterado de la misteriosa desaparición del anillo de la calavera. Manucho no lo usaba sino en raras ocasiones porque estaba muy cargado de poderes que podían llegar a ser fatales. Había pertenecido a una divinidad maya y era una joya ceremonial. De entre los íntimos de Manucho ¿quién podría haberlo tomado? Algunos sospechaban que nada menos que el sombrío Oderigo había caído en la fascinación del anillo.
Enseguida el Coco quiso saber si Romilio había estado en la muestra del Di Tella, si había visto los cuadros de Rómulo Macció y si había admirado los móviles de Julio Le Parc.
La negra Blanca había estado en “El Batacaso” la última instalación de Martha Minujín y le había parecido muy divertida. Marta era repiola.
-Según, -dijo el Coco. –la otra vez hizo una fiesta para festejas el éxito de “La Menesunda” y apareció una amiga de ella que no se veían de añares y como regalo le trajo un dibujo de Marta de su época de estudiantes… ¿Y sabés qué hizo Marta?
Le dio un ataque, rompió el dibujo y entró a llorar y gritarle a la amiga que era un monstruo y una sádica y que querían destruírla. Todo porque ahora ella quema colchones y aquel dibujo era de cuando hacía palotes. ¿Qué le pasa? ¿No se banca el pasado? ¿Es una careta?
- Bueno, ustedes los plásticos son todos medios caretas.-dijo Javier con su vozarrón etílico.
- Es cierto. –dijo Miguel, levantando la vista del catálogo de arte. – Ustedes, los plásticos son los creadores del “objeto” artístico. En la poesía y en el canto la obra dependía todavía del artista para cada ejecución; a partir de ustedes que plasman la obra en un objeto la obra ya puede prescindir del artista y perdurar. En ese momento el artista deja de ser imprescindible y lo importante pasa a ser la producción de arte. Y, sí, los plásticos son un poco no digamos los caretas de la tribu, pero si los mercaderes, los que transforman el producto en mercadería.
- El verdadero artista vendría a ser entonces… -dijo Romilio. –el que canta. El poeta, el coplero.
- El juglar. –agregó acertadamente Miguel.
Y Romilio decía eso como plástico que era por su producción de dibujos y pinturas que se cotizaban tan bien en el mercado de arte europeo, sino también como coplero a destajo que era, porque todos ya sabían que cuando Romilio estaba picado se ponía a cantar unos poemas suyos que eran una pinturita.
-Por eso que los poetas somos dionisíacos. –decía Romilio brindando con la copita de tinto.
-Porque el vino exalta a la poesía y abre las puertas del canto.-certificó Miguel.
-Nosotros, los plásticos, somos más bien apolíneos.-dijo el Coco.
-Eso no impide que se agarren sus buenas trancas. –acotó Romilio.
- Yo para dibujar tengo que estar más bien sobrio.
-Aunque a veces te viene bien estar entonado también. –aclaró Romilio y agregó:- Dale chango, que a vos también te gusta la papa con tomate.
Yo fluctuaba de la contemplación de los cuadros a los pormenores de la conversación y a la ronda de la copita de vino color rubí que Romilio me alcanzaba intercambiando apreciaciones acerca de sus dibujos. Pero ya la negra Blanca se había puesto a contar acerca de El Greco y el Vivo-Dito.
- ¿Quién?... –pregunté yo. –El Greco Theotocopuli?
- No, boludo.-dijo Blanca. –ese es el que pinta a todos flaquitos. Ese no. Yo estoy hablando de El Greco nuestro, el Greco del Vivo-Dito.
-¿Qué Vivo-Dito? –quería saber yo.
-No preguntei tanto, chango, -dijo Romilio. - que vos mismo podés ser un vivo-dito. – y agregó a modo de explicación: - Bastaría con que algún creador te señale…
Entonces fue la negra Blanca quien supo explicar con claridad lo que era el vivo-dito.
-Es una manera de apoderarse de las personas y de las cosas, señalándolas simplemente con el dedo o rodeando con tiza su figura en el suelo o con pinceladas sobre un papel. El arte “vivo” rodea al objeto encontrado, pero lo deja en su lugar, no lo lleva ni a la galería de arte ni al museo.
Y mientras la negra Blanca nos informaba, Romilio bebía de su copita y me señalaba con el dedo, sonriente, como ilustrando el relato.
-El Greco crea situaciones insólitas, –continuaba diciendo Blanca. -el ambiente queda como electrizado. Los espectadores tienen acceso al reino de lo absurdo y se vuelven artistas por un instante en la compañía de ese mago y clown que los hipnotiza. Emana de él una fuerza irracional capaz de cautivar a gente muy diversa.
Manucho dice que el Greco es un enigma. Que es de una sensibilidad laberíntica y que hay en él varias zonas… incógnitas.
-En la presentación de la muestra, Romero Brest lo puso por el cielo. –dijo Miguel. –Anda siempre con unos cuadernos alucinantes, como vos, Omar.
- Claro, -dijo Blanca. – en esos cuadernos está todo El Gran Manifiesto-Rollo del arte Vivo-Dito escrito sobre una tira de papel de 200 metros.
- Sus primeras pinturas –dijo el Coco -eran todos cuadros negros o con muy poco color.
-Y en un Vivo-Dito –contaba Miguel –un lustrabotas y Antonio Gadés fueron señalados como obra de arte.
Y Romilio me señalaba con el dedo y se reía y tomaba de la copita.
-Pero dicen que el Greco se suicidó en un happening.-dije yo.
- Si, lo anunció. Hizo todo el circo.
-Por eso que yo te digo, changuito, -decía Romilio- que el arte, no es joda, es fuego puro y nadie tiene acceso a la creación impunemente sin dejar de involucrarse por entero en el intento.
Una vez yo iba para una fiesta de la poesía allá en Capilla, y yo iba de mi rancho al pueblo atravesando un cerro y ahí de repente se me cruza una víbora en el camino y yo que estoy acostumbrado a jugar con las víboras desde chico, la agarré por atrás de la cabeza y le hice una toma con los dedos que yo sé que enseguida las paraliza por completo. Era una culebra, nomás, esas que no pican ni tienen veneno, una culebrita, nomás, y yo agarré y me la metí en el bolsillo y me fui para la fiesta de la poesía. Era en una de esas confiterías pitucas del centro del pueblo y llego y ya estaba todo el mundo reunido y me voy hasta la mesa donde estaban todos los viejos y las viejas de la comisión de cultura, todos tomando el té con masitas finas y licores y les tiro la víbora en medio de la mesa que entra a culebrear enloquecida y les digo: “-Aquí está el poeta… y la poesía.” Y los viejos entraron a gritar y a salir cagando. Y claro chango, ¿cómo se te ocurre que van a ir a tomar el té y a chusmear en la creación poética esos vejetes? Pero los poetas se cagaron de risa. Improvisaron poemas…
La conversación prosiguió como hasta las seis de la mañana. Y cuando estábamos por fusilarnos en el naufragio, Javier le dijo a la negra Blanca que mejor se iban para el Dixon porque estaba rejugado y quería dormir. Miguel y el Coco salían con ellos.
-Y vos, Omar, si querés te podés quedar a dormir acá.-me dijo Romilio.
-Nosotros nos borramos. –dijo Javier.
Y se fueron.
Nos quedamos solos. La lámpara de pergamino iluminaba el sofá donde nos refugiamos.
-Aquí, a plena luz…-dije.
-…o en penumbras también me gusta, -dijo él : - “como el amante niño de las tinieblas”,- hablaba citando sus propios poemas, improvisando otros: - “del que jugaba ser sobre la extinta luz” -apagó la luz y en la oscuridad agregó: “- imagen del misterio.”
Nos desnudamos lenta y etílicamente y justo cuando yo estaba a punto de penetrar ese estrecho jardín del paraíso, tuve que aceptar que… no podía.
- No importa, chango, -decía Romilio. –no tiene importancia.
Y nos deslizamos abrazados en un pesado sueño de resaca.
Despertamos casi al mediodía y nos vestimos apresurados mientras Romilio me decía:
- Quedé en encontrarme con mi ex mujer al mediodía para almorzar, si querés podés venir , le va a encantar conocerte. Es acá nomás en la recova de Libertador, al lado del bar La Viña.
Su ex esposa lo recibió fingidamente enojada por el retraso, pero él le sugirió que mejor nos sirviese unas copitas de jerez y después le preguntó como eran esos romances viejos y se pusieron a cantar:
“¿En qué nos parecemos tu y yo a la nieve?
¿En qué nos parecemos tu y yo a la nieve?
Tu en lo blanca y galana
yo en deshacerme.
A los árboles altos
lo mueve el viento
Y a los enamorados
El pensamiento.
Y después de otra vuelta de jerez aquel otro:
“A la mar fui por naranjas
cosa que la mar no tiene.”
Y mas tarde cuando nos despedíamos Romilio me decía:
-Vení cuando quieras, chango. Vos sabés donde encontrarme.
“Aquí ya nadie vuelve a preguntar tu nombre
ni el lirio enfurecido se castiga en fragancia
cuando usan de tu espanto.”
Y volví otras veces, claro, para encontrarlo en su estudio de la bajada de Paraguay siempre rodeado de bellísimos efebos que lo adoraban y lo festejaban mientras el contaba sus historias de salamandras y apariciones y luces raras en el cerro Uritorco.
“Y nunca más pude volver a
indescifrables ríos, patios
heredados, universos de luz,
ciudades contenidas en un
tiempo de hiedras y oscuros objetos.”
No volví a verlo y no supe nunca más nada de Romilio hasta
añares después cuando encontré este verso suyo en una antología:
"Muy poco me recuerdas, cuando
desciendo en la caliente arena
para enterrar mi máscara.

1 comentario:

  1. " como el amante niño de las tinieblas...hablaba citando sus propios poemas..improvisando otros..."


    Excelente relato...Felicitaciones.

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