viernes, 4 de julio de 2014

GENERACIÓN DESCARTABLE - (Segunda Parte)






Capítulo 3
“FAROLITO”



"los comensales persisten ataviados por el prestigio de no estar" - Olga Orozco.


Quedé en encontrar al Peli Luis Alberto en Kalendar donde solíamos ir para visitar a Krishna el mendocino y a los Romero. La sede del sufismo en Buenos Aires había evolucionado mucho en
los últimos tiempos: en la planta baja el local estaba repleto de la mercadería artesanal mas sofisticada de Oriente: metales, cerámicas, tejidos, ropa exótica; y en los pisos superiores, talleres, estudios y vivienda funcionaban a la perfección, cada vez con mayor afluencia de gente en los cursos y prácticas. Me gustaba verlos trabajar en los talleres. Nos sentábamos junto a Krishna en el
taller de costura mientras él cortaba y cosía a máquina y conversábamos toda la tarde.
Nos encontrábamos con algunos conocidos que iban a las clases de movimientos o a las horas de meditación.
Pero yo, por mi parte, no sentía interés concreto en conocer de qué se trataba toda esa enseñanza. Enseguida leí un texto de sufismo que me deslumbró: “Los Maestros de Gurdjieff” de Lefort, pero no se me ocurría entrar a trabajar en el grupo, puesto que nunca realicé prácticas concretas. Pero lo poco que había alcanzado a leer acerca del sufismo me parecía apasionante aunque no entendiese
bien de que se trataba concretamente. Krishna me había dado a leer los “Textos Sufies” de Idries Shah y hasta Psicologia de la Posible Evolución del Hombre de Ouspensky, y esos textos me habían impactado fuertemente, pero nunca recibí una propuesta concreta de integrarme al grupo de trabajo.
Así que con el Peli pasábamos
por Kalendar a ver a nuestros amigos sin involucrarnos demasiado en sus actividades esotéricas.
 Salimos a la calle ya de noche y caminé junto al Peli sin que
tuviésemos un lugar preciso adonde ir. Me gustaba caminar con él porque casi siempre iba cantando. Y esa vez iba cantando un tema del flaco que yo conocía bien:

 “Gabinetes Espaciales donde la gente va
Los que llegan de la Tierra esos son los más
Algunos saben por qué lloran
Algunos quieren ver la aurora…”




En algunas calles la resonancia de la voz del Peli era magnífica, entonces nos parábamos en un pasillo desierto o en el hall de algún edificio a probar las diferentes sonoridades de la voz. A veces encontrábamos extrañas resonancias como de efectos especiales…Pero en la city no se podía estacionar mucho en ningún lugar ya que el centro era peligroso para los desprevenidos, por la cana. Y también era genial ir caminando por la vereda estrecha en una calle a contramano del tránsito, con las luces de los autos dándonos en los ojos porque ese efecto nos daba la sensación de estar protagonizando una vertiginosa filmación callejera con un despliegue de luces inusitado. Pero lo más importante era andar cantando o cantar andando. No sé bien por qué, pero nos llenaba de alegría ir pateando el rockanroll por las calles del centro. El Peli entonaba perfecto y además se sabía todos los temas de onda. En algunas frases yo me atrevía a unir mi voz al canto y los resultados no estaban nada mal. Pero aunque sabíamos andar mucho junto y nuestra comunicación era buena yo siempre podía ver su ser solitario, sus hábitos vagabundos entrenado en el arduo aprendizaje de la calle, con su insólita costumbre de hablar solo, pedir dinero o dormir en una plaza.
Y sin duda el Peli había pasado numerosas veces por esas experiencias, pero lo más divertido era que al mismo tiempo había otra faceta de su personalidad que bien se podía calificar de principesca. Desde ya era evidente su aspecto pulcro y refinado de dandy-clochard, levemente abstraído. Muy blanco y rubión, de ojos celestes muy claros y modales exquisitos, no daba la impresión de ser un vagabundo aunque frecuentemente durmiese en los bancos de las plazas o en las escaleras de los edificios de departamentos. Pero esos eran apenas sus períodos indefinidos entre otras historias porque por lo general vivía en lujosas residencias con personas de alto nivel social. Pero no era que se ocupase de “vivir” a la gente, eso no le interesaba en lo mas mínimo. Creo que era simplemente que la gente lo amaba instantáneamente y quería ayudarlo y protegerlo. Él establecía relaciones muy profundas y sinceras con las personas con las que convivía y no solo recíbía ayuda sino que también sabía dar algo siempre a cambio: amor, afecto, comprensión, colaboración, imaginación… Y si bien es cierto que en esas relaciones muchas veces se involucraba sentimentalmente, nunca engañaba a las personas y sabía conservar su independencia.
Al doblar una esquina recordó que podíamos ir a un boliche a ver cantar a Gugú. Era ahí no más, a pocas cuadras de Callao en un bar muy pituco que acababan de inaugurar. Por supuesto que el Gallo era amigo de los dueños y lo había invitado, así que no tendríamos que pagar entrada.
Nos sentamos en la mesa de sus amigos y él me presentó:
-        Este es el Gallo, ya sabés, el dueño del BarBarO… y ella es Gugú, su mujer.
Ël debía andar por los cincuenta, con cabellos plateados y perfíl de pájaro; mientras ella era una especie de Juliette Greco aún más divina  que me dejó fascinado. Eran muy amables y adoraban al Peli que en ese tiempo estaba viviendo en casa de ellos. En algún momento ella se levantó naturalmente de la mesa, tomó una guitarra, se encaramó a una banqueta y comenzó a cantar. Tenía una voz muy cálida y su repertorio incluía canciones de protesta, de humor y… de amor. Cantó temas de compositores de vanguardia del Di Tella como Jorge de La Vega y Pony Micharvegas. Con sobriedad y agudeza cantó un tema inolvidable:

“Todo pasa, todo pasa,
Todo pasa, menos el amor.”




El tema hacía un análisis de las diferentes formas de amar en cada década del siglo XX. Y cuando terminó la actuación nos fuimos a su casa.
 Era un amplísimo departamento decorado con mucha originalidad. Allí se unían los elementos antiguos con los más modernos. Pinturas y esculturas de vanguardia con ambientes hipersofisticados y pesados muebles antiguos. En el living había un bar con una vieja caja registradora, alfombras espesas y sillones muy confortables, y toda una pared estaba ocupada por un formidable retrato del Gallo y Gugú realizado por un conocido artista pop. Luis Alberto me llevó hasta un salón. Allí el piso estaba por abajo del nivel y era como una inmensa piscina toda forrada de piel blanca con almohadones coloridos distribuidos por todas partes. Las luces producían alucinantes efectos óptical y el equipo de sonido era fabuloso, escuchábamos a los Who como en vivo.
- Cuando Tango vino aquí, -me dijo el Peli –se puso a gritar y a saltar y a rodar por todas partes. Se volvió loco de alegría y no podía parar.
Gugú enseguida se fue a dormir, pero con el Gallo y el Peli nos fuimos al estudio a quemar un poco de hierba… Me senté frente al tablero de dibujo y el Gallo me dio papeles lindísimos y fibras de colores. Nos pusimos a conversar mientras fumábamos y al rato él se fue a dormir. Con Luis seguimos dibujando y después él también se retiró vencido por el sueño. Seguí dibujando encantado con el papel tan fino y los colores y en algún momento apareció el Gallo, desnudo, salido de su cama para recordarme que ahí en la cajita china estaba el grass y que podía armarme todo lo que quisiese. Así que pasé aquella encantadora noche dibujando y oyendo música y de vez en cuando armando un join para seguir dibujando la noche...
Y nos fuimos a media mañana luego de un desayuno con una amable conversación donde Gugú dijo tal vez sin motivo aparente:
- Un día montó a caballo y viajó lejos conociendo a gente maravillosas y viviendo aventuras extraordinarias...

Anduvimos dando vueltas por la city y parándonos a tomar sol en cada plaza hasta que al anochecer el Peli me dijo:
- Ahora quiero que conozcas al hijo del Gallo, a Hugo, Farolito. Vamos para su departamento. Vas a ver lo que es, te va a encantar…

Si, el departamento de Hugo en la calle Laprida…
 (Pienso que aquí el relato tendría que convertirse en un texto teatral, porque siempre relacioné con un juego escénico todo lo que pasaba en el departamento de Hugo). 
Caminamos hasta Pueyrredón y Las Heras y de allí unas pocas cuadras por Laprida y el Peli se detuvo en la puerta de un edificio de departamentos y llamó por el portero. Había anochecido y los altos y frondosos plátanos formaban un túnel sobre la calle empedrada. Nos atendió una voz metálica preguntando quién era.
- Soy yo, el Peli, estoy con Omar, un amigo.
Y la puerta se abrió. Subimos al tercer piso sin ascensor y la puerta del departamento se abrió inmediatamente. Hugo era muy flaco y blanco, de aspecto nervioso y ojos orientales detrás de sus gruesos anteojos y unos pelos afro amarillos quemados muy eléctricos que parecían un farol encendido sobre su cabeza. Vestía unos jeans alicaídos, descalzo y el torso desnudo… y desde un primer momento no quiso verme, ni me miró, solo tenía ojos para el Peli mientras le decía:
-¡Qué bien que viniste, tenía ganas de verte… -y se apartó para dejarnos pasar. –Hola –me dijo distraídamente sin presentación. Y adentro en su equipo de música sonaban los “Sueños Dorados” del Abby Road de los Beatles recién editado.



 Era un departamento chico en donde el lugar principal sería siempre ese living rectangular con su ventana al fondo y sus puertas, a la cocina, al baño y a la habitación contigua. En la sala había una cama chica que se hacía sofá, el tablero de dibujo con su alta banqueta, el equipo de música, un par de esteras en el suelo con algunos almohadones, libros por todas partes… y el maldito teléfono.
El tablero de dibujo estaba fuertemente iluminado por una lámpara de brazo móvil direccional y era evidente que hasta ese momento Hugo había estado dibujando. Ocupó su lugar en el alto taburete y el Peli y yo nos acomodamos en los almohadones sobre las esteras del piso. Hugo no me miraba ni me dirigía la palabra en ningún momento, en cambio mantenía una comunicación muy amable y agradable con el Peli. Sin dura estaría contrariado porque el Peli había llegado acompañado, pero no era mayor problema porque podía hacer como si yo no existiera para él. Es cierto que en gran parte estaba también mi actitud paranoíca y catatónica de aquellos tiempos, porque el caso es que yo tampoco trataba de intervenir en la conversación. Ellos hablaron de diversos temas hasta que la charla se centro en su padre, el Gallo y su relación con Hugo. Tenía una actitud muy crítica y divertida con respecto a su padre, aunque no exenta de cariño, pero daba la impresión de ser más una relación entre camaradas y amigos que entre padre e hijo.
Fumamos un poco mientras el Abby Road giraba indefinidamente en el equipo. Varias pinturas de gran tamaño colgaban de las paredes, y el motivo era muy similar en todas: la sombra de un cuerpo con sombrero en tonos negro oscuro atravesado por líneas ondulantes de colores luminosos. Era como si en un mundo de sombras lo único vivo y luminoso fueran esas líneas ondulantes de los sentidos, porque en el contexto oscuro del cuadro aparecía en uno como un rayo verde, en otro como un resplandor violeta y en otro como un relámpago amarillo. Casi todos los cuerpos tenían sombrero como una prolongación natural de la cabeza, pero no había ninguna diferenciación, no había ojos, ni bocas, ni orejas, eran sombras idénticas, solo sombras humanas, solo cabezas borrosas y esas líneas luminosas, casi sonoras, como prefiguración de lo visual.
Mientras tanto Hugo se había puesto a dibujar y yo lo observaba. Bajo el poderoso haz de luz de la lámpara me llamaba la atención su pelo amarillo electrificado que flotaba sobre su cabeza como una nube de oro iridiscente. Su movimiento nervioso de acomodarse los anteojos sobre la nariz a cada momento imprimía a su rostro un gesto de analítica crueldad. Por momentos hablaba muy rápido casi sin mover los labios y en un tono muy bajo, lo que exigía prestar una mayor atención a sus palabras.
El Peli fue hasta la cocina a preparar unos tes. Era tarde… nos podíamos quedar a dormir ahí ¿verdad? Hacía calor y el Peli preguntó si no había problema en desnudarse. Claro que no. Sabía que podía hacer todo lo que quisiese en su casa. Por lo que el Peli se quitó la ropa y tomó el té desnudo.
- Soy nudista –decía el peli como subrayando su acción inspirada tal vez en los multitudinarios desnudos de los hippies en el festival de la Isla de White.
 Al rato Hugo dejó de dibujar avisando que se iría a dormir a la otra habitación. El Peli puso un pañuelo sobre la lámpara y la luz se atenuó con un suave tono azulado. Se tendió sobre la estera con algunos almohadones. Si yo quería podía dormir en el diván, pero yo me puse a mirar un catálogo de pintura y al amanecer me dormí sobre la estera junto al Peli.
Y me instalé, me quedé a vivir ahí, a mi manera, es decir no en forma permanente pero sí durante largas temporadas.
El departamento de Farolito era el lugar más insólito que se pueda imaginar, tal es así que extrañamente los muebles y los objetos cambiaban todos los días de lugar y nada permanecía nunca en el mismo sitio. La cama ocupaba cada día una orientación diferente, lo mismo que el tablero de dibujo, las esteras y los cuadros. La distribución de los cuadros era lo que mas variaba, porque siempre aparecían bastidores nuevos con nuevas pinturas que como una exposición interminable cubrían las paredes de las habitaciones. Y siempre se buscaban nuevos efectos en la decoración del ambiente, y hasta una vez, el diván dejó de recorrer las innumerables posiciones junto a las paredes y fue ubicado exactamente en el medio de la habitación. También los diferentes efectos de luz daban un aspecto cambiante al ambiente y uno tenía siempre la impresión de estar cada día en una casa distinta.
Además el departamento de Farolito era el lugar de encuentro y reunión de sus numerosos amigos. Hugo vivía rodeado de amigos. Siempre había con él un grupo de personas, siempre alguien estaba por llegar, a cada momento alguien se iba. Era un lugar muy transitado, parecía un aeropuerto y en los diferentes ambientes se establecía un complejo tránsito. Siempre había dos o tres amigos charlando y tomando mate en la cocina. Otro grupo dibujando y escuchando música en la sala. Otros leyendo o durmiendo en la otra habitación. Y el simpático desfile no paraba nunca ni de día ni de noche. A cualquier hora sonaba el maldito teléfono para avisar que alguien vendría… y siempre había alguien que traía grass. Pero en cambio nunca se cocinaba  en el departamento, porque Hugo salía a comer a la casa de su madre y salvo el té o los mates o unos vasos para cerveza o gaseosa, no había otros elementos de cocina en la casa. Se decía que era preferible, porque los lugares donde se preparan comidas se tornan insoportables de sucios, en cambio ese lugar era limpio y despojado de elementos innecesarios, era mas un atelier que una vivienda. Lo único importante eran los efectos visuales de la cambiante decoración, la música todo el tiempo, la luz, las pinturas, los libros, las apasionantes conversaciones, las continuas visitas de los amigos…
Cuando desperté aquella primera mañana oí un rasguido de guitarra. Me asomé a la habitación contigua y los vi sentados frente a frente junto a la ventana ensayando unos temas en la viola: Hugo… y Miguel.
Miguel le pasaba unos tonos de un tema de Pappo:

“Luz que alumbra mis sentidos
Nunca imagine
Que no me podrían alcanzar…”





Hugo practicaba la posición de los dedos sobre el diapasón y entonaba. Tenía una hermosa guitarra con cuerdas de acero. Me pareció extraño verlos juntos. Ignoraba que fuesen amigos y ahí estaban frente a frente, blanco y negro… Sentí que fluía entre ellos una fuerte corriente inteligente. Se comunicaban con un lenguaje super acelerado y se reían juntos bajo el sol de la mañana que entraba por la ventana. Sus movimientos eran ágiles y nerviosos. Estaban vestidos con ropas muy coloridas y Hugo se había ajustado una faja indígena tejida color violeta alrededor de la cabeza. Mientras hacían música y conversaban tomaban mate. El Peli se paseaba desnudo pero calzado en sus botitas beat de altos tacos tejanos, abstraído de su hermoso cuerpo blanco donde su sexo parecía un delicado pimpollo rosado. Ahí estaban ya despiertos mis amigos, y yo también estaba ahí, aunque Hugo no me viese. No me hablaba, y yo tampoco le hablaba y trataba de pasar desapercibido. Miraba a la gente, escuchaba sus conversaciones pero casi nunca hablaba ya que sabía por experiencia propia que a hablar y a rascar todo es empezar, que luego no sabría parar y que al final hablar era hablar para no decir nada. Si tomaba algún estimulante me ponía a dibujar, o a escribir, o a leer.
Dibujaba mucho. En la casa siempre había un grupo de personas dibujando. En el tablero bajo la fuerte luz de la lámpara, o por los rincones, y hasta en el suelo. Hugo también hacía interminables dibujos a la tinta sobre inmensos cartones. Entonces dibujaba durante toda la noche. Una noche que por casualidad no había venido nadie a visitarnos y la casa estaba extrañamente tranquila y silenciosa, me senté junto a él frente a la mesa de dibujo y me puse yo también a dibujar con unas fibras sobre mis papeles. Noté que Hugo dibujaba febrilmente. Era esa hora alta de la noche que se alarga antes del amanecer y que da la sensación de ser interminable. El dibujo de Hugo era laberíntico, con fuerte influencia del cómic dibujaba miles de personajes y situaciones. Su mano segura con la rapidograf de punta gruesa se movía velozmente de un lado a otro de la superficie del cartón. Yo por mi parte dibujaba sobre papel transparente con fibra negra. Yo veía su dibujo como sin duda él veía lo que yo dibujaba. No hablábamos, pero yo intentaba decirle que estaba junto a él, que aunque él no me viese yo igual estaba ahí con él en medio de la noche. El parecía percibir mi pensamiento sigilosamente y cuando el amanecer comenzó a clarear en la ventana soltó la lapicera, se sacó los anteojos y frotándose los ojos con los dedos dijo:
- Estoy cansado, mis ojos ya no dan más. Me voy a dormir.
A mi me parecía que a veces él se refería a mi de manera encubierta. Si durante una conversación con el Peli, por ejemplo, hablando de álguien, Hugo preguntaba:
- ¿Quién es?... –yo suponía que estaba inquiriendo para saber quién era yo realmente. Yo pensaba que Hugo se preguntaría qué estaba haciendo yo ahí y lo peor es que yo no hubiese sabido responder a esa pregunta. Como él nunca se refería a mi yo creía que lo hacía siempre y en forma indirecta. Hasta que poco a poco me fui dando cuenta de que tal vez hablaba solo de mi, y que siempre, en cualquier caso hacía alusión a mi, se refería solo a mi.
Yo tenía la sensación de que él leía en mi mente y en mis pensamientos. Sabía y enunciaba en sus conversaciones todo lo que yo hacía, pensaba y deseaba como si hablase de otro. Pero por lo demás nunca me hablaba, en cambio para mi yo era el todo al que tácitamente se aludía.
 Empecé a conocer a sus amigos más íntimos. Los que más tiempo lo acompañaban eran el Zombi y Noemí. El Zombi era un muchacho de aspecto lánguido de largos pelos lacios y mirada divagante que hablaba en un tono arrastrado como entre dormido; y su novia Noemí era como un patito feo a punto de transformarse en cisne, con una intensa afectividad a flor de piel, muy pálida, con ojos saltones y pelos alborotados. Estaban siempre juntos y ella era muy graciosa para contar largas historias interminables,             y era observadora muy aguda con un fuerte sentido crítico. Solían llegar y se encerraban en la cocina y entonces no se podía entrar ahí. A veces discutían y se peleaban y siempre estaban viviendo una historieta de peleas y reconciliaciones.
También venía muy seguido el primo de Hugo, un muchacho de veinte años que hacía la colimba y estaba pelado pero que aprovechaba cada salida para ir a lo de Hugo a drogarse un poco, poner música de The Doors en el tocadiscos todo el tiempo y enfurecerse contra el maldito sistema y el servicio militar.
También estaba el otro primo que era un tipo muy creativo que hacía trabajos de diagramación para tapas de libros con ilustraciones. Tenía un taller de imprenta y además era actor. Siempre estaba muy atareado y pasaba por el departamento como una luz varias veces al día. Y a veces venía también  por un par de horas el mismo Gallo a ver a su hijo y tal vez a constatar que todo andaba bien en la casa. Se sentaba junto a Hugo a charlar tomando mate, se fumaban unos porritos y después se iba. Y nos daba mucha tranquilidad y confianza sus periódicas visitas.
Además, poco a poco empezaron a llegar al departamento de Hugo ¡todos mis amigos!: Gato, Tango, Renée, la Pola… y todo el mundo se instalaba, ya éramos un campamento.
Tango llegó como siempre pidiendo plata para pagar un taxi que había dejado esperando abajo y se instaló como para siempre. Desde entonces la habitación de Hugo pasó a ser la pieza de Tango y el panorama cambió mucho, porque la habitación ya no conservaba el orden aséptico de Hugo porque ahora el colchón estaba en el suelo y había un revoltijo de ropa por todas partes junto a vasos y platos con restos de comida y abundancia de revistas comics de historietas. Y al largo desfile de visitas se sumó  la de la mamá de Tango que venía a traerle la comida y a verlo un par de veces a la semana para asegurarse que estaba bien y que no había caído preso otra vez como siempre. Entonces se sentaba junto al colchón donde Tango leía una revista, desplegaba su paquetito con milanesas y huevos duros y frutas, cebaba unos mates con el agua del termo, charlaba un rato con su hijo y después se iba. Y si ella no podía venir era la hermana de Tango la que le traía la vianda.
Gracielita también venía con frecuencia. Una tarde que estábamos con Hugo y el Peli, llegó, se puso en tetas con un chaleco afgano precioso, se tendió en el diván y nos contó que estaba trabajando con el Grupo Lobo en “Tiempo de Fregar”. Nos decía que la obra era muy loca y que hacía una crítica sumamente cruel de las costumbres de la clase media.
 El Grupo ensayaba en una casona de la avenida Pueyrredón donde vivían todos juntos. Me llevó a conocerlos. En un gran salón vacío con lustroso piso de madera los actores enfundados en sus mallas de baile hacían un ejercicio de improvisación. Flaco, alto y muy versátil Traffic se arrastraba por el suelo recorriendo todas las posibilidades del espacio en medio de un largo mónologo improvisado. Su cuerpo adquiría las formas más insólitas y su voz buscaba los tonos más originales. En ese ensayo estaban Robertino y Kris y cuando terminaron de ensayar nos fuimos a una habitación del fondo y Traffic se puso a armar unos joins y las chicas le pidieron que imitase el estilo exquisito y afectado de Norberto, que no estaba en ese momento. Fumamos esa hierba y enseguida las imitaciones de Traffic fueron graciosísimas.
Yo estaba sentado sobre un colchón en el suelo con Gracielita y Kris. Ellas decían que tenían hambre, que les había “pegado de hambre” y Kris en quien yo había descubierto los ojos verdes más preciosos que se pudiesen imaginar, buscó entre sus cosas hasta dar con un paquete de galletitas y una latita de paté de foie. Abrió el paquete de galletitas, pero no había abridor para la lata, ni llave ni abrelatas. Era todo un dilema. ¿Qué se podía hacer?... entonces Kris decidió que había una sola forma. Con un cuchillo de punta perforó la lata y después manipuló cortando hasta abrirla. El proceso fue complicado y todos seguíamos las alternativas de sus movimientos entre divertidos y expectantes hasta que finalmente lo logró, abrió la lata y dijo:
- ¡Listo, ya te abrí ¿viste?
… y en ese momento me dí cuenta que ella era sensacional, porque comprendí que me había abierto a mí, que desde ese momento nos conocíamos y que ella acababa de entrar en mi vida. Era pequeña y bien proporcionada, frágil pero fuerte, y bella como una muñeca de cajita de música. Pelos finos y lacios, casi sin tetas como un adolescente andrógino y un lenguaje directo de originalidad inagotable. Y como mis grandes amigos, conversadora interminable: Kris…

Yo acostumbraba tomar cualquier pastilla estimulante. Una tarde en el departamento de Hugo alguien apareció con unas pastillas nuevas envasadas en una larga tira de celofán; sobre el envase de cada pastillita se leía la palabra “Pervitín” en letras verdes transparentes. Tomamos unas cuantas y fue la primera vez que hablé con Hugo. Estábamos tirados en el piso dibujando y no se cómo hice para romper el bloquéo que nos mantenía incomunicados, pero lo nombré, lo llamé por primera vez y por su apodo: Farolito, y cuando me miró con sus inquietantes ojos orientales desde detrás del grueso aumento de sus lentes, le dije como si fuera para mí una necesidad imperiosa:
-…¿puedo tocarte el pelo?...
Entonces me miró sonriendo y dijo:
- Claro, tocalo si tenés ganas.
Y yo mismo presencié asombrado como mis manos liberadas de mi autocontrol se acercaban lentamente a su cabeza hasta tocar sus extraordinarios pelos. Y oí asombrado mi propia voz que ya no parecía mi voz cotidiana, porque ahora era una voz más profunda y mas significativa que decía con la mayor espontaneidad:
- …¡cómo me gusta tu pelo!... –desde que lo había visto por primera vez cuando me habían parecido los pelos de un ángel, muy diferentes a los “cabellos de ángel” de las sopas, porque estos eran los pelos de un ángel loco muy osado que había metido los dedos en el enchufe de la gran energía universal… y mientras decía todas esas pavadas que Hugo escuchaba con un gesto entre divertido y burlón, mis manos y mis dedos temblorosos recorrían la aureola áurea de su pelo.
- ¡Es sensacional… –le dije -…como un hongo atómico!...










La Cote dÁzur – Saint Tropez – La Nuit – 2 de Julio de 1970.-

Querido Omar:
                         ¿Cuándo vas a venir?... ¿Eh? Vos naciste para la libertad y para contemplar paisajes demasiado hermosos. Creo que aquí encontrarías los decorados convenientes y relaciones maravillosas.
                       ¡Deja que el mundo pueda amarte como te mereces!
¡Ven! ¿Estás hermoso como siempre? ¿O más aún?
                        Hasta el diez estoy en Saint Tropez; y luego voy a Italia, donde puedes escribirme a Roma – Correo Central – Poste Restante. Hasta fines de Agosto. ¡Hazlo pronto! Para vivir no creo que tendrías problemas. Es fácil subsistir (además con lo poco que comemos!) Los primeros días de Setiembre vuelvo a París. No te olvides de mí, pues te quiero mucho.

Juanito


(continuará)