"Generación Descartable"
Capítulo 27
"DEUS MITOLÓGICO"
Iba a playa de Leblón desde la mañana, me quedaba hasta la tarde y me gustaba volver caminando hacia la casa. Parecerá increíble porque hay una distancia inmensa desde Leblón a Tijuca por la costa, pero con frecuencia me gustaba hacerlo. De paso iba "trabajando", pidiendo dinero y así juntaba más de lo necesario. Me gustaba pasar a través de las amplias avenidas por la elegante Copacabana con sus lujosas lojas y sus hoteles internacionales donde los ricachones despreocupados solían dar hasta billetes de diez contos. Después pasaba el túnel del Pan de Azucar y seguía atravesando Flamengo y Botafogo hasta Cidade. En Flamengo no se conseguía mucho porque era un barrio de clase media y pequeña burguesía, y en Botafogo no convenía ni intentar el mangazo porque era un barrio de gente humilde y trabajadores, pero en Cidade valía la pena tomarse su tiempo. Primero porque allí volvía a encontrarse gente bastante pudiente y también porque era el lugar mas interesante de mi largo trayecto ya que cerca de allí se agrupaban el Museo de Arte Moderno, la Biblioteca y la Cinemateca , y ahí solía pasaba mis mejores momentos. Con frecuencia me quedaba las tardes enteras hasta bien entrada la noche en ese lugar maravilloso. Solamente la arquitectura ya era fabulosa. Desde las vidrieras de la sala de lectura se veía el mar espléndido de la Bahía de Guanabara y los amplios jardines del museo. Yo consultaba los ficheros y los libros de los anaqueles que a diferencia de otras bibliotecas eran de libre acceso, es decir que el público podía revolver y buscar directamente entre los estantes. Después recorría las salas de las exposiciones de pintura y escultura, y como broche de oro asistía a la proyección de algún film de antología en el pequeño auditorio de la cinemateca. Ese era mi gran mundo. Salía a fumar un joint en los jardines de diseño ultramoderno, entre las esculturas abstractas y volvía a recorrer los salones de exposición. Veía obras increíbles como nuca había visto en las galerías de Buenos Aires a no ser entre las vanguardias del Di Tella. Pero los artistas plásticos brasileros me parecían más osados y con más sentido del humor que los argentinos. Una noche en la sala de proyecciones ví “Gabinete del Doctor Caligari” que me dejó sorprendido y alarmado.
Después seguía camino hacia Tijuca recorriendo una avenida tras otra.
Había conseguido comprar un calentador y algunos utensilios de cocina y ya podía prepararme algo de comer al llegar a la casa.
Un día apareció la conflictiva Laura Madanes. Se había escapado de su familia en Buenos Aires y se había largado tras nosotros. Nunca supe cómo había hecho para encontrarnos pero estaba ahí, durmiendo en la habitación de Marisa en el Palacio de Tijuca. Yo no la soportaba. Estaba más perversa que nunca, me recordaba aquel estilo de crueldad del mundo de Renée y de toda la gente de Buenos Aires que yo había olvidado tan rápidamente y que de pronto ella me devolvía con su perverso estilo. Me dí cuenta, así de repente todo lo que había cambiado mi vida. En principio ya nada me perseguía. Nadie me perseguía. La gente no me resultaba ni cruel ni retorcida. En cambio la gente de Río me parecía fresca, amable, expresiva y afectuosa. También es cierto que yo había dejado de tomar esas nefastas pastillas de anfetamina y tal vez esa fuese la verdadera causa de todo el cambio. Me sentía saludable y vital. Estaba conociendo un mundo nuevo que me atraía con una fuerza continuamente renovada. Ahora todo resultaba simple y bello. Porque también había dejado atrás la relación conflictiva con mi familia y ese era otro factor importante de mi liberación. No quería ni pensar en el complejo mundo de mi vida en Baires y las conversaciones crispadas de Laura me causaban pavor. Pero no estuvimos mucho tiempo juntos, cambiamos unas pocas palabras y noté que a su vez ella no me reconocía, algo había cambiado en mí que ya no era el mismo. Yo creía saber cual era el secreto: solo el sol y la magnífica gente de Río sin conflictos, sin dramas. La ví tan atrapada en su propia trama que solo pude decirle que se tomase un tiempo y que en pocos días estaría mejor. Ella se enganchó con Marisa y la turma y casi no volvimos a vernos.
Me quedé pensando en mi propio cambio. Qué increíble que hasta ese momento me hubiese pasado desapercibido, pero el caso era que hasta la maconha ya no me producía aquellos delirios persecutorios, los estados catatónicos y las terribles paranoias.
Había sido todo una pesadilla, un mal sueño, una enfermedad del lado de allá. En realidad el grass me hacía bien, me ponía optimista, me divertía, era saludable, encima me daba hambre y me renovaba las energías. Activaba mi imaginación y ampliaba mis percepciones. Era medicinal, me conectaba con la vida mientras que mis experiencias en Baires estaban signadas por obsesiones autodestructivas. De pronto adoré Río y amé Brasil.
También mi imagen había cambiado: me había cortado el pelo muy cortito y me afeitaba barba y bigotes. Me ocupaba de andar limpio y bien vestido. Tal vez influenciado por Juanito y Marisa me adaptaba al gusto carioca por la ropa nueva y los cuerpos limpios. Yo venía de participar en la floración del movimiento hippie en Baires, pero en Río ese fenómeno todavía no se había manifestado a nivel popular. Aún no se veía por las calles a la gente de la generación de la flor y aunque por la radio se pasaba música de los Beatles, todos preferían la música brasilera.
Por esos días asistí en Cinelandia al estreno de Satiricon de Fellini y quedé fuertemente impactado, me parecía que los hermanos incestuosos éramos Juanito y yo y también adoré al semidios albino que moría de sed en medio del desierto… sin duda nunca había visto nada comparable. Una obra de arte mayor.
Enseguida llegaron las fiestas de fin de año. Había dejado de ver a Juanito que ya vivía con sus nuevos amigos en Ipanema. Nos veíamos a veces paseando por la avenida costanera. Pero en cambio se había profundizado mi relación con Marisa. Al menos en el terreno en que parecíamos necesitarnos.
Marisa era de ese tipo de personas que no pueden dejar de inventar todo a cada momento. Inventar y reinventar la realidad todo el tiempo. Mentía todo y mentía bien pero era evidente que mentía mas por originalidad que por necesidad. Sin duda creía, como muchas personas, que decir siempre la verdad era de lo más aburrido. Y cuando me necesitaba para algún maneje yo era siempre su mejor amigo, su "hermano", pero una vez conseguido lo necesario se alejaba de mi sin complejos. Pero yo la quería y me encantaba su forma de ser tan fresca, superficial y voluble. No éramos pareja y no iba a andar exigiéndole nada, al contrario, me gustaba así mismo, tal como era. No paraba un momento y siempre estaba inventando alguna historia. Y no era solamente que mintiese, podía decir también las verdades más crueles acerca de si misma y de los otros, pero además había que inventar otro tanto, aunque solo fuese como divertimento. Algunos creían que era malísima, según la fama que se hacía ella misma y algunas veces hasta tenía que demostrarlo, pero con los amigos era puro corazón. Típica canceriana, siempre estaba enamorada, siempre obsesionada por algún amor, por amar y ser amada. Con la turma se tomaban toda la cerveja, después seguían con el whisky y acababan con la ginebra. Hablaba todo el tiempo y sabía contar las anécdotas más graciosas y ocurrentes. A veces se le salía el Rolling Stone que llevaba a dentro y se peleaba y rompía todo. Cuando despertaba después de una resaca tenía fuertes sentimientos de culpa y había que pagar los platos rotos, pero sabía tener la fuerza necesaria para reponerse.
Cuando supo que yo pedía dinero por la calle para comer y para otros gustos como el cine y alguna ropa enseguida formamos una sociedad de trabajo. Y así fue como salíamos a trabajar todos los días, preferentemente en el horario de bancos y oficinas. Nos íbamos al centro de Cidade y empezábamos con el verso para conseguir dinero. El verso era siempre el mismo con leves variantes: “Disculpe señor, nois somos estudantes aryentinos y ficamos sin dinhero.” Eso era invariable, pero después introducíamos variantes según el caso: “No recibimos nuestra mesada y necesitamos dinhero para viajar… o para comer… o cualquier otra cosa. Y la gente nos daba. ¡Era increíble cómo nos daban! Y Marisa era especial para detectar fortunas. A simple vista ella sabía muy bien a quién había que pedirle, o por la cara o por el traje, o por el carro o por lo gordo o por la expresión bonachona, y nuestra especialidad eran los “gorditos opulentos”. Esos eran los que más daban, sin preguntar nada, y era increíble toda la plata que juntábamos al final de la tarde. Yo tenía los bolsillos llenos de todo tipo de billetes chicos y grandes. Por lo general el trabajo era bastante mecánico y en pocas horas nos hacíamos el día. Pero muchas veces pasamos por situaciones divertidas, interesantes o complicadas, porque a veces se daba el caso de encontrarnos con gente que se enojaba porque ya le habíamos pedido otras veces otros días y se daban cuenta de que éramos cuenteros, y algunos nos amenazaban con denunciarnos a la policía. Pero había muchos que además de ayudarnos nos brindaban su amistad, entablábamos conversaciones interesantes y hasta nos invitaban a su casa a comer. Como generalmente pedíamos para comer que era lo mas efectivo siempre nos encontrábamos con alguien que casualmente iba a almorzar a un restaurante y nos invitaba a compartir su mesa. Aunque preferíamos el efectivo no podíamos rehusar tanta amabilidad y algunas veces nos vimos obligados a almorzar dos veces seguida en distintos lugares con diferentes comensales. Entonces teníamos que fingir estar hambrientos y comer todo lo que nos servían.
Había que tener buena memoria visual para no tocar a una misma persona varias veces porque eso las enfurecía.
Cuando terminábamos de trabajar nos repartíamos el dinero y cada uno se iba por su lado. Yo había comprado alguna ropa y cosas para la casa, pero Marisa se gastaba todo en las salidas nocturnas con sus amigas. Cuando se quedaba sin nada me pedía de lo mío. Yo solo gastaba para comer, para cinema y para grass, así que siempre me sobraba plata y le prestaba sin esperar devolución.
Pasamos la fiesta de natal en casa de una familia amiga de Marisa y después nos fuimos a bailar. Pero el 31 a la noche todo el mundo estaba en la playa festejando Yemanjá, la diosa del mar. Todos los habitantes de las favelas bajaban a la bahía con presentes de flores, bailando y cantando viejas canciones tradicionales. La playa se llenó de velas encendidas y altarcitos con peines, comidas, bebidas, ofrendas de dinero, flores y espejitos… regalos para la diosa que a medianoche son botados al mar en pequeñas barcas. Las negras bahianas con sus vestidos impecablemente blancos orlados de puntillas formaron rondas y bailaron sobre la arena hasta entrar en trance. Una ceremonia maravillosa que jamás olvidaré.
Aveces yo robaba algún libro en las bancas de journais y pasaba varios días leyendo en la casilla del jardinero. Pero un día Marisa me pasó un libro recientemente editado en portugués: “Diario de un Ladrón” de Jean Genet que me produjo una fuerte impresión. Enseguida adoré ese estilo delirante con esas descripciones tan poéticas de las ropas de los vagabundos y los presidiarios, sus aventuras marginales, sus amores trasgresores, sus traiciones, sus miserias… Me costaba leer en portugués pero devoré el libro en muy poco tiempo y a veces Marisa me traducía.
Hasta que en algún momento comencé a deprimirme. Tal vez extrañase a Juanito. ..No lo sabía con certeza, pero dejé de ir a la playa. Salíamos a trabajar y yo volvía al palacio y me pasaba leyendo toda la noche, oyendo los tambores obsesivos de las escolas de samba, fumando grass solo en mi habitación, dibujando y escribiendo.
También salía a encontrarme con los ángeles de la calle y luego dormía días enteros. Una noche desperté antes de medianoche. Había estado leyendo y durmiendo y fumando y de pronto sentí pasos sobre la hojarasca del jardín y vi a Juanito entrando en la habitación. Me pareció increíble y casi milagroso. Se sentó junto a mí al borde de la estera y me miró preocupado.
- Omar… ¿qué te pasa? Hace tanto que no sé nada de vos… Marisa dice que no querés salir, que estas deprimido. Estamos en Río de Janeiro, Omar, tenés que disfrutarlo. Aprovechar este momento de tu vida que nunca se va a volver a repetir…
Yo lo miraba sonriente y dopado sin poder contestar y el siguió diciendo:
- ¿Qué estas haciendo aquí?... solo, en esta casa abandonada... Este lugar no te hace bien. Tenemos que hacer algo.
Me pareció de pronto un ángel asomado al borde del infierno. Nos quedamos en silencio un momento, después me acarició levemente y se marchó.
Algunos días después en pleno calor del mediodía sentí que alguien llamaba en el jardín y cuando abrí la puerta ví a un señor gordito y elegantón, de cierta edad, con ojos claros de muñeca. Se presentó: era Cecilio Madanes, el tío de Laura y estaba persiguiendo a su sobrina que se había fugado de la casa, la mocosa. Le habían dicho que estaba viviendo allí con nosotros. Le dije que había estado unos días en la casa cuando llegó de Baires, pero que después no había vuelto a verla. Quiso saber qué hacía yo y de qué me ocupaba. Confundido le mostré alguno de mis delirantes dibujos y después se fue.
Al poco tiempo dejamos el palacio de Tijuca. Con Marisa trabajamos fuerte varios días seguidos y alquilamos una habitación en una pensión de Ipanema a pocas cuadras de la avenida. Era un lugar discreto y la habitación era amplia y cómoda. Fue por entonces que leí el “Justine” de Sade ya que Marisa era lectora apasionada del divino marqués. También vimos juntos el inquietante film de Polansky “El bebé de Rosmary”.
Ahora nuestros amigos podían visitarnos en la pensión. Marisa dormía sola en la cama grande de puro ventajera que era, porque decía que ella necesitaba dormir sola porque daba muchas vueltas durante la noche. Yo dormía en un colchón en el suelo.
Y pronto llegaron los famosos carnavales cariocas. Vi todos los desfiles de las escolas. Una noche la divina Verushka entusiasmada atravesó la valla que contenía al público y quiso meterse a bailar con las comparsas pero fue expulsada violentamente por los agentes de seguridad. Por mas famosa que fuese ningún extranjero podía invadir la sagrada pista del sambódromo… Ese año Portela ganó el premio del carnaval. Me gustó mucho el desfile histórico que contaba la liberación de los esclavos. Bailé por las calles atestadas al son de la música hasta el amanecer. La gente se tiraba a dormir en las veredas y yo seguía bailando con mis amigos hasta terminar en la playa. De pronto vi que se me venía encima… Cecilio Madanes enfurecido.
- Mirá mocoso de mierda, -me dijo enojadísimo –que sea la última vez que le decís a mi sobrina que yo tengo pinta de trolo porque te rompo el alma. ¿Me entendiste?
Y se volvió a perder entre la gente, ¡el tío! La tarada de Laura me había metido en un lío con su eterno chismorreo.
Con Marisa ya íbamos a trabajar en taxi y cada vez éramos más hábiles con el verso y con la gente que tocábamos. Nos iba tan bien que abrimos una cuenta de ahorro conjunta en un banco.
Una tarde encontramos unos hippies argentinos paseando por Cidade. Desgreñados y sucios al estilo hip nos pidieron dinero a nosotros en un portuñol risible. El trío estaba compuesto por un muchacho y dos chicas. Él era un tal Leo, que se presentó como astrólogo y que viajaba con sus dos mujeres que además eran hermanas. Enseguida supimos que era amigo de la negra Renée quien una vez le había tirado las cartas y le había aconsejado tener dos mujeres para colmar sus ansias amatorias. Así había encontrado a las dos hermanitas y formaban un triángulo feliz. Los llevamos a la pensión y pasamos unos días juntos hasta que siguieron viaje. Y así fue como me enteré que Marisa también conocía a la Negra.
- Claro, -me dijo – si fuimos amigas y algo mas… vivimos juntas en el Melancólico.
Yo no salía de mi asombro ya que nunca se me hubiese ocurrido asociarlas.
La dueña de la pensión considerando que nos visitaban tantos amigos nos ofreció un lugar mejor en otra casa de su propiedad cerca de allí mismo, en una calle que subía la ladera del morro. Nos dijo que allí vivían unos músicos locos y que estaríamos más en nuestro ambiente. Y entonces nos mudamos.
Era una casa en una calle que subía hacia el morro en un laberinto de callecitas entre Copacabana e Ipanema. Una casa de dos pisos con un hermoso jardín al frente. Ocupábamos una habitación en el piso superior que tenía un largo balcón, justo al lado de la habitación de los músicos, unos chicos divinos que habían formado una banda de rock sensacional. ¡Finalmente había rock también en Río! Ya estábamos allí, y los músicos ensayando todo el día con sus potentes equipos. Tenían un estilo parecido al de los Cream. Nuestros balcones se comunicaban y del otro lado llegaba un olor bien conocido. Era de tarde y Marisa se quejaba porque no había podido dormir la siesta. De pronto la vorágine del rock se aplacó y oí que comenzaban a hacer un blues y cuando la voz del cantante arrancó con el tema salí al balcón irresistiblemente y me asomé por la puerta abierta de la habitación de al lado, para ver enseguida unos pelos amarillos enrulados y unos ojos de un azul muy intenso. Era Arpa cantando “My Chemis” y con un rápido intercambio de sonrisas nos hicimos grandes amigos. Desde entonces no me perdía un momento de las largas horas de ensayo. Todos los chicos del grupo eran formidables, pero yo tenía una comunicación especial con Arpa. Me gustaba su actitud crítica y contestataria y me gustaba sus composiciones y su voz poderosa. Teníamos largas conversaciones y nuestros pensamientos eran muy afines. Él me llamaba “meu amigo aryentino” y a mi me parecía que nuestras mentes estaban muy conectadas porque nos bastaba una mirada para entendernos.
El grupo ensayaba allí, pero cada uno vivía en su casa. Un día fuimos a ensayar a lo de Arpa. Tomamos un viejo tranvía que se montó a la cresta de los morros dando vueltas y más vueltas hasta que llegamos a una casa muy hermosa en medio de un inmenso parque. Entre añosos árboles la casa parecía salida de un cuento de hadas. Ensayaron toda la noche, y nos fuimos al amanecer, yo con la certeza de haber conocido un ser excepcional: Arpa…
Juanito regresó a Buenos Aires en esos días. Se volvía porque tenía que ver qué pasaba con la publicación de su libro. Pasó el último día en Río con nosotros y esa noche a la hora de partir estábamos muy tristes. No sé por qué le preparé un sándwich de presunto para el viaje y lo acompañé a tomar el taxi que lo llevó hasta la rodoviaria.
El verano llegaba a su fin, pero aún a fines de abril todavía estábamos con Marisa tomando sol en la playa mientras ella me decía:
- ¿Te das cuenta Omar?... En pleno mes de abril mientras todo el mundo ya volvió a su trabajo nosotros estamos aquí en la playa como bacanes, tenemos buena guita, vamos a boite, vivimos en una casa hermosa, tenemos amigos hermosos, tomamos taxis… ¡Esto sí que es vida!
Pero pensábamos trabajar. Una señora amiga nos había encargado unos trabajos de artesanía, enhebrar unos collares de cuentas, pulir unas fantasías, hacer un marco de metal para un espejo… Nos había dado el material y hasta nos había facilitado las herramientas, pero no nos decidíamos a comenzar.
Mientras tanto en unas de mis habituales incursiones por las librerías me encontré con un libro que me llamó la atención. Estaba envuelto en papel transparente y traía un juego de extrañas cartas. Se trataba de “O Livro do Tarot”. Sin pensarlo dos veces puse el libro entre las revistas que llevaba y salí de la librería. Unas cuadras mas adelante en una banca de journais descubrí unas revistas literarias francesas formato Planeta, tomé un par de ejemplares y seguí mi camino con la mayor naturalidad. Poco después en una calle de comercios elegantes me paré a mirar una vidriera y divisé unas hermosas camisas. Entré a preguntar el precio, pero en el local parecía no haber nadie y me puse a mirar la mercadería. Nadie venía a atender. Tomé varias camisas de tul de seda muy bonitas con dibujos de flores y mariposas de vivísimos colores y las guardé entre mis ropas. Eran de una tela tan fina que cabían en un puño. Seguí mirando todo, salí de la tienda y me alejé. Había leído a Genet y estaba inspirado. Descubrí que tenía gran habilidad para la sustracción, y sobre todo muy buena suerte. Los tesoros de Río se me ofrecían generosamente, parecían decirme: “toma lo que quieras, es todo tuyo”.
Marisa me presentó a su amiga Ángela. Era muy ingeniosa y hablaba con la zeta. Inmediatamente la encontré parecida a Gracielita. Ella pensaba que yo era un tanto diabólico y hasta planeamos casarnos, todo en joda, claro, porque ella decía que quería ser “a mulher do Diabo”, pero en realidad me inquietaba un poco ese juego donde yo encontraba extrañas coincidencias...
Marisa casi nunca fumaba maconha y solo lo hacía de vez en cuando para complacerme. Entonces se ponía muy divertida y los juegos de palabra eran interminables. Pero en cambio volvía siempre al amanecer invariablemente muy alcoholizada. Yo estaba siempre fumando grass y como no me gustaba mucho bolichear me quedaba leyendo y escuchando música. Billy la enamorada de Marisa nos había prestado un tocadiscos chiquito portátil y yo me había “conseguido” unos buenos disquitos 33 rpm: “Safe in my garden” de The mamas and the papas, Michel Polnareff, “Le roi de fourmis”, de los Beatles: “Viaje mágico y misterioso”, el magnifico “Fool on the Hill” y “Rústico camino azul” (mi preferido).
Una noche girando por Copa conocí un chico muy dulce que cuando supo que yo era argentino me confió su admiración por el Che Guevara. No podía entender que no me interesase la política cuando según él “todo era política”. Tuvimos un encuentro tan apasionado como efímero que duró esa sola noche. Al amanecer salí al balcón envuelto en una sábana. Salía el sol y me subí a uno de los pilares del balcón. Soplaba una ligera brisa marina. Me descubrí haciendo flamear la sábana y baile para él, desnudo sobre la calle vacía mientras la ciudad se iba despertando. Pero no volvimos a encontrarnos.
Hasta que una noche Marisa apareció con unas cápsulas de anfetamina… Estaba muy loca y no podía parar de hablar. Decía tener saudades de Argentina. Extrañaba Buenos Aires, los amigos, los boliches. Quería volver cuanto antes y nos pusimos a planificar el regreso. Nos iríamos así, sin avisar a nadie para evitar la pálida emocional. El mismo lunes sacaríamos nuestros ahorros del banco y saldríamos para Sao Paulo y de ahí directo a Buenos Aires. Yo también estaba nostalgioso de mis viejos amigos, de los boliches y del reviente porteño… Comenzamos a preparar nuestro equipaje. Nos llevaríamos todo. No había tiempo de andar devolviendo nada ni de dar explicaciones. Había muchas cosas, demasiadas. Los libros nomas ocupaban dos bolsos inmensos y con la ropa se hicieron otros dos bolsos más. Y los trabajos encargados, los discos, el tocadiscos, todo… Tuvimos una duda a último momento: llevarnos los trabajos encargados ya era demasiado deshonesto porque esas personas habían tratado de ayudarnos, pero no podíamos quedarnos a dar explicaciones. Sí, nos íbamos con todo.
Nadie nos fue a despedir ya que nadie supo que nos íbamos. Yo solo lamentaba no poder decirle adiós a mi querido Arpa, pero el lunes a primera hora sacamos nuestro dinero del banco y tomamos un ómnibus en la rodoviaria con destino a Sao Paulo. Por supuesto que hasta nos fuimos sin pagar la pensión. Me sentí muy culpable de llevarnos los trabajos encargados, que no eran cosas de gran valor, apenas unas chucherías, pero la actitud era pésima, aunque si uno se complace en leer a Sade y a Genet también hay que llevar la teoría a la práctica…
Al escribir todo esto pienso que aquella huída fue muy extraña. En realidad no huíamos de nada en particular, pero… ¿de qué estábamos escapando?... A veces me asalta una sospecha: ¿qué motivos podía tener Marisa para salir así de Río?... ¿por qué abandonaba repentinamente a sus queridas amigas de la turma sin dar explicaciones?... ¿Habría roto dramáticamente con su amada Billy?...Tal vez no haya sido solo un cope anfetamínico y saudades…pero ella no quiso aclarar nada al respecto...
Llegamos a Sao Paulo y buscamos a una amiga que nos alojó por unos días. Vivía con su familia y su pareja: Vicky, una garotinha muito bonita, casi una crianza. Por la noche salimos a bolichear y Marisa se enganchó con Vicky. Ella misma nos pidió que la llevásemos con nosotros a Buenos Aires… y nos fuimos… con todo nuestro exceso de equipaje… y con Vicky.
Al amanecer salimos a la ruta a hacer carona. ¡Nos llevaban! Dos muchachas y un chico…. íbamos viento en popa. Yo veía con pena como la original arquitectura con características orientales iba quedando atrás… Las casas de colores intensos… los ornamentos coloniales… Pasamos por una extensa región de chalets tipo alpino mientras Marisa distribuía las últimas cápsulas de anfeta hablando sin cesar en la cabina del camión que nos llevaba. Hablaba sin parar extasiada y angustiada. Y nos amaba, decía, éramos sus mejores amigos y nos amaría siempre…
En Porto Alegre buscamos a una amiga que habíamos conocido en Río durante el carnaval. Era divina y muy parecida a María Bethania y nos alojó unos días en su casa.
Nuestro equipaje se había aligerado sensiblemente. Por obra de lo que convenimos en llamar “la magia de la mafia brasilera” olvidamos los dos inmensos bolsos con libros y ropa en el baúl de un taxi. Re-volados nos bajamos muy frescos del coche y recién cuando se alejaba a toda velocidad nos dimos cuenta entre sonoras carcajadas que se llevaba todos nuestros tesoros.
Pasamos unos días en Porto Alegre y seguimos viaje.
Antes de llegar a la frontera, en un camión que nos dejó en medio de la ruta olvidamos otra valija con los trabajos, los materiales y las herramientas. Cuando llegamos a la frontera nos quedaban apenas los bolsitos de mano y una pocas cosas más. El sueño se había desvanecido en nuestras manos, pero aún teníamos a Vicky con nosotros como trofeo: una auténtica aborigen brasilera.
Llegamos a Buenos Aires y caímos los tres en casa de mis viejos quienes no tardaron mucho en descubrir escandalizados la relación que había entre Marisa y Vicky y ahí se pudrió todo. Marisa se fue a procurar un lugar para llevar a Vicky, pero se enganchaba bolicheando con sus viejos amigos y así pasaban los días. Vicky en mi casa se aburría, extrañaba y dormía todo el día, hasta que finalmente Marisa llegó y se la llevó a una pensión.
Entonces yo empecé a preguntarme qué estaba haciendo ahí, otra vez en la maldita Buenos Aires y a comienzos del pálido otoño.
Como Wan-Tzu no sabía si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que estaba soñando que era un hombre…
*
(Fin de la primera parte de "Generación Descartable")
Continuará.
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