MONTE GRANDE
Encontré a Renée en la puerta de un bar del bajo cargando un bolso pesadísimo lleno de libros.
- Estoy vendiendo estos libracos viejos.
Revolvió en el interior del bolso y sacó un tomo de tapas blancas: “Voces” de Porchia.
Hicimos mancia, abrimos en cualquier página y leímos:
“Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo.”
Nos miramos asombrados.
- A ver si puedo colocar este ejemplar, esperame, ya vengo.
Entró en el Bárbaro y yo me quedé en la vereda con el bolso de los libros. Por la vidriera vi que se ponía a hablar con un tipo. Le mostró el libro y él comenzó a hojearlo entusiasmado. Hablaban y ella sonreía y el tiempo pasaba. Hurgué en el interior del bolso y saqué un libro al azar: Henri Michaux, “Un Bárbaro en Asia”, un relato de viajes por India, China, Japón. Comencé a leer y quedé atrapado por la narración. Era una prosa con el mismo estilo maravilloso de sus poemas que tanto me habían gustado. Una línea se había fijado en mi mente: “Alcanzaré algún día un país de alegría.” Era un relato de viaje que a la vez era también un viaje interior. Leí un largo fragmento. Cuando miraba a través de la vidriera del bar veía a Renée conversando amigablemente con el hombre. Él leía algún párrafo del libro y sonreían, luego comentaban, yo volvía apresurado al libro de Michaux, hasta que la Negra salió victoriosa del bar aunque sin el libro de Porchia. Había conseguido venderlo. Era una lástima porque amaba tanto ese libro, pero necesitaba plata y su biblioteca estaba atestada.
- ¿Quién era ese bigotudo a lo Nietzsche, Negra?
- Es un amigo psicólogo, Oscar Masotta. Me lo pagó muy bien porque es un libro muy raro, esta agotado y no se consigue.
Me vio leyendo el libro de tapas verdes.
- Te gusta Michaux.
- ¡Es formidable!
- Te lo regalo. Ahora tengo un poco de platita… ¿adonde podemos ir? ¿Tenés alguna idea?
- Si, claro. –dije yo- Todo el mundo está en Monte Grande, en la casa de Roy Makintosh. Podemos ir para allá. Yo ya estuve, es una quinta hermosísima que ocupa toda una manzana, con un parque bellísimo con muchos árboles. Es como una comuna ¿sabés? Está todo el hipperío viviendo allí. Al amanecer salen con el autito de Roy a dar una vuelta y a robar la mercadería que los repartidores dejan en las puertas de los almacenes, juntan la verdura que tiran en el mercado central y con eso se hace un guiso para todo el mundo. En la sala hay una estufa a leña que está siempre encendida. Duermen todos juntos alrededor del fuego al mejor estilo hipp y todo el tiempo rock and roll…
Con el panorama que le pintaba no había dudas que teníamos que ir para allá. Caminamos hasta avenida Corrientes y en una librería de viejos dejamos todos los libros del bolso por muy poco dinero. Pero vi que Renée se quedaba con un grueso tomo que no quiso vender.
Era el “I Ching”, el Libro de las Mutaciones, una gruesa edición en italiano. Pero ¿cómo?... ¿yo no conocía el libro adivinatorio?...
Íbamos a tomar el ómnibus para Monte Grande, pero como siempre, con Renée, no había que ir nunca derecho al objetivo, lo que era meramente utilitario, había que avanzar en varias etapas, detenerse, lo que los orientales llaman tantear el terreno, si es necesario, retroceder y después seguir avanzando. Pero primero había que dar vueltas y más vueltas. Pasamos por un bar americano, frío e impersonal, pero a ella se le ocurrió que era un buen lugar para explicarme el funcionamiento del “I Ching” y de paso para hacer una consulta.
- Este lugar es anodino…
- Mejor, así nada nos distraerá.
Estaba vacío, las amplias vidrieras nos exhibían implacablemente hacia la calle y pedimos dos cafés.
Puso
tres monedas chinas perforadas en el centro sobre la mesa y me dijo que tenía que hacer seis tiradas. Debía concentrarme en algo que quisiera saber y formular una pregunta y el libro me daría la respuesta. Entones batí las monedas en mis manos y las fui tirando sobre la mesa. Ella iba anotando en el cuaderno líneas enteras o partidas hasta que formó la figura de los exagrama:
17 – SUI – La Adaptación
Es hora de adaptarse a la época. Sigue el camino que te indica este tiempo sin falsas resistencias y habrá buena fortuna.
11 – La Paz
Tiempo de unión. Mira todo con luz optimista y habrá recompensas y regalos. Si buscas paz lograrás la paz.
Yo quería saber en base a qué mecanismos se formaban y combinaban los exagramas y ella trató de explicármelo gráficamente en una hoja del cuaderno, pero era complicadísimo y yo no entendía nada. ¿Qué significaban esas figuras? Era chino puro… ¿A qué ideas correspondían?... Y además… ¿qué querían decir los enigmáticos textos del libro? Algunas líneas me perturbaban profundamente sin que yo pudiera explicarme el verdadero sentido de las palabras. Eran como piedras arrojadas sobre la quieta superficie de un estanque, producían ondulaciones en la conciencia que se expandían. Renée llenaba la hoja del cuaderno de líneas enteras y partidas. Esas líneas habían sido encontradas sobre el caparazón de una tortuga sagrada y formaban el Pa-Kua, un idioma primitivo que rodeaba a la figura central del Gran Tao del que nada puede decirse. Dentro de un círculo, dos peces giran sobre si mismo, uno negro con el ojo blanco y otro blanco con el ojo negro: el Ying y el Yang.
Como yo no terminaba de entender, Renée se impacientaba. Tuve que ir al baño. Estaba saturado de significados. Cuando volví, ella había escrito en el margen de la hoja: “Fecha: haré mierdas y faltas.” Sin duda estaba irritada, como siempre que yo no podía entender sus complejas elucubraciones. Yo no entendía sus trabajos de numerología, no podía seguir sus cálculos trigonométricos de las sucesiones numéricas, era incapaz de visualizar las figuras que se formaban con las palabras sagradas de los mantras y no comprendía sus complejas operaciones cabalísticas. Sonreía cruelmente y escribía en la hoja de cuaderno. Estaba furiosa, yo no entendía nada… Con Gracielita podían pasarse toda la noche desarrollando la figura geométrica de la transición del número uno al número dos, pero yo no entendía lo mas mínimo. Buscó la última hoja del cuaderno como dándome a entender que fuésemos hacia el final de la escritura y escribió en forma oblicua, ignorando la línea de los renglones la siguiente frase:
“Son mejores las cosas soñadas
que nunca fueron verdad,
a las verdades que jamás
merecieron ser soñadas.”
Y después:
“Apenas hombre
con un corazón para el dolor,
para el amor la eterna vusquedad,
apenas hombre.”
Ni se me ocurrió corregirle la falta de ortografía porque ya había anunciado que haría “mierdas y faltas”… Y además era evidente que a la Negra le gustaba y se adhería al estilo
anti-ortográfico de Cesar Bruto.
Mientras tanto se había hecho de noche y veíamos pasar a la gente muy abrigada por el frío detrás de los cristales del bar de la avenida. Nos quedamos sin hablar, mirando y mirándonos. Me sonreía y me hacía mohines. Se le estaba pasando. Entonces salimos al frío de la calle y nos confundimos entre la gente y su ritmo acelerado. Tomamos un ómnibus a Constitución y de allí otro a Monte Grande, y caminamos varias cuadras por unas calles muy oscuras en un barrio de quintas y casas de fin de semana. Pasamos el portón y atravesamos el parque. En algunas ventanas había luz y por los cristales de la sala se veía el tenue resplandor del fuego encendido en el hogar. Al entrar, en la penumbra vimos los cuerpos de toda la tribu que dormían alrededor del fuego envueltos en frazadas. Sobre la mesa todavía estaban los platos con los restos de la cena. Desde una habitación al costado de la sala cuya puerta estaba entornada se veía la luz de una lámpara y se oía el sonido de una guitarra. Entramos a un cuarto pequeño pintado todo de negro con pósters y dibujos en las paredes y sobre la cama estaban nuestro amigos haciendo música. Ahí estaban los trasnochados Miguel, Javier y Gonzalo que se pusieron contentísimos al vernos llegar y enseguida nos cantaron sus mejores temas. Miguel nos preguntó si habíamos traído anfetas y recién entonces nos dimos cuenta del fatal olvido. Era lamentable, pero se podía solucionar. No había más que salir, buscar una farmacia de turno y traer un par de frascos. Pero nadie quería salir. Estaban componiendo y no la podían cortar. Así que volvimos a salir Renée y yo otra vez por esas calles oscuras, ahora como valerios absolutos de los músicos, en busca de una farma de turno. Y no hubo ningún drama, nos vendieron todo lo que quisimos sin pedir receta ni nada. Volvimos y al atravesar el portón suspiramos aliviados. Estábamos de buena suerte y ni siquiera nos habíamos topado con la policía. Desde el parque vimos la casa sumida en la oscuridad y en el mayor silencio. Solo se veía el cuadradito de una ventana encendida. Nos acercamos sigilosamente hasta esa luz para espiar qué estaba pasando en esa habitación y lo que vimos fue conmovedor. Miguel había puesto la mesa junto a la ventana y estaba acostado boca abajo sobre la mesa con unos papeles y unos lápices y dibujaba y hablaba solo. Divagaba. De tanto en tanto levantaba la cabeza cubierta con un chambergo negro y miraba hacia la oscuridad del parque. Nos esperaba. Esperaba vernos llegar. Pero no podía vernos porque la oscuridad del parque era total y nosotros estábamos ahí semiocultos entre los arbustos conteniendo la risa. Había puesto un velador sobre la mesa y la luz que alumbraba su rostro y el dibujo le daba a la escena un carácter insólito. Parecía un mago en una vitrina. Hablaba como si estuviera conversando con un amigo, escrutaba la noche a través del cristal y seguía dibujando. Debía ser el único habitante de la casa que permanecía despierto. Entramos y fuimos hasta la habitación. Todos se habían quedado dormidos porque demoramos un poco buscando el turno, pero se fueron despertando cuando oyeron nuestras voces y se acercaron a reclamar su parte en el reparto.
- ¿Qué consiguieron?
- Dexamil Spanzule número dos, rompeportones verdes. –dije yo.
- Y este frasco de Dexedrina con gránulos color naranja…- dijo ella.
- Y todo de Laboratorios Andrómaco. –dijimos a coro.
Nos pusimos a conversar cada vez mas animadamente y los músicos entraron a hacer un tema después de otro con las violas y al rato estábamos todos muy colocados. Los músicos se copaban en componer, entonces yo me puse a dibujar sobre la mesa. Empecé a hacer un retrato de Miguel con su chambergo en fibra negra. Renée se sentó frente a mí con unas hojas y unos lápices.
- Quedate así, Omar. Te voy a hacer un retrato.
Y ella también empezó a dibujar. Yo no le podía pedir a Miguel que posara para mi dibujo porque él estaba haciendo música y se movía todo el tiempo, asi que decidí dibujarlo como de memoria con su loock tan original.
Mi dibujo me gustaba. Se veía como un mago de chambergo negro haciendo un truco de magia con unas cartas, un gran medallón en el pecho, y todo vestido de negro. En un momento noté que se parecía a mí, pero era él porque tenía el chambergo. Era un buen dibujo y todo estuvo bien hasta que vi el retrato de Renée una vez terminado. Cuando después de una larga elaboración me mostró su dibujo tuve un fuerte sobresalto. No lo podía creer, era horrible… quiero decir maravilloso pero horrendo, me había dibujado desnudo y con chambergo, entre las rodillas sostenía un fajo de dinero y mi pene doblado hacia abajo se ocultaba entre mis piernas. Tenía el brazo izquierdo elevado y mi mano blandía en el aire un cuchillo largo y puntiagudo y en la punta del cuchillo estaba ensartado un bebé recién nacido. El bebé parecía aullar de dolor y los ojos se les saltaban de sus órbitas mientras yo sonreía malignamente bajo las sombrías alas del chambergo.
Contemplé el dibujo y después miré a Renée escandalizado. Ella me miraba sonriendo divertida y apacible.
- ¿Por qué me dibujaste así, Renée? –solo atiné a decir.
- Porque sos así. –contestó ella- Vos sos así… ¿No te ves parecido?... ¿No te reconocés? –se reía mientras yo no podía dejar de mirar ese siniestro dibujo.
Era otro de sus dibujos crueles, que como siempre estaban admirablemente realizados. ¿Cómo podía dibujar tan endiabladamente bien y al mismo tiempo hacer esas composiciones tan terribles? Mientras tanto yo me preguntaba a mi mismo si realmente yo sería así, y también por qué ella me veía así de esa forma tan aberrante. Ella en cambio miraba mi dibujo con expresión burlona. Parecía decir: vos te ves así pero sos como yo te veo.
Yo estaba paralizado de terror y de bronca. Mi dibujo en cambio era un mago, un hechicero, un prestidigitador. Yo había puesto en ese rostro una expresión de fascinación y misterio. Estaba rodeado de signos y símbolos y adornado con un ropaje atrayente y sugestivo. En cambio ella me veía desnudo y despojado de todo artificio, egoísta, retenía el dinero entre mis rodillas, narcisista, volvía mi sexo hacia mi mismo, y desalmado, ensartaba un bebé en la punta del cuchillo. ¿Por qué maldita razón me veía de esa manera? ¿Acaso tenía derecho a mostrarme una imagen tan chocante? Como siempre el terror me paralizaba y no podía reaccionar. No podía hacer nada. Ella me miraba impasible. ¿Y si ella viese a través del tiempo?... ¿y si en algún momento yo llegase a ser eso tan atroz que ella había dibujado? Pero… y si en cambio su visión fuese arbitraria y errónea? ¿Si en vez de ver el futuro ella estuviese “ordenando” y manipulando alguno de los tantos futuros posibles de forma totalmente arbitraria y tendenciosa?...
Hacía mucho tiempo que nos habían dejado solos dibujando bajo la luz de la lámpara. No lo habíamos notado pero la casa estaba en silencio. Finalmente comprendí que debía alejarme de esa situación. Estaba duro, acalambrado. Me costaba moverme pero me puse de pié tambaleante y salí de la habitación. De pronto estaba todo muy silencioso… ¿Dónde se habían ido todos? Atravesé la sala oscura y salí al parque a respirar el aire frío de la noche. Sentí que alguien se quejaba débilmente entre los árboles y al avanzar tropecé con Miguel. Estaba inclinado sobre la bragueta de su pantalón y manipulaba el cierre con un quejido contenido.
- Estaba haciendo pis y me agarré el pito con el cierre. –dijo en un hilo de voz. – Está agarrado… ¡qué dolor!
- ¿Querés que te ayude? –le pregunté.
- A ver…espere… no, gracias, señora, uf, ya salió, no se hubiera molestado. –y después que nos reímos juntos:
- Venía a buscarte justo cuando me sucedió el percance. Estamos haciendo música allá atrás. Descubrimos un lugar increíble… un palomar… y tiene una acústica bárbara… vení.
Me guió a través de la oscuridad por entre los árboles del parque hasta un viejo palomar abandonado. Era una gran construcción de ladrillos de forma circular. Parecía un pequeño coliseo. Nos metimos por una abertura y contemplé asombrado su interior: un piso circular de cemento rodeado de las casillas para las palomas. Fila sobre fila nos rodeaban las pequeñas urnas donde en algún tiempo habían anidado innumerables palomas. Y las líneas se elevaban alto por encima de nuestras cabezas dejando ver arriba un espacio circular de cielo estrellado. Y sentados en medio del piso estaban los chicos zapando con sus guitarras. Nos sentamos junto a los otros y Miguel agarró la viola.
“Yo he perdido
El olor de los duraznos
Mis ojos ven fantasmas
En la gente al pasar.
Yo he cambiado
De piel en estos días
Hoy soy otro
Y cuando paso no me ven.
A la mañana siguiente encontré a Pipo y Junco envueltos en una manta durmiendo al sol sobre el pasto.
- Qué lindo Monte Grande. –dijo Junco
- ¡Y qué grande! – dijo Pipo.
Pero se volvían a Capilla del Monte, no se bancaban Buenos Aires, y extrañaban a los chicos del río.
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