Dios y yo
Anduve por calle Florida, hice un par de llamadas por teléfono y a media tarde aparecí en Plaza Francia y me encontré con algunos chicos que iban para Saint Tropéz donde estaba Tango con la tribu.Llegamos al atardecer y el fuego encendido en la playa y las guitarras y las ropas coloridas de los hippies me reconciliaron con la vida.
Tango hacía su música con la mirada flotando sobre el río y en la orilla una muchacha bailaba sola. Un par de violas más y algunas voces le hacían coros y acompañamientos y el sol ya se ocultaba detrás de la ciudad.
El tema que hacía cuando nos acercamos iba diciendo:
“La mujeres las quería
solamente para amar.
Las menores…
Solo para fifar.
Y así murió Errol Flint
Haciendo el amor…”
Cuando yo encontraba a Tango me le pegaba como una estampilla y ya no lo dejaba más. Y creo que no hablábamos mucho, porque yo lo único que quería era que él me diese toda su música que me volaba la mente. Me le incrustaba delante sentado frente a su viola muy muy cerca en la perfecta posición de loto
y me abría a todo lo bueno que él tenía para darme.
Mientras hacía sus temas él miraba algún lugar lejano y a veces me miraba con una sonrisa dulce y brillante, se humedecía los labios con la lengua, revoleaba los ojos y se mordía el labio inferior como si estuviese gozando a lo loco. Entonces yo me sentía como iluminado y nada hubiese podido alterar mi sonrisa contemplativa. No le sacaba los ojos de encima y mientras tanto el volvía a dejar flotar su mirada errabunda… mientras a su alrededor los chicos se dejaban arrebatar por el ritmo de su viola y su voz interespacial.
Siempre estaba con alguna noviecita. Le gustaban las chiquitas. Y en torno suyo, gravitando siempre, su colección de valerios personales.
Los valerios… Creo que el término era un invento de Miguel … o de la negra Rennée y agrupaba no solamente a simples servidores, sino a verdaderos amigos con buena predisposición para digamos… alcanzar algo, ir a buscar cosas, conseguir todo lo necesario y tener siempre lo que hacía falta. Era conveniente tener varios valerios porque uno no podía estar ocupándose de todo. Y así los valerios eran imprescindibles para ir a conseguir anfetas a la farmacia, comprar las facturas para el desayuno o salir a pedir plata para un tubo.
Pero no era una vil servidumbre, era más bien como una devoción. Y se necesitaban mutuamente porque uno no era nada sin su valerio y el valerio ¿qué podía ser sin uno?
Después como para cargarme dijo que iba a hacer un tema de Omar y empezó a cantar en broma loqueando con el ritmo:
Fiebre uterina
no me deja dormir
de noche o de día
fiebre uterina…
Me encendí de vergüenza y protesté:
- No seas malo, por favor…
Era una letra que a mi se me había ocurrido en un naufragio. Tango me había dado soga y yo me fui de boca. Ahora me daba vergüenza. ¿Cómo podía haber tirado esa letra? ¿Entonces tenía la cabeza llena de basura? Me daba infinita vergüenza.
- Por favor, eso no. –insistí. –Hacé algún temita tuyo de los que a mi me gustan.
Hace “El Alamo”, dale.
Y Tango se puso a hacer el tema de Dónovan porque a él también le gustaba. Cantaba en inglés inventando toda una fonética que no quería decir nada pero que sonaba bárbaro, como inglés mismo.
Al final de cada estrofa repetía:
“and remember the álamo.”
Era un tema lindísimo, igual que todos los temas de Dónovan que sabía sacar tan bien. De ahí había tomado al principio ese efecto de cámara resonante tan característico de su estilo. Pero después lo había desarrollado a tal punto que había dejado de ser una simple influencia y había pasado a ser algo íntimamente suyo y esencialmente característico en su música y al mismo tiempo se había transformado tanto que era mucho más genial que el simple efecto que lo había inspirado.
Ya avanzada la noche cuando los hippitos se fueron quedando dormidos sobre la arena y las nenas se habían ido borrando, todavía estábamos ahí mirando los rescoldos del fuego.
- ¿Qué te parece si nos vamos? –me preguntó de pronto. -¿No te parece?...
- ¿Adonde? – pregunté.
- ¿No se puede ir a tu casa?
- Y bueno, vamos. –me sentí decir sin poder creerlo.
- Comemos algo, me doy una ducha y volvemos para el ghetto, ¿querés?
Y así fue como después de todo un drama familiar el día anterior, entrábamos en mi casa.
Mis viejos nos vieron pasar y contrariamente a todos mis cálculos no dijeron nada y siguieron con lo suyo como si tal cosa, aunque noté que observaban a Tango con una especie de recogimiento reverencial.
Entramos a mi pieza cargando la guitarra y nos instalamos sobre la cama. Y ahí estábamos otra vez enfrentados en la posición sagrada del que toca y el que escucha. Y esa vez hizo todos los temas. Todos. Con una pausa apenas mientras decía:
- Y ahora escuchá este, a ver qué te parece.
Y seguir y seguir… ¿Y qué me parecía? ¡Dioses! Esa música era lo más maravilloso que pudiese existir. Derribaba todas las barreras temporales y todas las limitaciones espaciales para lanzarme de pronto en medio del espacio y el tiempo… puro, esencial y existencial. Su voz iba abriendo una especie de túnel a través del cual era posible viajar y proyectarse hacia dimensiones hasta entonces desconocidas, inexploradas.
Yo estaba pendiente de sus manos, de su boca, de sus ojos. Y cuando un tema concluía me brotaba espontáneamente una exclamación de admiración y una alegría incontenible.
Al final se cansó de tocar y empezó a pasearse por la pieza mirando los posters y leyendo los poemas escritos en las paredes.
-Claro, claro. –decía. Y agregaba: -Es así. –y se reía.
Después se sentó en mi silla de trabajo, frente al escritorio atestado de libros.
- A ver… a ver… ¿qué lees? –decía revolviendo un poco por encima. –No, libracos no. –agregó. Pero enseguida preguntó: -¿no tenés revistitas?
- Si, claro. –le dije y puse frente suyo la voluminosa pila de mi colección de revistas mejicanas.
- A ver, a ver… -se entusiasmó. -¿Qué tenés?
- “La Pequeña Lulú ”, “Súperman”, “Archi”, “Vidas Ilustres”, “Grandes Aventuras”… ¡Qué bueno!
Y nos pusimos a leer las revistas. Al rato me dio sueño y le dije que me iba a dormir un poco. Que hiciese lo que quisiese. Y en efecto, lo que quería era quedarse ahí bajo la luz de la mañana que entraba por la ventana y leer todas esas revistitas.
Me desperté al mediodía y él seguía ahí. A su alrededor había ido desparramando todas las revistas que ya había leído.
Preparé un café con unas galletitas y comimos en silencio sin que dejase de leer.
-¿Vamos para el ghetto?-dijo. Y a mi me pareció bien.
Mientras yo dormía además de leer había escrito algo. Sobre la mesa había un papel donde con fibra roja había puesto:
“Despertar en un refugio atómico”
Jimmy Hendrix
Dylan - Dónovan
Algunos otros músicos que yo ni conocía completaban la lista.
Y antes de salir, mientras guardaba la guitarra sacó del bolsillo de la funda un libro chiquito que me alcanzó diciendo:
-Tomá, te lo regalo. Es un librito pero viene muy bien. Ya vas a ver.
Tomé el ajado ejemplar entre mis manos y leí:
-“Los Hiperboreos”… Mmmm…¿Qué será? Gracias.
-Vos leelo y después me decis.
Y de ahí volvimos para el centro.
Y anduvimos dando vueltas y vueltas por el ghetto, pero esa noche parecía que todo el mundo se había borrado porque no encontrábamos a nadie, hasta que al final de última nos encontramos con Dios.
Dios era un hippito del circo del tipo de valerio de lo más eficiente. La negra Rennée le había puesto Dios porque era hermosísimo, con unos ojazos azules preciosos, unos largos pelitos angelicales y un cuerpo realmente excepcional. Pero además de todo eso nada más. ¿Y para qué más? Si no era molesto ni inoportuno, casi no hablaba y conseguía de todo. Se adhería a uno como embriagado de amor y era pura dulzura y después de varios días de orbitar a nuestro alrededor por los bares del ghetto, se apagaba delicadamente como un sol que se extingue. Era Dios realmente. Y esa noche enseguida se enganchó con nosotros.
Anduvimos procurando un poco de plata y después conseguimos un par de frascos de anfetas en una farmacia de turno.
-Mejor nos borramos. –dijo Tango cuando vio que andaba un patrullero rastrillando la zona. –Vamos para Casero’s City.
Y nos fuimos para su casa. Ahí también, como en mi casa siempre había historia, así que primero fue a reconocer el terreno y cuando vio que el gallego no estaba nos encanutamos en su habitación. Allí tenía su combinado con su fabulosa colección de discos longplay. Pusimos música despacito, nos tomamos un puñado de anfetas y nos instalamos los tres en su cama.
Las anfetas ya nos llevaban y nos introducían en delirantes conversaciones. Cada tanto se levantaba a poner un L.P y volvía a la cama. Esa noche queríamos escuchar Rolling Stones todo el tiempo. Los primeros álbumes, los temas más viejos como “Píntalo de Negro”, los más locos.
Hacía calor y se desnudó y nos sentamos a lo Buda, los tres sobre la cama enfrentándonos y conversando en una divertida figura triangular.
Claro que con Dios, ya se sabe, mucho diálogo no había así que de última sucedió lo que yo me temía: empezó a formarse entre Tango y yo una especie de tácita complicidad en donde la imagen de Dios se desdibujaba y se iba quedando como al margen de nuestro código de comunicación.
Y entonces sucedió lo peor, porque para que el bueno de Dios no quedase estúpidamente confinado a un universo paralelo, Tango comenzó a azuzarlo, a agredirlo levemente al principio y bastante despiadadamente después, tratando de que se integrara, de que participara, de que fuésemos tres en vez de dos y uno.
Me hacía unos guiños de solapada complicidad y le decía:
-¿Sabés una cosa, Dios?... vos sos un lindo tipo. La verdad que tenés una pinta que mata.
Yo no podía aguantar la risa y al mismo tiempo ya me la veía venir. Sabía que al final Tango iba a poner el dedo en la llaga.
Dios se reía sonsamente balanceándose para un lado y para otro como un péndulo y le decía:
-Dale, Tango, no jodás…
-En serio te digo. –aseveraba Tango. –Sos lindo. Yo si fuese una mina me volvía loca por vos. ¿Pero a vos te gustan las mujeres o más o menos? Qué se yo, yo digo nomás. Por ahí no sos muy fanático. ¿Vos qué decis Omar?
- Y… es lindo en serio. –dije yo sin querer comprometerme demasiado.
-Pero nunca te vi con una piba. –volvía Tango a la carga. -¿No te gustan los tajos?
-Dale, Tango… -imploraba Dios.
-¿Qué tiene? –continuó Tango. –Cada uno es libre, ¿viste? Te puede gustar algún chico, algún amigo… -y se reía burlón.
Me pareció una extraña coincidencia que en ese momento los Rollings estuviesen haciendo “La Araña y la Mosca ”.
- ¿Vos qué pensás, Omar? –me hostigaba Tango a seguir con el juego.
- Y… “la libertá es libre”. –dictaminé yo tratando que sonase lo más seriamente posible. –Yo mismo, sin ir más lejos, alguna experiencia he tenido…
- Y eso no quiere decir que uno sea homosexual. –concluía Tango. Y agregaba: - Es eso… todo son …experiencias. ¿No te parece? Dale Dios, no seas tapado. ¿No te gustaría que te hiciesen unos mimitos?
- Salí Tango, no jodás. –rogaba Dios.
- ¿Por qué? ¿Qué tiene? –volvió a atacar. –Entre los hombres también puede existir la ternura.
Y ya Tango entró a acariciar a Dios que enseguida se puso rígido como una estatua.
-Bah, por ahí te gusta más Omar. –dijo Tango. –Qué se yo. A ver, Omar, probá un poco vos. Por ahí le gustas vos.
Pero yo ni siquiera me atreví a intentarlo. Observaba atentamente a Dios que en medio de todo el delirio me parecía adquirir una belleza cada vez más inquietante. Sentía que si lo tocaba lo más mínimo ya no iba a poder parar y en ese momento comprendí que yo también estaba intimamente involucrado en aquel juego inocente de crueldad. Porque también yo prefería que Dios siguiese siendo como hasta entonces un chico lindo y nada más. Y ese vacío esencial detrás de la belleza formal de Dios me confería una tranquilizadora inmunidad.
Pero a esa altura ya estábamos muy volados y Tango ya se había aburrido del juego y de las reticencias de Dios y cuando se levantó a cambiar el disco volvió con el frasco de anfetas y una jeringa de plástico descartable.
En ese entonces yo todavía nunca me había inyectado estimulantes. Y la verdad es que tampoco nadie se inyectaba en nuestro grupo. Al menos yo nunca lo había visto todavía porque eso fue mucho después y por entonces lo que hacíamos era ingerir las pastillas. Por eso me extrañó ver a Tango que se sentaba otra vez frente a nosotros con su deliciosa desnudez morena haciendo juguetear entre sus dedos la jeringa descartable.
-¿Y eso? –le pregunté.
-¿Sabés qué?... –me dijo.- tengo unas ganas de usarla que no puede ser. Hay que disolver las pastillas en agua y listo. Dicen que viene mejor que tomarlas.
Dios lo miraba anonadado y no pudo dejar de preguntar:
-¿Y cómo se hace?
-Y… hay que buscar la vena… -sugirió Tango y esgrimiendo delicadamente la jeringa entre sus dedos se pasó la punta de la aguja por el brazo.
-Por aquí… o por aquí… según donde se pueda ensartar mejor. Yo tengo buenos caños, ¿vieron? –y apretaba el puño y flexionaba el brazo para que las venas se hiciesen más notables. –Dicen que Jimmy Hendrix se inyectó aquí. –dijo apuntando a la yugular. –Por aquí. Se podría poner por aquí. –dijo apuntando a la altura de la sien como un revolver.
Mmmm… ¡qué impresionante! –exclamé yo, y me pareció que Dios se estaba poniendo líbido.
Pero entonces Tango bajó la vista hasta el nido de su entrepiernas y como si acabase de descubrir su propio sexo llevó hacia allí la jeringa, tomó su pene entre sus dedos y acarició con la fina punta de la aguja la larga vena ondulante de su miembro.
-Aquí si que vendría bien. ¡Miren qué vena! Aca no se puede fallar. ¿Qué me dicen... me animo? Che, Dios, vos vas a pensar que soy un morboso pero le tengo unas ganas…
Se rió inocentemente y elevó lentamente la jeringa con su aguda punta hacia arriba, hacia lo alto, sobre su cabeza como si fuese un avión profiriendo un suave sonido de turbinas. Por primera vez noté que ese objeto tenía la exacta apariencia de un translúcido cohete espacial. Y la nave seguía subiendo y Tango se paró sobre la cama haciendo ascender más el vehículo y de pronto dijo:
- Che, tengo que ir al baño. Ya vuelvo. –y desapareció.
Recién entonces cuando me quedé solo con Dios noté que estaba amaneciendo y que la habitación con la ventana que habíamos abierto a la frescura de la noche empezaba a inundarse de una preciosa luminiscencia celeste rosácea.
_”Y cuando la aurora de rosados dedos apareció en el horizonte…” –dije recitando a Homero gozosamente y sonriéndole a Dios que se había quedado cabizbajo y meditativo.
Me extendí sobre la cama y me estiré con infinito placer. Pensé divertido que cuando Tango no estaba, Dios podía resultarme la mayor tentación. Para mejor a él le pareció buena idea que yo me hubiese extendido y con un profundo suspiro se tendió junto a mí. Mirábamos con desmesurados ojos anfetamínicos la suave claridad del nuevo día que avanzaba y después a un mismo tiempo nos miramos.
-¿Qué decís Dios? –le pregunté. - ¿Cómo te sentís?
-Yo bien , ¿y vos? –me contestó con toda la naturalidad que le era posible.
Y no quise exigirle nada más porque ahora ya sabía que esa extraña simbiosis de belleza absoluta y vacuidad total era el máximo exponente de la originalidad divina.
Pero ¿por qué sería que cuando estaba Tango presente la imagen de Dios se diluía en la forma de un fino rocío atomizado invisible. No lo sabía muy bien pero me pareció intuirlo… tal vez Dios solo fuese una proyección mental de Tango. Él lo había encontrado, él lo había alucinado en medio del laberíntico ghetto. …¿Y yo?... Yo era meramente testigo del milagro.
Me animé al escuchar los suaves rasguitos de la viola de Tango que llegaban desde el baño.
-¡Qué loco! –dije. –Está haciendo música en el baño.
Y justo cuando noté que Dios se estaba echando un sueñito, vi que Tango se asomaba por la puerta ocultando su desnudez detrás de su guitarra y me hacía señas llamándome. Me levanté lentamente de la cama y lo seguí hasta el baño.
-Entrá y cerrá la puerta. Acá hay una acústica bárbara, escucha. Escuchá este temita que estoy componiendo.
De un ligero golpe de vista note, primero: que allí la luz era rara, si, muy rara. No la luz amarilla opalescente de mis miedos, sino una especie de luz líquida con finas partículas de polvo dorado en suspensión, totalmente dichosa y casi incandescente. Y enseguida noté también que no había tirado la cadena y que sus excrementos todavía estaban entre el agua del inodoro. Pero me tranquilizó notar que había solo olor a fósforo y al humo de su cigarrillo. Y enseguida se sentó en el inodoro como una hermosa y joven divinidad escatológica en su trono, abrazando su guitarra y haciendo brotar su música con un suave rasguito. Me indicó con un ligero gesto del mentón que me sentara en la banqueta junto a él y con un tono más suave del habitual, como para no alterar el sueño de los justos que pronto deberían despertar al día inexorable, comenzó a cantarme el temita nuevo que estaba componiendo:
“Quiero decir tantas cosas…
pero ¿de qué sirve?
que un dormido
les hable a otros
a otros dormidos
solo para que sueñen mejor.”
Y apenas comenzada la mañana empezó a podrirse todo, porque al toque se levantó el gallego y empezó a transitar por la casa y el patio haciendo resonar sus estridentes cajones con botellas vacías de acá para allá.
Volvimos a la sala y Tango se vistió apresuradamente.
-Se cortó la onda. –decía como para nadie. –Siempre lo mismo con el gallego. Chau… ¡Qué pálida! Vos, Dios, perdoname pero te tenés que borrar. Ya sabés que mi viejo no te puede ni ver.
Es ateo. ¿Qué le vas a hacer? Salí por la puerta de adelante sin que te vea. Pero vos no, Omar, todavía no te vayás, quedate un poco más. Pero acá no, porque enseguida entra a pasar por acá. Salí por la cocina y mandate para arriba del techo. Ahí no te va a ver. Yo hago algún cirquito, después bajás y yo le digo que recién llegaste y que vamos a escuchar unos discos. ¿Te das cuenta las cosas que hay que hacer por este gallego?
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