jueves, 27 de septiembre de 2012

."Generación Descartable" - Capítulo 17 -(Segunda parte)



LA NEGRA RENÉE


“La vida no es mas que un cuento relatado por un idiota, lleno de ruido y furia, sin ningún significado.”  W. Shakespeare


¡Explique! (dice el dotor)
Qué es lo que me sinifica lo siguiente dos puntos
“CUANDO EL TOGA NO EPESTAPA LOS RATONES JUEGAN”
Responde el Insano:
Por lo que a mi respeta, me sinifica tal cual lo siguiente:
“¡ausencia gatuna y ativida felina!
Ante la perplejidad del catedrático.
Renée

Este trabajo continuo con los recuerdos y la memoria a veces me depara algunas sorpresas: algunos lugares se conservan intactos. Parecería que uno se puede instalar ahí. No se sabe cómo se ha entrado y se tiene la impresión de que no se podrá volver a salir. Así, los hechos, después de muchos años alojados en el pasado parecerían haber estado esperando esta revisión para resolver todavía el mismo conflicto. Y si uno logra describirlos con autenticidad, aunque algunos elementos sean  ligeramente modificados, parecerían dejar de existir en el pasado para pasar a vivir intensamente en el presente continuo del relato.
Muy frecuentemente me encuentro tratando de recordar las palabras que se dijeron en determinada situación, pero tengo pésima memoria para recordar las conversaciones y hasta los temas que se trataron en cierto momento. Y aunque sé que nunca podré recordar lo que se dijo ni cómo se dijo, de alguna manera, insistiendo, de pronto logro alcanzar algo. Pero hay grandes extensiones que quedan sumergidas para siempre en el olvido. Por ejemplo, en ciertos momentos de euforia recuerdo que solíamos hablar mucho. A veces uno hablaba y normalmente los otros escuchaban, y así durante horas, pero otras veces, en el mejor de los casos hablábamos todos juntos al mismo tiempo sin dejar de entendernos. Pero… ¿qué decíamos? Esas largas noches de monólogos y conversaciones múltiples… ¿a qué se referían?...
¿cómo hacer para volver a capturar algo de aquellas palabras? Con un poco de suerte tal vez pueda reconstruir algunas pocas frases.
De chico nunca fui muy hablador. En casa tenían que arrancarme las palabras con tirabuzón, como decían. No quería hablar. Pero tampoco sabía. En la escuela tampoco hablaba. No me gustaba. Pero no me atrevía. ¿Tendría tal vez una voz interior? No sé, pero no creo. Mi papá se cansaba de pedirme que fuese un poco comunicativo. Imposible. Y cuando me hablaban me encerraba en un empecinado mutismo. Me retrotraía, y si finalmente lograba decir algo, responder algo, era un fárrago precipitado de palabras incomprensibles. Después admiré el carácter extrovertido de un compañero del nacional pero porque sabía decir cosas poéticas y hermosas. Pero ¿cómo se podía hablar para decir con palabras las cosas intrascendentes del lenguaje cotidiano? Y así y todo, el mismo lenguaje cotidiano era sumamente peligroso. Las palabras eran muy peligrosas. Responder a la pregunta mas insignificante podía poner en evidencia precisamente lo que mas trataba de oculta: mi propio yo. Porque no era que estuviese tratando de ocultar algo. Pretendía simplemente ocultarlo todo. No quería que se supiese nada de mí, ni lo bueno ni lo malo, que no me descubriese nadie, que no me molestaran. De ser posible que no me viesen ni me oyesen. Pero durante mi adolescencia me gustaba reunir algunos chicos más chicos que yo y contarles cuentos totalmente improvisados y bastante absurdos. Y los chicos se entusiasmaban y querían oír siempre mas historias disparatadas. Pero ese fue apenas un intento de abordar el lenguaje y no duró mucho tiempo. Después mis mejores amigos resultaron ser siempre infatigables conversadores. Yo en cambio era silencioso. Escuchaba durante horas y horas, si es que realmente escuchaba. Pero todos decían que yo sabía escuchar. Tal ves porque sabía hacer las preguntas necesarias tendientes a hacer resaltar más el discurso de los otros. Pero confieso que muchas veces hubiese querido salir y alejarme huyendo de toda boca parlante. O tal vez hubiese preferido ser yo el que hablase. Pero… ¿acaso tenía algo que decir?
Mi papá había impuesto una regla tácita: tenía que tratar de hablar algo durante las comidas. Algo había que decir. No podía ser estar ahí comiendo en silencio como los animales en el abrevadero. Tenía que hacer un esfuerzo, el encuentro en las comidas era para alimentarse y comunicarse. Aunque solo fuese un par de frases, algunas palabras serían suficiente. Me costaba horrores. Buscaba, pensaba, elegía y cada vez me parecía más imposible.
Cuando me encontré entre amigos que basaban en el diálogo las más importantes posibilidades de comunicación, traté de echar mano al recurso de los relatos infantiles que al principio pareció dar buen resultado. Pero entre adultos enseguida se tornó aburrido. Después, ante ciertos estímulos empecé a hablar. Quiero decir ante ciertos estímulos químicos. Pero entonces lo que salía era un monólogo puramente banal. Un ornamento, “el ornamento de un ornamento”. Y así hablé horas enteras sin llegar a decir absolutamente nada. Pero… ¿qué decía concretamente? Ahí está… ya no lo sé, pero no me costaría mucho imaginarlo: una especie de lenguaje automático en relación a la escritura automática, donde aparecían fragmentos de conocimientos adquiridos, imágenes poéticas y fantasmagorías junto al continuo deseo de revelar y ocultar al mismo tiempo. Y todo acompañado por una fuerte tensión y exaltada ansiedad, tratando todo el tiempo de no dejar translucir nada esencial. Algunos amigos más experimentados en el lenguaje me advirtieron que sufriría si persistía en ese tipo de ejercicio pero no hice caso y a esa altura ya estaba practicando frente al espejo. Como es lógico, después, se negaban a escucharme pero eso me pareció que no tenía mayor importancia, tal vez no hubiese ninguna diferencia, no sería el primero ni el único que hablase solo. Y a partir de entonces ya solo quedaba descomponer el lenguaje, lo que me llevó largo tiempo y varios cuadernos llenos de escritos que nunca más pude descifrar. Pensar que nunca me habían interesado los juegos de palabras… Salvo los poemas de Carroll, los más hábiles me parecían estúpidos. Y de pronto no hacía otra cosa que jugar con las palabras. Los resultados me parecían formidables pero no dudaba que ahora todos me consideraban estúpido a mi. Pero no me interesaba cuando sentía que todo poseía poesía y que a la vez la poesía me poseía.
En un bar de avenida de Mayo, lugar apartado del gheto donde difícilmente solíamos ir, estaba una noche con Renée y unos amigos reunidos en torno a una mesa. Habíamos tomado cualquier pasta y yo ya no podía dejar de hablar. No quería. Todos a mí alrededor mantenían conversaciones normalmente mientras yo ya estaba atrapado en un monólogo interminable y super acelerado con profusión de juegos de palabras. Además participaba un poco de todas las conversaciones simultáneamente. Renée me había pedido varias veces que tratase de contenerme un poco pero yo ya no sabía como parar esa máquina. Una palabra llevaba a la otra, el mecanismo se había soltado y ya no podía controlarlo. Estaba fascinado e hipnotizado por mis propias palabras y al mismo tiempo sentía vértigo. ¿Adonde me conduciría ese juego? Unas personas conocidas vinieron a saludarnos a la mesa, pero yo seguí hablando sin parar, con exclamaciones, con diferentes tonos de voz, con murmullos. Los nuevos, al principio parecieron no darse cuenta, luego trataron de disimular con sonrisas condescendientes y finalmente hicieron preguntas llenas de curiosidad, pero mis amigos no supieron qué responder, entonces automáticamente  comencé a relatar la maravillosa historia de… aquellas extrañas “cabezas parlantes” que según los Templarios, los druidas mantenían misteriosamente ocultas en lo profundo de los bosques y que eran consultadas por su capacidad adivinatoria; reverenciadas con temor supersticioso por los aldeanos y cuya sola mención estaba prohibida. Por momentos yo lograba atrapar la atención de los presente con todo ese palabrerío, pero en otros momentos la atención decaía porque nadie se permitía permanecer suspendido de un relato que parecía ser infinito. A veces se animaban a intervenir con otros diálogos pero siempre se mantenía un punto de atención sobre el extenso monólogo donde a cada momento aparecían elementos de gran interés. A fin de librarse la gente empezó a hacer comentarios irónicos y mis amigos debieron sentirse avergonzados mientras yo ya había pasado a hacer referencia a las lenguas de fuego  que flotaban sobre las cabezas de los apóstoles y de cómo hablaban extrañas lenguas que nunca habían aprendido. La gente se fue un tanto escandalizada, pero unos borrachos de otra mesa que estaban pendientes del fenómeno empezaron a meterse con nosotros y también tuvimos que irnos. Caminamos por la avenida mientras yo seguía hablando cuando noté que Renée estaba llorando y entonces, solo entonces se cortó el torrente de palabras y le pregunté:
- ¿Qué te pasa Negra?
Y ella después de un largo silencio me dijo:
- Vas a sufrir mucho si no podés contenerlo.
Al pasar por La Paz nos encontramos con Melina. Me parecía formidable  estar con Renée y Melina Juntas. Era todo un acontecimiento. Renée se sentía un poco intimada ante aquella chica que festejaba emocionada sus enigmáticas palabras. Según Melina había un lugar donde ir a pasar la noche: la casa de un escritor amigo suyo a quien ella parecía admirar.
Vivía en un caserón antiguo erosionado por el tiempo en algún lugar de Buenos Aires y enseguida me pareció un tipo de lo más agradable. Sobre su mesa de trabajo estaba el grueso volumen de “El Tambor de Hojalata” que Melina le había regalado hacía poco. Tomamos el té y después salimos a caminar por el jardín. Anochecía entre los árboles y él nos mostró el revolver que llevaba siempre en una cartuchera colgada del cinturón. El terreno era grande y el parque muy espeso y sombrío y por alguna razón el escritor se sentía mas tranquilo sabiendo que tenía con qué defenderse llegado el momento. Y al ver relucir el arma se me ocurrió un juego imposible. Le dije que yo iba a correr entre los árboles del jardín y que él podía practicar su puntería conmigo, que no tuviese miedo y que podía tirar a darme porque yo era mas veloz que el pensamiento y no pensaba dejarme alcanzar por su revolver de mierda. Pero él se negaba al juego que yo proponía que fuese completamente real, sino  ¿qué gracia tenía? Le exigí que no tuviese falsos escrúpulos y que si nos poníamos a analizar yo debía odiarlo puesto que Melina parecía estar loca por él, así que él podía aprovechar para liquidarme sin cargos de conciencia. Además yo estaba dentro de su propiedad y era un perfecto desconocido. No tendría problemas con la ley si lograba dar en el blanco. Renée se reía divertida por el juego propuesto. Melina pensaba que era una falta de respeto total pero tampoco podía contener la risa. Di la orden de empezar el juego y corrí entre los árboles del jardín. Corrí en zigzag dando gritos y profiriendo insultos. Me sentía realmente suicida y esperaba que el viejo pelotudo me bajase al fin de un certero balazo. Corrí en todas direcciones. Salté y rodé por el pasto. Oía solo la risa de mis amigas festejando mi payasada, pero el viejo no se dignó gastar una sola bala. Yo estaba desencantado, enfurecido y obstinado.
-         ¿Qué te pasa, Omar? Estás muy loco… dijo Renée.
-         ¿Y qué importa? –respondí desafiante- Total… o me mato o me matan… y si no me matan me muero…
Ya era noche cerrada y volvimos a entrar en la casa. Melina y el escritor desaparecieron entre las infinitas habitaciones y con Renée nos improvisamos una cama en un rincón de la cocina. Hacía frio y juntamos abrigos y mantas y nos acostamos espalda con espalda como hermanos astrales. Pero yo no podía dormir. Enseguida me levanté y empecé a recorrer la laberíntica casa tratando de llegar a la habitación del escrito, y creo que estaba dispuesto a hacer alguna escena de mal gusto, pero finalmente me encontré frente a una puerta cerrada con llave que era una invitación a volver a la cocina. ¿Qué me pasaba? Melina y yo no éramos pareja pero igual yo estaba loco de celos… Me acosté otra vez junto a Renée pegando mi espalda a la suya. Me gustaba visualizar la figura que formábamos en aquella posición porque era como un símbolo de nuestra relación. Al menos eso era lo que me parecía: nos sentíamos pero no nos veíamos… Hasta que ella dijo en medio de la semipenumbra:
-         Omar, tengo que decirte algo…
-         ¿Qué? –le pregunté quedamente.
Y después de un largo silencio ella agregó:
- Pero necesito estar segura que lo vas a entender ¿sabés?
- Claro. –le dije- ¿qué pasa?
Me incorporé y me dí vuelta para mirarla. Ella también se volvió hacia mi lado. Pero todavía no habló. En cambio sus ojos dorados brillaban de una manera extraña.
 - ¿Qué es? –volví a preguntarle.
Entonces ella me miró largo tiempo como escrutándome profundamente y después dijo:
- Ah, no, claro, si vos no podés.
- ¿Qué, Renée, que no puedo qué?
- No, no nada… Me había olvidado que…
- ¿¡Qué!?
- Eso… que vos no podés.
- ¿Qué no puedo qué?
- … no… a mi me parecía que… pero claro, vos no podés.
Y estuve una hora tratando de que me lo dijera pero no lo dijo. Me estaba volviendo loco. Sabía que no era un mero juego, sentía que realmente era algo muy importante, algo verdaderamente trascendental y no lo decía. Había que descartar que fuese algo del estilo: “yo te amo” porque eso la Negra solía decírmelo frecuentemente, así que sin duda no era eso. Y empecé a imaginar qué podía ser… hasta la desesperación, hasta que en un momento me pareció vislumbrarlo: ella no lo decía… ¿por qué?... porque yo no podía. Y yo no podía ¿qué? Eso, simplemente: no podía… hacerlo… o entenderlo. ¿por qué? Pues porque yo debía ser diferente a ella que sí podía entenderlo. Era eso, ella no podía decirlo porque yo no era como ella y yo no podía lo que ella sí podía. Era una bomba de tiempo y ella no dejaba de mirarme mientras yo creía ver que su mirada estaba cargada de amor y de compasión aunque no de amor con pasión que era lo que yo hubiese preferido, sino de un amor mas universal a la vez que mas individual. Era una mirada de profundo amor humano que me inquietaba profundamente y entonces deduje que yo no debía ser humano. Y me pareció evidente  que era eso lo que no podía decirme: que yo no era un ser humano. De lo cual deduje que solo  un ser humano hubiese podido comprender… lo imposible.
Y entonces… ¿yo qué era? Yo debía ser… un producto, una especie de Golem, un robot, algo artificial no humano, un ente…
Me pareció terrible la conclusión a la que me había hecho arribar con su mero silencio y la mire horrorizado. Ignoraba que no es necesario tener cables, circuitos y condensadores electrónicos para ser un perfecto autómata, un zombi sideral; y que en cambio, apenas era necesario estar profundamente a-con-di-cio-na-do dentro de un sistema alienatorio y absolutamente incapacitado de poder tener una respuesta instantánea espontánea y desarticuladora capaz de romper el bloqueo sistematizado para no ser mas que un humanoide. Ella apartó la vista de mí como si adivinase mi pensamiento y no hubiese nada más que decir. Se volvió dándome la espalda y yo me quedé ahí sentado en medio de la noche cavilando hasta que llegó el día.
A la noche siguiente ya estábamos otra vez andando por el gheto tratando de encontrar a “alguien” para ir a “algún lugar”. En la puerta de La Paz apareció Mosner. Yo estaba con mi capa azul al estilo Beatles y él se acercó sonriente y me puso en el cuello de la capa un hermoso prendedor. Era una daga curva en miniatura enfundada en su vaina toda de plata con filigrana y lapislázulis finamente engarzados. La daguita se desenvainaba y todo pero quedaba unida a su vaina por una fina cadenita. Era una verdadera joya.
- Te la presto. –dijo Mosner-  Usala un tiempo y cuando te canses me la devolvés.
En esa época acostumbrábamos intercambiarnos anillos, broches, colgantes, prendedores y talismanes que creíamos cargados de una fuerza energética mágica. En la Villa yo le había hecho a Melina un anillo de bronce con una piedra de mar y Cylbia también usaba un estrafalario anillo de los míos. Y Renée hacía unos bellísimos anillitos de mostacillas con unos primorosos botoncitos antiguos muy extraños con enigmáticos caracteres egipcios. Tango también siempre tenía anillos fabulosos que intercambiaba con los amigos. Eran objetos poderosos que nos parecían fuertemente cargados de energía positiva y poderes mágicos. En Valeria del Mar, Gato había repartido unos misteriosos anillitos como guirnaldas de rosas y decía que solo ella sabía cómo conseguirlos y que estaban ocultos en un lugar muy lejano.
Y esa noche nos fuimos a “la colchonería” que era el negocio del viejo de Mosner y en la parte de arriba él tenía su bulín: una hilera de colchones tirados en el suelo. Nos acostamos todos juntos muy apretaditos para darnos calor en el invierno helado de Baires y a la luz de una vela Renée estuvo toda la noche leyéndonos el maravilloso  “Bestiario” de Leonardo Da Vinci, con su suave voz susurrante, y todos asombrándonos ante las magníficas descripciones de sus animales fantásticos,  hasta que al amecer Melina se tentó de risa y se incorporó para mirarnos y decir emocionada:
-  ¡Che, qué bueno!... así tendríamos que estar siempre… ¡como en dulce montó!


En poco tiempo los hermanos Romero y sus amigos lograron establecer conexión con la central del sufismo en Londres y abrieron un centro en la calle Paraguay, a la vuelta de El Moderno. Se llamó Kalendar y era una casa hermosa de tres pisos con amplias dependencias. En la planta baja estaba el salón de ventas donde se exhibían trabajos en cuero, repujados en metal, piezas de cerámica, tapices, alfombras, tejidos y todo tipo de artesanía. En el primer piso estaba el amplio salón donde meditaban y hacían sus ejercicios, mas allá la cocina, en el otro piso los talleres y arriba las habitaciones de los residentes. Vestían largas túnicas y camisolas orientales y sus habitaciones estaban decoradas con esteras,  profusión de almohadones y  preciosos tapices; y todo impregnado de un fuerte olor a incienso. Ellos mismos parecían flotar en un estado de profunda paz a la vez que practicaban mantener sus mentes en niveles de conciencia superiores. Había llegado un maestro sufi desde Londres y se habían reunido todos en una casona de San Isidro y después se habían instalado en Kalendar. Yo no pertenecía al grupo pero me gustaba de vez en cuando pasar a visitarlos y encontrarme con los hermanos Romero. Carlos ya era como una especie de maestro y tenían montado un taller de costura con otros adeptos. Kelly se había convertido en la esposa de Carlos Suarez. En el local a veces veía a la deliciosa pelirroja Marcela Pascual, la novia de Tango y también a Krishna el mendocino. Y como figuras itinerantes solían aparecer en la sala de meditación Miguel, Tango o el Peli Luis Alberto, o yo. Una vez, durante una conversación en el taller de costura  alguien nombró a Renée e inmediatamente se produjo un silencio mortal, hasta que finalmente Krishna me explicó:
-         Tenemos terminantemente prohibido tan siquiera nombrar a esa persona. –y después de una pausa en que parecía pedir permiso a sus compañeros para hablar del tema, continuó: - Cuando vino el maestro sufi de Inglaterra, dio la casualidad que la conoció. Fue durante una conferencia donde ella hizo algunas preguntas muy rebuscadas. Y después el maestro nos dijo que esa mujer tenía un demonio muy poderoso y que convenía que tuviésemos cuidado con ella y que para bien de nuestro desarrollo psíquico debíamos evitar todo tipo de trato con esa persona. Luego de una pausa agregó: - El maestro tiene Baraka. Ya sabés lo que es eso ¿verdad?.. Es su aliento, su propio aliento que es purificador. Es un soplo divino que ahuyenta las energías negativas. Cuando conseguimos esta casa, el maestro sopló Baraka por toda la casa, en todas las habitaciones. Ahora la casa está purificada. Bueno, una noche después del trabajo fuimos con el maestro y un grupo de amigos a tomar un café en El Moderno cuando de pronto entró ella y el maestro se notó visiblemente incomodado.
-         Ahí está otra vez esa mujer… -dijo-  ¡esa mujer!
Se levantó de la mesa ordenándonos que lo siguiésemos y al cruzarnos con ella le sopló Baraka y pronunció mantras de protección. Más tarde nos dijo que no teníamos que tener ningún tipo de relación con ella. ¡Terminantemente prohibido!
     Y desde entonces nadie del grupo se animaba a tratarla, aunque ella tampoco iba por la casa. Pero Miguel, Tango y yo siempre andábamos con ella. ¿Quién nos iba a prohibir?..
No puedo negar que la historia me impresionó fuertemente puesto que yo sentía una fuerte atracción hacia ella. Me fascinaba. Yo tenía veintiún años, era mayor de edad pero recién me asomaba al mundo. En cambio ella ¿qué edad tenía? Era todo un misterio. Algunos exagerados decían que debía andar por los cincuenta o tal vez mas, no interesa, pero sin duda era bastante mayor que todos los adolescentes que fluctuábamos a su alrededor eclipsados por su hábil intelecto, su personalidad delirante y su elegante estilo surrealista.
La relación que se había establecido con Renée no me gustaba nada. Es mas, me causaba verdadero espanto y trataba de negarla por todos los medios posibles. Yo intentaba olvidar la densa y nefasta educación religiosa que había recibido de niño. Mi papá era ateo, pero mi abuela materna era pastora evangelista y aliada con mi madre había logrado imponerse al ateismo paterno para impartirme una pesada “deformación” religiosa. Durante años me llevaba a la iglesia los domingos a la mañana. Pero a los 10 años empecé a escapar de su influencia y ya no pudo volver a atraparme.
Después yo había hecho mías las palabras de un personaje de un film de Ingman Bergman que decía: “Aunque resulte difícil hay que tratar de vivir sin dios y sin el diablo.”  Y a partir de entonces yo había tratado de olvidar todos aquellos aburridos sermones dominicales y lecturas bíblicas de mi infancia. Así que tal como me resultaba inconveniente creerme dios, tampoco tenía ningún interés en sentirme diablo. Y sin embargo, como una broma o como fuese el rumor de que yo era el diablo comenzaba a expandirse y algunos conocidos ya me saludaban sacando la lengua divertidos o haciendo los cuernitos con los dedos. En Villa Gesell los artesanos amigos me llamaban Omar-Vudú porque la dueña de un local de la Galería Combo me había pedido que le pinte el nombre del boliche en la vidriera. El boliche se llamaba “Vudú” y se especializaba en tallas de madera. Y yo había pintado la palabra Vudú con grandes letras rojas sobre el cristal de la vidriera y entonces mis amigos habían empezado a llamarme Omar-Vudú, lo cual no me resultaba nada conflictivo, pero en cambio, en ningún momento me pareció bueno echarme fama de diablo. Me parecía que el diablo era un personaje fabuloso y un tanto heroico, el único de los ángeles capaz de enfrentarse a dios… pero al mismo tiempo lo veía como triste y trágico. Pensaba como los gnósticos que dios y el diablo son opuestas expresiones de un mismo fenómeno. “Demon ist deus inversus” me decía, pero entonces… La idea de ser el diablo me resultaba persecutoria porque temía ser castigado, sería arrojado a un lago de fuego como el tentador bíblico, o sería congelado y permanecería suspendido en medio del hielo eterno como el diablo de “El Paraíso Perdido” de Milton… En principio, como ante la idea del subconsciente, me resistía a aceptar ser algo ignorado por mi propia conciencia. Y creo que ahí residía todo el juego de Renée. Yo me desconocía casi por completo. Tenía de mi mismo escasas referencias. Solo conocía del iceberg la punta que emergía del agua. Además nunca fui precoz, a pesar de las drogas no alcanzaba a tener una experiencia trascendental y era incapaz de romper con las formas del lenguaje corriente, ocultaba muchas cosas de mi intimidad y me negaba a asumir otras. Si se descartaba lo asimilado durante los años de aprendizaje familiar y social, estaba vacío. Imitaba desvergonzadamente, estaba bloqueado, era incapaz de crear. No entendía la poesía surrealista y en el fondo pensaba que eran simples incoherencias y por último, era incapaz de articular una frase en giglico o de componer un haikú… yo era un proyecto, casi no existía, por lo tanto bien podía ser el diablo cuya esencia se funda en la no existencia. Y por esos días había encontrado una frase muy extraña en un artículo de la revista Planeta. Se refería a la generación de los ´60 y decía aproximadamente algo así: “Nuestra generación, desengañada ya de todos los valores caducos de nuestro siglo, desentierra de pronto una antigua religión olvidada: el diablo.”

Me refugié en mi casa a leer, a escribir, a dormir. Hojeando una revista había visto una antigua fotografía de Oscar Wilde luciendo una hermosa capa. Se la mostré a mi mamá y le dije que me gustaria tener una capa como esa. Nunca pensé que aceptaría la idea ya que yo tenía frecuentes peleas con mis viejos precisamente por mi manera estrafalaria de vestirme. ¿Por qué salía a la calle con ropa vieja y de todos colores? Parecía que hacía todo lo posible para avergonzarlos. Sin embargo sucedió algo milagroso, mi mamá compró varios metros de un paño azul oscuro y me mandó hacer una capa por su modista. No sería una capa tan larga como la de Wilde, era hasta las rodillas, una capa beat más que una capa art nouveaux, pero cuando estuvo lista y me la puse vi que era verdaderamente hermosa. Tenía muchos pliegues y un cuello muy ancho que cuando lo levantaba causaba un efecto sensacional. Y yo estaba encantado con mi capa azul. Y lo más raro era que a mis padres también les gustase. Yo me ponía el viejo pero impecable traje negro de mi casamiento con su chaleco de muchos botones y por encima aquella preciosa capa azul. Y así me iba, no a caballo, sino anacrónicamente en ómnibus de Lanús al centro para encontrarme con mis amigos. Por un tiempo dejé de ver a Renée y andaba con Pipo, con Miguel o con Juan por otros lugares del gheto donde sabía que no la encontraría. Nos reuníamos en lo del colorado Mario o también en lo de Pipo. El mundo de Pipo siempre me transmitía claridad y protección y con él nunca me sentía perseguido. Con Miguel en cambio, si, ya que Miguel era muy amiguísimo de la Negra y a veces se aliaban contra mi paranoia. Pero entre Pipo y la Negra nunca hubo una relación de verdadera afinidad. A veces se encontraban en algún lugar y mantenían un trato amable pero distante. Parecía no haber conexión posible entre el mundo del mago blanco y el de la bruja negra. Y a veces yo me refugiaba en el lado blanco, pero enseguida buscaba otra vez la orilla negra.
Una mañana, mi mamá me despertó diciéndome que había dos chicas que me buscaban. Medio dormido y sin saber quienes eran las chicas le dije a mamá:
- Ah…si… son mis amigas Gozne y Espátula, hacelas pasar.
Esos nombres brotaron hasta mí desde el sueño y yo no sabría decir cómo había llegado a pronunciarlos ni por qué, pero el caso es que de pronto aparecieron en mi habitación… Renée y Gracielita… ¿entonces eran ellas Gozne y Espátula?... Venían a verme porque hacía tanto tiempo que yo no iba por el centro que estaban preocupadas; porque estaban haciendo unos estudios de numerología y entonces querían saber qué número era yo. Tomamos unas despabiletas y empezamos a hablar. A mi mamá no le gustaron nada la pinta de mis amigas y enseguida en la casa se produjo un clima denso. Gracielita se fue enseguida y me quedé solo con Renée quien estaba exponiéndome su idea de la numerología porque parecía… según algunas pautas ultrasecretas, que estaba por pasar algo inusitado, algo realmente muy importante iba a pasar próximamente en Buenos Aires donde se reunirían representantes de las diferentes vibraciones numéricas, pero todo era muy impreciso y no podía decirme nada mas. Pero en cambio comenzó a manipular complicados gráficos para determinar mi vibración numérica. No era fácil, y había que realizar varias y reperidas operaciones. Sobre un bloc de papel comenzó a desarrollar extensas fórmulas al mismo tiempo que en un gráfico sobre papel cuadriculado y milimetrado y en un sistema de coordenada avanzaba lentamente la formación de una extraña figura… geometría… magia pura, pero fundada en las matemáticas superiores y un sistema basado rigurosamente en el razonamiento. Me costaba enormes esfuerzos seguirla y por momentos me perdía, yo nunca había sido muy hábil para las ciencias exactas y las matemáticas no eran mi fuerte.
Llegó la noche y mis viejos estaban alborotados. ¿Esa chica se iba a quedar en casa? Les dije que estaba pasando por un grave problema y que yo la acompañaría mas tarde hasta su casa, pero igual no quedaron tranquilos.
Cuando los viejos se fueron a dormir fuimos a la cocina a tomar un té. Para olvidar el complicado estudio numerológico encendí el televisor, era última hora y estaban pasando un documental por canal siete, mientras preparaba el té, Renée me preguntó si conocía el ouija, el juego de la copa con los espíritus, si, lo conocía, me pidió un poco de harina para espolvorear la mesa y después le alcancé una copa adecuada, con el dedo escribió las letras del abecedario sobre la harina alrededor de la copa, volteó la copa boca abajo y me invitó a jugar, decididamente no quería ver televisión, aunque el documental mostraba las obras de arte del vaticano y estaba bien hecho, pero ella quiso que bajara el volumen para mayor concentración, mientras yo me prestaba al juego distraidamente sin dejar de ver la tele, pero la copa no se movía… ¿qué me pasaba?... no me concentraba, entonces la copa empezó a moverse pero a mi me parecía evidente que ella la llevaba, es cierto que yo ya había jugado antes alguna vez al ouija, pero aquella vez la situación me parecía siniestra y sentía que tenía que estar muy alerta para percibir el momento exacto en que justo con el comienzo de mi paranoia, Renée aprovecharía para empezar a agredirme., y estaba dispuesto a no prestarme mas a su juego sádico, y como ella rechazaba mi propuesta de descansar un poco viendo tele y tomando el té yo también me negaba a participar con la concentración necesaria para hacer mover la copa del ouija… por lo que esa noche, los espíritus no alcanzaban a componer ninguna palabra y nos estábamos perdiendo un buen documental. Apagué tranquilamente el televisor, borré la tabla del ouija y tomamos el té en silencio, pero cuando volvimos a mi habitación yo tenía la certeza de que aquella noche no iba a ser nada facil.
Retornamos a hablar por un momento y cuando empecé a sentir que murmuraba, se burlaba y me agredía encubiertamente , no perdí tiempo en obtener pruebas a mi favor y le dije:
- Mirá, Renée, ya me estoy volviendo loco otra vez. La historia de siempre, siento que te burlas, que me agredís, aunque vos digas que no yo siento que es así… mejor te vas y yo me voy a dormir.
Mi expresión debió parecerle de lo más vulgar y  antisurrealista porque empezó a hacer sus gestos de fastidio y desprecio, a tratar de convencerme que eran todas persecutas mías, pero no la dejé seguir. Ya habíamos pasado varias horas dándole vuelta  al tema y ahí nomás corté el canto de las sirenas, la acompañé hasta la puerta de calle, cerré la puerta y volví a mi escritorio, puse música, respiré, me puse a dibujar, como a la hora sentí unos ligeros golpecitos en el vidrio de la ventana que me sobresaltaron., era ella, todavía estaba allí.
-         ¿Qué pasa Renée? – le pregunté a través del cristal.
-         Hace una hora que espero el colectivo y no pasa, hace frío, dejame entrar hasta que amanezca. Cuando se haga de día me voy, y no te vas a sentir agredido, te prometo que no va a haber ningún problema.
     Asi que la hice entrar. Tal vez pudiésemos estar juntos sin que yo me volviese loco. Entonces ella buscó una variante de las mil y una noches para pasar el resto de la velada. Le pareció totalmente mágico encontrar entre los libros de mi biblioteca Los Cantos de Maldoror.
-         ¡Que fantástico, Omar, que tengas este libro!.. Es el libro que mas admiro. Leeme algo, por favor, vos que lees tan bien, yo mientras tanto voy a dibujar, dame para dibujar, ¿querés?
Si, yo quería.
-         ¿Por qué no dibujas en esta pared? – le dije mostrándole la  tersa superficie color lila de la pared de mi dormitorio – Aquí tenés pinceles y colores.
-         Quiero tinta china –dijo ella – y pincelitos…
-         Aquí tenés todo. Y yo me voy a tender aquí en la cama junto a la lámpara y voy a leerte los Cantos…
Y empecé a leer los Cantos en vos alta y ella se puso a dibujar en la pared. Mi voz sonaba fantástica en la perfecta quietud de la noche y nunca los Cantos me parecieron tan bellos y terribles. Y no volví a sentirme perseguido tal vez porque de alguna manera a través de la voz me estaba expresando y además… ¿qué mal podía perseguirme cuando “todo el mal” estaba concentrado en aquellos Cantos como en una esencia? Y así nos encontró el amanecer. Yo leía, si, pero en las pausas de puntuación observaba la evolución de su dibujo y cuando el dibujo estuvo terminado dejé de leer y lo observé admirado. Era una muchacha muy joven, una adolescente, vestía un corpiño de encaje y unas bragas también de fino encaje y estaba peinada con dos cuernitos  de pelo en la cima de la cabeza de los que salían dos colas de caballo que caían flotando hacia los lados, calzaba extrañas sandalias japonesas con doble taco en forma de arco, tenía un brazo extendido y el otro brazo flexionado sobre el anterior como si se estuviera inyectando, pero era solo un gesto porque en su mano no había ninguna jeringa, el rostro era hermosísimo y la expresión delirante, de sus labios entreabiertos asomaba la punta de su lengua y todo el dibujo estaba trabajado con finas líneas negras como de filigranas y encajes. Me gustó mucho ese dibujo y estuvo durante años en la pared de mi habitación y no le pregunté quién era pero a través del tiempo creo que llegué a adivinarlo…¿No parecía yo mismo extrañamente trasvestido y en edad adolescente?
 Antes de irse, cerca del mediodía, había completado dos dibujos más, pero estos sobre papel eran muy graciosos y le pedí que me los explicara un poco aunque no hubiese sido necesario porque los dibujos eran geniales y bastaba verlos pero igual ella amplió su significado en pocas palabras:
- Esta es una pareja, –dijo señalando – él se está bañando (se veía en primer plano un tipo desnudo con un pene en forma de pez) y ella al fondo le prepara la comida. El estuvo preso, por eso tiene los ojos desorbitados, por el esfuerzo de mirar a través de las rejas y su mayor placer consiste en volver a su casa, bañarse y comer la comida que le prepara su mujer… y este otro dibujo es… la mujer con la Máquina de Hacer Sopa… (a mi me parecía un astronauta proyectando un rayo laser sobre una pared)
Cuando se fue pasado el mediodía yo me quedé un tiempo largo tendido a la luz del sol que entraba por la ventana sin pensar nada, absolutamente nada.


La cana nos interceptó a todos cuando íbamos trotando por Corrientes a la altura del Ramos y aunque teníamos documentos nos llevaron inexorablemente  a la seccional entre nuestras insistentes protestas y algunas veladas insolencias que sin duda los guardianes del orden eran incapaces de comprender, pero nos llevaban y allá íbamos, a la quinta, ¡tata ta tan!, la llamada del destino, la seccional mas temible del gheto y aunque no nos iban a encontrar nada porque a esa altura de la noche ya teníamos todo puesto igual un escalofrío de terror me eriza los pelos de la nuca cuando pasamos por el fatídico portal de entrada de la calle Lavalle escoltado por varios policías de uniforme. Otra vez la misma pesadilla recurrente de siempre con la mesa de entrada fuertemente iluminada con la luz de hielo de los tubos fluorescentes y la voz mecánica de la radio que dicta números de patentes de automóviles y “cambio, afirmativo y cambio” y ese olor a mugre y desinfectante que se mete hasta el alma. El oficial tecleando algún informe, somnoliento, y el borracho derrumbado en el banco de madera donde nos invitan a sentarnos y del otro lado del tabique, en la oficina están de joda con las pizzas y el tinto que capturaron con el móvil. Al rato nos fueron registrando en el libro de entradas, nos hicieron dejar las pertenencias en unas cajas, nos revisaron lentamente y nos sacaron los cinturones y los cordones.
-         ¿Qué estaban haciendo? – quiso saber el oficial.
-         Y nada,… íbamos caminando por Corrientes y nos trajeron.
-         A vos ya te conozco –agregó el botón. -¿otra vez acá?
-         Y… si, me traen…
Y de ahí nos pasaron a la oficina  chiquita para hacernos la ficha.
     - ¿Profesión? –preguntó el empleado policial.
     -  Profesora de francés. –dijo la Negra.
-         ¿Y a que se dedica? –preguntó después.
-         Vivo de rentas. –contestó Gato.
-         ¿Domicilio? –continuó indagando.
-         Vivo en Carapachay. –dijo Miguel.
-         ¿Y usted de qué se ocupa? – quiso saber.
-         Soy estudiante. –aventuré yo
Y mientras llenaban infinidad de fichas idénticas y nos enchastraban los dedos con su fatídica tinta negra empezaron a zafarse:
     - Estas dos son yiros. –le dijo uno al otro – Aquel es el fiolo y ese otro es trolo.
Ya nos estaban traduciendo a su abyecto lenguaje policial. Y…:
-         ¿Cuánto cobrás, che?... dale, si yo sé que vos haces la calle, ¿qué me venís con historias?... yo-a-vos-te-conozco… ¿y vos?... ¿cómo te la comés?... a vos te gusta enderezar banana… no te hagás la fina… ¿así que vos sos músico?... ¿qué tocas, la flauta?... a ver… haceme subir la víbora… (etc, etc, etc, todo así, siempre así).
-         ¿Qué te parece que les pongamos? –se consultaron.
-   Y... A estas prostitución… a aquellos dos vagancia y escándalo en la vía pública… y a aquél ponele un segundo ache… un poco para cada uno no hace mal a ninguno.
-         ¿Se les incautó algún estupefaciente?
-         Parece que no, pero… ¿si te parece les ponemos, muy limpios no parecen estar, no les  vendrá mal que los ensuciemos un poco… una mancha mas… ¿ qué le hace al tigre? Esta tiene pinta de papera y este mira qué pupilas dilatadas… Después los llevas al fondo y me los interroga un poco sargento, a ver si saben cantar algo…
Los mirábamos impábidos sonriendo de terror y odio sin proferir casi palabras, a veces Miguel o la Negra amenazaban retobarse o les salían con un exabrupto, pero lo mejor era quedarse en el molde.
   - Estos ya estan registrados, oficial, puede conducirlos a sus habitaciones.
Y ahí estábamos: las chicas en el calabozo de adelante con las putas y nosotros al fondo entre chorros, putos y borrachos… y fantasmas de voces en lo oscuro:
- ¡Cabo de guardia!... quiero ir al baño… abramé cabo… quiero hablar por teléfono… (toda la noche)
Los presos lo primero nos pedían cigarrillos, se iban acercando y nos daban charla para conocernos, pero después las conversaciones volvían a retomar su cauce, algunos caminaban yendo y viniendo para pasar el tiempo y en el resto de la noche el calabozo se iba llenando con la gente que levantaban de los bares de Corrientes. Miguel y yo buscamos un lugar seco y nos sentamos en el suelo. Fumábamos en silencio, y el tiempo no pasaba nunca, nos pegábamos a las rejas y llamábamos a los gritos a las chicas.
-         ¿Qué están haciendo?
-         Dibujando, nos dejaron papel y lápices.
-         Ah… mandame cigarrillos.
-         ¿Están solos?
-         No, estamos con los muchachos del club…
-         Ah, bien… acá está Karina, Silvita La Chupa y María Pía… las trajeron de La Paz.
-         …y bueno… estamos todos…
Y los cambios de guardia al amanecer en la larga espera  a que lleguen la “fichas” con los “antecedentes” y a primeras horas de la mañana la fila de presos somnolientos conducidos a… hablar con el comisario y enseguida otra vez adentro, y el mediodía podrido de orín y cloaca y la tarde larga durmiendo para escaparse y otra vez la guardia y el calabozo que se ha ido vaciando pero de los que entraron primero, pero a nosotros no nos largan nunca y las chicas que nos mandan panes y cigarrillos y otra vez la noche idéntica con la voz metálica de la radio  pasando números de chapa y “negativo”  y “cambio y fuera” y… por fin ¡nuestros nombres! y “con todo”. En la oficina de entrada, a la salida ya no éramos los mismos, estábamos ajados, como flores marchitas, demacrados, ojerosos, pálidos, como estrujados, como… contaminados, pero así y todo habíamos tenido suerte, al menos no nos habían cargado la romana, “averiguación de antecedente” nomás, ya habían llegado las fichas y nos íbamos…
   - Esta vez la sacaron barata porque nos agarraron cansados, no van a andar diciendo que no somos buenos, porque vos negrita, tenés flor de prontuario, el libro gordo de petete y aquel otro nene ya carga un par de escandalo y segundo ache, vayansé antes que me arrepienta, agarren sus pertenencias y si los llego a ver otra vez por aquí los mando a Devoto, y si los veo por Corrientes me los cargo. ¡Guardia, salen cuatro!
Caminamos hasta Callao. El tiempo estaba en avanzado estado de descomposición… ya no era ayer… tampoco podía ser hoy… y sin duda nunca sería mañana… ¿y ahora… adonde ir así apestados?... ni hablar de volver al gheto, a La Paz o la Giralda para ver si había alguien, y tampoco convenía pasar a otras zonas porque con la mufa que teníamos podíamos caer en el infierno de la quince o en el agujero negro de la diecisiete. Lloviznaba para colmo una garúa finita que nos adornaba las pestañas con brillantitos, y sobre el asfalto de Callao rodaba el tráfico haciendo chasquear los neumáticos en la lluvia y duplicando las luces como sobre un espejo así que decidimos pasar por La Academia a ver si estaban los Romero pero al llegar a la esquina de Corrientes vimos que el patrullero estaba parado en la puerta del bar y que estaban pidiendo documentos.
   -¡Chau, están ahí!... ¿qué hacemos? –preguntó la Negra.
Entonces vi que venía el treintisiete por Callao y dije:
-         Vamos a mi casa.
-         ¿Te parece? –preguntó incrédula Gato.
-         Si, vamos, esto es una pálida, no se banca más. –dije.
-         ¡Qué persecuta! – dijo Miguel.
Y alcanzamos a tomar el ómnibus justo cuando llegaba a la parada.
Hicimos el largo trayecto hasta Lanús sentados en el fondo del Bondi casi sin hablar viendo pasar las luces bajo la lluvia, mientras tanto yo iba calculándolo todo, era tarde, pasada las doce y mis viejos ya estarían durmiendo, yo tenía mis llaves y no había por qué despertarlos, nos podríamos meter de canuto y dormir hasta el mediodía que nadie se iba a enterar, pero ¿y después…  cuando nos viesen?... y bueno, que se yo…nos jugábamos, no había otra. Y fue así, nos mandamos y no hubo historia. Miguel y Gato coparon el escritorio y la Negra y yo en mi habitación, pero entre nosotros ya estaba todo perdido, la Negra con un humor de diablo y empezaba a psicopatearme ¿o era el bajón del post? que para colmo no quedaba ni una pasta, pero bueno, mejor, lo único que queríamos era dormir. Vi que la Negra se acostaba vestida con el tapado de piel puesto y se cubría hasta la cabeza con las mantas, después sentí que se reía despacito burlándose como para terminar de joderme del todo, ya empezamos la persecuta, pensé. Antes de acostarme me asomé al escritorio y vi que Miguel y Gato se habían tendido sobre la alfombra y estaban haciéndose unos mimitos.
-         Chicos… –les dije – reclusión total, no vayan a andar saliendo, que no nos vean porque se pudre todo, si quieren hacer pis ahí está el jarrón chino.
-         Vaya tranquila, señora. – dijo Miguel, y cerré la puerta despacito.
En mi cama la Negra parecía dormir, me acosté y apagué la luz del velador, seguro de que al mediodía cuando nos viesen se iba a armar flor de quilombo, pero eso iba a ser después, ahora todavía se podía dormir. Mientras llegaba el sueño pude oír que en el escritorio Miguel y Gato se reían quedamente y empezaban los jadeos del jaleo y en eso me dormí.
Y dicho y hecho, al mediodía me despertaron los gritos destemplados de mi vieja, el estruendo de puertas que se abrían y se golpeaban, mi viejo que prendía las luces y abría las ventanas y el forcejeo en la puerta del escritorio que los chicos trataban de mantener cerrada a toda costa y los insultos y los gritos y los lamentos. Sobresaltado busqué a la Negra en la cama junto a mí y descubrí con horror que ya no estaba.
  - ¿Qué vergüenza! –exclamaba mi vieja.
  - ¡Esto ya es lo último! –decía mi viejo con voz de barítono.
Y :
   - ¡Que escándalo!
Y :
   - ¡Esto no se puede creer!
-         ¿Qué les pasa? –gritaba yo para hacerme oir por sobre el tumulto.
Ellos iban y venían, mi viejo forcejeaba la puerta del escritorio tras la cual seguían atrincherados Miguel y Gato sin rendir la plaza y en la cocina mi vieja gritoneaba golpeando la puerta del baño. Me interpuse ante la puerta del escritorio y lo increpé a mi viejo:
   - ¿Qué pasa tanto escándalo?  Ahí adentro hay unos amigos que no tenían donde ir y los traje para acá. Están en problemas, pero ya nos vamos, no alboroten mas.
 Por el momento logré sofrenarlo un poco, pero seguían los golpes insistentes en la puerta del baño, así que corrí para allá donde mi vieja montaba guardia.
-         ¿Qué pasa, estamos todos locos?
-         Esa mujer… esa mujer… -decía mi vieja – se me manda a mudar inmediatamente de aquí o llamo a la policía.
Me acerqué a la puerta y llamé:
-         Renée…
No contestaba…
-         Renée, ¿qué te pasa?... contestá…
Y al final llegó su voz, como si se sintiese muy molesta.
   - Estoy bien, no te preocupes, ya salgo.
   - ¿Ves? –le dije a mi vieja –ya sale, tanto lío… ¿qué pasó explicame?
Mi mamá volvió a sentarse en su lugar en la mesa y me dijo disgustada:
-         Estábamos aquí almorzando y de pronto la vemos entrar en la cocina toda envuelta en una frazada y entrar al baño la descarada… esto es el colmo, vos nos vas a matar de un disgusto.
 En eso se abrió la puerta y Renée salió del baño envuelta en la frazada tapada hasta la cabeza como un beduino, cruzó la cocina como una exhalación y desapareció en la pieza.
-         ¡Ahí está! –gritaba mi vieja
Corrí a la habitación donde mi viejo la encaraba a la Negra diciéndole:
   - Ustedes no tienen vergüenza. ¿Les parece bien lo que están haciendo? Esta es una casa de familia decente.
Miguel y Gato habían abierto finalmente la puerta y se asomaban tímidamente mientras la Negra juntaba sus cosas con toda la paciencia del mundo. Apareció mi mamá y ahí estábamos todos a la luz del día. El furor pasó y mis padres se refugiaron en una silenciosa indignación.
   - Dale, Negra, apurate un poco y salgamos de una vez.
De pronto ella se convirtió en la figura central del dramón. Mis viejos la observaban perplejos, Miguel y Gato esperaban totalmente resignados, ella sonreía con una mueca despectiva mientras terminaba de juntar sus cosas con la mayor parsimonia, mientras yo comenzaba a enfurecerme, no había duda que lo había hecho todo a propósito, sabía que no tenía que dejarse ver.
Finalmente salimos a la calle y al bochorno de luz del mediodía.
Caminamos en silencio algunas cuadras y de pronto la Negra dijo, encima como ofendida:
-         ¡Qué familia que tenés!... ¿esos son tus ancestros?..
-         Y vos… ¿qué me podés decir?... si tu viejo era botón y tu vieja te encerró en el loquero…
Me miró con desprecio y volvimos al centro sin decir mas nada como si ya no hubiese más nada que decir.




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