sábado, 4 de marzo de 2017

"Generación Descartable" - (Segunda Parte) - Capítulo XII


"Generación Descartable"
(Segunda Parte)
Capítulo XII
"ESMERALDO"
La Piedra del Deseo




"ESMERALDO"
La Piedra del Deseo

Había llovido torrencialmente toda la noche cuando llegué a Bahía de San Salvador.
El ómnibus entró por una calle empedrada hasta el alto edificio de la Rodoviaria 
en uno de esos barrios céntricos donde siempre están emplazadas las estaciones
y que casi nunca dan una pauta de lo que es esencialmente la ciudad.
El lugar estaba lleno de bares y hoteles pero yo no iba a perder el tiempo en nada de eso.
Amanecía con un sol hermoso que hacía brillar las calles mojadas.
Me había hecho amigo de tres chicos de San Paulo que venían en el ómnibus
y ya andábamos juntos como amigos de siempre.
Y ellos habían decidido que en ese momento lo mas importante era tomar un buen baño,
así que cargando nuestros bolsos atravesamos la ciudad, bajamos por el elevador y
frente a la plaza nos indicaron el lugar de los baños junto a la vieja muralla.
Era un caserón colonial y a través de largos pasillos y altas puertas llegamos
a la sala de baños.
Detrás de una puerta verde se sentía el fuerte ruido del agua. Entramos a un pequeño
recinto de paredes de piedras. Era un lugar muy antiguo que me pareció el interior de
un cofre secreto.
En la pared opuesta a la entrada y un poco mas arriba de nuestras cabezas estaba
la boca de agua que surgía del mismo muro. Un grueso chorro de agua puro y cristalino
brotaba sin parar y describía un semi arco cayendo en medio del recinto sobre las piedras
pulidas del piso, salpicando y cantando y escurriéndose por las canaletas que surcaban
el suelo. Nos miramos asombrados porque el lugar era verdaderamente primitivo y después
lentamente nos desnudamos y nos fuimos metiendo bajo el chorro fresco del agua.
Yo tenía la sensación de que ese lugar concentraba un inmenso significado y que estaba
cargado de sentido como los símbolos.
Por una claraboya entraban los rayos del sol y mientras nos bañábamos nuestros cuerpos
tomaban extrañamente el mágico fulgor del oro. Éramos de oro, sin duda.
Y saltábamos y gritábamos y reíamos bajo el agua y alguno también cantaba
y éramos jóvenes y hermosos  con esbeltos cuerpos dorados y los lacios pelos de uno eran
como briznas de hierba y los cabellos enrulados de otros eran como
caracoles de cristal y los ojos eran hermosas joyas transparentes y luminosas.
Y yo pensaba que después de ese largo viaje por caminos polvorientos, finalmente Bahía
era eso, ese agua brotando entre las piedras. Si, nada más que eso era Bahía de San Salvador.

Mis tres amigos magos me conducían. Y eran tres locos formidables super positivos al mejor estilo
brasuca. Artesanos, hippies y locos, o malucos como ellos mismos decían.
Milton, Paulo y Jimmy…
Con Milton desde el comienzo tengo una comunicación especial. Toca la flauta y parece que
nos entendemos en forma instantánea. Milton… Sus amigos lo llaman “Seda” porque siempre
está procurando papel de armar: “¿Cade a seda?”-dice. Pelo afro muy enrulado con reflejos
color cobre por el mar y el sol. Ojos color miel. Piel dorada, muy bronceado. Flaco y alto,
viene a Bahía a curtir el verano, y a vender sus artesanatas: aros, pulseras, piedras y cueros.
Trae un paño con mercadería y un par de herramientas. Viste una remera, unos jeans gastados
y sandalias artesanales. Veinte y poco de años y haciendo carona por el camino.
Yo sospechaba que eran ángeles y me dejaba guiar dócilmente por el laberinto apasionante
de la ciudad. Nunca había visto esa maravilla de arquitectura. Esas callecitas empedradas
que suben y bajan y giran y dan vuelta entre casitas de todos colores con techos de tejas
y balcones barrocos de madera tallada.
Y esos jardines de los patios interiores con plantas exuberantes entre fuentes y galerías.
Yo veía un paisaje urbano totalmente nuevo donde abundaban las piedras labradas, el hierro forjado
y la madera tallada. Mis amigos ya habían estado otros veranos y me mostraban los lugares
que conocían y los sitios más característicos de la ciudad. Yo me asombraba ante las vendedoras
callejeras, las plazas, los paseos, las iglesias y los barrios antiguos. Las calles donde se festejaba
el carnaval y los innumerables bares donde se reunía la gente. Y así pasamos el centro comercial
y siguiendo una avenida que ondulaba suavemente llegamos a la casa de la calle Raymondo.

La casa de la calle Raymondo… A veces pienso que los verdaderos protagonistas de las historias son las casas. Mi memoria está llena de rostros y nombres a tal punto infinitos que a veces temo se confundan unos con otros, o lo que es aún peor, que algunos caigan para siempre en el olvido, cosa que raramente podría suceder, porque casi siempre un nombre o un color, una palabra o una música,  hacen surgir de pronto a seres que parecían olvidados.
Debe ser que los recuerdo, ellos mismos se procuran su propia supervivencia. Y si esos seres son los protagonistas, entonces las casas… Si, la casa es lo más importante, porque son como la matriz de todas las historias. Y a veces suelo pensar que son como naves espaciales que conducen al encuentro de los seres. Nuclean las historias y son el punto de referencia que tenemos en común. Y tal vez el plan y la clave de lo que sucederá en el marco referencial de su espacio y su tiempo. Y la casa de la calle Raymondo (¿Rey del Mundo?) resultó ser algo muy especial para mí.
Era la pensión de a Donha Tereza, una casona inmensa que ocupaba toda la esquina en una cortada
junto a la avenida. Esa calle  que daba una leve curva hasta un descampado desde donde podía verse
toda la ciudad. Era una casa amarilla de planta baja y piso superior con techo de tejas rojas, Y en la planta baja vivía la Donha Tereza con toda su corte y en el piso de arriba estaban las habitaciones de alquiler. Era una casa muy antigua y destartalada, y la pensión mas barata de Bahía. Y ahí se juntaban cada verano los locos que venían de Río y de San Paulo a pasar sus vacaciones.
Cuando llamamos a la puerta apareció la Tereza. Una mujer negra de mediana edad, tan gorda que ocupó toda la puerta con su cuerpo impidiéndonos el paso. Parecía que no quería saber nada con nosotros, mas aún cuando me vio a mi lleno de collares y anillos vestido con la túnica blanca de monaguillo y la bincha violeta en la cabeza.
Empezó a decir que ya no había lugar, que estaba todo ocupado y todo reservado. Pero los chicos le hicieron el filo y entre broma y seducción lograron que la Tereza se apartase de la puerta y subiese los escalones crujientes del porche olvidándose de mi y retomando el corredor oscuro hacia la cocina donde volvió a unirse al grupo de niños, viejos y mujeres de su corte. Y yo conducido de la mano de Milton me escurría por el corredor y subíamos silenciosos la escalera de madera desvencijada hasta el piso superior. Y ahí estábamos en otro mundo sin comunicación aparente con la planta baja en donde Paulo y Jimmy se habían quedado entreteniendo a la dueña, desplegando para ella el paño de brincos y rentando cualquier cuartucho pagando unos días por adelantado. Al rato se unieron a nosotros diciendo que la Tereza era una mujer buenísima pero que no entendía nada y no había que hacerle caso. Tenían la llave de una habitación y aunque las camas no fuesen suficientes ya nos arreglaríamos.
Si, la planta alta era un mundo aparte. Estaba formada por una sola habitación inmensa dividida por tabiques de madera en unas ocho o diez habitaciones pequeñas unidas por un estrecho corredor lateral. Y al atravesar el corredor pudimos ver luces de diferentes colores por encima de los tabiques divisorios. En uno de los compartimientos sonaba música de la radio y en otro se oían los rasguidos de una guitarra.
-          Olha… o violón. –dijo Milton al tiempo que hacía brotar una notas de su flauta.
En algún otro lugar alguien se reía y más allá se oían varias conversaciones superpuestas. Y por todas partes un fuerte olor a incienso intentando ocultar otro olor más fuerte y sugestivo. Nuestra habitación era la de la esquina y era minúscula, con apenas dos camas y una mesita junto a la ventana. Milton se arrojó sobre una de las camas y Paulo ocupó la otra, Jimmy desplegó su manta en el suelo. Y yo… de momento ya tenía copada la mesa junto a la ventana y observaba como mis amigos se estiraban rendidos de cansancio por el largo viaje y Milton hurgaba entre sus bagullos preguntando:
-          ¿Cade a seda rapais?... ¿Cade ela?..

A la tarde vamos hasta el Farol da Barra, una antigua fortaleza construida sobre un peñasco a orillas del mar. Salvador de Bahía fue fundada en 1548 y desde ese torreón sin duda se avistaban las naves enemigas para organizar la defensa de la ciudad. Ahora el fuerte era visitado por los turistas, invadido por los vendedores regionales y punto de reunión de todos los locos, lugar de exposición de los artesanos, museo, paseo y además… algunos patios y habitaciones habían sido invadidos y copados por familias muy pobres y numerosas que tendían sus ropas, cambiaban a sus hijos y preparaban sus comidas ante la visita de los turistas que recorrían el lugar.

La gente deambulaba por las largas veredas del paseo que bordeaba el mar y allí mis amigos desplegaron sus paños exponiendo sus mercaderías. El cielo era diáfano. La ciudad descendía hasta la costa en terraplenes escalonados por caminos zigzagueantes y el mar fabuloso se mecía suavemente entre las rocas. Se veía azul verdoso sin decidirse exactamente por el azul o por el verde. Las nubes tornaban del rosado al lila. Y en algún lugar del horizonte, en las islas, se decía que Mick Jagger y los hippies habían instalado sus campamentos.
Al avanzar la tarde el lugar se fue llenando de gente. Se veían pelos muy largos y túnicas multicolores, binchas en el pelo y profusos bordados, sandalias y jeans, anillos y collares, guitarras y flautas. El flower Power había copado la ciudad. Los locos decían que Caetano estaba en Bahía y faltaba poco para toda la locura del carnaval.
Yo estaba fascinado con la gente. Cada persona que conocía me parecía descubrir una nueva raza, cada rostro una nueva especie. Los grupos que se reunían a conversar semejaban extrañas congregaciones y me maravillaban la fuerza y la energía que colmaban a esos seres donde descubría cabezas majestuosas que giraban como montañas imponentes adornadas con gemas iridiscentes. Algunas miradas y el sonido de sus voces parecían animadas por la misma energía del rayo en las súbitas tormentas del verano, o emitían los sonidos susurrantes del viento entre el follaje. Los pelos parecían electrificados y quemados, descoloridos y pintarrajeados.
Es que las personas ejercían sobre mí una atracción irresistible. Como me sucedía con la arquitectura del lugar, los caracteres físicos también me resultaban sumamente originales. En mi país había rasgos componentes de dos o tres ramas de las corrientes de inmigrantes europeos que lo habían poblado; pero aquí, en este pueblo se hacían visible en forma evidente marcados caracteres orientales, y además el elemento afro de la gente negra y todas las combinaciones resultantes. Me atraían los ojos chinos de un muchacho que combinaban extrañamente con su piel de tierra aurífera de caboclo, o una menina negra de piel de cobre y labios carnosos. Por otro lado había también marcados caracteres europeos, especialmente germánicos en muchas fisionomías y también estaba el dulce sutaque  gutural francés en la cadencia del idioma brasilero. Era otro pueblo, otra raza muy diferente a la austral a la que yo pertenecía. Ellos eran más cálidos y expresivos. Parecían exteriorizar todo lo que sentían, eran más amables y graciosamente solemnes, y también muy sencillos y seductores.
Su lenguaje mismo  era muy melodioso y por momentos parecían niños.
Yo me sentía tan deslumbrado que me olvidaba de mi mismo. Esos seres me despertaban mucha ternura. Hubiese querido besar y acariciar a todo el mundo. Pero aunque yo me olvidase de mi mismo para percibirlos con mayor profundidad, ellos me percibían también a mi de una forma muy particular. Me trataban como si me conocieran desde siempre, como si ya hubiesen aprendido mi manera de ser y de pensar. Y aunque yo nunca he sido muy atractivo ni demasiado carismático, los personajes mas destacados de sus grupos buscaban comunicarse especialmente conmigo en algún momento. Yo no era muy conversador pero siempre había alguien dispuesto a mantener conmigo una amistosa conversación. Sin conocernos previamente me hacían interesantes declaraciones e insólitas confidencias. En pocos momentos se creaba una relación muy intima y la comunicación tenía  la característica de una expresión de arte. Yo notaba grandes diferencias: en mi país las personas daban la impresión de ser niños tratando de parecer adultos, aquí, por el contrario, la gente parecía demostrar a cada momento que aunque fuesen adultos en alguna forma siempre seguirían siendo niños.
Me obsesionaba la belleza humana (ese factor que imprime en los seres el sello del presente y que muy raras veces impresiona las placas fotográficas). Yo acariciaba los cuerpos con la mirada. Durante las conversaciones dibujaba repetidas veces los rostros. Sin desatender el tema de la conversación, una parte paralela de mi percepción recorría la línea de los labios, descubría el tono de la leve coloración de los párpados, perseguía el movimiento de las manos en cada secuencia, atrapaba el trazo veloz de un perfil o percibía el fulgor de una mirada.
Y esa tarde en Bahía yo presenciaba fascinado una super concentración de belleza, porque el lugar de por si era maravilloso, y lo mas importante, la gente (sin la cual los lugares no me significaban nada), la gente era formidable.
Mis tres magos que ya de por sí eran hermosísimos me presentaban a unos garotos que hacían música y que tenían aspecto de duendecitos encantadores: uno rubio y muy blanco de ojos celestes que saltaba cada vez que se reía, otro negro azulado de largos bucles que digitaba continuamente una viola invisible, otro de barba y pelos de fuego que pensaba que todo era muy absurdo. Yo deseaba que la conversación se prolongase para poder admirarlos por más tiempo, pero cuando se marcharon apareció un tipo grandón, con larga barba y pelos de troglodita con su mujer, una negra escultural con una túnica iridiscente y descalza. Ambos muy ingeniosos y divertidos. Teníamos que pasar por su estudio para ver sus pinturas. Yo hubiese querido retenerlos pero aseguraron que volveríamos a encontrarnos con más tiempo. Y de pronto aparecía ante mi vista un barbudo de aspecto legendario con los pelos calcinados por el sol y extasiados ojos ultramarinos que según me explicaron mis amigos era un poeta delicioso y también un músico encantador. Su conversación era disparatada, abundando en metáforas y expresiones exóticas. Nos veríamos mas tarde en el mercado ¿verdad?
De cierto que pasaría luego a buscarnos por la pensión. Entonces aparecieron unas garotas alucinantes: una parecía un muchachito, una especie de grumete salido de la tripulación de un barco pirata, la otra era etérea como un  hada. Iríamos a tomar cerveja mas tarde. Nos esperaban en la terraza del bar. Pasaban y algo de mi se iba tras ellas. Pero ya nos encontrábamos con un grupo que hacía teatro en la playa. ¿Iríamos a verlos? Estarían esa misma noche en el Jardin de Alá. Yo estaba estupefacto. Y no se trataba en todos los casos del sentido clásico y tradicional de belleza. Era muy otra cosa. Algo difícil de explicar. A veces yo comentaba a mis amigos:
-          Aquella garota de la playa tan linda…
Y ellos me miraban diciendo:
_ ¿Vocé acha? Ela no e tan linda nao. E muito pequenha e muito magra.
-          Si, claro. –decía yo.
-          - So que ela tein graça. – decían ellos.
Parecía entonces que la gente más que belleza tenía gracia.
Pero lo cierto es que a veces yo veía a la gente como a través de una lente distorsionante. Me llamaba la atención una boca que no podía dejar de mirar mientras hablaba y se reía y mientras más la observaba tenía la impresión de que había algo marcadamente exagerado. ¿Por qué atraería tanto mi atención? Avanzaba en el campo visual e insinuaba poder ocupar todo el espacio. Esa nariz ¿acaso no era demasiado aguileña? El arco de su tabique se curvaba cada vez más hasta crear otro plano espacial independiente del rostro. Unos dedos demasiado largos se desprendían de la mano y flotaban ante mis ojos, luego volvían a integrarse. ¿Una mandíbula podía estirarse hasta ser mas larga que toda la cabeza? Y este fenómeno estaba para mi estrechamente ligado al concepto de belleza. Tenía mas que ver con la expresión puesto que estaba relacionado siempre a la gente mas expresiva, a la gente que me comunicaba y me transmitía cosas, ideas, afectos, emociones, deseos. La belleza clásica estaba allí en principio,  pero de repente se producía un desdoblamiento, algo se desplegaba en algún detalle para hacerme ver que lo verdadero, lo esencialmente bello era algo mas que el simple equilibrio de las formas. La pura belleza formal podía ser un valor incompleto si no fuera por ese otro elemento.
 Me sucede muy frecuentemente  al contemplar viejas fotografías de familia o de amigos, de pronto pienso: esa boquita, qué anticuada… o que nariz demodé… o un torso desnudo, qué vetusto. Ya se que no se trata de superación de las técnicas fotograficas ni de las ropas inusuales, y menos aún del paradigma de belleza de la época ya superado. Se trata simplemente de que lo que completa la imagen de las formas bellas es solo la expresión del presente, difícil de captar con una Kodak, con cualquier Agfa o con todas las Polaroids. Y era precisamente eso lo que yo percibía, era eso lo que me fascinaba, lo que me hipnotizaba.
Esa noche tarde, juntamos algún dinero y fuimos a comer a los puestos del mercado. Arroz y porotos negros con tocino y chorizo y mucha Farina de mandioca; Feichoada. Los puestos eran atendidos por negras vestidas con hermosas ropas blancas llenas de puntillas y volados. Las mesas iluminadas con velas y siempre el profundo aroma del incienso en el aire. Todo el tiempo conocíamos mas personas y hacíamos nuevos amigos. Me volaba la mente solo los nombres de la gente. ¿No eran extraños y encantadores?: Gilson, Newton, Ran-Ran, Buda, Milton, Mira, Maninha, Plinio… No solo la traducción de los tradicionales nombres latinos o griegos o celtas o sajones, sino, además otros, algunos muy propios, otros traídos de la antigüedad, otros como sonidos onomatopéyicos, y otros tal vez inventados. Todos despertaban en mi profunda admiración. Y esa noche, mi primera noche en Bahía con mis nuevos amigos, bebiendo una cerveza deliciosa que sugestivamente tenía el nombre de una divinidad hindú, la Brahama chopp, y fumando unos cigarrillos que tenían que llamarse Alfa y no de otro modo, estaba lejos de saber que pronto conocería a alguien con un nombre realmente excepcional.

Sin duda la casa estaba encantada. Por momentos no había nadie y daba la sensación de una casa abandonada, y al instante se llenaba de gente a tal punto que parecía imposible que pudiese haber tantas personas en un lugar. La gente más loca de Bahía pintaba por esa bendita casa a diferentes horas del día. ¿Cómo harían para burlar el control de los habitantes de la planta baja? No podía entenderlo porque la Terezinha seguía diciendo que no permitía visitas en las habitaciones, porque ella no quería tener problemas con las autoridades, pero sin embargo algunas noches todo Bahía parecía estar reunida en la planta alta de la casona de la calle Raymondo. Grupos numerosos entraban y salían. Desde la ventana de arriba se hablaban a los gritos con los que estaban abajo en la calle. A veces se formaban banditas de músicos con hasta dos o tres guitarras, un par de flautas y algunos tamborines que arremetían inesperadamente  con un violento rocanrol o una samba bien caliente coreada y palmeada por una ronda de numerosos espectadores. Al rato todos salían a tomar cerveza en los lanchonettes de la avenida y la casa se sumía en un profundo silencio donde parecía imposible que  hubiese habido tanto bullicio un momento antes. Entonces volvía a imperar el sonido del televisor o las voces destempladas de los viejos y los gritos de las crianzas en la planta baja. Así sucedía siempre como por oleadas con un ritmo semejante al de la respiración. La casa se llenaba y se vaciaba periódicamente varias veces al día.
Mis amigos los magos salían temprano a vender sus artesanías y volvían muy tarde por la noche. A veces dormían en cualquier plaza sobre la grama o con sus meninas en la playa y yo pasaba varios días solo en el cuarto de la pensión. La mesa y la silla junto a la ventana era mi lugar exclusivo. Bien aprovisionado de papeles y marcadores de colores, con la ventana abierta al día o a la noche pasaba gran parte del tiempo dibujando. Por la tarde iba hasta la playa a pasear por la costa y a encontrarme con la gente y volvía a la noche atravesando toda la ciudad. Y mientras dibujaba sobre la mesa en la habitación percibía ese ritmo alucinante de la casa. A través de los cuartos sin techo me llegaban las voces, las conversas, las risas y el movimiento de los otros habitantes.

Descubrí que la casa estaba encantada como por casualidad la noche que me tomé un jarope Romilar. Era noche ya tarde, dibujaba en mi habitación. Los muchachos habían llegado de la playa muy cansados y se habían dormido en sus lugares habituales. Dormían desnudos por el calor sofocante de las noches del verano Bahiano. Yo había encendido una vela sobre la mesa y dibujaba.
Esa vez estaba dibujando precisamente a mis amigos durmiendo. Ya otras veces habían posado para mis dibujos, y esa noche el modelo de turno se había quedado dormido pero igual yo seguía dibujando. Entusiasmado había integrado al dibujo a mis otros compañeros, el desorden de la habitación y hasta a mi mismo dibujando en la mesa de trabajo junto a la ventana abierta. Me pareció que ese dibujo era muy bueno. La habitación tenía límites difusos y las paredes eran transparentes. La luz de la vela ponía reflejos dorados en los cuerpos y por la ventana abierta entraba la noche invadiendo el cuarto con el resplandor de las estrellas. Un arco iris comunicaba los cuerpos con sus colores. Todo se transparentaba,  se atravesaba y se superponía. Las paredes parecían sembradas de estrellas mientras los cuerpos flotaban en sábanas como nubes… y la luz de las velas y los resplandecientes colores del arco iris… Paulo en el suelo dormía hecho un ovillo. Jimmy, en la cama, boca abajo parecía un nadador. Y Milton… bueno, Milton había tenido una erección mientras dormía boca arriba justo en el momento en que yo lo dibujaba. Y yo, no queriendo falsear la realidad lo había reproducido muy fielmente con erección y todo. Parecían ángeles flotando entre las estrellas, uno de ellos, curiosamente, con el sexo erecto…
En una de las habitaciones alguien dejaba oír el rasgueo de una viola a la vez que una voz entonaba un tema folk muy suave que en alguna de sus estrofas repetía:

“Mais elis matan os pássaros…¡Ah!… ¿por qué matar?...”

Comprendí que en algún lugar se había creado un clima propicio. Y me gustaba mucho como me había salido aquel dibujo. Era realmente bueno. Y esa música… con ese fraseo… Era algo especial, como una especie de llamada. Entonces sentí un fuerte e irresistible impulso, un puro deseo de ir hasta donde estaban haciendo aquella música… Desnudo como estaba, con solo la bincha violeta rodeando mis alborotados pelos, salté de la mesa y sosteniendo el dibujo por la punta de la hoja abrí la puerta y salí al corredor. Llevaba mi dibujo, tal vez no tanto con la intención de mostrárselo a alguien, sino porque quería  hacer coincidir el dibujo con aquella música en un mismo plano. Tanta era la afinidad que me parecía descubrir entre ambas cosas. Todo lo demás, la casa estaba completamente silenciosa. Las luces de los compartimientos siempre encendidas arrojaban una tenue penumbra en el corredor. Y solo se oía ese suave rasguido y aquel fraseo repetido. Dejé la puerta abierta tras de mi y avancé unos pasos por el corredor sosteniendo el dibujo con la punta de los dedos.
Para llegar hasta la música tenía que atravesar todo el pasillo porque el sonido venía de la habitación del fondo. Di dos o tres pasos hacia allá y me detuve a contemplar la situación. ¿Qué pasaría si alguien llegaba a encontrarme desnudo en medio del pasillo con una hoja de papel en la mano?... Seguí desplazándome muy lentamente. ¿Y si alguien abría alguna de las puertas de las habitaciones y me sorprendía en esa situación? No tenía tiempo de contestarme esas preguntas porque en ese momento fue cuando descubrí que la casa estaba encantada y que lo que estaba sucediendo era parte de un extraño sortilegio. Lo supe porque debido a la extrema lentitud de mis movimientos pude ver que las paredes a ambos lados del corredor y hasta el techo y el piso de la casa estaban iluminados por un extraño resplandor. Me detuve de golpe y todo se apagó. Volvía a moverme lentamente y todo volvió a iluminarse. Pero al intentar cambiar la velocidad de la marcha y avanzar un par de pasos a una ritmo normal las paredes se apagaron con una opacidad concentrada. Traté de retroceder y la materia pareció condensarse para impedírmelo. Pero si volvía a retomar mi impulso inicial, siempre que me moviese muy lentamente y como flotando casi en puntas de pié, toda la casa volvía a encenderse iluminada por tenues resplandores provenientes del interior mismo de la materia. Hasta la música parecía decirme que siguiera avanzando y fue así como tuve la certeza de que la casona amarilla de la calle Raymondo era un territorio mágico.
Seguí avanzando siempre muy lentamente viendo como las paredes relampagueaban subiendo y bajando la intensidad de sus resplandores y a cada paso las luces arrojaban diferentes tonalidades de colores, a cada centímetro que avanzaba pasaban del celeste al blanco, al amarillo. Mas adelante se hacían de un verde muy suave y después
de un lila tenue, enseguida un puro fulgor rosáceo como de amanecer y por fin fue un dorado reflejo
de crepúsculo. Un poco más allá fue la luz verde abismal de profundidades oceánicas. Yo pasaba a través de un espacio muy denso, casi líquido, como arrastrado por corrientes subterráneas. La música era siempre un polo de atracción muy concreto y yo ya estaba en su órbita. Sabía muy bien que nadie me interrumpiría. Ya estaba llegando al fondo. ¿Cuánto tiempo me había llevado atravesar ese corto trecho? No podía decirlo porque había entrado en un tiempo paralelo al tiempo habitual de los relojes, el mismo y diferente. Pasé a través de un espacio sólido casi pétreo, luego hubo un trayecto totalmente ígneo y avancé en medio de los resplandores del fuego y ya frente a la puerta del fondo el espacio se tornó aéreo, azul, etéreo. Entonces alguien adivinó mi presencia, la música se detuvo, se oyeron unos pasos breves y la puerta se abrió.

Había abierto la puerta y se había quedado mirándome entre asombrado y divertido. Yo estiré hacia él la hoja con el dibujo. Desde su punto de vista la hoja de papel cubriría justo la desnudes de mi sexo. El pareció comprender y me hizo señas para que me apresurase a entrar. Asombrado vi que la habitación estaba llena de gente, cosa que yo no había previsto. Aparte de la guitarra y la suave voz del fraseo yo no había percibido ni voces ni murmullos. La habitación era grande y había personas sentadas en el suelo mientras otras parecían dormir sobre esteras. La luz era difusa y muchas partes del cuarto quedaban en penumbras. Un rayo de luz muy tenue caía sobre la cama iluminando a un muchacho con una guitarra. El que había abierto la puerta tomó el dibujo, me tomó de la mano y me condujo hasta un lugar oscuro en el rincón mas apartado de la habitación, cerca de la ventana donde nos sentamos sobre una estera. Se acercó a mí y me dijo al oído:
-          Nois istamos facendo “operaçón silencio”. No tein ninguein aquí. So o violón… ¿ta?
Se apartó para mirarme y le hice notar con una seña que había entendido. Él hizo dos señas para darme a entender que abajo dormían. Asentí conforme y mientras él observaba mi dibujo eché una mirada a las otras personas. Los que no dormían estaban sentados contra la pared prestando atención a la suave  música. Algunos se comunicaban entre si con ligeros y precisos movimientos de manos o pegando la boca al oído de su compañero cuando necesitaban decirse algo. Pero en general solo se oía un débil murmullo. Algunos cuerpos estaban entrelazados y recostados. Había chicas y muchachos que yo ya había visto  paseando por la barra. Toda gente muy linda. Entonces observé a mi anfitrión. Vestía simplemente un  jean azul y una camisola también azul de cuello Mao bordado. Su pelo lacio muy fino, largo hasta los hombros y partido a un lado le cubría parte del rostro. Miraba el dibujo y me miraba sonriente. Sus ojos verdes-castaños eran muy vivaces, grandes y levemente achinados.
Boca grande y carnosa de caboclo. Pómulos y mejillas anchos y fuerte mentón. Me hizo una seña con su pulgar queriéndome decir que aprobaba mi dibujo. Acerqué mi boca a su oído y suavemente le pregunté:
-          ¿Quein é voce?
Él puso su boca en mi oido y dijo:
-Eu sou Esmeraldo… ¿e vocé?...
Me costó creer que alguién pudiese llamarse así. Él dijo “Ismeraldo con una “e” inicial con algo de “i”          y arrastrando suavemente una “erre” gutural. Acerqué entonces mi boca y le dije mi nombre. Expresamente puse algo de “u” en la pronunciación de la “o” inicial, porque sabía que entonces mi nombre sonaría para él con un doble significado: Omar, o mar, u mar, el mar.
Asintió con una amplia sonrisa de crianza mientras con una mano dibujaba en el aire una onda como las olas del mar, mientras yo uniendo los nombres pensaba “o mar… esmeraldo”…
Nos miramos con más atención. Nos miramos fijamente a los ojos. Su expresión era radiante, serena, placentera. Sus labios se estiraban en una suave sonrisa. Sus ojos me recorrían y volvían a fijarse en mis ojos. Yo veía su áurea. Estaba envuelto en una luminosidad dorada. Y así estuvimos largo tiempo en estado de pura contemplación y reconocimiento. Después se incorporó lentamente y me tendió la mano. Me paré y él me condujo hasta la ventana abierta. Nos apoyamos en el marco y nos asomamos a la noche. Era una magnífica noche estrellada y creo que nunca he vuelto a ver tras una ventana tal profusión de estrellas. Creí que desde esa ventana se veía el cielo de todos los hemisferios terrestres. El espacio vibraba, las estrellas centellaban y la casa y nosotros nos estremecíamos. Tuve la fuerte sensación de estar en una nave espacial que se desplazaba a velocidades siderales a través del universo. Sentí vértigo. El espacio parecía poder succionarme. La fuerza cósmica me arrancaría de la ventana y yo caería hacia arriba atraído por la gravitación de esas lejanas galaxias. Volvimos a mirarnos entonces me tranquilicé al ver que las estrellas estaban también ahí en su mirada, y pensé que si lo inmensamente grande se hallaba contenido en el tamaño diminuto de sus pupilas entonces todo estaba controlado y no había nada que temer. Me sentí ingrávido. Sin duda que podría salir por la ventana, bailar sobre los tejados y volver junto a Esmeraldo. Con las manos aferradas al marco de la ventana eché la cabeza hacia atrás buscando el cénit de la noche. Él se sentó en la ventana y volvimos a hacer coincidir otra vez nuestras miradas. En esa posición yo tenía frente a mi su rostro mirándome y detrás suyo todo ese lucerío alborotado del cielo. Su cabeza flotaba en la noche y como en mis dibujos todo se  transparentaba y se superponía. Sus ojos, su pelo y su boca eran otras tantas constelaciones Yo veía todo con un ligero efecto ojo de pez donde Esmeraldo y la noche constelada me envolvían como una atmósfera.
Un grupo de personas se levantaron y salieron silenciosamente. Nos saludaron desde la calle agitando las manos. Esmeraldo desmontó de la ventana y volvió a conducirme de la mano hasta una colchoneta con almohadones. Las luces se apagaron, y la guitarra se silenció. Estábamos en el centro del cuarto  iluminados solo por la luz de las estrellas. Él se sentó en la posición del loto y yo me senté así también exactamente frente a él. Y ahí comenzó todo.
Estábamos así frente a frente y muy cerca. A un lado la ventana abierta arrojaba sobre nosotros toda esa fosforescencia estelar, y hacia el otro lado nos rodeaba la penumbra del cuarto. Así permanecimos un tiempo, siempre las miradas y la sonrisa flotando entre nosotros. Y cuando todo alrededor se aquietó por completo, Esmeraldo hizo con la cabeza una breve señal indicando que podíamos comenzar.

Nuestros ojos se fijaron bien cada uno en los del otro y entonces, al poco tiempo algo empezó a pasar. En la periferia del campo visual algo estaba sucediendo, algo se movía y giraba como volutas de humo. Alrededor de la visión todo se desenfocaba y se esfumaba. Para percibirlo había que realizar un doble trabajo: concentrar la visión en el centro focal, en los ojos del otro, pero al mismo tiempo prestar atención a lo que sucedía alrededor. Entonces todo comenzó a girar. La visión era un inmenso remolino que iba de la periferia al centro y del centro a la periferia. Y en el centro de ese mandala, la mirada siempre, flotando en el espacio. El tiempo y los movimientos se aceleraron y dejé de ver los rasgos fisionómicos de Esmeraldo. Todo se unió y se desintegró en polvo y hubo una avalancha de tinieblas saltando hacia delante y cuando todo se borraba los ojos irradiaron un rápido destello material casi tangible, y así la luz empujó desplazando a las sombras. Las líneas del rostro volvieron a hacerse visibles lentamente. Esa luz parecía un fuerte chorro de agua cayendo sobre un vidrio embarrado. Esa luz flotaba y limpiaba y se extendía y pulía todo a su paso. Proveniente de la mirada ganaba espacio y volvía a hacer nítidas las formas que se habían hundido en el caos tenebroso. El entorno se restituyó. El rostro, las facciones, la ventana, la habitación, la noche estrellada… Pero cuando sentí que podía tranquilizarme comprobé algo que me hizo saltar en mi mismo: Esmeraldo era otro. Creo que es la única forma posible de decirlo. Si, Esmeraldo, él mismo era otro. Algo había cambiado puesto que ya no era el mismo. Y en realidad había cambiado todo, porque ya no era la misma persona de antes… Y al mismo tiempo no había cambiado nada. Es decir, seguía siendo Esmeraldo con su mismo pelo lacio fino cayendo hacia los lados y su hermosa boca emitiendo esa agradable sonrisa, su cara ancha bien enmarcada, sus ojos ligeramente oblicuos… y sin embargo cuanto mas lo observaba era mas notable que un cambio profundo se había producido. Porque desde el momento en que abrió la puerta cuando lo vi por primera vez yo había percibido si, un ser bello, luminoso, sofisticado, socializado; y ahora en cambio estaba ante un Esmeraldo a quien no vacilaría en calificar de prehistórico. Su pelo tenía texturas vegetales, su piel era de arena aurífera del lecho de los ríos, sus ojos parecían gemas sin pulir igualmente preciosas. La boca había sido tallada en la piedra y horadada por los vientos, y lo que era mas notable aún, todo su cráneo parecía emerger recientemente con su maravillosa forma humana evolucionada de algún eslabón precedente., de algún oscuro primate… Si, acababa de dar el primer paso humano en el camino de la evolución. Y sin embargo era el mismo Esmeraldo. Su sonrisa se hizo más nítida y se extendió a todo el rostro. Sin duda sus ojos sonreían y el mandala de la visión volvió a accionar sus fuerzas centrífugas y centrípetas.  Aquél vértigo de formas en expansión y contracción, aquel movimiento de la luz y la sombra volvió a comenzar. La serpiente volvió a devorar el sol y cuando quedó solo la mirada suspendida en el vacío entonces renació la luz, volvieron a emerger las formas y una vez mas Esmeraldo se había transformado. Sin dejar de ser el mismo estaba muy lejos de ser el que había sido momentos antes. La materia se había concentrado y tenía la contextura de los metales sólidos. Ahí estaba su boca de cobre, su piel de bronce, su frente de plata, sus ojos de cuarzo y todo su cuerpo compuesto de sólidas aleaciones de oro. Y este Esmeraldo no había sido formado por la acción de los elementos naturales como su precedente, este nuevo Esmeraldo había sido forjado en vivo por sí mismo. En un minucioso proceso de auto-realización se había esculpido miembro a miembro, rasgo a rasgo él mismo a sí mismo. El tiempo se aceleraba. Otra vez volvió a girar la rueda del mandala. Otra vez volví a estar suspendido en medio del abismo unido al universo solo por la persistencia de la mirada. Y cuando la luz líquida volvió a establecer el dominio de lo visible, Esmeraldo había vuelto a mutar. Había dejado de ser su propio artífice; ya no era el laborioso producto de sus manos. Algo se había producido en él en algún momento que como un viento huracanado lo había arrojado violentamente al mundo abstracto de las ideas. A través de su frente, como una larga cinta móvil yo podía percibir lo complejo de su pensamiento en forma de signos, relaciones, figuras, ecuaciones. Un concepto simple se desdoblaba y se multiplicaba infinidad de veces. El espacio se exploraba en todas las dimensiones posibles. Cada pensamiento que brotaba en su mente debía ser rigurosamente analizado como un extenso teorema. Su visión percibía el mundo circundante como estructuras bien definidas y conocibles.
La visión era como una llave que abriese a su paso complejas cajas chinas que remitían cada percepción a un mundo de modelos arquetípicos impersonales compuestos de cuerpos simples como poliedros. Los sentidos del tacto, del oído, del olfato, del gusto respondían a esquemas físicos, químicos y magnéticos. En su contextura física era evidente la estructura atómica. Vivía en el alucinante mundo fenoménico donde todo se observaba, se experimentaba, se reproducía, se enunciaba. Los sentimientos y las emociones podían traducirse a puras fórmulas. Y cuando percibí que ese mundo estaba saturado de todos los significados posibles, la esfera mandálica volvió a poner en acción aquel extraño juego de lo invisible tragando a lo visible para finalmente volver a hacer surgir lo visible del seno mismo de lo invisible. Los cambios se sucedían cada vez a mayor velocidad. Cada transformación parecía dividir el tiempo presente a la mitad del pasado, y no obstante, cada nuevo ser parecía tener mayor extensión en el tiempo. Y así fue que me encontré de pronto ante el producto de un nuevo cambio. Esta vez la comprensión de la imagen me llegó a través de una súbita intuición. Antes de haber visto yo ya sabía. Las transformaciones anteriores conservaban entre si una relación de continuidad pero ahora se había producido un salto desmesurado de octava, mi amigo Esmeraldo, si es que todavía era posible llamarlo por su nombre sustantivo o había que pensar en un nombre adjetivo, un nombre verbal, él estaba siendo nada menos que el Buda viviente, el Iluminado Señor Maytreya Buda, ¡Om Mani Padme Hum!, la Joya en el Loto, Señor de las Esmeraldas. Entonces me abandoné a un estado beatífico de pura contemplación. Como… ¿acaso no lo había notado desde el primer momento? Era evidente que todo conducía aceleradamente a la realización de este descubrimiento, a esa implícita revelación. Algo que había estado ahí todo el tiempo y por lo que sin embargo había tenido que recorrer un largo y sinuoso camino para hacerlo visible. Ahí estaba la semilla profundamente afianzada en el barro y después el tallo había atravesado trabajosamente el agua buscando  la luz de la superficie, y una vez alli, cuando hubo emergido desarrolló sus hojas y así por fin abrió sus pétalos y estaba ahí…La Joya en el Loto. Noté que sus manos habían formado exquisitos mudras y un aura dorada como una esfera de partículas infinitesimales envolvía su cabeza. Sus ojos me veían, sin duda pero sus párpados estaban entornados y su mirada se fijaba en algún punto de su nariz lo que me hizo suponer que me veía doble. Comprendí instantáneamente que las líneas de refracción se su mirada me proyectaba a… su propia interioridad en un fenómeno extraordinario de intrayección donde él y yo… Pero no pude seguir pensando porque su mano derecha se elevó en un mudra de dedo medio unido al pulgar con el índice extendido hacia su boca lo que me pareció señalar al mismo tiempo que indicar el silenciamiento de toda especulación para volver a establecer el disfrute de la contemplación como la realidad suprema. A partir de entonces pudieron haberse sucedido las edades geológicas, porque cuando volví a tener una leve conciencia del tiempo cronológico noté que estaba amaneciendo y que una claridad celeste-rosácea muy tenue llegaba desde la ventana abierta.
Sentí que la experiencia llegaba a su fin. Pero la luz diurna que avanzaba volvió a accionar la llave del mandala. Entonces, ahora tanto las fuerzas luminosas como las tenebrosas del amanecer adquirieron una existencia material mas intensa. Esos densos plasmas lumínicos que pujaban contra  pesadas concentraciones de oscuridad estaban exactamente más allá de la física. En la Metafísica.
Supe que la mayor parte de lo que estaba sucediendo escapaba a mi comprensión. Hubo una serie de resplandores estroboscópicos con estallidos de luz mas intensos que la luz diurna y de repente, como si la naturaleza se hubiese visto compulsada a tomar un atajo ajeno a la lógica y como abreviando un complejísimo desarrollo con una disparatada resolución por el absurdo, el plano de las cosas cotidianas volvió a ocupar su lugar con la ventana, la habitación, los ruidos que comenzaban a despertar en la calle… y Esmeraldo, ahí mismo, frente a mi. Pero esto si que era verdaderamente divertido… la mañana entera se reía… El universo entero era una gran carcajada. Y me pareció que todos los seres posibles, todas las formas inteligentes del universo estaban unidos a la expresión  de esa fantástica risa. En un impulso irresistible alargué mi mano y toqué a Esmeraldo. Cuando noté que la visión era real, que tenía un cuerpo tangible, comencé a recorrer lentamente a Esmeraldo con las manos en un prolongado reconocimiento que tenía al mismo tiempo la calidad de la más tierna caricia. Mis dedos se demoraban con placer infinito palpando el metalizado lamé azul de su traje. Después recorrieron sus hombros, acariciaron su torso y remontaron hasta su cara
para acariciar los finos hilos dorados de sus pelos, los suaves pétalos de sus pómulos, el trazo alado de sus párpados como hojas de té, sus ojos achinados, la línea exquisita de su boca… Las gemas de sus ojos me miraron
y entonces se restableció el orden natural de todas las cosas, porque me hizo sentir que me veían a mi, me convocaban, me consolidaban y me con-formaban
Entonces rompiendo el silencio por primera vez desde que nos habíamos encontrado le pregunté:
-          Esmeraldo… ¿quein é vocé?
A lo que él muy naturalmente contestó con otra pregunta:
- ¿E vocé, Omar?...
Lo que nos hizo sonreir  con la luminosidad de  innumerables soles… Pero inmediatamente, Esmeraldo reflexionó y como con un súbito sobresalto dijo:

- Mais…¿cómo nois vamos facer agora? 



(continuará)






miércoles, 17 de agosto de 2016

sábado, 30 de julio de 2016

"GENERACIÓN DESCARTABLE II" Capítulo 11



"GENERACIÓN DESCARTABLE  II"
Capítulo  11






"ALTERNATIVAS DE UN VIAJE INTERRUMPIDO"


 Caímos en el departamento de Nino en Leblón con Nora que no
paraba de llorar mientras se probaba los hermosos vestidos del valijón frente
al espejo y le contaba a Nino por enésima vez los pormenores del fatídico viaje.
Nino era un tipo regordete con pelos rubios enrulados y aspecto de angelote.
Parecía un capo di mafia bondadoso exilado al sol de Río de Janeiro y estaba
siempre acompañado de un flaco lánguido y perverso. Ambos eran de Baires y
antiguos amigos de Nora. El flaco estaba eternamente enamorado de ella y la
perseguía como hipnotizado por todas partes sin lograr su aceptación. Nino
trataba de consolarnos: todo se arreglaría de la mejor manera. En poco tiempo
Clarita recobraría su libertad y podríamos continuar el maravilloso viaje
interrumpido. El flaco me miraba con sus ojos celestes llenos de odio por el
solo hecho de que había llegado acompañando a Nora.
Yo había perdido mi calma habitual. Iba y venía por el
departamento estrujándome las manos. Llené la bañera con agua caliente y me
sumergí. Enseguida llegó Gracielita. A pesar de la tristeza que la invadía no
perdía su sentido del humor. Se sentó al borde de la bañadera y sonriendo
iracunda me dijo:
- Omar, vos sos un pececito argentino…
Y después me contó todo lo demás. Había visto todo. Venía un
poco más atrás y había podido ver como los canas paraban a Clarita y al Peli,
los revisaban y se los llevaban. Ella tampoco se había atrevido a hacer nada.
Pero ahora si, había que hacer algo. Nora tenía la dirección de la madre de
Clarita. Iríamos a hablar con ella. Tal vez consiguiésemos ayudar de alguna
forma. Nora no podía ir, estaba abatida y no dejaba de llorar, así que salimos
para allá Gracielita y yo. Tomamos un taxi hasta llegar a una zona residencial
de altos edificios. Llamamos por el portero eléctrico y nos atendió la madre de
Clarita. Gracielita subió a hablar con ella mientras yo preferí quedarme
esperando en el hall. Media hora después apareció Gracielita totalmente
decepcionada. No había nada que hacer. La madre de Clarita estaba bien al tanto
de todo y Clarita ya había pasado automáticamente de la policía a la clínica
psiquiátrica donde sería sometida a un tratamiento de desintoxicación. Sin duda
que todo lo hacía con las mejores intenciones por el bien de Clarita… Y ni una
palabra mas. No había nada que hacer.
En silencio caminamos a la deriva por las calles del barrio
residencial. No sabíamos adonde ir. Nos mirábamos y sonreíamos tristemente y
así llegamos a la playa. Se había hecho de noche y nos tendimos en la arena
boca arriba uno junto al otro. El cielo estrellado brillaba como una fiesta a
destiempo de nuestros tristes sentimientos y recién entonces en la oscuridad de
la playa solitaria comenzamos a hablar quedamente. ¿Dónde estaría Clarita en
ese momento?... ¿por qué habían interrumpido nuestro viaje?... ¿por qué?...
¿por qué?... ¿ y por qué?  Justo cuando estábamos
por alcanzar algo fantástico. Recordábamos las canciones y las palabras de
Clarita.
Nuestra imaginación proyectaba su imagen sobre el fondo
estrellado del cielo nocturno.
Mientras hablábamos movíamos brazos y piernas en círculo por
el mero placer de sentir la arena cálida. En un momento me atreví a decir:
- ¿Sabés una cosa?... En el ómnibus… cuando se sacó el
sombrero y los anteojos… yo pude verla. Fue rarísimo…era Renée y Tango. Los dos
como fusionados.
- Si, -dijo Gracielita- yo también los vi.
Habíamos visto lo mismo. El mismo extraño misterio. En ese
momento nuestras manos se encontraron en la arena y se unieron, y así
permanecimos en silencio. Después nos incorporamos lentamente. Donde habían
estado tendidos nuestros cuerpos en la arena se habían formado dos círculos que
se unían en un punto como un  signo
infinito.
En el departamento de Nino estaban mirando televisión y por
otro lado no teníamos mucho que decir, simplemente que no había nada que hacer,
así que nos pusimos a mirar el noticiero. De pronto, ahí en la pantalla, en
medio de una información deportiva percibí una imagen insólita: entre las
vertiginosas imágenes del partido de futbol, imprevistamente la estatua de la
libertad a la entrada de Manhatan… ¡¡¡estallando!!!… volando en mil pedazos, en
una breve milésima de segundos, y después, otra vez el partido de futbol.
Pregunté a todos pero nadie había visto nada. Había sido una irrupción
subliminal solo para mí. No había dudas, por alguna razón había visto una
imagen subliminal: la estatua de la libertad desmoronándose.
 Entonces Nora propuso
que para cortar la pálida nos vistiésemos con nuestras mejores galas y
saliésemos a caminar por Leblon a tomar un helado.

A la mañana siguiente encontré a Nora y Gracielita en la
playa. Sobre una duna alejada de la orilla y tendidas en la arena
resplandeciente Gracielita leía para Nora en voz alta los textos tibetanos
recopilados por Alexandra David-Neal. Me acerqué y me senté a escuchar. Era una
preciosa historia de amor entre dos abejas. Gracielita pronunciaba divertida
los resonantes vocablos tibetanos. Cuidadosamente leía todas las llamadas donde
se traducían los términos tibetanos al chino y al sanscrito. Después de la
lectura Gracielita se quedó un rato en silencio mirando el mar y al final dijo
como para si misma:
- Pero… ¿adonde íbamos a ir con Clarita?... ¿Dónde sería ese
lugar adonde nos iba a llevar y donde nadie iba a saber de nosotros?
Parecía mas un cuestionamiento filosófico que una pregunta
concreta. Pero entonces oí la voz adormilada de Nora que decía simplemente:
- A su casa en Friburgo. La casa de fin de semana de su
familia en Friburgo, no muy lejos de aquí, en las montañas.
Y si Clarita iba a llevarnos… ¿por qué no íbamos? Teníamos
que ir. Era tristísimo que ella no estuviese con nosotros, pero igual nosotros
podíamos ir.

En el departamento de Nino habían llegado amigos de Buenos
Aires. Nada menos que Mario el colorado y Agustín el uruguayo, ahí en Leblon
después de un largo viaje a dedo en camión.
Mientras tanto hacíamos los preparativos para viajar a Frigurgo  y a la mañana siguiente ya éramos una extraña
caravana con bolsos, arroz integral y un toco de grass tomando el bus en la
rodoviaria rumbo a Friburgo.
Al cabo de dos horas de viaje nos apeamos en medio de un
paisaje montañoso en una colonia suizo alemana donde las nubes se enganchaban a
las copas de los árboles. Íbamos caminando sobre la hierba húmeda de rocío,
encendiendo unos porros y preguntándonos cómo haríamos para entrar a la casa de
Clarita sin Clarita.
La casa era una maravillosa cabaña en medio de un parque
excepcional. Había un cuidador y tuvimos que improvisar. Le dijimos que éramos
amigos de Clarita, que veníamos de Río y que ella llegaría enseguida.
Extrañamente el buen hombre nos abrió  la
casa y nos ayudó a ubicarnos.
La cabaña era bellísima. Varias habitaciones rodeaban la
sala en medio de la cual brotaba un hogar circular bajo una campana de cobre pulido.
Las habitaciones eran un primor y alrededor de la casa se extendía un frondoso
parque con grandes árboles entre colinas por donde corría un arroyito.
Allí pasamos unos días tomando sol desnudos, haciendo música
y paseando. Yo leía “El Hombre Invisible” de Wells. Me ponía mi túnica blanca
de monaguillo y me iba a meditar junto al hilo de agua. Por extraña casualidad
Agustín llevaba en su mochila una capa eclesiástica  de seda negra con abundantes bordados dorados
que usaba para pasearse desnudo por el jardín.
Con Gracielita aprovechamos las largas horas de ocio para
escribir un cuento en conjunto. Se llamó “Los Ojos de Janis Joplin” y era una
historia de ciencia ficción:  
Dos extraterrestres de una lejana galaxia llegaban a la
tierra para apoderarse de los ojos de Janis Joplin porque en su planeta han
desarrollado una extraña tecnología: todas las imágenes acumuladas a lo largo
de una vida en el banco de imágenes de los ojos podían ser procesadas en forma
de film y pasadas como una serie en las pantallas de su televisora local. Llegan
a la tierra, exhuman el cadáver de la diva, extraen los preciosos ojos y en su
lugar ponen dos canicas japonesas para no despertar las sospechas de los
terricolas.

Por la noche hacíamos música y encendíamos fuego en el hogar
de la sala, pero nada que hiciésemos nos ayudaba a superar la tristeza por la
ausencia de Clarita, hasta que deprimidos y desorientados volvimos a Río de
Janeiro.

En el departamento de Nino nos encontramos con algo
realmente sorprendente: acababan de llegar Farolito y la Washington. Resultaba
insólito pero estaban en pareja. Cylbia se paseaba por el patio con una
camisola blanca cantando para disipar las tristezas:

¿Por qué llorar?
Llorar…
Llorar…
Si todos podemos cantar
Cantar…
Cantar…

Habían salido de Baires con un poco de pervetas y se habían
estado picando por el camino. Cuando llegaron a Río les quedaba una caja de
cinco ampollitas que las vendieron a un brasuca para poder pagar el hotel. Les
contamos de Clarita. Cylbia tenía alguna experiencia en persecuciones
familiares e internaciones psiquiátricas y nos consolaba. No podíamos hacer
nada, solo esperar.

Yo conversaba mucho con Gracielita. Alguien le había hablado
de una comunidad hippy en las montañas no muy lejos de Friburgo. Ella tenía las
indicaciones para llegar y un día nos largamos al camino.
La compañía de Gracielita era sumamente agradable porque
parecía tener una gran estima por si misma y por las personas. Junto a ella yo
me sentía un animal lujoso. Mientras viajábamos me contaba que una vez en
Baires se había ganado un toco de guita a la lotería y cuando cobró el premio
se subió a un taxi y le dijo al conductor que quería conocer todo el norte
argentino y que tenía plata suficiente para pagar todos los gastos. Y se fue
con el tachero en un largo viaje hasta Jujuy. Era una viajera apasionada e
infatigable.
Tomamos un ómnibus y llegamos a un pueblito perdido entre
los cerros. Allí pedimos hospitalidad y dormimos en un galpón hasta que a la
mañana siguiente un autito destartalado nos acercó hasta la comuna.
Nos recibieron muy mal porque acababa de podrirse todo y
solo quedaban dos sobrevivientes del grupo. Habían surgido serios problemas de
convivencia y todos se habían desbandado. Solo ellos resistían pero no querían
a nadie por ahí. Era mejor que nos fuésemos inmediatamente, pero cuando
decidimos volvernos se apiadaron de nosotros. Estaba anocheciendo y no podíamos
salir así al camino. Pasaríamos la noche allí y nos largaríamos temprano por la
mañana. Comenzábamos a simpatizar y los chicos no eran tan desagradables como
pretendían aparentar. En realidad eran bastante hermosos y se sentían
desdichados. Nos mostraron las casas donde hasta entonces habían estado
viviendo los locos: paredes profusamente pintadas con flores y grafittis,
afiches y poemas… Pero sin la gente era realmente triste. Parecía un mundo
abandonado. Era como asistir al fracaso de las comunas. Nos prepararon algo de
comer y después conversamos hasta tarde. A la mañana siguiente ya no querían
que nos fuésemos, pero… ¿qué podíamos hacer?... Daban ganas de quedarse… esos
chicos eran hermosos, uno parecía Mick Jager y el otro idéntico a Robert Plant.
Regresamos al camino y esa misma noche estábamos de vuelta en Río.

Una tarde fui a visitar a los sufis en su taller del morro
Santa Teresa y ahí estaba Luis Alberto el Peli. Finalmente lo habían dejado en
libertad. Y entonces me contó su terrible experiencia desde que lo detuvieron
junto con Clarita al bajar del ómnibus. Los habían separado al llegar a la
policía y ya no había vuelto a saber nada de ella. Estuvo incomunicado, y
después lo habían puesto en un calabozo junto con un japonés que no hablaba
nada de español ni portugués pero que meditaba y hacía yoga todo el tiempo. Así
que más allá de las palabras se habían comunicado atraves de la meditación y
los ejercicios. Ahora estaba trabajando con los sufis y todo estaba bien, pero…
¿qué sería de la pobre Clarita?
Por otro lado Gato acababa de llegar de Baires y andaba
bagabundeando por la ciudad. Había quedado en pasar por el taller. Me andaba
buscando y quería verme y esa misma tarde nos encontramos.
Estaba muy bonita, con trenzas, pantalones de corderoy
marrón, camiseta de batik y una bolsa marroquí con bordados y espejitos que le
habían regalado los sufis. Por otro lado estaba bastante loca, no ligaba en las
conversaciones y estaba como ida cuando acababa de llegar. Inmediatamente nos
quedamos en la calle porque en ningún lado aceptaban a los clochards y no nos
podíamos quedar. Pero la calle, para nosotros era el mejor lugar. Vagabundeamos
días enteros, íbamos a las playas solitarias de Flamenco y por las noches
dormíamos en un edificio en construcción. Despertábamos asomados al vacío en
los balcones sin barandas  y volvíamos a
recorrer sin descanso la ciudad y las playas mendigando nuestra comida. Ella no
hablaba.  Silenciosa y telepática andaba
junto a mí con su sonrisa de gato de Chesire, afirmando con su sola
presencia  la existencia de la magia ya
que no podía ser sino magia el misterio de los viajes no planificados y el
milagro de encontrarse.
Un día nos enteramos que los hippies se estaban concentrando
en una playa de Buzios y nos fuimos para allá. Cruzamos a Niteroi, tomamos un
bus y después hicimos un dedo y así llegamos a la playita en forma de herradura
donde estaba el hipperío.
Habían armado una gran carpa circular hecha con un
paracaídas ahí en la playa junto al mar y todo el mundo estaba hermosísimo, muy
bronceados y con los pelos mas largos jamás vistos. Pasábamos el día en la
playa haciendo música y nudismo. Esa playita era famosa porque ahí había estado
un verano Brigitte Bardot y el lugar era realmente encantador.
Una mañana llegaron amigos de Buenos Aires: Mario, Hernán y
Pedro y traían un frasco lleno de trips. Todos tomamos y bajo el sol y junto el
mar el viaje fue ideal. ¡Cuántos colores ocultos había en el agua y en la
arena! Todo el mundo hacía nudismo. En medio del trip, naturalmente me saqué la
ropa y entré al mar desnudo. Estuve largo tiempo jugando entre las olas, pero
al salir del agua sentí vergüenza. Busqué mi ropa pero no la encontraba, en
cambio veía una mancha rojiza latiendo sobre la arena caliente. Al acercarme
noté que era una colcha antigua que parecía abandonada. En efecto era un
cubrecama de dos plazas y lo tomé para cubrirme. Enseguida noté que la tela era
muy suntuosa con flores azules y doradas, y ante mi visión alucinada aparecía
como un tejido mágico maravilloso. Emocionado vi la marca en uno de sus bordes,
con letras dorada estaba escrito AIJATITAMA-ROMA. Me cubrí con esa tela
preciosa que nadie reclamó porque se había materializado exclusivamente para
mi, después tomé una guitarra y fui a sentarme sobre una alta roca que se
adentraba en el mar. Sin saber música toqué la guitarra, pero no iba a presumir
de violero. Sentado en posición de loto y con la guitarra acostada sobre mis
piernas comencé a sacarle sonidos como si fuese una cítara y ante esos sonidos
experimentales mis amigos se reunieron junto a mí. Después de un rato pasé la
viola y al atardecer cantamos:

“Soy del sol y no quiero saber
Adonde van los que no quieren luz.”


Por la noche nos fuimos a tomar cachaça al pueblo. Yo iba
cubierto con mi manto AIJATITAMA-ROMA y Gato con mi túnica blanca de
monaguillo.
Días después, Pedro, Hernan y Mario se fueron para Río y yo
me quedé con Gato y los hippies en el paracaídas.
Empezaron a circular pastillas de artane y estuvimos
tomando. El fuego del fogón se tornó líquido y los colores estridentes, el
paracaídas se llenó de insectos y como siempre al final vino la policía y nos
llevó a todos en un camión. Nos tuvieron un par de días asinados en un calabozo
y cuando nos largaron nos dispersamos.

En Río perdí de vista a Gato y por mas que la busqué no pude
volver a encontrarla. Entonces me fui a lo de Farolito que estaba viviendo en
un departamento frente al taller de los sufis. Pero no me podía quedar en
ningún lado. De todas partes había que irse porque el artane desintegraba la
materia y las paredes se resquebrajaban y las cucharitas se doblaban solas… y
siempre había que irse.
 Farolito me llevó a
lo de Newton y durante horas estuvimos viendo sus diseños para el carnaval.
Después pintaron unos trips. Disolví uno en un poco de agua y me lo piqué.
Enseguida encontré un cartón y me puse a dibujar: un arquero zen con su arco
arrojaba su flecha y se atravesaba a si mismo, la flecha se incrustaba en medio
de su frente. Durante todo ese tiempo Farolito se había copado con mi manto
AIJATITAMA-ROMA. Lo había extendido sobre el piso y con hilo y aguja cosía y
cosía. Al amanecer me probé el resultado de su labor. Ahora la colcha era una
hermosísima túnica larga hasta el suelo y quedaba muy bien con la túnica blanca
de monaguillo debajo. El atuendo completado con una vincha violeta era
perfecto.
Newton me regaló un precioso volumen de “El Libro Tibetano
de los Muertos” con una cariñosa dedicatoria y Farolito me acompañó hasta la
avenida. Allí me despidió con una enigmática sonrisa deseándome buena suerte. Y
me quedé ahí, vestido como uno de los tres reyes magos. Hice un dedo e
inmediatamente alguien me llevó hasta la ruta de salida Río – Bahía. No tenía
ningún plan. No sabía bien adonde iba. Me senté sobre una piedra y terminé de
coser el dobladillo de la túnica. Después volví a hacer dedo y me paró un
camión. Cientos de kilómetros más adelante me recogió un auto. El conductor y
su acompañante conversaban animadamente
a lo largo de todo el trayecto y yo iba cómodamente instalado en el
asiento de atrás entre jaulas llenas de pájaros tropicales y macetas con
plantas exóticas.
Me dejaron en un pueblito cerca de Bahía. Habían compartido
conmigo sus comidas y encima me habían dado algo de plata para parar esa noche
en un hotel. Y a la mañana siguiente tomé un ómnibus hacia San Salvador de
Bahía.


(continuará)


sábado, 26 de marzo de 2016

omaragon omarteum: “GENERACIÓN DESCARTABLE II” - Capítulo 10

 “Generación Descartable II “



Capítulo 10

“EL ROCK DE CLARITA
MESCALINA”

Contar una vez más la historia de Clarita que ya he contado tantas veces…
Contar otra vez la fantástica y terrible leyenda de Clarita Mescalina que ya he contado millares de veces. Una
vez más, mil y una vez. La misma historia que llevo contado y recontado infinidad de veces
Y a veces se me hace increíble a mi mismo que haya sucedido realmente una historia tal y exactamente
como la recuerdo, y me pregunto si no la estaré inventando cada vez que la cuento.
Así es que salimos de Río de Janeiro aquel pintoresco grupo de argentinos: Gracielita, Nora, Marcela, el
Peli y yo. Y nos dividimos en pequeños grupos a la salida en la autopista Río - Sao Paulo.

Habíamos llegado hasta allí todos juntos en la parte de atrás de una camioneta. Nuestros pelos se alborotaban al sol y veníamos cantando y tocando en las dos violas que llevábamos. Y a partir de allí yo me puse a hacer dedo con Graciela que estaba ese día especialmente hermosa, porque la loca se había puesto una túnica blanca de maya tejida y exhibía desafiante sus hermosas tetas en transparencia. Con su pelo lacio cortado a lo paje parecía una de las jóvenes griegas de Afrodita. Pero también tenía algo de muchachote rocanrolero “da pesada”. Así que entramos a hacer carona en medio de
la autopista. En el bar de enfrente unos muchachos nos convidaron a tomar cerveja fresca. Nos sentamos ahí en su mesa y estuvimos bebiendo y conversando. Y al rato volvimos a salir a la ruta con más ánimo y paramos un camionazo de
aquellos que nos llevó hasta Sao Paulo. Elegimos ir en la parte de atrás, en el trailer para disfrutar el aire y el sol.
Así fue como caímos al atardecer en la feria de los hippies artesanos de Praça da República, en el centro mismo de la inmensa ciudad. Ya había refrescado y el clima era bien distinto del de Río. Al anochecer había que andar de abrigo. ¡Y cuánta gente loca había en Sao Paulo! Ahí si que el hipperío acababa de florecer y estallar. Se veían
“dulces montones”  de gente linda por todas partes. Largos pelos en libertad, hermosos sombreros y maravillosas
túnicas. En todo era notable una marcada línea orientalista. Hasta en la mirada y la sonrisa de la gente. Allí en esa ciudad, todos los jóvenes eran músicos,  artistas plásticos, cineastas y gente de teatro. En el extenso espacio de la ciudad había infinidad de galerías y salones de pinturas y esculturas. Los artesanos también eran excelentes y los puestos tenían tocos de mercadería.
El motivo real del viaje había sido el de recuperar la gran valija con ropajes fabulosos de Nora que había quedado olvidada en la sesión Equipaje de la rodoviaria; pero ya en el mercado de artesanía noté que Nora andaba preguntando en algunos puestos si no habían visto por ahí a Clarita Mescalina o a Maninha… Todos decían que ellas ese día no habían pintado por ahí y que de cierto debían estar en “la casona”. Maninha estaría esa noche en la vernisage de la galería. Allí la
encontraríamos. Y a Clarita podíamos buscarla en la casona. ¿Ya sabíamos donde era? El número no se acordaban, pero era tal y tal calle pasando el cementerio.
“Depois do cimiterio” habían dicho y el término sonaba como a “misterio”…
Pero nos contaban que ella estaba dejando la casona. Era así mismo, Clarita estaba muy loca y estaba
huyendo de su madre que quería meterla en un psiquiátrico. Andaba disfrazada para despistar a sus perseguidores. En cualquier momento saldría para Río de Janeiro con todas sus cosas y de allí volaría a Londres o tal vez a California.
Bueno, era mejor conseguir la dirección cierta de la casona y tratar de encontrar a Clarita antes que saliese
para Río. Y en algún momento pasar a buscar la valija y tal vez hasta podríamos regresar a Río con Clarita. Mientras tanto para conocer bien la dirección de la casona nos íbamos ya mismo hacia la vernisage de pintura a ver a Maninha.
Tomamos un par de taxis a través de largas avenidas y aéreas autopistas entre la gigantesca colmena luminosa de los edificios de la metrópoli mas densamente poblada de América del Sur.
En un lugar céntrico entramos en una gran casa colonial blanqueada a la cal, y atravesamos extensas salas de
exposición donde un mundo de gente deambulaba como entrenadando bajo las fuertes luces que iluminaban las pinturas. Y en una de esas salas encontramos a Maninha. Estaba rodeada de gente y conversaban animadamente. Se oía en un
volumen bastante elevado la música del Submarino Amarillo. Cuando vio a Nora se apartó del grupo y se saludaron calidamente. Yo me preguntaba ¿de dónde se conocían? … y era que Nora viajaba a Brasil muy frecuentemente y siempre que pasaba se encontraba con Maninha y Clarita. Pero siempre se habían visto en diversos lugares y Nora no sabía la dirección de la casona.
Maninha nos condujo a través de unos corredores y unas escaleras hasta un confortable despacho desde donde
se emitía la música del submarino que sonaba en la sala. Y ahí nos sentamos a conversar en unos cómodos sillones de cuero negro. El mobiliario perseguía los efectos contrastante del negro sobre el blanco. Las luces eran más tenues y yo
podía ver mejor a Maninha. Ella iba enfundada en un vestido negro y enseguida noté que era de una belleza inquietante. Nos sirvió whisky con mucho hielo en unos enormes vasos tallados, y entonces a mi me pareció que ella era… Gato. Si,
sin duda ella era la Gato Poeta que yo tanto había buscado en Buenos Aires antes de salir de viaje. Pero esta era una Gato un poco mayor y algo mas evolucionada.
Ya me habían dicho que sus pinturas eran formidables y que sus obras se vendían muy bien en Brasil y en el
exterior. Y sin duda alguien podrá decir que Maninha no se parece en nada a Gato, pero yo veía a Gato como en el trasfondo de Maninha. Y Maninha se me aparecía como un ser fascinante. Los siguientes momentos que estaría con ella en aquella oficina sería la única vez que la viese, pero ella quedaría profundamente gravada en mi memoria. Yo la miraba entre extasiado y divertido.
En el fondo yo creía que estaba viendo a Gato haciendo de Maninha en una especie de superproducción. Algunos me dirán que Maninha es un ser muy superior y mucho mas desarrollado, pero yo había conocido primero a Gato… y los seres que durante nuestra vida se acercan a nosotros en la primera flor de nuestra juventud, serán luego para siempre los Dioses Originales hacia los que siempre se remitirán todos los otros seres. Pero, a veces también me pregunto: ¿y ellos, a su vez… quienes son en esencia… desde antes?
Maninha en tanto bebía de su vaso que entre sus manos parecía un diamante tallado con un líquido ámbar donde
flotaban pequeños icebergs.
Hablaba con Nora muy sobriamente: hacía ya algún tiempo que no veía a Clarita porque con esto de la muestra ya no iba por la casona y además, ya había sacado todas sus cosas porque iban a dejar la casa, ella ya estaba en su departamento y estaba trabajando mucho con una serie de fotos y pronto empezaría a rodar cinema. Pero estaba realmente preocupada por Clarita porque la veía demasiado alterada. Sin duda debía ser cierto que su familia la perseguía y que estaba en peligro, pero tal vez, además, ella estuviese un poco… confundida… Había estado tomando diversas cosas y lo que le estaba pasando era que no podía parar un poco… y andaba siempre disparando de un lugar a otro, y siempre como huyendo y
ocultándose. Haría mejor en tomarse su tiempo… Un poco de calma…
     -  Como yo le tengo ya dicho: tein calma Clara… calma… Ella tiene que ponerse a trabajar con su grupo y hacer su música… Solo eso… Si ella se pone a componer y a hacer su música nadie la va a perseguir, porque ahí nadie la puede alcanzar… Le estamos pidiendo la banda de sonido para el film… O son do filme… -decía Maninha
acentuando las palabras. ¡Que bonito que hablaba! Y esas palabras sonaban con tanta profundidad en su velada voz… “O son”… el sonido… “Do filme”… del film… Las palabras parecían sintetizarse hacia lo musical en su idioma. Ella nos miraba continuamente y volvía a mirar el iceberg flotante de la gema que consultaba entre sus manos.
Parecía proponernos que tratásemos de hacer algo por Clarita. Si ya no había salido para Río de Janeiro la podríamos encontrar en la casona. Pero es que tampoco estaba ya demasiado tiempo en la casona. Iba porque todavía estaban allá sus cosas, algunas cosas como sus libros, su ropa… Pero no paraba mucho tiempo en ninguna parte, porque decía que la andaban buscando y que tenía que salir pronto para Río…. La casona… era facil llegar… era en la rua tal y tal… ya sabíamos, si íbamos en el bus era pasando “o cimiterio”. Otra vez, pensé mientras salíamos de allí hacia las salas iluminadas: otra vez, todo se encuentra pasando el misterio…
La marea de gente nos hizo navegar a través de todas las salas por entre las manchas estridentes de las
pinturas y nos iba arrojando a diferentes playas. A último momento convinimos en encontrarnos bien tarde en casa de Iomara hacia donde irían Gracielita y el Peli porque tenían que pasar a verla, y la casona estaba muy cerca de allí.
Entonces Nora y yo decidimos que pasaríamos a buscar la valija por la rodoviaria, así nos podríamos cambiar y descansar un poco. Quedamos así: nos esperaban en lo de Iomara… Y nos largamos a rescatar la valija.
Otra vez un taxi veloz y al rato estábamos en la infinita estación rodoviaria de Sao Paulo.  Entonces pude comprobar que la valija era en realidad un enorme valijón de cuero marrón, muy grande y muy pesada que enseguida empezamos a arrastrar a través de un corredor. Nos sentamos a descansar apenas un momento en un banco y ya Nora empezó a abrir la valija ahí mismo.
Estaba llena de ropa, ropas maravillosas que yo casi no podía creer. Y estuvimos a punto de desplegar ahí mismo todo ese plumaje exótico, pero… buscaríamos algún lugar… ¡Ya está, iríamos a un hotel! Tan solo por un momento, para cambiarnos y luego seguir.
Era tarde y no habíamos parado en todo el día, desde Río. Tal vez hasta nos pudiésemos duchar un poco y descansar unos minutos. Nora notó que no tenía mucho dinero, pero iríamos a cualquier hotelito barato de esos de frente a la rodoviaria. Mañana tenía que ir al banco a sacar un poco de plata.
Frecuentemente Nora pasaba a hablar del argentino al brasilero y me preguntaba en portugués:
- ¿Vocé tein problema?... –y sin esperar mi respuesta, ella misma aseguraba: - Nao tein problema nao… -y enseguida generalizaba riendo divertida: - A gente nao tein problema nao.
Volvió a cerrar precipitadamente la gran valija donde transportaba su magnífico tesoro y nos
metimos en un hotelito frente a la estación.  Llenamos vagamente un registro con nuestros nombres y subimos una
estrecha escalera caracol de madera lustrosa hasta una piecita del piso superior donde todo era también de madera oscura, paredes, piso y techo, y había una camita de plaza y media frente a la ventana abierta a las luces de la noche. 

Y, allí si, finalmente, Nora abrió la valija maravillosa y el cuartucho se iluminó con sus vestidos fantásticos. Y aquellas eran unas ropas magníficas, de las telas mas soberbias y con los colores mas deslumbrantes. Allí brotaba esa profusión de gasa de seda violeta intenso que era su túnica: numerosos pliegues desde un talle princesa hasta sus pies descalzos. Sus pequeñas tetitas sostenidas por unos finos breteles. Tan flaca y alta que me maravillaba, con sus largos pelos color caoba de reflejos rojizos y dorados, largos hasta el culo, Nora se paseaba con aquella túnica violeta junto a la ventana abierta.
     -  No… -decía sonriendo – Todavía no me la voy a poner… Esta túnica es para cuando lleguemos a Venus… ¿verdad, Omar?... Yo para ahora me voy a poner esta, -decía - ¿ves?... Esta linda túnica de la India.
Y ciertamente aquella era una preciosa túnica en una tela muy finita como un lienzo en formidables tonos naranja con arabescos en bordó, con unas mangas muy largas y muy amplias. Era realmente muy bonita. ¿Iría mejor con el pelo recogido?
Yo la veía desfilar ante mí y me preguntaba si haríamos el amor. Entonces Nora me dijo muy entusiasmada:
     -  Y para vos, Omar, tengo una ropa genial, ya vas a ver… ¡mirá estos pantalones de terciopelo!… ¡¡¡dorados!!!
¿te gustan? A ver… ponetelos, tomá. Esos van a andar bien con esta camisa azul noche… a lunares blancos… y sandalias.
Y la camisa tenía unas amplias mangas isabelinas como a mi me gustan y ya estábamos admirablemente  vestidos en aquella pobre piecita de hotel de estación con todas aquellas ropas desplegadas por ahí alrededor nuestro… Entonces Nora encontró mágicamente una pelota de grass que había olvidado en un bolsillo de la valija y enseguida armamos unos charutos y nos embarcamos en una conversación muy delirante y nos fuimos tendiendo sobre la estrecha camita y atenuamos las luces y… estábamos tan cansados que nos quedamos dormidos ahí mismo.
Despertamos a media mañana. Estábamos durmiendo como príncipes vestidos con aquellas hermosas ropas,
espalda con espalda.
Y ya Nora estaba alarmada. ¡nos habíamos quedado dormidos! Era imperdonable, cuando había tantas cosas por
hacer. Nos habrán estado esperando en lo de Iomara. Y había que pasar por el banco. Después tratar de encontrar a Clarita. Saltamos de la cama. Todo el delicioso desparramo colorido de las ropas volvió a entrar en el valijón y allí
no pasó nada. Antes de salir me miró atentamente:
- ¿A ver cómo estás?... Si, -dedujo –estás bien, pero te falta algo… Ya sé, podés llevar esta bolsita marroquí colgada del hombro… Y… a ver… falta algo… si, en la mano… Tomá… llevá este rollo de dibujos. A ver… ahora si, parecés un ángel… El Mensajero de los Dioses…  o un juglar… y un clown. –y se rió estrepitosamente.
Salimos a la calle y tomamos un taxi hasta la zona bancaria de la ciudad. Hacía mucho calor y cuando entramos al banco nos pareció que entrábamos a un oasis climatizado. Yo veía nuestras fantásticas imágenes reflejada en todos los cristales y estábamos fabulosos. ¡Estábamos tan lindos! Era realmente divertido, y ciertamente aquella camisa azul a lunares blancos tenía mucho de payasesco.
Al volver a salir a la avenida candente tomamos un café en el lanchonette, con unos pastelitos, y
recién tras desayunarnos desperté por completo recordando que al final no habíamos hecho el amor anoche en el hotelito ya que nos habíamos quedado dormidos. Era lamentable. No habría otra oportunidad. Y hubiese sido genial, ¿verdad? Pero nos hubiese llevado mucho tiempo y nos estaban esperando. Además, ¿llegaríamos a encontrar a Clarita? Tal vez ya hubiese salido para Río. Así que volamos a través de la ciudad hasta la casa de Iomara donde nos esperaban el Peli y Gracielita.
La casa de Iomara estaba todavía en construcción en algunas partes, en el jardín y en la planta alta. Pero abajo ella ya estaba bien instalada. Ella y su marido. La construcción dejaba ver que sería un inmenso chalet. La parte de abajo tenía muchas habitaciones con muy pocos muebles y numerosos cuadros, porque Iomara y su marido pintaban. Ella era un tanto extraña. Enigmática y sombría, tipo princesa Soraya, en una larga túnica de hilo grueso de rústica trama color té se paseaba por las habitaciones hablando en un susurro. Podíamos sentirnos como en nuestra casa. Ella y su marido eran un tanto retraídos y les gustaba recluirse en sus habitaciones, pero nosotros podíamos andar tranquilamente por la casa. No debíamos preocuparnos si veíamos andar por ahí a los albañiles. Ellos estaban trabajando en la parte alta, y bueno, hacían ruido con sus herramientas todo el tiempo. Era infernal, pero había que adelantar la obra,  ya faltaba tan poco… En unos días podrían habitar los altos. Sería una hermosa casa con un gran parque y un lindo jardín a la entrada. La casona de Clarita estaba muy cerca de ahí, y Nora salió enseguida para allá. No valía la pena que fuésemos todos, mejor sería cerciorarse si Clarita estaba allá. Así que nos quedamos viendo las pinturas  de las habitaciones y después descubrimos que la casa tenía un baño fabuloso, muy blanco y grande como una cancha de tenis.
Yo me asomé al patio y vi. que andaban trabajando los albañiles. Instantáneamente uno de ellos me llamó la atención. Era muy hermoso, joven y fuerte. Rubión y musculoso, estaba vestido con un pantalón vaquero y una camisa escocesa a cuadros grandes rojos y azules. Pelo de oro enrulado y ojos celestes. Iba calzado con fuertes zapatones para la construcción. Con sus compañeros trasladaban unos tirantes de madera y unas vigas. Y nos saludamos sin darle importancia a la intensidad de nuestras miradas. Era muy gracioso y parecía un cowboy. 

Pero en ese momento llegaron unos amigos de Iomara y nos pusimos a conversar todos en la cocina. Al rato sacaron unos frascos de cocaína y empezaron a extender las brillantes líneas cristalizadas que aspiramos por turno. Los amigos de Iomara eran muy agradables y simpáticos. Y como hablaban tan de presa no los entendí del todo, pero sus gestualidad era muy expresiva, hablaban con todo el cuerpo.
Nora volvió enseguida para decirnos que había encontrado la casona pero que Clarita no estaba. Un amigo de Clara que todavía estaba viviendo ahí le había dicho que Clarita pasaría en cualquier momento. Debía estar por llegar. Los bolsos con su ropa y sus libros estaban allí. Ella había tenido que salir, pero enseguida volvería a pasar por sus cosas antes de viajar para Río. Había que pescarla, y Nora volvió a salir acompañada por el Peli.
Nos quedamos Gracielita y yo con los amigos de Iomara. Ella y su marido tomaron una líneas y volvieron a recluirse en su habitación. Sus amigos se miraban entre ellos y se reían. Hasta que uno de ellos finalmente dijo:
- Iomara, ela está muito loca…- y todos nos largamos a reír.
Recién en ese momento me di cuenta de que el nombre Iomara bien podía ser el femenino de Omar… I – omar – a… pero yo no lo había notado hasta entonces. Tal vez no lo noté porque los brasileros pronunciaban la I un poco como ye… Pero ¿cómo se escribíría?... ¿Iomara o Yomara?  Bueno, no tenía importancia, pero era muy posible que si yo hubiese sido mujer me habria parecido a Iomara: una mujer así, de pelo muy negro peinada en un alto rodete, con oscuros ojos enigmáticos y andar de somnámbula desplazándose a través de las habitaciones de la casa. Pero mientras estaba divagando con estos pensamientos, uno de los chicos dijo:
- ¡Elis son muito sádicos! Agora ya se sabe, se encierran en su cuarto y se hacen el amor durante toda la noche sobre una especie de tarima de aspecto teatral bajo la fuerte luz de los spots. Y cerca del amanecer se empiezan a castigar, se pegan y se torturan y gritan y lloran. A Iomara le gusta que él le pegue, y ela tambein gosta de bater. Tiene un buen puño dicen. A veces rompen todo y lloran durante varios días. Es así. Les encanta sufrir. Están muy locos.
Y después de tales infidencias los chicos se fueron, pero nos dejaron uno de esos frascos de vidrio marrón con ese polvo blanco hasta la mitad. Ahí había para estar cheirando y jalando toda la noche. Solo que estábamos un tanto impacientes.
Entonces Gracielita y yo nos empezamos a pasear por toda la casa como tratando de encontrar lo que estábamos buscando pero sin saber muy bien de qué se trataba. Hasta que al cabo de tanto ir y venir lo encontramos en el baño. Ahí nomas, revolviendo en uno de los armarios, entre las toallas y el botiquín de los remedios: una jeringa descartable envasada en esas bolsitas de celofán, una de esas hipodérmicas de plástico descartable.
En otros tiempos, en Buenos Aires, no hacía tanto, algunas semanas atrás apenas, cada uno tenía su propia jeringa. Andábamos por ahí con nuestras cajitas cada cual con su equipo de pico. Y había jeringas muy lindas: estaban las comunes de vidrio blanco y después otras finitas y largas de cristal transparente con el émbolo color caramelo.
 Renée tenía una de color azul-violáceo, y el Zombie exhibía una en forma de prisma exagonal. Y cada uno tenía su juego de agujas: largas y finas o gruesas y cortas, cada aguja enfundada en su tubito protector y provista de su finísimo mandril, y la sierrita de acero para limar las ampollas completando el juego endovenoso. Si, cada uno tenía su propio equipo, aunque al final uno se picaba con cualquier cosa, porque el equipo propio no era símbolo de individualidad, sino el simple dominio de una técnica de acceso.
Pero ahí habíamos encontrado esa simple jeringa descartable de lo más berreta. Made in U.S.A. Pero…¿cuánto polvo nos inyectaríamos?... Bueno, era mucho, pero podíamos diluirlo todo y picarnos la mitad cada uno. Nunca nos habíamos picado merca antes, ¿sería fuerte?... ¿cómo vendría?... Nunca podría ser más fuerte que los cócteles de anfetamina y meta-anfetamina que acostumbrábamos inyectarnos en Baires. Así que nos sentíamos despreocupados y sumamente concentrados en nuestros preparativos.
Diluimos el polvo blanco estrellado en el mismo frasco con agua de la canilla, así nomás, tapamos el frasco y lo agitamos un buen rato yendo de acá para allá por el amplio cuarto de baño. Eso si, batimos muy bien hasta estar seguros de que los gruesos cristales se disolviesen.
-  ¿No lo vamos a destilar con un algodoncito? –pregunté yo.
-   No, así nomás. –dijo ella, y se sonreía como las iguanas cuando toman sol.
Cargó la jeringa con la mitad del líquido y me la pasó, no nos íbamos a andar peleando de primero yo, y me
pareció bien justo que ella me privilegiase con la primera vuelta, no había que pensarlo, me paré en el medio del baño bien bajo la luz de la lámpara, ella me sujetó el brazo y empecé a buscarme la vena.
 Yo siempre tuve muy buena vena. Lo mas frecuente era que la mano derecha inyectase al brazo izquierdo. En el tubo del
grifo había un líquido blanco y espeso como la leche. Cuando entré en vena el tubo blanco se llenó de una especie de hongo atómico color rojo negruzco. Empujé el émbolo y lo mandé directo de una sola vez todo.
Casi ni me di cuenta que Gracielita me ayudó a retirar la aguja y desde ahí nomás empecé a caer.
¿Qué me estaba pasando? ¿Mierda, me estaba muriendo! Un sudor helado me arrebataba de la vida, un pesado golpe pegado en mi cerebro desde adentro y me caía, mi cuerpo pesaba varias toneladas, la luz eléctrica se salió saltando de la lámpara y entró a dar fuertes alaridos amortiguados de silencio, y yo caía y caía y nunca mas acabaría de caer. Aunque el piso blanco parecía estar tan increíblemente lejos como el techo y las paredes blancas, yo estaba cayendo y el golpe era
inminente. Quería mantener los párpados abiertos… Respirar era tan dificultoso… La gravedad se acrecentaba y mi propio peso se tornaba monumental. Me pareció oír el ruido de una ramita al quebrarse suavemente y comprendí que acababa de estrellarme contra el piso.
Estaba empapado de sudor, de un frío caliente y pegajoso. Detrás de los párpados, temblorosos los ojos exploraban como globos oculares aerostáticos los espacios interiores de la masa craneana, remontando desde los parietales hasta la nuca.
Ahí estaba, tirado y acabado y colgado de la nuca. Recién después del fuerte golpe me pareció que recobraba la respiración y los latidos corporales. Me extendí lo más posible sobre el piso de baldosas blancas helado. Se oía el agua rugir en la piletita del baño. Habíamos dejado la canilla abierta. Pero… ¿dónde estaba Gracielita?... No se podía creer… ahí nomas, parada allá arriba, todavía, picándose a contraluz y enseguida retirando la aguja y cayendo  también junto a mi, aunque me pareció que con un poco mas de gracia. Porque cualquiera hubiera dicho que en vez de caer se deslizaba muy suavemente, como por una ligera pendiente. Cayó sentada en posición de loto, y enseguida empezó a decir:
- ¡Chau!...¿Qué es esto?...
Se paró de un salto y entró a pasearse a grandes pasos por el baño.
-  ¿Qué pasa?...  -preguntó Gracielita subiendo y bajando de acá para allá.
-   Nada. –dije cuando pude articular alguna palabra.
Ella largó una risa que era como un resoplido de caballo y concluyó diciendo:
-  …pero ¡nos matamos!...
Mi cabeza giró sobre el piso rodando para un lado y frente a mi campo visual quedó el sobre de plástico arrugado de la jeringa. Bien frente a mis ojos y en primerísimo plano podía leer:

D I S C A R D E D
M A D E I N USA

-  No tiene importancia… -pensé yo distraídamente – Total somos descartables…
Después llegamos a la conclución de que el líquido era muy espeso, estaba muy grueso, era como una pasta. Tendríamos que haber destilado con un algodón. Nos podíamos haber matado.
Ya estábamos mas recompuestos y conversábamos quedamente sentados al borde de la bañera cuando apareció el Peli.
-  ¡Chau qué pálidos que están! ¿Qué les pasa?... ¿Qué se hicieron?... Nora y yo nos vamos a quedar allá en la casona esperando a Clarita que puede aparecer en cualquier momento. Estamos ahí con Claudio, un amigo de Clarita. Ustedes pueden quedarse acá si quieren y apenas venga Clarita los pasamos a buscar.
       ¿Ustedes estuvieron tomando de ese frasco?... Ya sé, estuvieron curtiendo merca… ¡¡¡Cómo curten
merca estos brasucas!!!... Todo el tiempo… todo el tiempo… ¿No me dejaron ni un cristalito? ¡Qué zarpados! Miren que esa no es como el vino que se va a la cabeza… esa se va para abajo…. directo a la Kundalini, a despertar el chakra sexual. No se vayan a copar… Es cierto, la energía entra al cuerpo como energía sexual, pero se puede transmutar en otro tipo de energía si uno quiere… bah, qué se yo… me parece… no me den bola…
Gracielita estaba como agotada y ahí nomás me dijo que se iba a descansar un poco. Se acostó en un sofá de la sala y se durmió instantáneamente.
Yo en cambio no quería dormir. Daba vueltas de acá para allá en silencio tratando de no despertar a Graciela.
Me desplazaba en la semipenumbra. Hacía calor pero estaba fresco. Pero…¿qué era eso que estaba viendo colgado del perchero del living?... Nada menos que una de esas magníficas capas negras marroquíes. Larga hasta los pies y ribeteada toda con un cordoncillo negro… Una belleza total… Me desnudé frente al espejo y me cubrí con la capa… 
¡Tenía capucha!...me la puse y me anduve paseando por la casa. Fui hasta el baño donde había quedado la luz encendida y la canilla abierta. Me miré en el espejo ante la luz despiadada del botiquín, estába lívido, tenía labios morados, cerré la canilla y apagué la luz. En un par de horas amanecería. Salí al jardín iluminado tenuemente por la luz de la luna. Noté que
había luz en la habitación de Iomara y se oían unos suaves gemidos.
Arriba, en la buhardilla bajo el tejado había una luz encendida. Subí lentamente por la escalera hasta el piso superior y pasando por un corredor encontré otra escalerita que llevaba al entretecho bajo el tejado. Subí, y por un hueco en el piso aparecí en plena buhardilla donde alumbraba la luz encendida. El piso era de largas tablas y había maderas apiladas por todas partes y un poco mas allá alguien dormía cubierto por una manta sobre un colchón extendido directamente sobre el piso. Me acerqué lentamente sin hacer el más mínimo ruido, pero cuando llegué junto al oculto durmiente, este levantó la cabeza, se asomó entre las mantas y me miró como extrañado. Y entonces pude ver que era nada menos que aquel cowboy rubión de ojos celestosos que había entrevisto esa tarde en el patio. Me quedé sorprendido ahí mismo sin saber qué hacer hasta que él sonrió dulcemente y se apartó un poco hacia un lado abriendo la manta para hacerme un lugar junto a él. Y yo solo tuve que dejar caer la capa negra a mis pies, dar apenas un paso y tenderme a su lado.

Desperté a media mañana cuando Nora vino a decirnos que por fin Clarita había aparecido durante la noche bien tarde, y que de veras estaba loquísima. Si, bellísima como siempre… ¡pero muito loca! Cuando Nora le dijo que estaba con unos amigos en lo de Iomara se puso un poco paranoica y dijo que no quería ver mas a nadie. Sus perseguidores solían
infiltrarse entre sus mejores amigos. Pero al final Nora la convenció de que éramos gente de confianza, amigos de Buenos Aires, gente legal, ningún problema. Entonces Clara dijo que bueno, que ella saldría a hacer los últimos arreglos para poder viajar a Río. Que la esperásemos en la casona, volvería esa misma tarde. Pero que tuviésemos mucho cuidado porque la casona estaba vigilada…
Preparamos nuestras cosas para ir saliendo y mientras tomábamos café en la cocina yo veía pasar a los
albañiles trabajando en el jardín. El cowboy me miraba desde lejos y cuando nadie veía me sonreía.
Esa tarde llegamos a la casona. Desde afuera me pareció un convento o una escuela abandonada con sus paredes descascaradas de un viejo color ocre desteñido. La puerta de entrada era un pesado portón de madera de dos hojas de un tono marrón oscuro y se arrastraba y gemía cada vez que se abría.
Entramos a un inmenso vestíbulo con desvencijados pisos de madera totalmente vacío y sumido en la oscuridad porque todas las ventanas estaban cerradas. Nora avanzó unos pasos y enseguida llamó:
-  ¡Clara!... ¡Clarita!...
Pero no hubo respuesta, y entonces dirigiéndose a nosotros dijo:
-  Todavía no ha llegado.
Y volvió a llamar:
- ¡Claudio!... Somos nois…
Pero tampoco hubo respuesta.
- Debe haber salido. –dedujo Nora – Vengan, vamos a esperar en la habitación de Clarita.
Y nos metimos por una puerta a uno de los lados del salón. Allí en la oscuridad encendió un fósforo que
anduvo hasta encontrar el cabo de una vela. 
La habitación de Clarita ya era otro lugar vacío. Solo quedaba una estera sobre el piso, un almohadón viejo y un revoltijo de papeles desparramados.. Pero en un ángulo detrás de la puerta
dos grandes bolsos de viaje y la guitarra enfundada en su estuche. Nos sentamos por ahí, sobre la estera, sobre los papeles desparramados y allí mismo desplegamos nuestros pertrechos de viaje abriendo nuestros bolsos, desenfundando nuestras violas y extendiendo paquetes de frutas y galletitas. En las paredes habían quedado algunos dibujos, pero se notaban espacios vacíos donde otros habían sido arrancados. Comimos un poco y el Peli se puso a practicar unos tonos en la
viola con Marcela.
Yo encendí otra vela, y como siempre, apasionado por las casas abandonadas me aventuré a recorrer la vieja casona. En el Gran Salón Vacío sumido en la oscuridad descubrí un montón de
pinturas descolgadas y apoyadas contra una pared. ¡Ah, qué bueno, ya había
encontrado algo sustancioso! Me acerqué con la luz y estuve mirando esos
cuadros. Eran bien extrañas esas pinturas. Como polvorientas fotografías viejas
donde el artista había retratado a sus amigos y conocidos. Casi todos los
cuadros eran grupos de personas, sentados alrededor de una mesa o conversando
en un salón. Los colores eran muy oscuros y opacos. Había montones de telas en
ese estilo, todas extrañamente sin fecha, sin nombre y sin firma… Pero a través
de toda la serie se podían reconocer algunas constantes: ese hombre tenebroso
de mirada sombría, rostro afilado y barba negra aparecía en muchas pinturas.
Después, esa mujer hermosa de rasgos perversos… y también el joven rubio algo
afeminado… y esa muchachita de aspecto angelical… Era evidente que esos
personajes habían sido la obsesión del artista. Los personajes habían sido
captados en   salones y habitaciones, pero el entorno se
desdibujaba hasta el punto de hacerlos aparecer como puras alucinaciones, o
reminiscencias de una brumosa memoria. Parecían surgir entre volutas de humo y
nubes de polvo, siempre entre pesados cortinados, en ambientes nebulosos entre
muebles vetustos. ¿A qué época pertenecían?... ¿En qué tiempo habían vivido?...
Imposible saberlo… En uno de los cuadros el hombre de barba ocupada el centro
de la tela y a su alrededor aparecían como una rueda girando en torno suyo toda
aquella fantasmagoría de personajes: la mujer, el muchacho, la niña… entre
otros.
Nora me sorprendió en aquella
contemplación.
-        
Vení, Omar –me
dijo – quiero que veas lo que era la habitación de Maninha.
Había armado un charuto de
grass y me condujo a través del salón hasta una habitación. Allí quedaba
todavía la cama grande cubierta con una manta, las paredes llenas de afiches y
posters y a un costado, junto a la ventana, el tocador con su espejo neblinoso
lleno de estuches, potes de maquillaje y frasquitos de perfumes. Unos tules
mosquiteros colgaban del techo cayendo sobre la cama, y aunque Maninha ya se
había ido, esa habitación parecía más habitada que las otras, tal vez como si
todavía las sombras esperasen su regreso.
Nora me pasaba el Joint y me
mostraba pegadas a las paredes y a los muebles, fotografías y secuencias de
películas.
-        
Mirá que gente
linda, qué locos, qué delirantes… Esta serie es de Maninha… y aquí está
Clarita.
Entonces sentimos el gemido
de la pesada puerta de entrada al abrirse y nos quedamos paralizados. ¿Sería
ella?.... O tal vez Claudio…
Gracielita ya se había
asomado  al salón y preguntaba:
-        
¿Quién es?...
Una voz de hombre desde la
puerta contestó en pésimo portugués:
-        
Estou procurando
a Clarita…
Nora me aferró la mano, apagó
la vela y me susurró al oído:
-        
La policía… están
procurando a Clara… - sentí que se alejaba en medio de la oscuridad.
-        
¿Quién es?
–preguntaba Gracielita.
-        
Um amigo…. -dijo
la voz – Amigo d´ela…
Después se sintió que
Gracielita dialogaba interminablemente en el salón con la voz del hombre.
Me acerqué en la oscuridad
hasta Graciela.
-        
Un amigo de Clara
–me dijo y me señaló a un muchacho de alborotados pelos.
-        
Soy Agustín –dijo
– el uruguayo, amigo de Clara. Me dijo que vendría por aquí, que la esperase.
Suspiramos, no tenía pinta de
policía y Gracielita ya estaba como deslumbrada con el uruguayo y lo condujo
hasta la habitación donde esperábamos a Clara. El Peli volvió a practicar los
tonos de la viola con Marcela y Nora reapareció totalmente alterada. ¡Porra!,
creyendo que era la policía había tirado el toco de fumo por la ventana hacia
el jardín. Así que salimos todos al jardín alumbrándonos con una vela buscando
el faso. Nora se tiró sobre el pasto y empezó a buscar entre las briznas de
hierba.
-        
Ven, por aquí,
aquí encontré un pedacito, tiene que estar por aquí, por este lugar…
Nos pusimos todos a la
búsqueda y recuperación del grass a la luz parpadeante de la vela.
En un momento tuve que ir al
baño y de regreso, al pasar por una habitación del fondo se me dio por echar
una ojeada. ¿Quién podía vivir en esa cueva de anacoreta?...una cama estrecha y
una mesa de luz sobre la que había un collar de hojalata con unos dijes: una
flecha, una estrella, una espada, una cruz, una media luna… Por lo demás todo
vacío, las paredes lisas, sin imágenes, nada que pudiese distraer la visión,
algo extraño en nuestro tiempo de abundante iconografía, donde todos los
espacios eran ocupados por imágenes, fotos, dibujos. Me pareció un lugar
especial para la meditación… en el Vacío Absoluto… con un solo objeto de
concentración: el plateado collar de los siete símbolos.
Cerré la puerta y regresé al
jardín donde continuaba la búsqueda. Alguien más había llegado: un muchacho
grandote de enrulados pelos amarillos y anteojos de gruesos cristales. Era
Claudio, el amigo de Clarita, el último habitante de la casona, el anacoreta de
la austera habitación del fondo.

De pronto ella apareció
entrando  a la habitación con largos
pasos napoleónicos, como si acabase de desmontar de su cabalgadura. Pequeña
como una adolescente, un principito moreninho de áureos pelos acaracolados,
envuelta en un largo abrigo cruzado de paño negro, tocada con una hermosa
capelina de fieltro negro de alas anchas, ocultando sus ojos detrás de unos
anteojos oscuros redonditos tipo Lennon.
Parecía, de alguna manera,
como se ha dicho también de Gurdjieff “una persona disfrazada” y semioculta por
su indumentaria. Pero a diferencia de los locos que ostentan complejos atuendos
pero tienden a mostrar un trasfondo de miseria, en Clarita hasta el menor
detalle dejaba traslucir el lujo más riguroso. Ese tapado era como se dice de
muy buen paño, y el sombrero del mejor fieltro. Sus lentes dejaban entrever sus
bellos ojos de miel. Parecía una criança jugando con las ropas de sus abuelos.
Sus firmes pasos sobre la
madera del piso resonaron al contacto de sus botas negras. Se desabrochó el
largo abrigo y lo abrió. Lucía unos pantalones de veludo negro satinado como la
piel de una pantera combinando con una musculosa batik de profusas manchas
violetas.
Nos miraba a la luz de las
velas y al mismo tiempo buscaba con la vista el equipaje que descubrió en el ángulo
detrás de la puerta. Ahí estaba su equipaje ordenado y su violón enfundado.
Entonces estaba todo bien. A nosotros en cambio no nos conocía, pero enseguida
acertó a decir que seguramente éramos los “amigos argentinos de Nora”, y nos
saludó calidamente. Y enseguida nos confió:
-Oh, amigos, eu estou puta da
vida con todo el sistema lanzado tras mis pasos… Mais, onde está Nora?...¿Ca de
ela?...
Entre divertidos y
confundidos le explicamos que ella estaba en el jardín del fondo, recostada
sobre la grama procurando o fumo que tinia jogado… Y para no seguir explicando
conducimos a Clarita hasta el jardín donde Nora seguí buscando en el pasto.
Mientras tanto un extraño
fenómeno se había producido: desde la llegada de Clarita la casa había
adquirido el aspecto de las casas habitadas y habilitadas. Esa insólita
“claridad” y calidez de las casas de todos los dias con sus espacios apropiados
para disfrutar del tiempo. Del tiempo de uno y del tiempo de la casa.
Mientras el Peli y Graciela
repasaban los tonos en las violas de pronto Clarita trajo sus cuadernos y sus
lápices y sobre su tablero de dibujo se puso a escribir y ya Claudio estaba
preparando un arroz macrobiótico, ya estaba todo marchando en la cocina y Nora iba
juntando el grass y armando unos charutos. Parecía que habíamos vivido en esa
casa desde siempre. Entonces Clarita nos dijo:
- Meus amigos, hoje de manhan
cedo nois vamos sair desta cidade y vamos viajar pro Río. Hoje nois estamos
deijando esta casa para siempre.
Y fue justo en ese momento
que apareció el loco de Paim. Flaco y alto, ligeramente encorvado y con largos
pelos negros lacios cayendo sobre su rostro. Tomó la guitarra de Clarita y
dijo:
- O Clarita, vocé ya sabe qui
eu vou fazer a música pra voce. Vocé pode contar comigo.
Clarita le explicó que en ese
momento ella estaba saliendo para Río y Paim afirmó que el también iría para
Río con nosotros. Entonces Clarita nos dijo:
-        
Oh, meus amigos…
depois du Río eu vou levar voces a um lugar que ninguein ya mais va a saber de
nois.
Entonces pidió que le pasaran
el violón y sentada ahí al estilo Buda con la guitarra entre las piernas empezó
a cantar aquela canción: “A Festa e Longa”

¡A festa e longa!
¡A festa e longa!
Y esta e de onda
¡Esta e de onda!

Y repitió ese estribillo
varias veces para luego entrar diciendo:

¡Procure por si mismo
A pasajem na viajem
A viejem prohibida
A um espiritu antiestético

¡Procure ser!
¡Procure ser!
¡Procure ser!
¡Procure entender!

Y después de un puente
instrumental pasaba a la siguiente estrofa:

Caso d´Ulysses
Eu ya fui informado
La en Dublin
O amigo morreu
O amigo morreu
No fim d´esa jornada.

Para volver enseguida a la
estrofa inicial:

¡A festa e longa!
¡A festa e longa!
Esta e de onda
Esta e de onda.

“Procure ser… Procure
entender…” Aquel tema me pareció maravilloso, su música y su poesía nos había
llevado hasta el delirio mas eufórico y a la vez emocional. Estábamos exaltados
y a la vez al borde de las lágrimas. Realmente Clarita nos estaba conmoviendo.
 Entonces Paim que había desaparecido por un
momento, volvió a aparecer ridículamente disfrazado. Gritaba como una aparición
terrorífica vistiendo un largo batón de vieja con una peluca apelmazada en la
cabeza. Parecía el tétrico Perkings de Psicosis haciendo de madre asesina, pero
mucho más grotesco, y gritando:
- ¡La muerta sin cabeza
aparece esta noche!
Y se paseaba por los lugares
oscuros mientras Clarita se reía a lo loco y Claudio llegaba para decirnos que
el arroz ya estaba listo y que si queríamos podíamos comer ahí mismo en el
jardín. Entonces trajimos una canasta con frutas, mientras Paim agarraba ahora
él la guitarra y se ponía a sacar una canción. Y mientras repartíamos los
platos de arroz Clarita me decía:
- Espera un momento, Omar,
deija ese garfio, vocé hoje vai comer con palitos chinos. Vocé pode
experimentar. –y me tendió unos hermosos palitos chinos de madera pintados. Y
ya Paim había comenzado a cantar su tema:

“A casa está na rua
A rua esta en um bairro
O bairro na cidade
A cidade en um pais
O pais no continente
O continente na aterra
A terra no espaço
O espaço na galaxia
A galaxia no universo…
…y eu andando por aquí
Eu andando por aquí

Mientras tanto comencé a
comer aquel rico arroz… con palitos. Y no me resultó para nada complicado y
hasta me pareció que tenía cierta habilidad natural. Además era la primera vez
que probaba el arroz integral que me pareció riquísimo.
Al rato entramos a la casa y
nos reunimos en la habitación de Clarita. Allí ella entreabrió ligeramente su
equipaje y nos estuvo mostrando sus libros y sus cuadernos, sus escritos y sus
dibujos. Llevaba su diario íntimo en un inmenso libraco negro de anotaciones
comerciales muy antiguo y a la luz de la vela nos estuvo leyendo  sus notas escritas con su menuda letra en
tinta china. Nosotros estábamos fascinados. Esos concisos textos contenían un
punzante sentido crítico. Enjuiciaban a la sociedad y desbarataban el sistema.
Y todo con el mas ácido sentido del humor… y del amor, si, porque también sus
escritos proclamaban que “el arma mas poderosa es siempre el amor”.
Y ya nos pusimos a dibujar…
todos juntos sobre un pliegue de cartulina, y estuvimos dibujando largo tiempo
con las cabezas reunidas sobre el dibujo, haciendo rolar un charuto y
conversando y riéndonos.
Y cuando el dibujo ya estaba
casi terminado, atravesé el papel con la punta de la lapicera e hice un agujero
en el centro de la hoja. Hubo un ligero silencio y enseguida se soltó una
carcajada general.
Entonces, confundido, busqué
un papel plateado de cigarrillos y lo pegué por debajo del agujero…Así al menos
parecía mas una estrella que un simple agujero… Y enseguida Gracielita trazó
una flecha desde un borde de la hoja, una flecha que fue viboreando hasta
señalar la estrella del centro, y sobre la línea de la flecha escribió “El
Psicoanálisis”, y como ya tenía título dimos por terminado ese dibujo.
Entonces clarita volvió a
decirnos:
-        
Amigos, eu vou
levar voces a um lugar que voces ni se imaginan…
Pero de repente Clara pareció
ponerse algo nerviosa y alterada. Volvió a abrocharse su largo abrigo, reordenó
otra vez su equipaje y nos comunicó que tenía que volver a salir. Era peligroso
que ella permaneciera mucho tiempo en el mismo lugar. Por una cuestión de
equilibrio energético tenía que estar moviéndose de acá para allá. Además había
que concretar algunas cosas mas para el viaje. La esperaríamos ahí mismo y ella
pasaría por nosotros a media mañana. Pero para entonces debíamos estar ya
preparados, porque sería cosa de Clarita llegar y todos debíamos salir
disparados al punto de ese lugar.
Antes de salir, Clarita me
dejó un librito para que leyese algo durante la espera. Era un tratado de
“Ingyiología”, la antigua ciencia del equilibrio entre el ying y el yang, y
traía largas tablas con los componentes de calcio y potacio de los alimentos.
Era sumamente interesante, pero yo pasaba las hojas sin lograr concentrarme por
completo. En cambio pensaba en lo que continuamente absorbía mi atención: La Identidad Trascendental
de las Personas. ¿Qué clase de fenómeno era ese en donde los recuerdos se
interponían entre las personas y el observador?... ¿Acaso fuese algo común a
todos los individuos actuando a nivel subconsciente? Sin duda era un tema
recurrente. Recordaba que de chico había visto una película argentina muy
melodramática donde un hombre había amado a una mujer  y esa mujer había muerto, y para olvidarla él
viaja alrededor del mundo, pero en todas partes le parece encontrarla. A cada
paso una actitud, un gesto, algo siempre le recuerda a la mujer amada. Hasta
que después de mucho tiempo la encuentra en una fiesta, y es ella, sin duda,
pero lógicamente se trata de otra persona… Un extraño parecido, una curiosa
coincidencia. El hombre le cuenta su historia y la mujer se niega a asumir el
rol de mero fantasma… Yo había visto esa película cuando era muy chico. Y
ahora, bajo ciertos estados de conciencia inducidos por las drogas, algo
relacionado con ese tema se producía en mi mente. Cada vez mas yo remitía la
imagen fisiognómica de la persona que acababa de conocer a otra persona
“parecida” que había conocido anteriormente… ¿Pero qué relación real había
entre esas asociaciones? Oscuramente yo presentía que se trataba del mismo ser,
y que lo que sucedía era que simplemente aquel se había “transformado” en este
otro… ¿pero cómo?... no lo sabía… magia pura. Y sin embargo, detrás de rostros
nuevos, viejos amigos me hacían velados gestos de reconocimiento. Ahora mismo,
por ejemplo, podía tratar de adivinar quién era cada uno. Gracielita era
Gracielita, claro, y el Peli también era el Peli ya que yo no recordaba a nadie
anterior parecido a ellos, aunque a veces yo descubría en Gracielita la misma
mirada oriental de mi abuela y su misma afición a las lecturas y las citas
bíblicas. Marcela se parecía mucho a una amiga mía de la infancia y me
asombraba ver los mismos rasgos de una niña morena en una muchacha pelirroja.
Pero… Nora… Si, nora me recordaba insistentemente a alguien, pero… ¿a
quién?...De pronto se produjo el descubrimiento… ¡cómo no me había dado cuenta
antes si era mas que evidente… Nora era una especie de Melina. Si, era ella,
mas alta y mas delgada. No muy parecida a Melina en cuanto a sus rasgos, pero
la misma piel morena, idénticos larguísimos pelos caoba, idéntica mirada
sugestiva, ambas semejantes a la misma Afrodita surgiendo de la espuma. Y con
respecto a mis nuevos amigos brasileros: Claudio tenía un fuerte parecido a
Farolito: los mismos pelos rubios enrulados, la misma mirada analítica, la
misma nariz pico de pájaro, los mismos gruesos lentes culo de botella.
 ¿Y Paím acaso no era una especie de Juanito
grotesco? Piel muy blanca y largos pelos negros lacios. Maninha era Gato Poeta,
yo ya la había visto. Y Agustín el uruguayo amigo de Clarita que acababa de
aparecer y que ya se había integrado al grupo de viajeros, me recordaba
insistentemente a Pipo y su clásico estilo dylaniano.
Era increíble, yo había
viajado, había cambiado de país y de amigos, pero allí estaba con todos mis
amigos de siempre. Solo que no había que decirlo, no había que romper el
encanto.
Y entonces pensé en Clarita…
¡quién era Clarita?... ¿Quién era esa personita de aspecto tan exótico y
misterioso?... no lo sabía. Me resultaba imposible poder vislumbrar a alguien
detrás de aquella extraña apariencia. Por lo demás ella misma era muy hábil
para ocultarse tras su amplio abrigo, su sombrero negro y sus anteojos oscuros…
realmente se me presentaba como un ser indecifrable.


Volvió, como lo había
anunciado, a media mañana y estaba maravillosa irradiando una fuerte energía. Y
no había que perder tiempo. Mientras recogía su equipaje y nos animaba a
ponernos en movimiento iba diciendo:
-        
Amigos, tudo
legal, tudo certo. A gente va embora desta cidade, agora sim estamos deijando a
casa.
Salimos a la calle y nos distribuimos
en un par de taxis cargando los bolsos y las guitarras, y así nos alejamos de
la casona para siempre. Nos sentíamos felices y exaltados. Finalmente nos
íbamos con Clarita como huyendo de las sombras. Y un poco mas adelante pasamos
por el extenso cementerio de San Paulo, y en el silencio que se hizo en el taxi
mientras contemplábamos aquel panorama de cruces y de ángeles de piedra, pensé:
depois do cimiterio… depois du misterio… Y enseguida el taxi se confundió entre
el tumultuoso tráfico de la ciudad.
Bajamos en un lugar céntrico,
en una elegante avenida y nos reunimos con la otra parte del grupo frente a un
alto edificio circular. Y allí fue donde Clarita nos dijo:
-        
Amigos, antes de
pegar o bus para Río a gente vai facer uma comida ligera. ¿Ta bom?...
Entramos al edificio
conducidos por Clarita y tomamos el ascensor hasta el último piso, y allí como
colgado de las nubes estaba el Restautante Macrobiótico de Sao Paulo. A través
de los amplios ventanales del recinto circular podíamos ver el abigarrado
paisaje urbano. Hasta donde alcanzaba la vista se extendían los altos edificios
y las sinuosas autopistas.
Ocupamos una gran mesa junto
a las ventanas y clarita con ayudó con el pedido del menú. Ella sabía cuales
eran los platos más exquisitos y nos recomendaba las especialidades de la casa.
Ella misma fue hasta el mostrador y vino con una gran bandeja conteniendo su
manjar favorito: unas galletas de harina integral y miel que eran un manjar.
Enseguida los mozos trajeron innumerables platitos de arroz integral condimentado
y preparado de diversas maneras con ensaladas y verduras. Para beber Clarita
nos recomendó el Bang-cha o el té de diente de león porque eran estimulantes
naturales. Junto a los cubiertos tradicionales estaban los palitos chinos. Y
sonriente Clarita me decía:
-        
Vamos ver, omar,
cómo vai sua práctica de palitos.
Así que cuando la comida
estuvo servida, tomé los palitos y comencé a comer. Me resultaba muy simple y
divertido. De algún lugar me venía esa habilidad para manejar los palitos. Y
aquella comida que yo probaba por primera vez en mi vida era realmente
deliciosa. Sencilla y deliciosa. Y el té verde me pareció formidable. En
adelante solo comería comida macrobiótica y bebería té verde. Los postres, por
supuesto que no tenían azúcar, pero estaban endulzados con miel.
Y fue entonces, al llegar a
los postres que Clarita, con un encantador toque de misterio, entre solemne y
divertida anunciaba poniendo sobre la mesa una cajita de metal:
- E agora sim que vamos
deijar a cidade.
Abrió la dorada cajita
circular y todos pudimos ver que estaba lleno de minúsculas pastillitas de
color violeta intenso. Y sin decir palabra, pero con una luminosa sonrisa,
clarita Mescalina pasó por delante de cada uno de nosotros su dorado
pastillero. Y uno a uno fuimos tomando de aquellas pastillitas. Había
muchísimas porque eran muy chiquitas, y todavía quedaron muchas cuando al final
de la ronda Clarita cerró el pastillero diciendo.
-        
Ainda tein mais
para depois…
Y mientras tomábamos las
pastillitas con sorbitos de té verde, Clarita agregó:
- A partir de agora, meus
amigos, ya nunca mais nada voltará a ser como antes.
Los mozos nos hicieron unos
paquetes con comida para el viaje, y también llevamos un montón de aquellas riquísimas
galletas integrales. Y enseguida salimos para la rodoviaria. Bajamos del taxi y
buscamos el ómnibus. A nuestro paso la gente nos miraba asombrada. Sin duda que
éramos un grupo muy sui géneris, vestidos con exóticos atuendos de brillantes
colores y conducidos por una extraña muchacha ataviada de negro con sombrero y
anteojos y cargando paquetes, bolsos y guitarras. Pensarían al vernos pasar que
éramos la corte trashumante de algún lejano país oriental.
Subimos al bus y nos ubicamos
ocupando todos los asientos del fondo. A esa hora pasado el mediodía no era
mucha la gente que viajaba, y tal vez para no confundirse con el bullicioso
grupo del fondo, los pocos pasajeros que nos acompañaban se fueron ubicando
bien adelante junto al asiento del conductor, por lo que había una brecha de
asientos vacíos entre nosotros y los demás pasajeros.
Yo me senté con Clarita
dejando que ella ocupase el asiento de la ventanilla. Junto a nosotros, del
otro lado del pasillo estaban ubicados el Peli con Nora, y mas atrás Gracielita
con Agustín y Marcela con Paim.
Clarita abrió el bolso
inmenso que llevaba y que parecía estar lleno de libros, revolvió un poco y
repartió ejemplares entre nosotros.
-        
Aquí tienen
–decía – si necesitan material de lectura durante a viajem.
Miré el ejemplar voluminoso
que me había tocado en suerte: “Psicología y Alquimia” de Carl Jung.
Entonces el ómnibus se puso
en marcha. Miré a través de la ventanilla y de pronto al salir, al final del
andén vi. algo que me pareció maravilloso: estaba parado ahí, en el andén, un
hermoso muchacho moreno y delgado de largos pelos afro acaracolados
completamente vestido de blanco con un pantalón de lienzo, sandalias de cuero y
una camisola marroquí bordada. Sostenía en la mano izquierda una rosa rojo
sangre y agitaba el alto su mano derecha en un saludo de despedida y sonreía
dulce y tristemente. Lo vi apenas durante unos segundos, porque enseguida el
ómnibus salió de la estación y el muchacho desapareció. Pero me había causado
una fuerte impresión. Sin duda había ido a despedir a alguien del pasaje, había
llegado tarde cuando el bus ya arrancaba y extrañamente parecía saludarnos a
nosotros. La rosa roja que sostenía frente a su pecho parecía poner al
descubierto su propio corazón. Me hizo acordar a Miguel, pero yo  sabía que no, que no era él.
El ómnibus se alejó
confundiéndose entre el veloz tránsito de las autopistas, y yo empezaba a
sentir que a nuestro alrededor todo vibraba y se encendía en colores luminosos,
y que ahora si había comenzado a viajem…


Clarita sentada a mi lado
miraba por la ventanilla. Se había sentado con su pierna derecha flexionada
apoyando su pié sobre el asiento. Parecía como si una montaña de terciopelo negro
hubiese surgido entre nosotros. Yo, en tanto, había comenzado a hojear el libro
que me había pasado donde estaba descubriendo algunas ilustraciones muy
interesantes. Clara había estado revolviendo en su bolso y ya había encendido
una varita de incienso. Pensándolo bien, ¡qué extraño equipaje era el suyo1… Montones
de libros maravillosos, carpetas de dibujo y numerosos cuadernos de anotaciones
escritos con su apretada letra negra. Por otro lado una cantidad considerable
de ropa de fiesta y atuendos exóticos, y además varias bolsas de arroz integral
con especies y condimentos macrobióticos. Y también su infaltable violón… todo
el material necesario para entretenerse durante largo tiempo en alguna especie
de retiro espiritual. Pero…¿adónde iríamos realmente? Creo que nadie lo sabía
excepto Clarita. Pero sus palabras dejaban entrever que sin duda iríamos a un
lugar donde nadie nos molestaría, un lugar donde finalmente podríamos encontrar
un poco de paz.
Mientras tanto yo había
comenzado a tener extrañas sensaciones. Lo de siempre al inicio del viaje: un
poco de nausea, palpitaciones aceleradas, oleadas de calor y enseguida escalofrío
y temblores internos. Quería dialogar con Clarita, pero articular alguna forma
de lenguaje me resultaba imposible. Por otro lado, tal vez no fuese necesario
decir nada, pero yo percibía que nuestros otros compañeros de viaje
dialogaban  en forma natural. Ella y yo,
en cambio, mirábamos en silencio el mutante paisaje a través de la ventanilla.
Sin embargo, había algo que
yo quería decirle, aunque no era fácil, contando que además del esfuerzo
sobrehumano que significaba para mí construir la frase más simple, luego
tendría que pasarla a su idioma para que ella me entendiese. Yo miraba el
paisaje de ondulantes colinas violáceas y al mismo tiempo veía el enigmático
perfil de Clarita todavía envuelta en su ropaje negro,  con su sombrero y sus anteojos, sus pelos de
reflejos dorados y su piel de tonos cobrizos. ¡Que hermosa era! Pero al mismo
tiempo qué lejana y distante parecía estar.
Recordé casualmente que en
Buenos Aires, yo había visto, no hacía mucho el maravillosos film de Ingman
Bergman “El Mago” que me había impresionado profundamente. Y Clarita tenía algo
de ese personaje. En su atuendo había una marcada reminiscencia medieval. Como
el mago ella era también un ser atractivo y extraño, oscuro y enigmático.
¿Acaso en su extraño equipaje no había algo del delirante contenido del
carromato del mago? Y tal vez, hasta fuese posible que estuviésemos yendo a dar
un espectáculo de música, bailes,  poesía
y linterna mágica a un lejano reino del otro lado del bosque.  Aquel mago del film se ocultaba bajo el
aspecto de un simple vendedor ambulante, un buhonero que iba ofreciendo su
mercancía de pueblo en pueblo.
Sentí que ya había conseguido
armar una especie de frase y me decidí a expresarla. Así que volviéndome
repentinamente hacia ella le dije:
-        
Clarita, voce me
lembra un buhonero.
Se sobresaltó al oír mi voz
que sin duda la había sacado de profundas meditaciones.
-        
¿O qué voce diz?
– me preguntó inquieta.
-        
Um buhonero…
-repetí.
Ella lo pensó un instante y preguntó
un tanto alarmada:
-        
¿Um buho Nero?
Comprendí horrorizado que en
su idioma ella estaba entendiendo que yo creía que se parecía a un búho negro.
¡Qué terrible confusión! ¿Qué lamentable malentendido! Aunque el ave hubiese
sido del agrado de Minerva, la diosa de la sabiduría que los griegos
representaban con figura de lechuza, no era exactamente eso lo que yo había
querido expresar. Para colmo, la lechuza, en el folclor sudamericano había perdido
su antiguo prestigio mitológico y había pasado a significar un pájaro de mal
agüero. Estaba muy lejos de lo que yo había querido decir.
-        
No, no, no… no es
eso… -trataba yo de explicar nerviosamente sin encontrar las palabras
apropiadas en su idioma ni en el mío.
-        
Un buhonero quer
dizer… un vendedor que va de pueblo en pueblo… ofereciendo su mercancía como en
la edad media…
Entonces su rostro se iluminó
repentinamente con una sonrisa.
-        
¡Ah, si, un
buhonero! Agora que eu sei. Agora que estou entendendo.
Su sonrisa veladamente
burlona me hizo pensar por un momento que tal vez solo se había estado
divirtiendo con mi lenguaje chapucero. Fue una leve sospecha que nunca llegaría
a comprobar, pero yo ya había caído en un total desconcierto. ¡Qué pena!… ¿cómo
podía resultar tan difícil la mas simple comunicación? O acaso ella solo había
intentado un simple juego de palabras… Me sentí muy contrariado ante la
confusión de mi significante mientras ella sonreía divertida volviendo a mirar
por la ventanilla.
Me sentí ridículo. En otras
experiencias yo ya había podido observar la innumerable cantidad de
significados que podía encerrar una palabra. ¿Además… por qué yo tenía que ser
siempre tan complicado ¡por qué había recurrido a una imagen tan rebuscada para
entablar un simple diálogo? Me sentí una piltrafa y hubiese querido
desaparecer. Trataba por todos los medios de evadirme de mi mismo y con una
mirada ávida me lanzaba hacia los objetos exteriores. Estábamos en pleno viaje
y los efectos visuales eran magníficos. El ómnibus se transformó por completo.
Los colores eran luminosos y cambiantes. Los
cuerpos parecían vibrar con rápidos movimientos. El espacio se dilataba
y se contraía alternativamente como siguiendo el ritmo de una secreta
respiración. A veces las cosas parecían encontrarse muy lejanas y otras veces
demasiado próximas, como ampliadas por un cristal de aumento poderoso. A través
de la ventanilla, los colores del paisaje fluctuaban por la escala cromática
del naranja al rojo, al amarillo, al verde, al azul, al violeta… Y observar el
cielo en continuo cambio y movimiento era sin duda un espectáculo…
Infinidad de tonos
intermedios podían apreciarse entre una gama de color y otra. ¿y el tiempo?
¿qué estaba pasando con el tiempo?... Simplemente no existía ni antes ni
después. Solo existía ese extenso presente en que viajábamos, que había sido
siempre y que siempre sería. Pero… ¡qué podía importar el tiempo?... si
estábamos en ese viaje mágico y maravilloso en ese ómnibus que se había
transformado en un jardín fantástico con árboles enjoyados de flores y frutos
resplandecientes.
Sin duda que ya había logrado
escapar de mi mismo, era puro ojos, existía
solamente en lo que veía, en la mirada, en la visión delirante. No tenía
nada que ver con ese personaje complicado y complejo que era yo, Omar,
naufragando entre la depresión y la tristeza sin poder llegar a expresar mi
verdadero ser interior. Reprimido y acorazado. No quería saber mas nada con ese
pobre tipo. Me fundía en la esencia de todas las cosas. Era íntimamente uno con
todo lo que percibía.
De pronto, la risa alegre de
mis compañeros de viaje me sacó de mi estado contemplativo. Me volví hacia
ellos. ¡estaban maravillosos!, con colores encendidos e irradiando fuertes
ondas luminosas de energía. Parecían iluminados por resplandores
estroboscópicos, conversaban muy alegremente y reían. Me pareció que estaban
jugando un juego muy raro en un estadio intermedio entre el antiguo primate y
el ser humano evolucionado. Se miraban asombrados y solo atinaban a reírse sin
parar. No parecía que estuviesen ubicados en los asientos del ómnibus, mas bien
parecían estar rodeados por sus propios espacios como dentro de esferas
transparentes, de huevos cósmicos. Bien podían estar en sus casas jugando sobre
la alfombra de la sala o retozando sobre sus camas. Me sonreían desde lejos
como invitándome a jugar. ¿A quién?... a mi sin duda. ¿Pero que había sido de
mi?... ¿Dónde habíamos quedado?.... ah, si, no estaba en muy buenas relaciones
conmigo mismo. Me evitaba. Estaba harto del personaje retorcido salido de
alguna novela existencialista y lo evitaba cuidadosamente y no quería verlo.
Pero, bueno, al menos debería intentarlo… con solo un poco de buena voluntad… a
ver… tratemos de ubicarlo, dirigiendo hacia él una benévola mirada. Ahí está
sentado formalmente en el asiento afelpado del ómnibus, del lado del pasillo.
Lo primero que vemos de él son sus largos brazos y sus manos abiertas
descansando sobre sus piernas. Pero… ¡qué es esto?... ¿Qué cosa horrorosa está
pasando con sus manos?...¡Por los dioses!... no quiero verlo… sus hermosas
manos están…¡podridas!... la carne asoma tumefacta por las mangas de la camisa,
manchada de moretones violáceos, cicatrices negruzcas y coágulos morados, con
llagas amarillentas de aspecto viscoso….¡no puedo verlo!... la piel se abrió
dejando al descubierto  asquerosas
ulceraciones… ¡es espeluznante!... pero ya no puedo apartar la mirada.
Demasiado tarde, estoy atrapado en esa representación inmunda… ahí, frente a
mis propios ojos… mis manos… en avanzado estado de putrefacción. Las llagas son
hervideros de gusanos y los microbios mas repugnantes se agitan en su
superficie. Creo que voy a perder el sentido. No puedo hacer otra cosa, no
puedo ponerme a gritar enloquecido dentro del bus y trato de fingir que no pasa
nada. Quisiera morir, pero ese estado calamitoso quizás se deba a que ya estoy
muerto y re-muerto. Busco desesperadamente a mí alrededor y ligeramente
entreveo a mis amigos coloreados por cálidas ondas de vida. No quiero que me
vean, si mis manos están podridas mi cara debe ser una horrible calavera
descarnada. No, que no me vean. Prefiero seguir contemplando el escatológico
espectáculo de mis manos en descomposición. Me invade una sensación de frío
letal. Siento mi corazón latir muy débilmente y la respiración se extingue.
Pero en cambio la visión se agudiza, veo mis manos como através de un poderoso
zoom que aumenta millones de veces hasta el punto que ya no estoy seguro de
estar viendo mis manos… parece mas una pintura abstracta animada por densos movimientos.
Manchas de colores fantásticos se desplazan muy lentamente. Son colores
biológicos, colores orgánicos como los que suelen verse a través de un microscopio,
colores espectrales, fantasmales, meras irradiaciones de la materia, y la
visión sigue aumentando como un ligero teleobjetivo que avanza abriéndose paso
a través de un universo microscópico, acercándose implacablemente a eso que al
principio me pareció la erupción de un coágulo sanguinolento, pero que ahora me
parecía mas otra cosa… si, esos puntos de brillante pigmentación parecían mas
bien…estrellas… y soles muy lejanos…mientras que la mancha coagulada a la que
nos aproximábamos se asemejaba cada vez mas a una distante galaxia con sus
brazos en espiral desplazándose a velocidades siderales entre cúmulos estelares
y nubes de polvo cósmico… en los espacios infinitos…
Y yo que había confundido
todo… En esas pobres podridas manos en desintegración estaba contenido el
universo. Pero aún el pasaje del micro al macrocosmo no podía darme ni un poco
de serenidad, todo me resultaba igualmente vertiginoso, todo me arrastraba en
la misma vorágine, no encontraba asidero, necesitaba un punto de apoyo, un
contacto con alguna forma de realidad… Estaba agotado, zarandeado como un naufrago
“a través del tumultuoso oleaje”.
Y de pronto vi con asombro
que mi propia mano se movía buscando algo, se agitaba como un animalito que se
despierta y comienza a moverse hacia…algo… lentamente… a traves de grandes
distancias, flotando y nadando hacía un lugar indeterminado… si, la misma mano
que había estado pudriéndose en su callada agonía y que después se había
inscripto entre luminosas constelaciones… se desperezaba de su largo letargo… y
se movía… buscaba… iba ¿hacia donde?... muy naturalmente, pero como si le
costase un esfuerzo sobrehumano iba mi mano a posarse… ¡¡¡sobre la rodilla de
Clarita!!!... esa rodilla enfundada en su suave pantalón de veludo negro y que
emergía sobre el asiento como un firme peñón de fuerza y energía en pleno mar
de los zargazos… y a posarse finalmente allí, sobre la firme rodilla de
Clarita, que sentada impasible miraba por la ventanilla un paisaje de
continente sumergido.
Entonces ella se volvió hacia
mí y me observó atentamente. Ella también parecía emerger de las profundidades
de su propio universo sin entender del todo qué era lo que estaba pasando. Pero
no tardó mucho en darse cuenta, me miró y enseguida supo que yo necesitaba
ayuda. Y cuando su sonrisa brotó comprendí que finalmente habíamos establecido
contacto. Yo había tenido tanto temor… no podía arriesgarme a un malentendido
mas, cuando había puesto su mano sobre su rodilla, debía ser un gesto
transparente, ella no podía pensar que yo quería “tocarla”, no debía creer que
yo intentaba abordarla, esta vez tenía que dar certo. Yo necesitaba verificar
que ella también estaba allí y que estábamos compartiendo la misma experiencia.
Era cuestión de vida o muerte. Sonreímos en un gesto de mutua comprensión y
volvimos a contemplar juntos el paisaje abisal que pasaba por la ventanilla del
bus.
Así permanecimos largo tiempo
y mientras tanto en esa aparente calma algo estaba pasando, algo sucedía entre
nosotros, algo fluía a través del punto en que nos habíamos conectado. Por mi
mano y su rodilla circulaba una fuerte corriente energética. Hasta que de pronto
nos separamos al mismo tiempo. Clarita se irguió sobre su asiento y
dirigiéndose al grupo dijo:
-        
Amigos, este
viajem esta ficando muitu chato ¿nao é? Vamos fazer alguna coisa. Vamos fazer
um poco de música ¿ok? A gente vai tirar um son.
Y todos dijimos que si, que
claro, que era eso lo que la gente estaba necesitando.
Entonces Clarita se sacó el
abrigo y se lo echo sobre los hombros y pasó por sobre mi al pasillo del medio
del bus. Buscó su violón en el portamaletas, lo desenfundó, se sentó sobre el brazo
de un asiento y empezó a sacar música.
Estaba en medio de todos
nosotros que nos habíamos vuelto hacia ella haciéndola el centro de nuestra
atención.
El clima general cambió
notablemente y de pronto estábamos realmente juntos. Nos mirábamos entusiasmados,
estábamos radiantes de felicidad.
Primero clarita templó la
viola y durante algún rato estuvo sacando sonidos e intentando alguna melodía
hasta que repentinamente su voz brotó haciendo algún temita conocido de los que
había hecho en la casona, pero este tema parecía nuevo e improvisado sobre la
marcha. Yo me había vuelto sobre mi asiento y la observaba extasiado. Ahí
estaba el mago como levitando entre nosotros con sus lentes anticuados y su
sombrero de alquimista iluminado por extraños colores cambiantes que variaban
de acuerdo a las diferentes tonalidades de su voz. Según sus palabras y la
melodía la veíamos irradiar diferentes colores que la iluminaban como ocultos
reflectores, pero viniendo desde su interior. Ese era sin duda el antiguo
lenguaje mágico capaz de realizar prodigios con la sola potencia de su
enunciación. Estábamos exultantes  y
aplaudíamos y gritábamos al final del tema. Y pedimos más. Queríamos más.
Completamente fascinados. Hasta que de pronto Clarita hizo algo absolutamente
imprevisible: estaba transpirada y el sudor le corría por el rostro y por el
cuello. Su camiseta violeta estaba empapada. Entonces, naturalmente,  se sacó el sombrero y lo arrojó sobre un
asiento. Sus pelos como una nube de caramelo con destellos dorados se expandieron
libremente aureolando su rostro moreno, y enseguida con un ligero movimiento de
la mano sus anteojos subieron hasta quedar montados sobre su frente. Y he aquí
al magismo completamente revelado. Veíamos su cabeza desnuda por primera vez y
finalmente podíamos contemplar sin velos sus ojos dorados hasta entonces solo
oscuramente intuidos detrás de los oscuros cristales. Y precisamente, en ese
momento, sin transición comenzó a hacer ese tema que todos estábamos esperando:

“A festa e longa
A festa e longa
Y esta é di onda
Esta é di onda”

 Ahora podía ver sus hermosos ojos de miel.

Siga siempre seu camino
Sin dizer nada a ninguein

En el espacio flotaba un leve
polvillo dorado de sol.

Procure por si mismo a
pasajem na viajem

Algo sin duda iba a producirse.

A viajem prohibida a um
espíritu antiestético.

Su mirada de oro me prevenía
que debía estar sumamente atento.

Procure ser
Procure ser
Procure entender

Y entonces la visión se
produjo, la mirada se abrió y pude ver. Tantas veces había mirado a Clarita
preguntándome quien era y ahora podía verlo.

Caso d´Ulysses eu ya fui
informado la en Dublín

Pero extrañamente, por
primera vez en la larga sucesión de fenómenos respectivos a la identidad oculta
de los seres que yo venía experimentando desde hacía mucho tiempo, Clarita no
era “otra persona”.

O amigo morreu
O amigo morreu

Yo tenía que hacer un super
esfuerzo mental para poder asimilar lo que estaba viendo.

No fim d´esa jornada

Porque Clarita, según yo
podía ver no era otra persona sino dos personas estrechamente unidas.

No fim d´esa jornada

Por una mitad exacta de su
rostro se asomaba la negra Renée… y en la otra mitad estaba Tanguito, Ramses
VII, mientras una linea imperceptible separaba las dos mitades y al mismo
tiempo las mantenía unidas. Y yo estaba ahí, presenciando la esencia milagrosa
y sagrada que es el individuo, el in-divi-duo, el duo indivisible.
Repentinamente comprendí
muchas cosas. Renée, renacidea y Tango
Ramses, el inmortal se habían fusionado en Clarita Mescalina.
Y el tema llegaba a su
apogeo:

¡A festa e longa
A festa e longa
Y esta e di onda
Esta e di onda

Nuestras voces se unieron a
la suya cantando y gritando. Saltábamos y nos reíamos… pero cómo, ¿acaso no
estábamos en un ómnibus de Sao Paulo a Río? Parecía más bien un recital de rock
en un boliche psicodélico con juego de luces y sonido.
Mientras tanto… ¿qué pasaba
en el resto del pasaje?... Nada. Allá adelante ni el mas leve movimiento, ni la
mas mínima alteración. Inmóviles en sus asientos los pocos pasajeros y el conductor
parecían rígidos muñecos de prueba. Mirando hacia delante nos pareció
verdaderamente extraño. Nada. Ni la más mínima reacción. Nada de nada. Duros y
rígidos hacia delante devorando el asfalto kilómetro tras kilómetro. Con nuestra
música y nuestros gritos los desafiábamos pero no respondían.
-La gente parece que no
existe. –dijo Gracielita.
- Es cierto, - observo el
Peli – estan como dibujados.
Entonces Clarita sentenció:
-        
Amigos, elis
estan mortos. Solo existen … teoricamente, pero lo cierto es que son muertos.
No viven, no sienten, no reaccionan. Vean –dijo y tomando unos biscochitos macrobióticos
los arrojó hacia los pasajeros…
 ¡Nada! Ni la más ligera inquietud.
Nora reía y chillaba saltando
sobre su asiento. Nos envalentonamos y empezamos a arrojar proyectiles  sobre los pasajeros, pelotitas de papel,
puñados de arroz integral, pedacitos de bizcocho… silbando y ululando. El
recital de rock se había transformado en una fiesta de fin de curso, en una
despedida de soltero, en una boda. Nos estábamos poniendo realmente vandálicos.
Pero Clarita retomó su violón, las risadas y los gritos se fueron aplacando y
la voz de Clarita surgió del tumulto con un nuevo tema.

Paciencia
Paciencia
Paciencia
E a ciencia da paz.

Entonces el ómnibus tomó una
curva, disminuyó la marcha y paró en una estación en medio de la ruta. Había un
restaurante y el conductor y los pasajeros bajaron “automáticamente” como
robots. Poco a poco nos fuimos silenciando, nos extendimos en nuestros asientos
y nos relajamos. El silencio total y la ausencia de movimiento nos parecía
maravilloso pero enseguida bajamos a estirar las piernas.
Era plena tarde y el calor
apretaba. Junto a la confitería  surgía
de una fuente un chorro de agua poderoso y ahí nos refrescamos. El agua salía
con una potencia increíble, fresca y transparente como cristal líquido.
Estábamos empapados y exhaustos pero sonreíamos felices viendo divertidos como
la gente nos miraba con curiosidad desde detrás de las ventanas del bar.
Volvimos al ómnibus y el viaje continuó. Nos sentíamos mas despejados. Dentro de poco llegaríamos a Río.
El bus descendía por el zigzagueante camino bordeado de precipicios en medio de una selvática vegetación. También los efectos psicodélicos se disipaban gradualmente, y al final de largas avenidas arribamos a la rodoviaria.
Mientras nos emprolijábamos las ropas y juntábamos el equipaje Clarita se acercó a mí y cuando el ómnibus se detuvo en el andén y comenzábamos a bajar me mostró su paquete de cigarrillos y me dijo insólitamente:
- Omar, estos son os cigarros que eu fumo. ¿sta sabendo?...
Miré extrañado el paquete de cigarrillos: una barquilla blanca  entre franjas amarillas y la letra griega alfa en el medio, y con letras doradas A L F A …
- Nao esqueça que esos son os que eu gosto.
Sonreí sin entender y salté del ómnibus al anden lleno de gente. Vi que Nora avanzaba hacia la salida y me uní a ella. Cargábamos nuestro equipaje y caminábamos cansadamente. Por los altoparlantes de la estación se oía una música pegadiza que yo escuchaba por primera vez y que me seguiría por donde fuese durante mucho tiempo. Era un tema
de Roberto Carlos y no estaba del todo mal:
Jesus Cristo, Jesus Cristo,
Jesus Cristo eu istou aquí
Pasaron junto a nosotros unos hippies cargando sus mochilas. Iban en sentido contrario al nuestro y nos saludamos con un antiguo signo: los dos dedos en ve de la victoria. Seguimos andando hacia la salida. Nora miró hacia atrás buscando a los otros y aceleró la marcha nerviosamente.
- Omar –me dijo angustiada –no mires para atrás, no te des vuelta. Seguí caminando, no mires por favor.
 Por supuesto que no me volví a mirar y aceleramos el paso hacia la salida. Pero varias veces le pregunté a Nora :
-  ¿Qué pasa?... ¿Qué está pasando?...
Hasta que una vez fuera de la estación sin pararnos me dijo:
-  Sigamos, la policía detuvo a Clarita y al Peli que venían atrás nuestro. Los pararon y los estaban revisando ahí mismo, palpándolos de arma… Vamos, vamos, no podemos hacer nada. ¡Taxi! ¡Taxi!
Un taxi paró junto a nosotros y subimos.
-  Rápido a Leblon, de preça, de preça… -ordenó Nora y arrancamos velozmente.
Yo no sabía qué hacer. Todas mis reacciones posibles estaban momentáneamente paralizadas. Nora en cambio
lloraba. Se había tornado extrañamente hiperkinética y realizaba infinidad de pequeños movimientos inútiles. Se arreglaba el pelo, se presionaba las mejillas, miraba hacia atrás, se removía en su asiento y lloraba  copiosamente.
El conductor se volvió hacia ella y le preguntó:
-  O, menina, ¿o qué está acontecendo con vocé?...
-  Nada. –dijo Nora reaccionando nerviosamente –Eu nao tein problema nao… Eu nao tein problema… a
gente nao tein problema neiumo…





(continuará)                                                                                                                                          ...